ARTHUR GARCÍA NUÑEZ —WIMPI— Narrativa
(1905 / 1956), humorista, guionista, y periodista nació en Montevideo. Trasladado con su madre a Buenos Aires, estudió en el Colegio Nacional Mariano Moreno e ingresó en la Facultad de Medicina de Buenos Aires.
Abandonó la carrera de medicina para viajar a la provincia de Chaco en busca de aven- turas. De regreso en Montevideo fue redactor de El Imparcial y El Plata. Tanto en el medio gráfico como en la radio ganó prestigio en su actividad periodística. Su aparición en Buenos Aires en 1946 es un verdadero suceso, amparado en un trabajo lúcido y vivaz. El gusano loco y Los cuentos del viejo Varela, fueron los únicos libros publicados de Wimpi, producto de sus propias vacilaciones. Pero su gran éxito lo constituiría el programa radiofónico Ventana a la calle (1951), en el que impone su particular estilo mediante charlas de contenido espiritual y mundano salpicado con un humor especial. Las diferencias entre cultura y saber, la felicidad, el amor propio, las limitaciones del “tipo”, denominación que en su particular imaginario adquiere la humanidad, la incidencia de la guerra en el hombre, son algunos de los temas que en forma amena y profunda disfrutaban sus “radioescuchas”. Solía terminar sus programas con una frase que se hizo famosa: “Que todo sea para bien”... Su rígida autocrítica lo llevó a destruir otras obras de su producción, y acaso el mismo destino pudieron haber seguido: La taza de tilo, Ventana a la calle, Cartas de animales, Viaje alrededor de un sofá, Vea amigo, La risa, Los cuentos de Don Claudio Machín, El fogón del viejo Varela y La calle del gato que pesca. Paradójicamente su inesperada muerte los salvó de ese destino. El 9 de setiembre de 1956, inesperadamente, falleció en Buenos Aires. Estas obras, justo reconocimiento, fueron publicadas póstumamente en virtud del afecto y respeto profesional de quienes lo conocieron. Hombre de espíritu vivo, destaca su obra por la frescura y el ingenio de sus personajes y en especial el humor deslumbrante que transmite. ■ (Artesanías)
Frío en lomas coloradas
Famoso el frío aquel. Para ordeñar a la vaca Regino Pardías tuvo que hacerle una fogata abajo, primero, cosa de “derretirle” la leche, porque con el frío, la leche se le había empedernido a ella.
Pero frío, lo que se dice frío, hizo.
Para hacer la fogata debajo de la vaca Regino Pardías había andado juntando unas ramas secas, las acarreó, las acomodó y prendió fuego. Y a lo que el fuego empezó a arder un poco bastante- ¡cosa de no creer!- la leña empezó a irse. Una para un lado, otra para el otro, las ramas, a lo loco, meta irse nomás. Que lo primero que pensó Regino fue que se las habrían embrujado.
Pero, después se supo.
Como Regino era medio corto de vista en vez de ramas había juntado víboras. Víboras que estaban heladas.
En cuantito con “el calor” volvieron en sí, se le mandaron a mudar.
No ordeñó.
WIMPI
El hombre, la mosca y el sobretodo
El hombre se parece en muchas cosas a la mosca: a veces molesta, a veces le gusta la nata, a veces se para donde no debe y a veces lo cazan.
Pero en otras cosas, no se parece.
Por ejemplo: la mosca en invierno queda como azonzada, porque la velocidad de sus reacciones orgánicas está condicionada por la temperatura exterior. Quiere decir que la mosca tiene en su cuerpo el calor. A eso se le llama termogénesis.
El hombre se guarda a sí mismo. Produce su propia temperatura.
La ropa de abrigo sólo le sirve para retener el calor que él se elaboró. El abrigo no es una calefacción, es una tapa. No da el calor que el hombre necesita, se limita a no dejar escapar el que el hombre mismo se hace.
El hombre, pues, trabaja ocho horas a fin de ganar el pan -y los bifes, las papas, los choclos, el estofado- que han de servirle para mantener esa temperatura. Durante el día escribe a máquina, lleva libros, hace mandados, habla por teléfono, cruza calles, lo pisan, va a los bancos, corre taxímetros, empuja; todo para que no le falte su sopa de arroz, sus milanesas, su tortilla, su queso y dulce, imprescindibles para que el medio interior no se congele.
Y, luego, debe sacar de eso —del dinero destinado a la adquisición de combustibles— para comprar un sobretodo que no lo calienta, sino que lo deja enfriar.
Y cuando, después de tantas andanzas y sacrificios, se pone el sobretodo, ¡tiene, por medio de la termogénesis, que calentarlo él!
Por eso es que hay tan poca gente que conserva su sangre fría. ■
Wimpi
La calle del gato que pesca
Editorial Freeland
No conocía al autor y me encantó porque comenta cosas que son realidad. Cuando era chica, mi abuelo me llevaba a las ferias de hacienda y ponían calor cerca de las vacas, tal cual y lo de la mosca no me digan que no es verdad. Buenísimo.
ResponderEliminarUn abrazo
Lily Chavez
Me recido rescate de este autor, los cuentos son de una imaginación y ternura que los hacen llevaderos para el lector, Carlos Arturo Trinelli
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