viernes, 19 de noviembre de 2010




Carlos Arturo Trinelli

De Mujeres . IV


1. La vida es una sumatoria de aserciones que nos van convirtiendo en necios. Sabía que mi vida no era nueva por la sencilla razón que yo soy mi vida pero estaba contento porque por primera vez intentaba que fuera distinta. Me alentaba pensar que el verdadero desarrollo de lo diferente comenzaría cuando consiguiera afincarme en un sitio.
     Llevaba una semana solo y no extrañaba el trabajo ni la guía de pitonisa decadente de mi ex esposa menos aún sus redondeces flácidas y la trampa del sexo conciliador.. Era yo bajo el mismo cielo y con la ilusión intacta. Era yo con una sombra nueva que era mi sombra y no la del agobio marital.
     Llegué a Bariloche con un sol opaco en un noviembre que se extinguía. Luego de estacionar el auto a unas cuadras del centro bajé por esas calles empinadas para hacer una recorrida en búsqueda de un alojamiento. Caminé en dirección contraria al Centro Cívico. En una de esas calles encontré un residencial de aspecto modesto llamado Tuzla. Iba a entrar y me detuve a leer un cartel pegado en la puerta: SE NECESITA EMPLEADO PARA TURNO NOCHE y cambié la intención de pasajero a la de postulante.
     En el mostrador de recepción un hombre de mi edad dibujó una sonrisa de circunstancia.
-Buenas tardes, dije y con firmeza agregué:-vengo por el aviso en el cartel.
     El hombre mudó la sonrisa por el gesto clásico del ortiva que se siente superior y dijo con un acento raro:-Espere un segundo allí, e indicó unos sillones raídos ubicados en un espacio que apenas los contenía. No me hubiera sentado a no ser que no había lugar para permanecer parado en aquel rectángulo. Observé como el ortiva simuló hacer algo antes de alzar el tubo de un teléfono y marcar unos pocos números.
     Al rato, una puerta corrediza cedió al impulso de una mujer. Una mujer rubia, madura y con lentes de armazón negro que resaltaban como un antifaz veneciano.
-Pase por favor, ordenó con la distancia propia de los acostumbrados a mandar.
     Entré en un salón comedor vacío a excepción de nosotros. Se presentó:-Jelena., no sé cuanto vic me pareció entender el final.
-Enrique Lotriski, dije y nos dimos la mano con firmeza.
     Sobre la mesa había una carpeta, la abrió y extrajo una fórmula impresa en una fotocopia borrosa. Los senos apretados y no del todo contenidos emergían de una blusa blanca desprendida en exceso y se me ocurrió que la exhibición no era adrede sino producto del uso de una prenda de talle inferior.
     Comenzó un interrogatorio distante como cuando uno entra en una comisaría a denunciar un choque de autos. Sin mirarme y con un castellano arrastrado que me conturbaba realizó las preguntas de forma. Aclaré en el item domicilio los por qué de no poseerlo. Entonces abandonó el aire circunspecto, depositó las gafas sobre la mesa y con los ojos azules como peces que chocaban con las paredes de un acuario dijo:-Trataré de ayudarlo, señor...
-Enrique.
     Nunca recordamos con exactitud los nombres oídos por puro formalismo.
-Es importante el tema de su religión, agregó y no entendí
-¿Es usted católico?
     En realidad lo era pero no estaba demasiado seguro y tampoco lo estaba de ser apóstata. Siguió:- Sería mejor que si lo es no lo manifestemos y en el renglón correspondiente escribió algo que no comprendí, me miró y dijo:-No practica ninguna y agregó de manera enigmática,-el que decide es mi esposo.
     Me animé con la complicidad y la miré directo a los ojos que ahora estaban de nuevo detrás de los lentes e improvisé un discurso conciliador. Necesitaba el trabajo y más que el salario me importaba una habitación y la comida. Volvió a quitarse las gafas y adelantó sus pechos sobre la mesa para decir:-No depende de mi señor Enrique, y me di cuenta que ahora no recordaba mi apellido,-pero intentaré lo mejor.
-Dada su buena voluntad Elena...
-Jelena, corrigió.
-Jelena, me atrevo a pedirle una habitación por al menos el tiempo que tarden en resolver la vacante.
     Asintió y nos incorporamos.
-Sigame.
     La miré de atrás y terminé de confirmar que las prendas que vestía eran un talle menor. La pollera tubo parecía a punto de estallar y del talle ajustado en la cintura se desparramaban rollos de carne. Nada criticable en una mujer de mi edad que intentaba realzar sus éxitos pasados.. Se detuvo ante la puerta corrediza a tiempo para que yo abandonara la mirada sobre el culo y las piernas de gemelos redondos combadas como las de un futbolista.
-¿Usted trajo vehículo?
     Le respondí que lo había dejado estacionado bastante lejos y me explicó donde guardarlo e ingresar al hotel. Después ordenó al hombre de la recepción:-Ratko, el señor se queda dos días, muéstrele la 32.
     Me miró y esbozó una sonrisa que le formaron hoyuelos y se despidió con un estilo marcial.
-Gracias por todo, dije por decir algo.
     Ratko parecía desorientado por mi cambio de status.
-Venga por aquí, dijo solícito y agregó,-por favor.
     Comenzamos a subir una escalera con baranda de madera y escalones cubiertos por una alfombra gastada. El Tuzla era un laberinto vacilante en cada uno de sus pisos que parecían dos pero eran tres. El engaño quizá radicaba en la inclinación del terreno.
     El hombre me enseñó la habitación. Una cama, una silla, una mesa de noche, una estufa, un espejo con Ratko de perfil y yo en primer plano y una estructura metálica y rectangular cubierta con una tela plástica con cierre que oficiaba de ropero. El baño no tenía bidé y el lavatorio era minúsculo.
     Ratko preguntó:-¿Se queda?
     Me encogí de hombros y respondí de manera pragmática:-Al menos dos días.
     Descendimos y presté atención a detalles como referencias para volver y hallar mi habitación.
     Abajo llené un libro de pasajeros y Ratko me informó el precio, con la salvedad de que la señora podía disponer otro más económico, y los horarios del comedor.

     Cuando bajé para el primer turno de la cena era el único comensal, para mi sorpresa el mozo era Ratko y comprendí que tenía chances de conseguir el trabajo.
     No había mucho para elegir porque era un menú único, entrada, sopa de remolachas, plato, costillitas de cerdo con puré de manzana, postre, cheese cake, té de anís para cerrar. La bebida era aparte y pedí una botella de vino tinto que Ratko rotuló con mi número de habitación.
     Cuando me trajo la adición para que la firmara le pregunté qué clase de nombre era Ratko y él contestó que era un nombre serbio que significaba guerrero. De pronto apareció Jelena y Ratko se retiró con una imperceptible reverencia.
-¿Estuvo todo de su agrado?
-Desde ya, respondí desde la incómoda posición de sentado y ella parada.
-¿No quiere sentarse?
-Bueno, gracias, dijo y alzó la mano, chasqueó los dedos y el cansado Ratko acudió a la mesa.
-¿Qué desea beber? Invita la casa.
-Un güisqui con un solo cubo.
-Yo lo de siempre.
     Ratko regresó con los vasos.
-Este es un emprendimiento serbio, dijo Jelena después del primer trago y agregó,-somos inmigrantes de Tuzla y somos musulmanes.
     Como yo no dije nada, continuó:-Ganamos la guerra, mi esposo fue un héroe, el mismo Ratko lo fue pero vino la política, las persecuciones y debimos escapar.
     Un gigante rubio hizo su aparición desde la cocina, tenía puesto un delantal blanco. Una cicatriz le surcaba la cara desde la cabeza rapada. Se acercó y sin mirarme le habló a Jelena en otro idioma que supuse el serbio.
     Ella me miró y dijo:-Él es Alexandar nuestro cocinero, el hombre entonces se fijó en mí.
     Yo dije:-Encantado, pero el gigante ya se había ido por la misma puerta de la que había salido hacía un instante.
-Me tengo que retirar Enrique, mi esposo me necesita, no se levante, que disfrute su bebida, buenas noches.
     Tomó su vaso y se retiró con su culo ajustado. Apuré mi güisqui y subí a mi habitación.
     Cuando entré tuve la sensación de que alguien había estado allí. Es difícil de explicar y en eso los chinos, dueños del adagio no podrás explicar lo que no sabes, tienen razón. Un libro fuera de lugar en la mesa de noche, el difuso recuerdo del bolso en una posición sobre la silla, el cierre algo bajo del ropero de tela, sí, alguien había revisado mis cosas. ¿El gigante Alexandar? Tal vez el resultado de su búsqueda fue el informe a Jelena quien me había retenido en el comedor. Tal vez estaba equivocado pero me prometí prestar atención a los detalles. Por las dudas y luego de cerrar con llave, acerqué la silla contra la puerta.

* * * * *

2. En la mañana bajé para desayunar, Ratko estaba en la recepción, leía un libro sobre estrategias de ajedrez. Nunca lo hubiera sabido si él no me lo decía. El comedor estaba otra vez vacío, una gorda con aspecto de matrona de historieta se acercó para atenderme. Le pedí café y me sirvió té con leche, quise dos facturas y debí contentarme con tostadas.
     Volví a cruzarme con Ratko que salía, en la recepción Jelena, sin arreglos, lucía grande. Le pregunté por la falta de pasajeros en el hotel y me respondió que estarían completos a partir de diciembre y hasta marzo del año entrante y que debido a ello es que tomarían dos o tres personas, una para la recepción y dos para la cocina para ayudar a Alexandar y su madre Ilenka (la gorda que me había servido el desayuno).
     Animado por la confianza pregunté:-¿Cuándo voy a conocer a su marido?
     Noté que un estremecimiento le hizo erguir los senos y en el semblante se encaramaron nítidos los signos del abatimiento.
-Mi marido está enfermo y es discapacitado, pocas veces baja al hotel.
-¿Baja?
-Vivimos arriba de las cocheras.
     El momento fue incómodo para los dos, ella comenzó a ordenar papeles y me di cuenta que el diálogo estaba cerrado. Saludé y me fui con la idea de dar un paseo por el centro.
     En la plaza que rodea a la catedral lo vi a Ratko sentado en un banco. Me acerqué y recién parado delante de él alzó la vista del libro:-Hola, dijo y señaló el banco para que me sentara.
     Comenzó a contarme su pasión por el ajedrez, campeón infantil, juvenil y del ejército. En Bariloche había ganado un torneo importante y agregó que usaba a Alexandar para entrenarse. Amparado en el buen humor de Ratko le pregunté:-¿ Fue dura la guerra?
-¿Dura? No, uno hace lo que debe hacer para sobrevivir y eso lo acerca más a la condición humana, le da sentido a la vida.
     Nos quedamos en silencio con el sol perpendicular sobre nosotros. Al frente el lago Nahuel Huapi de un azul intenso parecía inmóvil hasta el horizonte enmarcado por cordones montañosos.
-¿Usted conoce al marido de Jelena?
-¡Cómo no voy a conocer al coronel! Peleamos juntos. El quedó disminuido físicamente pero conserva la dignidad.
-¿Jelena también fue militar?
     Me miró, el sol le hizo encoger los párpados y dijo:-No, con una mueca de desdén
     Luego de un instante y como si se hubiera arrepentido agregó condescendiente:
-¿Usted juega al ajedrez?
-Conozco el juego pero nunca fui campeón.
-Vamos para el Tuzla, dijo y agregó,-es la hora de la comida.

     Almorcé en el comedor desierto, el encargado de servirme fue Alexandar. Cuando me iba Ratko salió de la cocina y me hizo una seña para que lo siga
     Salimos por la puerta que daba al patio de las cocheras y comprobé que encima del portón de entrada y sostenida en la estructura de metal que rodeaba el pabellón de las cocheras,  se alzaba la casa en donde vivían Jelena y su marido. Subimos una escalera caracol y nos enfrentamos con la puerta de otra vivienda. Una construcción modesta que se extendía frente a la casa principal. Ratko abrió y entramos. Me sobresalté al ver al gigante Alexandar de espaldas y oir que la puerta se cerraba tras de mi. Transcurrió ese momento viscoso en que se desarrollan los destinos. Alexandar volteó su cuerpo de lado y lo primero que vi fue el tablero de ajedrez sobre una mesa con los trebejos formados en reposo.
-Vamos a ver como juega usted, anunció Ratko con una media sonrisa.
     Hablaron entre ellos en su idioma y Ratko me ubicó del lado de las blancas. Terminé de comprobar que el anfitrión vivía como un asceta, como uno supone que vive un jugador de ajedrez.
     Allí estaban las 32 piezas, los 64 cuadrados a dominar. Sabía que no iba a poder realizar más de tres movimientos en perspectiva después de intentar mi apertura siciliana dada la ventaja de jugar con las blancas.
     Alexandar me miraba fijo y su cicatriz parecía endurecerse  pero no me intimidaba supuse que era su manera de cavilar y en su respuesta a mi apertura comprobé que era un aficionado como yo y recordé que es en el juego de aficionados donde se producen incesantes desaciertos y el que mejor exploté los del adversario es por regla general el ganador.
     El juego está más allá de la inteligencia humana. Es un juego imposible de dominar si consideramos los casi 300 billones de posibilidades para el cuarto movimiento.
     Intenté hacerme fuerte en el centro del tablero. Los caballos delante del rey y de la reina apoyaban mi intención detrás de los peones adelantados en diagonal. Despejé la salida del alfil de la reina con la idea de realizar una expedición punitiva. Alexandar alistó una de sus torres y puso al descubierto su reina para hacerlos avanzar juntos. Ratko observaba neutral.
     Conseguí dar un jaque adelantando mi caballo de la reina y obligué al rey negro a cambiar de posición. Me distraje en el intento de ubicar mi reina, protegida por su alfil y asestar un vergonzoso mate pero el juego de pinzas de torre y reina de mi rival desarticuló mi defensa y el final se hizo inminente..
     El ajedrez es autónomo, no hay variables ni a quién culpar, en menos de cuarenta minutos entregué mi rey. Alexandar me ofreció su mano y dijo, según la traducción de Ratko, que me permitiría conservar las blancas para la revancha.
     Volví a perder pero conseguí batallar un poco más al provocar un cambio de piezas que hizo dudar a mi rival.
     Antes de la tercer partida hicimos un recreo para beber té y Ratko realizó comentarios didácticos en los dos idiomas.
     Para la tercer partida pedí las negras a pesar de la desaprobación de Ratko. Yo estaba empecinado, a nadie le gusta perder y menos acostumbrarse. La realidad me llevó a abandonar ante un contrincante que había logrado precisar sus movimientos.
     Ratko ocupó mi lugar y consiguió demostrar el abismo que separa al experto del aficionado. Luego me ofreció jugar una partida educativa que decliné por hallarme embotado.
     Regresé a mi habitación. Tenía un plan que no se refería al ajedrez.

     Después de la cena consulté con Ratko en la recepción cómo  debía hacer para usar el auto y regresar tarde. Buscó en un cajón y me dio la llave de la puerta principal de las cocheras.
     Me fui en el auto, lo estacioné a unas cuadras y regresé a pie. Un viento frío soplaba desde el oeste y daba de pleno en mi cara. Volví a ingresar por donde había salido y con sigilo comencé a subir la escalera de la casa de Jelena. En cada escalón hacia una pausa alerta a los ruidos. La noche estaba fría. La ventana interna de la casa recortaba un rectángulo de luz sobre el piso de cemento del garage. Caminé por la cornisa de metal con la espalda pegada a la pared. Cuando llegué a la ventana me asomé y vi a Jelena desnuda, con un brazo cruzado sobre los pechos y con el otro extendido  reposaba la mano sobre su sexo como si hubiera atrapado un pájaro. Lo sorprendente era un torso humano, ( no era más que eso, un torso con cabeza), que daba vuelta alrededor de ella en una silla de ruedas y que supuse no era otro que el famoso coronel. Cuando enfrentó la ventana comprobé que el torso poseía un brazo con el que maniobraba la silla. La cara era una máscara arrugada de piel que trajo a mi memoria el recuerdo de la nata en el café con leche de mi niñez. Una arcada involuntaria casi me hace perder equilibrio y uno de mis pies retumbó con fuerza sobre la cornisa metálica. La ventana se abrió y Jelena se asomó desnuda, sus ojos siguieron claros a pesar de la noche que nos envolvía, dijo algo en serbio y volvió a entrar.

     Al día siguiente, cuando bajé a desayunar, Jelena estaba en el comedor y se sentó a mi mesa. No esperó que nos atendieran para decir:-Señor Enrique mi esposo y yo hemos decidido no contratarlo.
     Me encogí de hombros y sacudí mi cabeza. Ella agregó:-Pero le invitamos su estadía en el Tuzla y le rogamos que desocupe la habitación.
     Era una especie de despido con indemnización, una fantasía como si el Tuzla y sus personajes no existieran.
     Alexandar se acercó a la mesa, Jelena le habló en serbio y el hombre se retiró.
-Café y dos facturas ¿no? Me dijo con sus ojos de un azul desangelado fijos en mi. Asentí y la recordé desnuda y humillada por el pedazo vivo que quedaba de su marido. Se incorporó, extendió la mano con firmeza y con los párpados en fuga de los anteojos me señaló un papel sobre la mesa. De modo sobre actuado apoyé mis palmas en la mesa para incorporarme, tomé el papel con la mano izquierda y con la otra aferré la suya. Desapareció del comedor ajustada como siempre en el momento en que Alexandar salía de la cocina con mi desayuno.
     Como si fuera un turista que acababa su estadía, me despedí de la gorda Ilenka y su hijo. Ratko me acompañó para abrir la puerta de las cocheras. En el trayecto y con la cortesía de un zafio me dijo:-Si usted se lo propusiera podría ser un buen jugador de ajedrez.
-Gracias, le dije, entre halagado y confundido.
     Al salir me pareció ver la cabeza amorfa del coronel en la ventana.
     En la nota, Jelena me había citado en la capilla del cerro Catedral. Llegué con antelación y tardé bastante en ubicar la iglesia. Hice como me lo sugería en el papel, dejé el auto y subí por la calle empinada a pie. La capilla estaba enclavada en una loma desde donde se dominaban los cuatro puntos cardinales. Estaba cerrada, me senté en un banco del sendero de entrada. La tarde era diáfana y fresca. El silencio quieto apenas se modificó con el ruido de pisadas en la calle enripiada. Era ella sin sus gafas. El cabello rubio cargado de resplandores semejaba un sol sobre el cielo de sus ojos. Llevaba una campera corta de cuero entallada sobre un vestido amplio de tela liviana. Se sentó con una sonrisa y ubicó un beso suave sobre un sitio fronterizo entre mi pómulo y mi boca. Como presa de un hechizo que le acotara los tiempos comenzó a hablar con la voz aguda de Lady Macbeth en la opera de Verdi.
     Vuk Goran, el coronel, la había sometido y salvado de correr la suerte de la mayoría de las mujeres católicas en el pueblo invadido por los musulmanes: violación, tortura y muerte
     Ella pudo abandonarlo cuando él convaleció de las heridas producidas por una mina personal. No se atrevió a enfrentar la realidad y tuvo suerte que él sobreviviera y con él la autoridad que emanaba convencido de la misión que debía cumplir, la limpieza étnica.
     Lo acompañó en la huída cuando se lo buscaba para juzgarlo como criminal de guerra y ahora, con cincuenta años intuía un futuro que estaba cerca ( dijo muy cerca).
     La tarde se apagaba y la abracé, entró mansa en mis brazos pero me apartó la cara cuando quise besarla.
-En poco tiempo no habrá más coronel o lo que de él queda, sentenció de manera despreocupada.
     Supe o mejor, tuve la certeza que Jelena condensaba la astucia de género de Scherezade, Cleopatra, Margaretha Zelle...Lo que siguió después fue la hondura de sus besos que nos llevó a incorporarnos para ganar el disimulo de las sombras en la entrada de la capilla.
     Como una novia de los años sesenta rechazaba mis manos bajo el vestido. La situación se colmó de torpezas y ella me masturbó por sobre el pantalón mientras permitía que le acariciara los senos, Siempre con los ojos de cielo clavados en mi con un brillo de soberbia que la distanciaba en su actuación y entonces comprendí que era la dueña de su futuro.

6 comentarios:

  1. Esta historia que el autor llama de une serie de " Mujeres " siendo la primera que leo , es como el juego de las cajas chinas: varias historias a medida que se avanza en la lectura, y mechadas con interpretaciones filosóficas que proporciona la vida . El final interpretando el pensamiento de Jelena, yo creo como mujer que no la acierta. Me entretuve muchísimo. Bravo,Carlos.
    MARITA RAGOZZA

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  2. Bien Trinelli, lo acierte o no señora Marita, la narrativa de este autor entretiene y mantiene en vilo, hay que estar atento para ver con qué sale. Me parecieron largos, pero estupendos.

    Lalo Ledesma

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  3. La narración impecable, la historia creíble y entretenida y diversa. Los trebejos, apertura siciliana; la guerra y los serbios, un hotel rasposo apropiado para Enrique Lotrizki (antológico personaje de Trinelli), y una fémina distinta... Veremos que nueva protagonista nos presenta CAT en su próximo capítulo. Y lectores, sobrepónganse a la extensión: una vez que arranquen no podrán frenar la lectura. Abrazoz,
    Andrés

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  4. "Tengo una camisa blanca una talla inferior que no me pongo precisamente para que gente como el narrador no piense que es adrede el exhibicionismo", ja ja. Me divierto tanto con tu escritura querido Arturo, tal vez porque como digo siempre hay mucho de vos en ella, muchísimo, fino el hilo que separa el narrador de ese ser que sos y yo tengo muchísimo aprecio por ambos. Muy bueno lo tuyo y me encanta por donde camina tu imaginación y Aldao (vamos a hablar con propiedad) el señor editor debe reconocer que uno de los mejores regalos que le hice fue acercarte alguna vez a la revista. Un abrazo.

    Lily Chavez

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  5. Me entretiene mucho esta colección de mujeres porque es la única oportunidad que tengo para espiarlas. No andan por los lugares que "suelo frecuentar". Ninguna de ellas se parece a mis amigas ni a mi y me parece que resultan más entretenidas que nosotras, las que vamos a cine-clubes, presentación de libros, narración de cuentos. Si hay alguna entre nosotras, no sabemos pero que hay tapadas, no hay duda.
    Me gustan tus relatos
    Cristina

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  6. Estas mujeres, son una sorpresa y un misterio, tal como el escritor.
    Excelente, como siempre.
    Abrazo. amelia

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