ESTER MANN
Un viaje en tren
A mi lado, en el duro asiento del vagón, estaba sentada Elena, mi compañera de la primera infancia. Me contaba sobre la muerte de Elba, su hermana menor, que también fue mi amiga.
Mientras ella me relataba, con palabras tristes y resignadas, la larga enfermedad, los desvelos de toda la familia y la decadencia posterior de Josefa, la madre de ambas -a quien recuerdo muy bien- mis pensamientos se desbandaban evocando el antiguo barrio, y preguntándome por qué nunca las había ido a visitar. Jamás les había dado mi dirección ni había retomado el contacto con ellas...¿por qué?
El tren seguía sacudiéndose, ya hacía un buen rato que estabamos viajando. Pronto llegaríamos a Morón, al cementerio donde estaban enterradas Elba y Josefa.
Debía visitar sus tumbas, comprobar que Josefa Manzanelli y Elba habían existido en aquellos años 40. Que no eran falsos recuerdos inventados por mi imaginación. la madre sería invariablemente para mí una matrona gordota, de mejillas redondas y rubicundas, siempre alegre y con su vozarrón de tana rústica, asombrada aún de haber llegado a casarse con ese italiano rico y a vivir en esa casona.
... Debo haberme perdido en mis recuerdos, porque de pronto oí que Elena me gritaba: -¡Susy, Susy! La miré, pero no era ella. La que estaba a mi lado era mi hija mayor que me decía en hebreo:
-¡Mamá, te quedaste dormida, agarrá tus cosas que ya llegamos a Tel Aviv!
-¿Tel Aviv? Pero… Callé, ¿qué sentido tenía explicarle que había soñado con personas en las que no pensé durante tantos años? Traté de acordarme qué rostro tenía Elena en mi sueño. ¿Se parecía en algo a la nena de nueve años que era hace más de cincuenta? Como pasa en muchos sueños, yo no la había visto. Tambien ella continuaría en mi memoria como la nena flaca y de pelo lacio que recuerdo.
Recogí mis cosas, me dirigí a la salida y en lugar del Morón descampado y casi desierto de mi infancia, me encontré en el shoping Azrieli, el estúpido gigante de Tel Aviv.
Después de todo, Elba, Elena, Josefa y mi niñez tal vez fueron sólo un sueño durante una mañana de invierno en el tren Naharía-Tel Aviv.
Dos años más tarde, cuando viajé a Buenos Aires, retomé contactos, hice averiguaciones. Elba había muerto de cáncer en los años 80. Su madre la sobrevivió dos años. Ambas estaban enterradas en el Cementerio de Morón.
Ester Mann
Me he quedado impresionada con este relato, tal vez a muchos nos sucedieran cosas similares, vaya a saber por que el subconsciente trabaja de esa forma, es un deseo que insiste, no sé, pero gracias Ester fue muy lindo leerte.
ResponderEliminarIrene
Nunca se si lo que escribe Ester es autoreferencial - no todo lo que escribimos lo es , si bien se toca, en algun lugar- o producto de fantasia, lo que fuere , siempre me produce un sentimiento de regocigo y ternura.
ResponderEliminaramelia
Esto es relato no?, soy medio burro en eso.Pero no importa demasiado si me llegó. Esto me pareció a lo premonitorio, a lo que solemos soñar o pensar y sucede. Felicitaciones Ester.
ResponderEliminarAldo Nievas
Me gustó mucho. Me llegó y me hizo evocar las sensaciones de alguna situación similar. Pasa el tiempo y no se diluye el asombro de ese día en que de alguna manera estuvimos en dos lugares.
ResponderEliminarMe gusta tu escritura sobria y que fluye tan natural.
Cristina
COMO SIEMPRE ESTER NOS MARAVILLA. SU ESCRITURA CARGA TINTA EN UN FRASCO DE TERNURA. MAGNIFICO Y LO QUE CUENTA, SUELE PASAR...
ResponderEliminarEDGAR BUSTOS
Qué bien llevado este relato, casi me pareció haberlo vivido en otra situación.
ResponderEliminarUn largo abrazo
Betty
Son tan especiales los relatos de Ester. Tienen su sello y me emocionan. Felicitaciones
ResponderEliminarAndrea Casas
Aprecio y sonrio ante los comentarios. Algunos dicen cosas muy interesantes. Como a Betty - cuando leo a Ester - me sucede la sensación de haber vivido la situación por esa frescura con que ella dice. Como si nos estuviese contando un cuento en el ámbito de una sala, frente a la chimenea. Son entendibles, tiernos, nada rebuscados,y logra llegar. Un abrazo para la autora. Hermoso Ester!
ResponderEliminarLily Aves en lugar de Lily Chavez
(parece ser, que la Real Academia Española decidió que la Ch ya no pertenece al alfabeto, que la CH y la LL son solo dígrafos. (signo ortográfico de dos letras,) ¡qué tal!
Esas presencias que nos invaden sin pedir permiso, fuera de tiempo y espacio siempre me resultó un misterio. Aquí la autora cuenta la transmutaión del pasado al presente, como si la noatalgia derribara nuestra puerta interior.
ResponderEliminarFelicitaciones, Ester. Después de su lectura, queda uno flotando . . .MARITA RAGOZZA
a ESTER, la Susy del relato y de su infancia,no le hace falta mi comentario... Los ha recibido sinceros, interesantes. En ellos, como es habitual, no encontramos ideas sofisticados, como en su escritura no hallamos laberintos ni pasillos secretos... Sólo el inexorable transcurrir de la vida en la más insondable plenitud del día a día, la calidez de los recuerdos y el mea culpa por no haber evocado su vida con otras que son parte de la propia.
ResponderEliminarEl texto literario, siempre intimista y sencillo, sin frases de sonajero. Es el sentimiento que me surgió de la lectura, compartir esa mirada hacia ese fragmento del ayer que fue y regresa. Siempre regresa. Relato impecable en ese estilo de "Susy"...
Andrés
lindo relato, sencillo pero que nos parece tan propio, me deslumbra la gente que entrega tanto a través de su escritura. Felicitaciones Ester
ResponderEliminarMaría Esther Martinez
Ojalá pudiera mantenerme en el relato como lo hace la señora Ester y no irme por las ramas. A lo mejor el modo sea escribir así con naturalidad y simpleza.
ResponderEliminarLalo Ledesma
Ester: cómo se entrelazan los sueños con las realidades, y viceversa. Los recuerdos de la niñez, sus personajes, en algún momento vuelven a ser parte del presente, en ese tramo de escena compartida con visos de realidad pasajera.
ResponderEliminarUn abrazo de,