lunes, 29 de octubre de 2012

Andrés Aldao


EUGENIA - Por la causa

 

                                                                       Ahí estaré esperando una cita imposible                               
un encuentro que no se cumplirá.
                                                              Juan Carlos Onetti


¡No hay nada en común! – pensé aquel día en silencio –  . ¡No hay nada en común! De toda aquella gente que se perdió, me acordaba, también, y cuánto, de Eugenia. La Flaca Eugenia. Pasó un cuarto de siglo; y nunca supe su nombre verdadero.

Fue de las pocas pibas que se escurrieron por un pelito. Pero no sabía... En realidad no sabía nada. Porque había un algo que no me cerraba el círculo de la memoria. La imagen de Eugenia era una obsesión nostálgica, una testarudez que me quitaba el sueño en ciertas noches de insomnio. La retenía como una estampa lejana, algo esfumada. Entre disparos y rajes que fueron. Como la heroína fugaz de sueños que no olvidaba del todo. Como la borra de algo que fue un café, tumbada en el fondo de la taza, y allí dormitaba.O de una historia sin importancia.

Sucedió durante los primeros días en que llegué a Buenos Aires de visita, en la primavera de 2002. Caminando alucinado por una Corrientes extraña, maliciosa, y recorriendo las mesas de saldos de una librería de viejo,  me encontré con una mujer que llevaba lentes y me traía retintines de tiempos idos. Nos miramos sin saber exactamente qué pito teníamos en común. Seguí revolviendo la pila “tres libros x 5 pesos”, antigua adicción de lector que observa, recorre páginas, se deja seducir por tapas atractivas, va de mesa en mesa, revuelve todo y, finalmente, se mete en el bolsillo, satisfecho, un Saer. Como los pibes que se sentían cumplidos contemplando a los pollos al espiedo dar la vuelta de carnero en las antiguas rotiserías de Buenos Aires...
Volvimos a cruzar las miradas... ¿se trataba de un juego de la imaginación? Ahí me acordé: era un algo que que sólo existía y tenía un vínculo real con Eugenia. Resuelto, me acerqué.
–Perdoná... ¿vos no te llamás Norma…? ¿no sos la prima de Eugenia?
Se me quedó mirando en silencio.... –¿De dónde me conoce? –,  inquirió medio confusa la tipa de lentes.
– Síííí...ya sé, ahora te reconozco: sos Osvaldo... Ese nombre, Eugenia, hoy ya no significa nada –. Hizo una breve pausa –. Era el seudónimo de Alicia... Ustedes se encontraban a la entrada de algún cine y ella arreglaba asuntos con vos. A veces yo la acompañaba y los miraba de lejos. Luego la Flaca y yo nos metíamos en cines que ya no existen. ¡Mirá vos, te acordaste de mí! Qué triste que está Lavalle, ¿no?

Me fastidió el comentario boludo. hablándome de pavadas (a qué te dedicás... cuándo volviste... pensás quedarte... ¿terminaste la carrera?...  ¿te casaste?). De pronto la corté preguntándole:
–Decime, ¿qué se hizo de tu prima? ¿Vive en Buenos Aires? Te pregunto porque siempre andaban juntas. Quisiera encontrarme con Eugenia, o Alicia, me da lo mismo...¡no me importa el nombre!
      –Mirá, Alicia trabaja, sigue soltera; cambió muy poco...
No quiso darme el teléfono. Le dejé una cita para encontrarme con Eugenia en un bar de Corrientes y Carlos Pellegrini. Por favor, dale el recado...

Me acodé en una mesa del Café de la Ciudad, al lado de la ventana que da sobre Corrientes, en la esquina donde hace años estaba la sastrería “Los 49 Auténticos”. Devaneos de un melancólico sin proyectos.
Volutas de humo bordaban extrañas figuras en el bar. Las luces del techo titilaban y rebotaban en las pupilas. Encendí un cigarrillo; miraba la hora mientras vigilaba la puerta de entrada. Pedí una ginebra. Me la sirvieron como si fuera una bebida exótica: una copa pura pinta, hielo, una rodaja de limón montada sobre el borde, La imaginé como la silueta de una amazona liliputiense cabalgando en círculo alrededor de la copa.
Revoleando los ojos esperaba su llegada, impaciente, curioso. No tenía idea de lo que iba a suceder. Pero estaba seguro de que algo ocurriría. Al rato me pareció verla: Sí, debe ser Eugenia. La mujer se deslizaba entre las mesas mientras sus ojos daban la sensación de que lo buscaba. Tenía puesto un vestido azul ceñido a su espléndida figura, las sandalias negras de taco alto que resaltaban la blancura de sus piernas torneadas, casi perfectas. La cintura arqueada en un trazo elíptico hacia las caderas, los pechos levantados esfumándose en una brusca curva hasta fundirse en la delicada redondez de los hombros. El cuello suave y su cara monjil, hasta ascética, la frente con un pliegue algo candoroso ensamblado en el pelo gris cortado casi al ras. Curiosa afinidad con la Bergman de ¿Por quién doblan las campanas?
 Es Eugenia, pensó. Asombrado, la observaba. Parecía una adulta encofrada en un cuerpo adolescente, con el cabello pincelado de un gris que atrapaba la atención de la gente del bar. Me levanté disponiéndose a recibirla... La mujer  pasó de largo, se detuvo ante otra mesa y se abrazó con un tipo desconocido. Menos mal que no se me ocurrió, ingenuo y delirante, dirigirle la palabra. Me sentía imbécil, un gil total... Como la cascarilla de un forúnculo, se me fue desprendiendo la nostalgia..

Rabioso, recuperé anécdotas de aquellos tiempos. Yo no iba a renunciar al pasado. Claro que no... A pesar de que no todo era impoluto, rescatable, digno de figurar en el panteón de las proezas. Evoqué a la pendejada que se incorporaba a las orgas, la selección de la gente que pecaba, por lo común, de trivialidad y ligereza. Y la disciplina, un mito descomedido.  El sueño de aventuras, los íconos, los relatos de proezas heroicas del Vietcong, las hazañas del grupo de barbudos en la sierra...
Algunas de las que fueron pibas, como Eugenia, formaron parte de aquella realidad. Las evocaciones me parecieron una especie de efemérides melancólicas; páginas en colores del Billiken de la niñez.

No tengo a quien esperar. No tenemos nada en común, deduje resignado, excepto recuerdos dispersos. Ahora somos adultos, viejos, y lo otro fue historia. Cerré el círculo y mandé todo a la mierda. Dejé el dinero de la consumición y le eché una mirada rabiosa a la mujer de la otra mesa. Despechado sin causa...
Me levanté y salí del bar.
Iba rumiando la conversación que tuve con la prima de Eugenia... No tenía tiempo para conjeturas y, además, estuve prendado de Eugenia. Aunque jamás me animé a decírselo.  y pesar del temor, la alienación y el peligro de aquella época, no dejábamos de enamorarnos e imaginar romances que sólo existieron en nuestra fantasía de la desesperación, o de la soledad. Luego, la desbandada...

Nunca más volví a saber de Eugenia. Hasta ese día, todo fue como un sueño fragmentado; un anhelo que quedó trunco. Ya no no tengo ánimo para filosofar ni para replantearme cosas., mierda.

Caminaba por Corrientes con las manos en los bolsillos del lompa murmurando, neurótico y desfasado, ¡esa es historia antigua! ¡Para qué pierdo el tiempo, carajo! Y mientras me picaneaban aguijones en el ombligo repetía, de mal humor, Eugenia, Norma... ¡No hay nada en común!... ... ¡No hay nada en común!... Me perdí entre el gentío como había perdido el pasado...   
 


12 comentarios:

  1. Muy bien contado, buen clima, muy buena sensación.
    Un final nostálgico y bello. Una persona que conozco dice que siempre se busca la llave que se perdió, dónde hay más luz... Seguramente un hombro tuyo chócó contra Eugenia... Tal vez hasta esté leyendo esto, tal vez este comentario es como si lo escribiera Alicia.
    María

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  2. Este es mi primer comentario Pibito . Capitán de mil barcos . Te leo con respeto , con admiración y con dolor.
    En tus relatos siempre se conjuga el poeta con el periodista .
    Yo también mi capitán , me salvé por un pelito -
    Un fuerte abrazo.

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  3. Maestro! Además del manejo del relato, que conocés tan bien, sabés extraer esas cosas que calan hondo. ¿A cuántos nos desengañó el tiempo? ¿Cuántas cosas ponemos en las Eugenias que se pierden, se desgastan? Digno de un buen cortometraje

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  4. Casi que lo han dicho todo. Tu mano Andrés dispone la vida en las palabras, aquí no hay verso y por eso se lee con atención, con respeto, se sabe que hay una verdad que sale, que brota como la sangre misma.
    Gracias por escribir de este modo.

    Lily Chavez

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  5. Las imágenes del pasado que vuelven, siempre vuelven y son cada vez más hermosas...Relato que rescata con amor e implícita amargura la memoria de los que se han ido o simplemente existen en otro universo, paralelo e inalcanzable: el mundo de nuestra juventud "que se fue para no volver".

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  6. Después de lo dicho por quienes me preceden, no tengo más que decir. Claro que sería lindo filmarlo. Aldao fotografía atmósferas de Buenos Aires y el alma de sus personajes y no es fácil hacer eso así, porque además fotografía su propia alma. Desafía el tiempo y la distancia y se mira hasta en las baldosas de las veredas de Corrientes -la de él y la distinta- Y pensar que hay tanto gil (para emplear el lenguaje de su preferencia) que se tragó el globo de encuentros de otro tipo con el mundo y quedó globalizado y sin reconocer siquiera las baldosas de su patio.
    Cristina Pailos

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  7. En un logrado y enternecedor relato, el autor muestra un personaje que quiere y teme a la vez encontrarse con un pasado que no le pertenece.
    "Por favor, dale el recado..." "¡No hay nada en común!...¡No hay nada en común!..." "y nunca supe su nombre verdadero.",y la peladita que se enamoró del guerrillero y se preguntó por quién doblaban las campanas. A mi entender, son las frases que articulan la narración. Osvaldo se confronta con la realidad,y se PIERDE en el gentío.
    Grecias Andrés, un placer

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  8. Ay, Capi Andy Dandy, esos encuentros en la calle Corrientes... qué recuerdos!!! Insisto: tu don, tu magia y tu buen decir se basan en un enorme secreto; la fluidez. Un abrazo memorioso, Lina

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    1. Agradezco todos los comentarios sin distinción. Pero debo resaltar a una de las comentaristas que en su momento fue un apoyo muy grande para mis primeros balbuceos "esscritoriles": Lina, mi Madrina Rioplatense

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  9. Es que por más que uno mismo no lo vea, el talento brilla a través de los poros, Capi. Un abrazo esplendoroso. Lina

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  10. En el último renglón anida toda una filosofía ¿perder el pasado? pareciera imposible y sin embargo, a veces, necesario. Interesante relato con la suficiente tensión narrativa para mantener el interés del lector, un abrazo, Carlos Arturo Trinelli

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  11. Las personas pasan por nuestro tiempo ( ¿ o es el tiempo el que transita por ellas?. Hay muchas vidas y muertes en una sola existencia hasta el ultimo camino. La memoria las reconstruye.
    Y la literatura, como este cuento,revela mejor lo filosófico y lo hace evidente, por la magia que le impregna el autor.
    Eugenia fue, es y será como se la recuerde.
    Intenso, Andrés.
    Felicitaciones y saludos.
    MARITA RAGOZZA

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