domingo, 28 de noviembre de 2010

Roberto Arlt


DEL QUE NO SE CASA

Yo me hubiera casado. Antes sí, pero ahora no. ¿Quién es el audaz que se casa con las cosas como están hoy?
Yo hace ocho años que estoy de novio. No me parece mal, porque uno antes de casarse "debe conocerse" o conocer al otro, mejor dicho, que el conocerse uno no tiene importancia, y conocer al otro, para embromarlo, sí vale.
Mi suegra, o mi futura suegra, me mira y gruñe, cada vez que me ve. Y si yo le sonrío me muestra los dientes como un mastín. Cuando está de buen humor lo que hace es negarme el saludo o hacer que no distingue la mano que le extiendo al saludarla, y eso que para ver lo que no le importa tiene una mirada agudísima.
A los dos años de estar de novio, tanto "ella" como yo nos acordamos que para casarse se necesita empleo, y si no empleo, cuando menos trabajar con capital propio o ajeno.
Empecé a buscar empleo. Puede calcularse un término medio de dos años la busca de empleo. Si tiene suerte, usted se coloca al año y medio, y si anda en la mala, nunca. A todo esto, mi novia y la madre andaban a la greña. Es curioso: una, contra usted, y la otra, a su favor, siempre tiran a lo mismo. Mi novia me decía:
-Vos tenés razón, pero ¿cuándo nos casamos, querido?
Mi suegra, en cambio:
-Usted no tiene razón de protestar, de manera que haga el favor de decirme cuándo se puede casar.
Yo, miraba. Es extraordinariamente curiosa la mirada del hombre que está entre una furia amable y otra rabiosa. Se me ocurre que Carlitos Chaplín nació de la conjunción de dos miradas así. E1 estaría sentado en un banquito, la suegra por un lado lo miraba con fobia, por el otro la novia con pasión, y nació Charles, el de la dolorosa sonrisa torcida.
Le dije a mi suegra (para mí una futura suegra está en su peor fase durante el noviazgo), sonriendo con melancolía y resignación, que cuando consiguiera empleo me casaba y un buen día consigo un puesto, ¡qué puesto ... ! ¡ciento cincuenta pesos!
Casarse con ciento cincuenta pesos significa nada menos que ponerse una soga al cuello. Reconocerán ustedes con justísima razón, aplacé el matrimonio hasta que me ascendieran. Mi novia movió la cabeza aceptando mis razonamientos (cuando son novias, las mujeres pasan por un fenómeno curioso, aceptan todos los razonamientos; cuando se casan el fenómeno se invierte, somos los hombres los que tenemos que aceptar sus razonamientos). Ella aceptó y yo tuve el orgullo de afirmar que mi novia era inteligente.
Me ascendieron a doscientos pesos. Cierto es que doscientos pesos son más que ciento cincuenta, pero el día que me ascendieron descubrí que con un poco de paciencia se podía esperar otro ascenso más, y pasaron dos años. Mi novia puso cara de "piola", y entonces con gesto digno de un héroe hice cuentas. Cuentas. claras y más largas que las cuentas griegas que, según me han dicho, eran interminables. Le demostré con el lápiz en una mano, el catálogo de los muebles en otra y un presupuesto de Longobardi encima de la mesa, que era imposible todo casorio sin un sueldo mínimo de trescientos pesos, cuando menos, doscientos cincuenta. Casándose con doscientos cincuenta había que invitar con masas podridas a los amigos.
Mi futura suegra escupía veneno. Sus ímpetus llevaban un ritmo mental sumamente curioso, pues oscilaban entre el homicidio compuesto y el asesinato simple. Al mismo tiempo que me sonreía con las mandíbulas, me daba puñaladas con los ojos. Yo la miraba con la tierna mirada de un borracho consuetudinario que espera "morir por su ideal". Mi novia, pobrecita, inclinaba la cabeza meditando en las broncas intestinas, esas verdaderas batallas de conceptos forajidos que se largan cuando el damnificado se encuentra ausente.
Al final se impuso el criterio del aumento. Mi suegra estuvo una semana en que se moría y no se moría; luego resolvió martirizar a sus prójimos durante un tiempo más y no se murió. Al contrario, parecía veinte años más joven que cuando la conociera. Manifestó deseos de hacer un contrato treintanario por la casa que ocupaba, propósito que me espeluznó. Dijo algo entre dientes que me sonó a esto: "Le llevaré flores". Me imagino que su antojo de llevarme flores no llegaría hasta la Chacarita. En fin, a todas luces mi futura suegra reveló la intención de vivir hasta el día que me aumentaran el sueldo a mil pesos.
Llegó el otro aumento. Es decir, el aumento de setenta y cinco pesos.
Mi suegra me dijo en un tono que se podía conceptuar de irónico si no fuera agresivo y amenazador:
-Supongo que no tendrá intención de esperar otro aumento.
Y cuando le iba a contestar estalló la revolución.
Casarse bajo un régimen revolucionario sería demostrar hasta la evidencia que se está loco. O cuando menos que se tienen alteradas las facultades mentales.
Yo no me caso. Hoy se lo he dicho:
-No, señora, no me caso. Esperemos que el gobierno convoque a elecciones y a que resuelva si se reforma la constitución o no. Una vez que el Congreso esté constituido y que todas las instituciones marchen como deben yo no pondré ningún inconveniente al cumplimiento de mis compromisos. Pero hasta tanto el Gobierno Provisional no entregue el poder al Pueblo Soberano, yo tampoco entregaré mi libertad. Además que pueden dejarme cesante. ■
Fuente: ARLT, ROBERTO, Aguafuertes porteñas. Buenos Aires, Futuro, 1950 (págs. 160-162)

8 comentarios:

  1. INTERESANTISIMO TEXTO, PROPIO DE ARLT.
    LO DISFRUTE

    EDGAR BUSTOS

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  2. Me parece que son todos pretextos. Me hizo reir pero tengo una amiga que también lleva ocho años de noviazgo y el novio siempre tiene un pretexto. A él también su suegra lo mira de mala manera. Arlt, un grande no hace falta decirlo

    Andrea Casas

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  3. Arlt... Roberto Godofredo Arlt, una de las dos más grandes plumas Rioplatenses. Silvio Astier con su juguete rabioso; Remo Erdosain, el Astrólogo, el Hombre que vio a la Partera; Ergueta, el de "Rajá turrito, rajá", casado con Hipólita la Coja, Haffner, el Rufián Melancólico, los hermanos Espina. El genial autodidacta... y no "el genial analfabeto" como le escribió 'en broma' Abelardo Castillo.
    Junto a Juan Carlos Onetti, el grande oriental, fundaron la literatura y la novelística de las dos orillas.
    Recuerdo la primera lectura de Los Siete Locos y Los Lanzallamas, en 1950, durante mi primera licencia del servicio militar en Plaza Huincul. La lectura me hipnotizó, me embelesó; y luego leí sus cuentos, novelas (el Amor Brujo, El jorobadito y sus Aguafuertes, etc,).

    Dejó una escuela y estilo inexpugnables, sin academicismos. Su escritura y talento fueron un cross a la mandíbula de los finolis, y dios y el diablo le dictaron inefables palabras, despertaron la genialidad de su prosa y sus ideas.

    el editor

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  4. Mordaz e irónico Arlt dejó sus aguafuertes como vívido testimonio de un Buenos Aires que se fue, Carlos Arturo Trinelli

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  5. Divertido, real, irónico, me gustó mucho.

    María Emilia Guzmán

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  6. Andrés: EXCELENTE !!!, Arlt es uno de mis favoritos. Un abrazo,

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  7. Muy buena esta publicación, si, la verdad es que es magnífico, se lo disfruta, tiene de todo un poco y mucho de realidad....
    Felicito por la publicación

    Lily Chavez

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  8. Deleite siempre nuevo leer las Aguafuertes de Arlt, quien no deja de ser un gran literato cunado escibe como cronista. Siempre haciendo gala de un humor caústico logra retratar aspectos de la vida porteña y de sus personajes, que creo no quedaron en el pasado, en su esencia, permanecen. Todas sus Aguafuertes tienen un graficismo original.

    MARITA RAGOZZA

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