viernes, 3 de junio de 2011

Hubert Selby Jr.



 Réquiem Para Hubert Selby Jr.


© Christopher Felver/CORBIS
Hubert Selby Jr.

El Legado del Último de los Hipster

Vicente Ulive-Schnell 



El 26 de abril de este año (2004) dejó de respirar Hubert Selby Jr., uno de los genios más menospreciados de la literatura americana. Probablemente sea Selby también el último de los verdaderos Beats, aquella generación pintada por Jack Kerouac a través de Dean Moriarty en “On the Road”: un grupo de jóvenes implorando su libertad, en búsqueda de lo beatífico, paradójicamente condenados a una vida casi siempre horrorosa y nada envidiable. Jack Kerouac, muerto a los cuarenta y siete años de cirrosis, William Burroughs, adicto veinte años a la heroína y Hubert Selby Jr., condenado a morir desde los diez y ocho años.

Pero Selby Jr. no era un Beat. Al menos en el sentido estricto de la palabra. Pocas veces asistió a los encuentros de ese grupúsculo y si bien su búsqueda fue similar, nunca fue la misma. Él siempre fue un marginado, un outsider, un tipo que nunca debió ser escritor, un bueno para nada casi iletrado que murió con los pulmones calcinados. “Obstrucción pulmonar crónica” dice el obituario, ese texto que siempre trata de explicar lo inexplicable y que simplemente significa que Selby Jr. está muerto y no volverá a desafiar alalfabeto o a los doctores contra los cuales luchó toda su vida.
A los dieciocho años tendría su primer encontronazo con la realidad médica. Habiendo abandonado su casa a los quince para convertirse en marinomercante, un decrépito y enfermo adolescente bajó del barco tres años más tarde en Alemania para ser informado por los doctores que sólo le quedaban unos pocos meses de vida. De vuelta a los Estados Unidos fue ingresado a un Hospital Militar, donde su tuberculosis dilapidó rápidamente el dinero familiar, costándole a él tres años de cama y diez costillas. La estreptomicina, que había afectado su visión y audición, lo condenó a perder el equilibrio en la oscuridad de por vida, y para colmo, uno de sus pulmones colapsó y le habían tenido que sacar parte del otro.
Sin embargo, “here I is”, sería lo único que diría Selby Jr., el sobreviviente.
Seis años más tarde, tras un ataque de asma el doctor que lo atendió le dijo que simplemente no hiciese nada, que la muerte era inevitable. Que no tenía suficientes pulmones. Una segunda y tercera opinión corroboraron el pronóstico macabro dado a un joven ahora casado, condenado a no ejercer oficio alguno. Sin embargo, en palabras del mismo Selby Jr., se “rehusó a morir” sólo porque alguien lo hubiera decidido así, y de allí en adelante se dedicó a rescribir toda la narrativa americana en un pequeño puñado de libros.
Ahora bien, como cualquier escritor aficionado sabrá, una cosa es declararse escritor o tener todas las ganas de convertirse en uno, y otra muy distinta es hacerlo. Selby Jr. pasó algún tiempo sentado frente a su maquina Rémington, viéndola y pensando en qué diablos iba a hacer. Escribió un par de cartas y luego botó la máquina para sentarse a reflexionar.
Aquí es donde podemos subrayar el nacimiento de un verdadero artista. Para alguien que afirmó a la ligera, “me sabía el alfabeto, así que decidí que me convertiría en escritor”, la actitud de Hubert Selby Jr. de detenerse ante el papel virgen antes de escribir cualquier barrabasada que se le ocurriera reflejó la búsqueda de un motivo.
Historias hay en cada esquina. Detienes al primer bobo en la calle y te puede recitar una retahíla de cuentos y anécdotas como para llenar una enciclopedia. Pero para Selby, el problema literario no estaba en la historia sino en cómo se contaba sin hablar del porqué.
En todo caso, y desde cualquier punto de vista, que un marinero medio enfermo, o enfermo y medio, sin ninguna formación literaria más allá de los cuatro libros de Melville y Joyce que se leyó en el hospital, pudiera crear una obra como “Last Exit to Brooklyn” es sin duda impresionante. En este libro se percibe una necesidad narrativa, una búsqueda lingüística que no escatima sobre todo en los recursos auditivos. De hecho, cuando se le preguntó a Selby Jr. cual era su mayor influencia al escribir, su respuesta, siempre parca, fue “Bethoveen”. Tal afirmación no sorprende al leer lo esmerado que siempre serán sus diálogos, que conducen la narrativa, que guían al lector y que hasta su último libro, el sensacional “Waiting Period” no dejarán de reflejar la realidad americana, o neoyorquina, de Brooklyn.
Claro que no toda “realidad” es bonita, mucho menos si se pasa por el calvario que Selby Jr. pasaría prácticamente toda su vida. Por esto no asombró a nadie que las mentes pacatas no vieran más allá de los personajes conflictivos y la violencia engendrados en Last Exit, prohibiéndola durante algunos años tal como antes habían hecho con los trabajos de Miller, Burroughs y Joyce, por sólo mencionar a algunos. Pero esto fue de poca importancia, y menores consecuencias, y finalmente pudimos acceder a lo que Allen Ginsberg llamó una bomba que “explotará sobre los Estados Unidos y será leída ávidamente incluso dentro de cien años”. Selby logró captar la angustia americana, la decepción, la violencia y todo aquello ligado a cierta población que siempre parece ser excluida de los relatos contemporáneos.
Es en este punto cuando aparecen las analogías biográficas, aunque no narrativas, con los mal llamados Beats. Según él mismo, Burroughs “despertó de la enfermedad” luego de veinte años de adicción, sólo para ver “Naked Lunch” censurada por “perversa”. Ginsberg lo había descrito como “un recorrido en montaña rusa por el infierno”. Selby Jr., por su parte, despertó luego de su paso por doctores y medicinas para crear Last Exit y verla descartada en Inglaterra por el “obscene publications act” (Ley de publicaciones obscenas) de 1959.
Por otro lado, su espíritu Beatnick paralelo se vislumbra en sus colaboraciones, que lo hacen ver como una especie de doppelgänger piche de William Burroughs. Burroughs verá Naked Lunch llevado a la pantalla por David Cronenberg, Selby Jr. verá Last Exit dirigida por un desconocido. Burroughs grabará con Kurt Cobain, Selby Jr. con Henry Rollins, siendo su última aparición en el 2000 en la genial “Réquiem for a Dream” de Darren Aronofsky. Incluso hoy en día Steve Buscemi trabaja en una adaptación de “Queer” de Burroughs, mientras Selby se pierde en el olvido.
Sin embargo, Selby Jr. siempre sería un marginado, tanto por su condición física como por su forma de escribir. Demasiado enfermo, demasiado demacrado y sin la desfachatez de Jack Kerouac para abandonar a sus esposas, Selby Jr. trabajaba de día y escribía de noche, a pesar de la piedra negra que latía en su pecho y que lo obligó a dejar de fumar –finalmente- un mes antes de su muerte. Este tren de vida le impidió poder participar de las fiestas y salidas de los imprevisibles Beats, quienes buscaban siempre la última experiencia vital.
Entonces, ¿cómo describir a Hubert Selby Jr? No parece haber otra manera sino la de hacer referencia al Beatnick que no perteneció a la generación Beat. Al escritor que nunca estudió literatura, que nunca fue premiado, que nunca fue siquiera leído antes de ser criticado. En un mundo donde prevalece laliteratura pseudo-erótica, “La vida sexual de Catherine M” es el best-seller du jour, donde los franceses terminan plebiscitando los esfuerzos mediocres de Fréderic Beigbeder o Michel Houellebecq, donde es difícil sino imposible evitar mediatizarse a lo Easton-Ellis para vender libros, en nuestro mundo, Hubert Selby surge como un llamado a la modestia, a la sinceridad y a la escritura desde el corazón y la realidad.
Más que eso, su legado se concentra en la herencia de unos personajes que, como seres humanos, sufren contradicciones y cometen errores. A diferencia de otros escritores, Selby nunca trata de rectificarlos sino que mas bien los ve como piezas del humano presente en cada uno de nosotros, incluyéndose a si mismo, que por no ser ejemplo de conducta para nadie, se rehúsa humildemente a enjuiciar moralmente a sus propios personajes. Selby, al contrario de los escritores moralistas, se limita a exponerlos y descubrir su sufrimiento, uniéndolos al lector a través de un vínculo de empatía.
Hubert Selby Jr. entendió esta relación escritor/personaje mejor que cualquier otro novelista contemporáneo, dando una lección que serviría a más de uno en nuestro presente liberal individual de sálvese-quien-pueda. 

Hubert Selby Jr.
1928-2004

 LAST EXIT TO BROOKLYN (1964)
THE ROOM (1971)
THE DEMON (1976)
REQUIEM FOR A DREAM (1978)
SONG OF THE SILENT SNOW (1986)
THE WILLOW TREE (1998)

WAITING PERIOD
 (2002)



Fragmento de LAST EXIT TO BROOKLYN (1964)

Anduvo de un bar a otro estirándose el vestido y echándose agua a la cara de vez en cuando antes de dejar el cuarto de un hotel. Bebía sin parar y ni siquiera miraba sino que sólo decía sí, sí, qué coño, y tendía el vaso hacia el barman y a veces ni veía la cara del borracho que la invitaba y se frotaba contra su vientre o sollozaba apoyado en sus tetas; se limitaba a beber, luego a quitarse la ropa y a abrirse de piernas y luego a abandonarse al sueño o a la modorra de la borrachera. Pasó el tiempo…, meses, puede que años, quién sabe, y el vestido había desaparecido y sólo le quedaba una falda y un jersey destrozado y los bares de Broadway se habían convertido en los bares de la Octava Avenida, pero de esos bares, con sus putas, chulos, maricones y demás, pronto la echaron a patadas y el linóleo del suelo se volvió madera y luego la madera estaba cubierta de serrín y Tralala pasaba horas con una cerveza en un garito del puerto, insultando a todos los hijoputas que se la follaban y yéndose con cualquiera que la mirase o que tuviera un sitio donde tumbarse. La luna de miel se había terminado y ella seguía estirándose el jersey aunque ya no hubiera nadie que la mirase. Cuando amanecía, después de una noche pasada en un cuarto miserable con un miserable, entraba en el bar más cercano y se quedaba allí hasta la próxima oferta. Pero todas las noches enseñaba sus tetas y buscaba a alguien con pasta, despreciando a los malditos borrachos, pero los jodidos vagabundos sólo miraban sus cervezas y ella esperaba a alguien con pasta que tuviera cincuenta centavos de sobra para invitarla a una cerveza a cambio de un polvo y saltaba de tugurio en tugurio volviéndose más y más sucia y más y más miserable.

5 comentarios:

  1. En mi proficuo vagabundeo por las callejuelas del espacio internáutico siempro encuentro rarezas, marginados, desconocidos, sorpresas... En esta ocasión me topé con Hubert Selby Jr., un escritor que ya de pillastre le vaticinaron la asfixia de sus pulmones y la muerte. Arrastró su condena durante 76 años y escribió siete novelas...Beat pero no beatnik. Integra el falansterio del "realismo sucio" junto a Bukowski, Fante padre y su filio Dan, y tantos otros a quienes han ninguneado, ocultado, despreciado, desaparecido. Editores, lectores y libreros que ante la "suciedad" de aquel realismo" prefieren la hiperhigiene literaria de Cortázar, Borges, Bioy Casares, etc., que aseguran ventas y beneficios. Es otro aspecto de la guerra entre el clasicismo literario "versus" los millones de marginados de la tierra. Enorme talento hay en los dos bandos aunque cabe decir: LOS "SUCIOS" se abren paso gracias al mundo subterráneo y los voluntarios que disfrutan y difunden a los ninguneados. Una literatura cuyos resplandores llegan y nadie puede hermetizar su lectura...
    Andrés

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  2. Veremos si se consigue por aquí algún libro de este autor cuya vida es ya toda una ficción, gracias Artesanías por el aporte, C.A.T.

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  3. Cuanta razón tienes Andrés, hay palabras...y acciones, mas sucias que la de Selby,Bukowsky y tantos otros.
    Gracias.
    amelia

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  4. Selby es un escritor que nos cuenta lo que no quieren contarnos siempre del lado del perdedor, y que nos conquista con la sucia realidad...
    Andrés. Buen hallazgo y que tu vagabundeo nos enseñe y deleite con nuevos ensayos.

    Celmiro koryto

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  5. Desconocido para mí. Una vida crucificada más todavía por la hipocresía social. El texto elegido está magistralmente escrito.
    MARITA RAGOZZA

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