jueves, 2 de junio de 2011

AMELIA ARELLANO - EL INQUISIDOR (Tercera Instancia Psíquica)


31 de agosto de 2003
Querido y respetado Padre José:
Me dirijo a usted para que me reciba en confesión.

Dos son las razones que me mueven a escribirle,  una, que no quiero robarle su valioso tiempo con una descripción tan extensa de lo que pasó; otra, la principal, creo,  es que no sé si tendré el valor para hacerlo personalmente.
 Estoy sentada en el banco que está bajo la glorieta de las glicinas, mi única compañía es el rosario que usted me trajo de Lourdes. Créame Padre, no es fácil esta decisión  pero como usted es mi confesor creo que debe conocer esa parte de mi historia que ignora. Recién se va  mi sobrino Juan. Usted  lo conoce Padre, el de ojos desafiantes, y pelo largo y oscuro. Es el más osado de mis sobrinos, los otros me guardan un afecto más distante y respetuoso. Al irse me dijo: “¡Chau, Sor Rita!”, con “rr” Padre. Nuestras miradas pícaras se encontraron en el recuerdo. En una oportunidad, ante la mirada escandalizada de su madre,  me dijo con la irreverencia que le dan sus años, que no era casual que yo fuera “Sor Rita”. No sé si usted sabe que mi nombre es Magdalena y que acá se me adjudicó Rita. Dijo que yo era sor-rita (zorrita, Padre, y ahora perdóneme usted la irreverencia) que había elegido la seguridad que da el convento y que era además, una forma de tomar buen vino gratis. Creo que el muchacho tiene mucho mío. ¿Recuerda lo que mi hermana siempre cuenta que yo era la más atrevida de las tres hermanas? Pero no quiero dispersarme estimado Padre José, él recién se va, como le decía y no sé qué clic me ha tocado que me decidí a escribirle.
Han pasado tres años y la que usted conoce no tiene nada que ver con la que ingresó a este lugar. Soy una asesina frustrada, Padre José. Usted que conoce las miserias humanas sabrá que se asesina por varios motivos: por celos, por codicia, por omisión, por amor o por odio que es la otra cara del amor. Ese fue mi caso. (Adivino la sorpresa en su benévolo rostro) Siempre lo odié. Desde niña. Y cada día más. Pero no crea usted que era porque sí, ¡no! El odio fue gestándose lentamente. A veces sentía que lo tenía adherido como mi propia piel pero que no podía vivir sin él.
Su presencia era insoportable, como una mosca en un día húmedo o como en esas tardes gloriosas de verano en las que uno se sienta en un banco del parque dispuesta a disfrutar del verdor que declina y de pronto aparece un mosquito, sutil, insidioso, esquivo y se establece una pequeña guerra entre uno mismo y el mosquito. (¿Habrá pequeñas guerras, Padre?)
Y aquí me viene a la memoria una fábula que leí en mi infancia, no recuerdo el libro ni el autor, pero a usted le puede servir para los sermones. (Perdone Padre si soy impertinente) Se llamaba “Don Segismundo cara de loro” y se trataba de un hombre que era tan cruel que los animales del bosque decidieron matarlo, pero además de cruel era sagaz y poderoso. Uno a uno, los animales más fuertes fueron fracasando en el intento. En una reunión se debatía sobre ese tema y cuando el mosquito levantó la mano ofreciéndose como voluntario, generó gran hilaridad. Si no habían podido animales mucho más fuertes ¿cómo podría hacerlo el chiquitín?, pero decidieron, escépticos darle una oportunidad. El mosquito empezó a perseguirlo día y noche. El viejo tenía los ojos enrojecidos de no dormir y estaba cada día más loco. Un día al borde de la desesperación tomó una barreta de hierro para matarlo. Este, pacientemente, se posó muy tranquilo en la cabeza del viejo que asestó un feroz golpe y... ¡Chau, Don Segismundo! Esto quiere decir que no siempre ganan los poderosos, ¿no Padre José?
Pero sigo con mi tema, tengo anécdotas como para hacer un libro pero solo le contaré las más relevantes para que usted entienda la situación. El primer recuerdo se remonta a cuando era muy pequeña. Me robé una manzana roja, muy perfumada y hermosa como debió ser la que tentó a Blancanieves. (No es para justificarme Padre, pero ¿qué niño no ha robado pequeñas cosas?) Íbamos saliendo del negocio, yo ya la saboreaba y ¿puede creer que el alcahuete se lo sopló a mi madre? Mi mamá pagó la manzana y le cuento que ya ni recuerdo si era rica o fea.
Otra vez fue en una librería, tomé “Las mil y una noches” y lo mezclé con los libros que llevaba bajo el brazo. Cuando bajé la escalera la mirada del librero me hizo desviar mi curso hacia la salida, comprendí que había sido advertido y me dirigí a la caja; fue un papelón porque no tenía plata y dejé el libro con una excusa.
 Otra vez quise vengarme de una mala jugada de mi vecina y cuando estaba a punto de echarle agua hirviendo a la hortensia florecida, él advirtió a mi vecina y mi mano se detuvo al escuchar  los pasos (Le juro Padre que después lo confesé).

Las cosas siguieron así, se entrometía en pequeños sucesos y nimiedades, parecía que se había convertido en el abanderado de la ética, en el gran inquisidor. Cuando por ejemplo, tenía ganas de putear a alguien (¡discúlpeme Padre!) aparecía él y cambiaba mi insulto por una sonrisa impostada.
Lo peor es que lo odiaba pero sentía que era en parte responsable de mi precario equilibrio. Por ejemplo, una vez que iba a la heladera, dispuesta de atiborrarme de dulces (usted sabe que padezco una diabetes controlada) el se encargo de amohosarlos.
 Ya no era vida la que pasaba, cuando tenía sueños placenteros y al despertar intentaba recrearlos, él bajaba una compuerta de olvido y no recordaba nada.
El detonante de mi acción fue cuando empezamos a flirtear con un chofer del colectivo  que me trasladaba todos los  días (sí, Padre, aunque usted no lo crea de mí, puedo adivinar el asombro en sus ojos). Yo me daba cuenta que era gorda, poco agraciada y con anteojos con vidrios tan gruesos que no permitían ver mis ojos, (ahora tengo vidrios de contacto, Padre José) pero bueno, pensaba : “Algo me habrá visto el muchacho”
Al principio empezó a rozarme la mano con un contacto casi casual, después se le sumó el intercambio de miradas, luego no me cobró el boleto y me reservó el primer asiento. A veces yo me hacía la que miraba por la ventana, pero sentía sus ojos fijos en mí. Me había dado cuenta que si me hacía la desinteresada aumentaba su asedio y para que voy a mentirle Padre, a mí me gustaba esa situación. A todo esto, ni le cuento la lucha que se había establecido con el inquisidor Le cuento mas o menos el tenor del diálogo
 “¡Que es casado, te digo!”,
 “¡Que yo no lo quiero para casarme!”.
 ¿Te parece que se va a fijar en vos, con las chicas lindas que hay?”.
 “¿Y por qué no?”
 contestaba yo aunque me sentía tocada, él sabía pegar donde más dolía.
¿Te parece que es de mujer seria lo que hacés?”. “
¿Y quién te dijo que quería ser  seria?” (Perdone Padre, me da pudor, pero tengo que contarle la verdad. Toda.)
No solo él me atormentaba sino que la cosa había provocado un revuelo en las chismosas de mis vecinas, se  dieron cuenta porque el chofer no me dejaba en la esquina sino en la puerta de mi casa. En ese momento no me importó, le juro Padre José que no me importó. Entre las que hablaban estaba la rubia teñida esposa del diputado, primero tomaba el colectivo como yo y luego empezó a moverse en una  4x4. Otra era la mujer del comisario que en menos de un año cambió los chicos de una escuela estatal a una privada, se compraron un campo y un auto para cada uno. Por suerte también se cambió de vecindario al comprar una casa en un barrio residencial. Y esas eran las primeras que estaban en la iglesia golpeándose  el pecho. (Padre, entre nosotros, usted sabe de esto más que yo ¿no es así?)
Era un martes, recuerdo,  cuando me bajé del colectivo y el chofer me entregó un papel. El corazón se me salía del pecho, el mensaje era breve: “Te espero hoy a las 22 en el bar  frente a la terminal”. Fue tan feroz la lucha esa tarde que me tomé un ansiolítico y me dormí. Cuando me levanté puse a todo volumen música de Serrat para acallar las voces del inquisidor y me aboqué a mi persona. Me hice un baño de crema, rasuré mis axilas que parecían arañas peludas, (Perdone Padre que sea tan burda) A las 21 me puse el vestido que había comprado para el casamiento de mi amiga Cora, me puse  perfume francés, trucho, y hasta me pinté la boca de rojo. Me dispuse a partir ¿Y que cree usted que sucedió? ¡El canalla  había escondido la llave de la reja de la calle! La busqué por toda la casa y no la encontré.
No recuerdo en la hora que abandoné la búsqueda. Me senté en el sillón de cuerina, frente a la ventana y fue ahí cuando tomé la decisión  de exterminarlo, matarlo, asesinarlo, masacrarlo.
 Tenía que tomarlo de sorpresa y debía ser pronto, muy pronto, antes de que se diera cuenta del plan. Me acosté pero no podía dormir. En la madrugada me levanté, fui al baño y cuando salí, lo vi. Creo que él no se dio cuenta, lo vi de espalda reflejado en unos de los dos espejos del pasillo. Tomé el perchero de hierro y le di un golpe con todas mis fuerzas. El ruido fue atroz. Quedó desparramado sobre el piso. Paralizada observé la pared que mostraba un rectángulo mas claro. Ya no estaba. Me debatía entre la felicidad y el horror mas prevalecía una sensación nítida, la de alivio. Me di vuelta para dirigirme al teléfono  y llamar al cerrajero que abriría mis puertas y lo vi. Estaba allí al frente mío. Observándome. Inmortal.

No salí de la casa hasta el viernes, cuando lo hice había tomado esta nueva decisión, que por fin  me liberó de él. A veces, solo a veces, aparece en sueños pero al otro día comprendo, feliz y resignada que este lugar esta vedado para él y que la guerra entre el quiero y el debo ha terminado.
El resto usted lo conoce Padre José, desde que cambié mi nombre profano por el de Rita, comprendí que para ella nada es imposible
Espero no haber abusado de su precioso tiempo y descuento confiada su absolución.
Las bendiciones del Señor recaigan sobre usted,

Sor Rita



8 comentarios:

  1. Wauu, Amelia. Pero vamos con el mosquito y el inquisidor! He aprendido una muy buena lección Sorrr Rita. Y mirá que para arrancarme una sonrisa por estos días en los que hasta me creí mosquito -ignorando las astucias del chiquitín en tus cuentitos de la infancia-, hay que hacer mucho más que ponerse una nariz redonda, eh. Y vos lo lograste. Abrazo, Amelia. ¿Que es lo que hará el respetable padre Jose ahora que posee la carta en sus manos? ¿O el personaje no la entregó? Dale, contame la parte del padre Jose cuando leyó la carta!!!! Dale, dale!!! ElsaJaná.

    ResponderEliminar
  2. POR SUERTE HAY MUCHOS QUE TENEMOS UN INQUISIDOR COMPLACIENTE, AMABLE, DISPUESTO A PACTAR CON NUESTROS DESEOS MÁS LOCOS. SUPONGO QUE A ESTA ALTURA DE LA VIDA VOS TAMBIÉN TE CONSEGUISTE UNO. ABRAZOS, NURIT

    ResponderEliminar
  3. Amelia lo irónico del bien y del mal es la misma diferencia existencial entre una mosca y un mosquito. Pero tu texto sorritamente escrito tiene toda esa simpatía que irradia la burdez de la palabra. Aunque Burda sea, una revista de modas.

    Celmiro Koryto

    ResponderEliminar
  4. El tema del inquisidor que llevamos dentro se emparenta en la tradición judeo-cristiana y la contradicción entre la teodicea solo pueda ser vencida por una "sorra" y su ayudante mudo Bernardo, me encantó el sentido del humor, saludos, Carlos Arturo Trinelli

    ResponderEliminar
  5. Amigos, reir es saludable, lo sostengo!Vamos por partes:

    Elsa : En la Catedral hay una lápida de mármol que dice: Aquí yacen los restos del Rdo Padre José , muerto en situación inexplicable. Se le encontró un papel arrugado en su mano. Al frente hay reclinatorio con una placa de bronce que reza: Donado por Sor Rita.

    Nurit querida: Consejo exclusivo para mujeres (hombres abstenerse) El mejor remedio ...es amigarse con él !La tenés clara vos!

    Celmi : Lo lamento , no me gustan las revistas de moda, prefiero tu amistad y lo "burdo de la vida"

    Arturo: !Estás en lo cierto , amigo ! Aquí falta uno que se dice que no se sabe si es mudo , y si es mudo no es sordo , lo apodan "el rusito"
    Abrazos .
    amelia

    ResponderEliminar
  6. La impaciencia nos lleva pisar el palito: te doy como penitencia escribir otra homilía con la Sor Rita de protagonista... ésta exige otra nueva. Pero no vayas al confesionario, Amelia. Y puede ser otro "padre"...

    ResponderEliminar
  7. Cuento desprolijamente escrito como verdaderamente la mente se entrega a propias preguntas y respuestas.
    Fui leyendo y acompañando a la protagonista, y junto con ella me animaba y me desanimaba, me levantaba y me decaía , al ritmo de Sor Rita.
    Ironía, un buen juego con los nombres, unos falsos principios de moralina y una conclusión: no tomar ansiolíticos y luego escuchar a Serrat, porque nos impedirán vivir.

    Pareces, Amelia, otra escritora cuando haces narrativa. Eres brillante.
    MARITA RAGOZZA

    ResponderEliminar
  8. Pactar con el enemigo no deja de ser una solución, aunque el "diablo" siempre está tentado de escapar por la manga.
    Excelente relato y rebosante sentido del humor.
    Amelia fue un placer leerte.
    Ofelia

    ResponderEliminar