miércoles, 10 de octubre de 2012

Andrés Aldao

 
CALLES DEL DOCKE


La sonrisa *
                                                                                               

Se tumbó sobre el catre con la blandura de una bolsa de alpiste. El silencio de la noche lo iba arrullando, y las cervezas que había tomado aceleraron la faena. Sus ronquidos competían con el tupí del vecino carpintero. Norita, la hermana, se despertó asustada en mitad del sueño.  Él no lo sabría. 
Se levantó sin vislumbrar el amanecer. Parpadeando, con el sueño prensando sus ojos. Contempló a la hermanita, que dormía destapada y desnuda,  y percibió la inesperada erección. Dio vuelta la cara y se sintió avergonzado… ya les dije cien veces: no quiero dormir en la misma sapie que la nena...

Se asomó entonces a la ventana y contempló la oscuridad hermética de la madrugada del Docke, que parecía pintada con tinta china. Un bostezo casi le desmonta la mandíbula. El aire fresco le producía placer y de pronto, con bronca, recordó que tenía que lavarse la cara y rajar a la parada. El Tuerto, impaciente y con cara de culo, estaría esperándolo para armar los diarios.
Descargó medio litro de una orina color canario. Debe ser la birra, se le ocurrió. Calzó las zapatillas, se embutió dentro de la remera y abrió la puerta de chapa cuyo chirrido era como los buenos días de un loro bien educado. O el jadeo latoso de un primate que estudió en Oxford...

Ahora estaba ya despierto. La sonrisa inocente se le alineó en la cara en tanto la brisa cariñosa de la madrugada, abrigada por el silencio montaraz, le peinaba el pelo largo y ondeado. Ayudaba a los viejos y con su sueldo demacrado morfaba toda la familia: los padres y los cuatro hermanos. Después de todo,  pensó, no es tan terrible. Y él siempre sonriendo, excepto al levantarse en las madrugadas.

La escuela se perdió en el camino. Con las tripas rasgándole una baguala el pibe no podía estudiar. Y entonces el laburo. No era gran cosa pero le había tomado cariño. Veía pasar en la alborada a la gente que iba a trabajar (o a dormir), le agradaba ese olor a tinta y papel frescos que aspiraba de los paquetes de diarios mientras escudriñaba los colores de la aurora y percibía la fragancia de la tierra mojada por mil aguaceros. Siempre con esa sonrisa de pibe que no jode a nadie, que ama la vida.

El Tuerto le daba cinco mangos todos los días y el domingo siete. Laburaba desde las cuatro de la mañana hasta las doce. Ayudaba a armar los diarios y hacía el reparto en la barriada del Docke, mientras el sol lo tostaba en el verano y el viento le entumecía los dedos en esas madrugadas heladas hambrientas de cobija.
Volvía del reparto y salía a vueltear por las calles de Sarandí. Montaba en los colectivos ofreciendo Clarín o Crónica. A veces pifiaba el vuelto y se quedaba con algunas monedas para redondear el día. Y cuando el Tuerto se iba a la casa a tomar el desayuno, el pibe flanqueaba otras monedas de costeleta.

Regresaba del quiosco, comía y se echaba un rato. Luego de la siesta, una ducha. Más tarde, a jugar un partido con los muchachos. A la noche se iba con los amigos a la avenida Mitre, apuraban latitas de Quilmes, a veces lastraban pizza, un porrito por aquí, alguna joda por allá. Nada serio ni despampanante. Y a la Norma esa, la flaca que vivía con los viejos en Iguazú, que contemplaba con mirada glotona su contoneo voluptuoso proponiéndose culearla pa’que sepa qué lindo que es meternos juntos en la catrera y jadear, jadear, jadear. ¡Sí, qué lindo, mierda!

Se apuró. Caminaba solitario por Vicente López y dobló hacia Benedetti. Vio el auto que corría a su encuentro y el de los canas detrás. Escuchó algo acompañando la sirena: como cacofonías de petardos en año nuevo.

Estaba sentado, quieto, con la espalda apoyada contra el árbol. En la cara ese gesto cándido de estupor. Los ojos mansos y vidriosos  parecían contemplar la noche cerrada. A él, que tanto le gustaba hacerse los picaditos bajo el sol quemante del verano, o entrar en calor con las gambetas de las tardes invernales...
Y seguía sentado, quieto... Con la espalda apoyada contra el árbol.

Las agujas del reloj giraban sin pausa; y el Tuerto seguía esperándolo para armar los diarios del día y salir al reparto...

* Para los que no vivieron en aquellos años, el lenguaje de estos relatos era la lengua cotidiana de los argentinos: no la imito, simplemente la empleo..

8 comentarios:

  1. HOL ANDRÉS SIMPRE DESCUBRO EN TUS PERSONAJES SERES TAN REALES COMO ESTE JOVEN VENDEDOR DE DIARIOS LLENO DE ILUCIONES, DESDE LAS FACINACIONES PRIVADAS A LA REALIDAD DE TENER QUE AYUDAR A SU FAMILIA. Y LA OTRA REALIDAD, LA FATALIDAD DE UNA ÉPOCAS BRUTAL EN LA ARGENTINA. BIEN PODRÍA SER UN ENSAYO DE LA HISTORIA NUESTRA DE AQUELLOS TIEMPOS, A PESAR DEL LEGUAJE DEL PERSONAJE QUE BIEN USADO ESTÁ POR NO SER UNA PERSONA CULTA, TIENE EL RELATO UNAS CUANTAS IMÁGENES POÉTICAS COMO EJ.: ''La sonrisa inocente se le alineó en la cara en tanto la brisa cariñosa de la madrugada, abrigada por el silencio montaraz, le peinaba el pelo largo y ondeado '' BIEN PODRÍAN SER UTILIZADOS EN UN TEXTO POÉTICO O POEMA. ME GUSTÓ MUCHO. MARTA COMELLI. MI AFECTO.

    ResponderEliminar
  2. (...) le agradaba ese olor a tinta y papel frescos que aspiraba de los paquetes de diarios mientras escudriñaba los colores de la aurora y percibía la fragancia de la tierra mojada por mil aguaceros. Siempre con esa sonrisa de pibe que no jode a nadie, que ama la vida.

    Un hombre que ama la vida y percibe que pisa una tierra bañada por mil aguaceros; un joven de ojos mansos que mira la noche cerrada desde la muerte. Son algunas de la imágenes que crean una atmósfera poética que nos permite soportar el tremendo dolor que se recrea a lo largo de nuestra historia.

    Gracias Andrés, un placer.

    ResponderEliminar
  3. Escribir poéticamente desde el hambre, el hacinamiento, la desigualdad, los pequeñitos sueños, es literatura donde lo ficcional se hace sensibilidad y grito.
    Llega a las entrañas.
    Felicitaciones , Andrés y un abrazo.
    MARITA RAGOZZA

    ResponderEliminar
  4. Hola Profe. Andrés.
    La realidad no tiene fronteras. Como no la tiene "La sonrisa", con su personeje, los otros y los imaginados a medida que lo leo. Veo el Doque, y nunca lo ví mejor. Como perfilo el quiosco de enfrente y espío desde mi ventana al canillita moderno, con su celular en mano y haciendo palabras cruzadas. Diferente e igual. Éste junta para pagar la pensión para él y su padre, con nueva camiseta de fútbol, y ve cómo calotear monedas para otras zapatillas. "La sonrisa" hizo que sonriera y aprendiera algo más, como siempre. Gracias. Hermoso. Nostálgico. Real.
    Sonia

    ResponderEliminar
  5. Andrés este texto es para mí, emblématico y bellísimo. No puedo escribir con la soltura y la altura que merece el texto. Me alegro de que existan lectores con tanta solvencia literaria para que en cierta forma puedan expresar lo que no sabría decir con tanta certeza. Me fue un placer su lectura, su relectura... en tanto se instala en alguna parte de mi corazón literario.
    María

    ResponderEliminar
  6. Gracia Pibito , lo disfruté de pe a pa.
    Un relato al mas pero estilo realista, pero que nos saca una sonrisa y nos quedamos a veces con sentimientos encontrados.
    Me encantó , me ubiqué en el sitio y allí estuve , creo que el objetivo que aspira todo autor está ampliamente logrado .
    Te quiero , amigo. ABRAZO

    ResponderEliminar
  7. Como siempre el autor nos apaña en metáforas e imágenes y nos lleva por el texto en un paseo, a veces grato, a veces sufrido, todo como la vida misma reflejada con la sensibilidad de un gran escritor, un abrazo, Carlos Arturo Trinelli

    ResponderEliminar
  8. Hola Andrés!!!! Antes que nada quiero felicitarte por la cantidad de lectores que tenés!!!! Buenísimo!!!! Luego me enterneció mucho la huérfana "sonrisa" que queda flotando en el aire...cargado de tristeza...Un abrazo. Susana Macció

    ResponderEliminar