miércoles, 15 de junio de 2011

GERARDO PENNINI / ZAINUCO



Raúl González Tuñón conocía  esta otra Patagonia. Tanto la conocía que la llamó El Cementerio Patagónico.

A veces el viento patagónico es un cazador barbudo y alto.
Viene como la música, trae los ruidos del desierto y la montaña.
Marcha de puesto en puesto entre balleneros, entre quillangos.
Marcha de pueblo en pueblo entre gin, entre pescadores, entre fulleros.
Marcha de campamento en campamento
Entre canallas enriquecidos con la sangre de los desgraciados.
Marcha de puerto en puerto entre rufianes, entre palomas heladas y garúas,
entre asesinatos, entre monedas chilenas y argentinas.
Oh, trashumante.

Me disponía a escribir un cuento, ahora no sé. Será solo un relato de esos episodios donde la realidad es más fuerte que la ficción, donde es imposible crear ese mundo verosímil para el lector porque las sensaciones nos mantienen al borde de lo increíble.
González Tuñón visitó Zapala, punta de riel allá por 1920. Poco antes sucedió lo de Zainuco. Y lo de Zainuco desató el absurdo, premonitorio de una Patagonia que vendría con sus canallas enriquecidos con la sangre de los desgraciados, su petróleo envilecedor.

Lo de Zainuco pasó en mayo de 1916, faltando poco para los festejos de la Independencia. Claro que en tierra de petroleros y rufianes esto suena a amarga ironía. Los presos evadidos de la Penitenciaría de una forzada aldea a orillas de la Confluencia seguían el camino de siempre, hacia el desierto pedregoso, hacia la cordillera y después Chile. Como lo habían hecho los Pincheira, como tantos otros.
La miserable caravana era un revuelto de gente tal como se da en las prisiones, delincuentes perversos junto con perseguidos de la injusticia condenados por la justicia, entre ellos Martín Bresler culpable solamente de haber defendido los derechos de su familia sobre unas tierras otorgadas a los refugiados boers al pie de las montañas. Pero me voy de la historia. En Aguada del Zaino (Zainu-có en mapuche) quedan diecisiete evadidos después de varios sucesos violentos, el asesinato de Plottier, el intento de viajar en una “zorra” del ferrocarril que cae de las vías todavía sin terminar de colocar y la persecución de la partida con hombres de la policía y según algunos, de marineros llegados de Bahía Blanca.
El jefe del grupo, a quien señalan como asesino de Plottier es “el Gallego” Ruiz Díaz y cuando son  alcanzados por los milicos se van  defendiendo a los tiros sin dejar de avanzar con desesperación. Finalmente en Zainuco son rodeados y muere el Gallego. El resto se rinde.
Ahora es difícil imaginar la escena. En medio de la nada seca y rojiza, observados por los coirones que se tuercen bajo la fuerza del cazador trashumante; un grupo de harapientos desfallecientes de hambre y sed arrojan las armas con el fatalismo que sabe que pocas cosas pueden ser peores que la muerte. Once están tirados en el suelo, debilitados y heridos.
Acá se confirma que el tiempo y el espacio sólo son medidas humanas. El jefe de los milicos es Adalberto Staub, él es el que manda separar a los que pueden marchar hacia Zapala. Se aparta  para dar órdenes a los que se quedan a cargo de los heridos.
Apenas han transcurrido algunas horas del día siguiente, y los policías retrasados alcanzan a la partida que avanza lentamente con sus presos. Once fueron muertos a balazos por los hombres del comisario Blanco, nunca volverán a Neuquén, Paraje Confluencia.
Siguen las paradojas porque el periodista Abel Cháneton, cordobés fundador del diario “Neuquén” es asesinado poco después por otro policía, el cabo Luna, no sin antes defenderse a balazos en la puerta de una confitería. Nadie vio nada.
Hoy
En esta otra Patagonia, la escuela de policía de Neuquén lleva el nombre de Adalberto Staub: allí se formaron los oficiales que participaron del asesinato del maestro Carlos Fuentealba y de Teresa Rodríguez.
Creo que se entiende porqué no pude ser objetivo y escribir un cuento. ■

Gerardo Pennini

4 comentarios:

  1. Gerardo, tu relato crónica es realmente un hallazgo, una crónica literaria con la actualidad pintada en cada párrafo: entendemos por qué no escribiste el cuento!!!
    Andrés

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  2. Ah , el Sur, el doliente Sur. Si, se entiende que el autor pierda objetividad.
    Zainuco , es un ícono ...y otra deuda ...y van...
    amelia

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  3. Ah , el Sur, el doliente Sur. Si, se entiende que el autor pierda objetividad.
    Zainuco , es un ícono ...y otra deuda ...y van...
    amelia

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  4. Si. No importa el año o el lugar, los policías y los militares son lo que son, sin distinción de raza ni de sexo (irónico, no es así!)Son oficios que cuando se eligen ya se sabe adónde van. Muy bueno el relato de Penini y aún más conmovedor porque no es cuento.

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