martes, 28 de junio de 2011

ANDRÉS ALDAO


UN RUSITO EN BUENOS AIRES (V)


Con vislumbre adolescente iba descubriendo  la urbe rioplatense, sus secretos y enigmas,  a conocer la arquitectura de ladrillo, las casas petisas, los jardines con malvones y flores humildes; los largos pasillos y el enjambre de viviendas arracimadas y separadas por tenues medianeras que no dejaban ver pero sí oír y luego chusmear a rolete. Pateaba como loco las calles empedradas de la vecindad, miraba a las  mujeres y disfrutaba de sus formas y sus modos de caminar fantaseando sus intimidades, ardientes intimidades que imaginaba secretos magistrales. Mis toqueteos con las nenas me parecieron entonces arroz con leche...

En la esquina de Nazca y Jonte había  en aquellos años un quiosco justo al lado de la farmacia Los Angeles. Diarios, revistas, fasos de todas las marcas y libros policiales y del far west. Allí compraba las novelitas de Sexton Blake o de Edgar Wallace por una moneda de diez guitas. Cuando podía  adquiría El Gráfico con las fotos en color de los grandes del fútbol argentino. Era la biblioteca que me proveía material de lectura placentera. Años despaciosos, el futuro por delante: deseaba crecer, ser un muchacho con funyi, jugar al billar, pitar un pucho, tomar un cívico o un chop, florearme con las minitas que lucían sus nacientes encantos...

Habían empezado las vacaciones. Me levantaba muy temprano y comencé el aprendizaje del oficio artesano de mi viejo. Trabajaba hasta el mediodía, luego del almuerzo quedaba libre; a veces iba a la terracita y me dedicaba a leer, hacer ejercicios de tensión dinámica, o me subía al techo del tallercito del viejo y, desde mi atalaya, contemplaba el panorama de las techumbres y las actividades de vecinas colgando ropa o tomando sol.

Una tarde me encaramé al techito, y me la encuentro a Olga, la vecinita flacucha de cabello ondeado y una trenza que le llegaba a la cintura, sentada como una esfinge impávida. Los rayos del sol le daban un aspecto reluciente, sobre  la cabeza una especie de nimbo, como una corona. Parecía una princesa rusa de incógnito ocupando el trono de la zarevitch Romanov.¹
Sólo habíamos cambiado un par de palabras: era obvio que las vigilancias maternas cumplían su misión represora… El padre de Olga, con su jeta de pepino en vinagre, salía o entraba por el pasillo, le prohibía   hablar con varones.  Y mi vieja, sobreprotegiendo a su hijito (un grandulón de 14 años), me decía con cara compungida que no hable con ésa mocosa porque tiene cara de atorranta.  ¡Ay las viejas sobreprotectoras, celosas de las amigas femeninas, y de novias o nueras potenciales!
Aquella primera vez  nuestros diálogos fueron balbuceos escurridizos y parcos, no nos mirábamos a los ojos, a gatas nos curioseábamos y por cualquier tontería nos reíamos con carcajadas pusilánimes y rubores que trepaban a las mejillas y semejaban el sarpullido del sarampión.
Quedé prendado de su rostro helénico…Oía música en el corazón y  los latidos parecían martillazos. De vez en cuando Olga me rozaba el brazo y percibía en mi piel la tibieza de sus dedos largos y delgados que me estremecía de placer  No podía creer lo que estaba ocurriendo… El Rusito estaba de amores. Le pedí besarla, me miró unos segundos y de pronto, con carita de querubín, estampó una de sus mejillas sobre mis labios. Doblaban las campanas en mi alma: fue el primer beso adolescente, tibio, húmedo, glorioso, inolvidable.

* * *
En esos días Buenos Aires palpitaba con la algarabía de su gente, que  había disfrutado las fiestas: tenía dinero en los bolsillos y se notaba en las compras de vituallas, regalos y paseos familiares. La década de la desocupación , el hambre y los conventillos se estaba difuminando.

A principios de marzo de 1944 habían comenzado las clases de 2° año. Ningún cambio importante; el otoño emergía borrascoso, las hojas caían en tropel con cada ráfaga, y el batallón de alérgicos se acompañaba de estornudos, tosecitas y gotas fluían de la napia como cera chorreada de velas encendidas.

Había aprovechado los meses del verano para trabajar con mi viejo y recibir de su mano mi primer salario. Los encuentros con Olga, furtivos  y fugaces, me abatían aunque al menos logré que mi vieja me dejara en paz…
Cada vez que mandaban a Olga de compras nos encontrábamos en Médanos (hoy Agustín García) y Cuenca, a tres cuadras del mercadito. Dábamos una vuelta por Cuenca hacia Gaona e íbamos caminando hasta Nazca. En Gaona y Nazca, había una típica lechería con las mesas de mármol, y al lado de la entrada un quiosco pequeño que exhibía afuera revistas y novelitas usadas. El hombre era un pelirrojo con lentes culo de vidrio y pecoso. Fue el descubrimiento de otra fuente de lectura barata.
Olga se negaba a entrar a la lechería: Me da vergüenza, Adrián, murmuraba con mohínes graciosos y tiernos. Y yo la contemplaba conmovido. ¡qué puros que éramos, qué cándidos!
Luego regresábamos tomados de la mano aspirando la fragancia de los árboles y nos despedíamos al llegar al barrio. Otras veces nos citábamos en el techito; nos abrazábamos besándonos como si fuese la última vez mientras ráfagas del viento  otoñal nos azulaban la cara y el cuerpo.

Hacia fines del último mes de 1944 una noticia me descuartizó el ánimo : los padres de Olga decidieron mudarse llevándose a mi primera pasión de la pubertad. Me habían despojado de su cariño, de sus besos puros: me dejaron huérfano de amor... Atrapado por la ternura no se me ocurrió que Olga podría ser extirpada de mi vida sin poder decirnos adiós. Sus viejos eran unos malditos...
No era justo, pero éramos chicos, ¿quién nos iba a escuchar? ¿A quién podría importarle? No había clases, no sabía dónde buscarla. Me consolé pensando que en marzo de 1945 volvería a la escuela de monjas y allí nos reencontraríamos.  No fue así... Nunca más supe de ella

9 comentarios:

  1. Tus paseos y viajes literarios por Buenos Aires, Andrés se encuentran con el amor, esperanzas e injusticias, miedos y dolor. Un repaso a tu vida es un repaso de Buenos Aires ya te detengas en Gaona y Nazca, o en la calle Corrientes en la esquina de La Fragata.
    Gracias
    Cristina

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  2. Un amor adolescente, descripciones que son un hallazgo literario y el arbitrio adulto que cruza todas las épocas. Aguardaremos a que el Rusito crezca, Carlos Arturo Trinelli

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  3. El texto introductorio a los episodios del "rusito de Buenos Aires" ambienta al lector en un espacio nostálgico plagado de recuerdos, e identifica a la "reina del Plata". En este caso, "la casa chorizo" el jardín con malvones (falta el limonero) el empedrado, las primeras experiencias de adolescente que descubre y disfruta de las formas femeninas, de sus gestos, que exitan su imaginación. A partir de la ambientación el lector se sumerge comodamente en la narración del episodio.
    Gracias Andrés,
    Un placer
    Ofelia

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  4. Con rico vocabulario y sobrio lunfardo el recuerdo es un almacén de vidrieras prodigiosas.
    Texto que acerca todos los mundos como olas.
    El primer amor y la primera separación siguen perenes en el dolor que vivió el "Rusito" y de alguna manera es una pedazo de vida similar que nos acerca.

    Cada nueva entrega es ser un títere de las sensaciones que consigue despertar Andrés con sus relatos y un tiovivo de nos proyecta a la adolescencia.

    CElmiro Koryto

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  5. Cuanta poesía en el relato:He podido aspirar el perfume de esos árboles y el viento me ha azulado el rostro.
    No te preocupes Rusito ; Olga siempre vivirá en tí, la muerte es el olvido.
    Un abrazo .
    amelia

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  6. Que buena descripción de un Bs AS tan adolescente como "EL RUSITO". Me gustaron algunas expresiones contundentes como " y el batallón de alérgicos se acompañaba... etc." Me gustó el cálido recuerdo.
    Buenos Aires es tu juventud, inolvidable, Rusito.
    Graciela U

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  7. Iba a reanudar después mis comentarios, estoy muy complicada con los tiempos pero empecé a leer y el Rusito me conquistó una vez más. Y en cuanto a lo que dice Arturo no sé si El Rusito alguna vez crecerá, por momentos siento que sólo puede estar ahí, en esa adolescencia, en esas calles, en ese tiempo. Lo que tengo en claro - en cambio - es que estos relatos de Aldao forman parte de aquellos textos leídos que nunca olvidaré.

    Lily Chavez

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  8. HOLA ANDRÉS, el Rusito en Buenos Aires. Quién no tuvo un abuelo/a migrante, o leyó alguna vez sobre aquél Buenos Aires de conventillos, casas multitudinarias, penas escondidas, nostalgias, y el amor rondando las calles.Quién no tuvo un amor adolescente para dolerse leyendo esta historia?. Hace poco se exibió en uno de los museos más importantes de Córdoba una exposición de dibujos del maestro pintor de LA BOCA, Quinquel Martín y fue inevitable mirándolos escribir sobre el puerto, sobre esa ciudad de los migrantes que tan bien describís, como si estuvieras allí en el tiempo, parado en esas calles, tan diferentes hoy. Me ponen nostalgiosa estos relatos, algunas imágenes hermosísimas acompañan el texto y lo llevan a poesía. Felicitaciones.

    ''Quien pasase a su costado inundado de río,
    notaría la raídas ropas que cubrían sus brazos
    y el amor que brotaba de las yemas de sus dedos.
    Con ojos cerrados a la luz de la humedosa ciudad, apoyada en marrones,
    trasladó la otra orilla presuroso,
    ansiando la llegada.
    Hace una hora la espera
    y tendió la red de captura,......''

    Marta Comelli

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  9. Agradezco a todos los lectores que comentaron esta nueva entrega de Un Rusito En Buenos Aires. Es como un grupo de amigos que acompañan y gratifican mis antiguos recuerdos, comparten conmigo ese pasado añejo de una familia inmigrante y un rusito criado en las calles de Santa María de los Buenos Aires. Muchas gracias.

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