SEGUNDA Y ÚLTIMA PARTE DEL RELATO...
4. ¿Cuándo aprenderemos la lección?
De pronto una voz ásperaba
resonaba en sus oídos:
—¿Hiciste los deberes, imbécil?
Roberto Arlt – Los lanzallamas
Caminaba despreocupado por Callao hacia Balvanera. El sol se ocultaba entre un orfeón de nubes grises. El fresco viento del río me despeinaba y percibí que pronto se reanudaría el chaparrón. Pensé en Silvana. Tuve una sensación rara: una comezón me preocupaba pero susurré: no ahora, pibe. Pasé por La Ópera y reviví el corto diálogo con Alfie. Al pensar en el tipo me pareció una jeta que tenía vista; con algún lazo indirecto conmigo. Pero cero al as. No lograba vincularlo, el croquis era difuso, aunque...
En Callao y Teniente General Perón entré a saborear un cortado grande. La cara de Alfie rebotaba en mi memoria como una pelotita de ping pong; el nombre no me decía nada... La imagen la tenía en la punta de la memoria, pero no había caso. Cuadro brumoso. El chasquido del chaparrón me dio una sensación de placer adolescente.
Cerré los ojos y de repente asocié la cara del tipo con las andanzas de don Samuel y sus adláteres. Resolví tirarme un lance.
Me acerqué a la caja y pedí hablar por teléfono, le dí el peso y marqué.
—¿Horacio?... Soy Aspis, si... ¿Ves? Ya ni nos reconocemos la voz. ¿Andás bien? Decime, ¿vos le diste mi teléfono a un tal Alfie amigo de tu papá?
—Ah, al turco Dubar... Sí, quería hablar con vos. Fue un buen amigo del viejo. ¿Por qué me preguntás?
—Querido, me llamó ayer a las cinco de la matina... Me podías haber avisado. ¿Y cuándo le diste mi número a este Alfie que ahora resulta que tiene otro nombre?
—Hace unos días atrás. ¿Lo necesitás? Te paso el teléfono de Dubar, anotá...
No escuché más. Y me caí del catre. Pedí un vodka con agua tónica. Lo bebía mientras mis ideas bailaban la cumbia. Pagué y pesqué un taxi hasta el bulín. Subí, era el mediodía. Miraba caer la lluvia y me imaginé dentro de una calígine de los años de preguerra... Dentro de El muelle de las brumas, junto a Jean Gabin y Michéle Morgan. La bronca subía y bajaba hasta estancarse en el esófago.
No tenía mucho para pensar: ¡claro que lo tenía visto en el edificio de Diagonal! Sólo que era más gordito y algo panzón. Tenía una oficina en el mismo edificio que don Samuel, se dedicaba a investigaciones privadas y daba cursos de detective por correspondencia. ¡qué bronca! ¡era para pegarle martillazos a las paredes del bulín o mear a la calle desde la ventana!. Recordé que una vez le había preguntado a don Samuel por ese hombre y se hizo el burro... ¡El Dire y sus intrigas!!
El Dubar/Alfie actuó por encargo de los hermanitos Henden.En resumidas cuentas, pienso que Dubar tenía el manuscrito olvidado, quiso dárselo al hijo menor y éste, como si fuese una papa ardiendo, le sugirió al Turco que me lo encajase a mí con algún cuento ídem. ¿Por qué? Para no meter un mango, no irse en gastos y no perder tiempo. Lo que no se le ocurrió al boludo de Horacio es toda la trama loca y complicada que me iba a hacer el tipo: que vive en Israel, que se lo dio el Holandés, que era como un testamento, etc....
Sonó la campanilla del teléfono. Ruin. Como un turbión de agua estancada. Hola, sí, ¿cómo dice?
El colmo, la yeta, la mufa: era Silvana... La voz de Silvana resquebrajada. Se quemó el disco duro y hasta el próximo lunes no me reparan la compu, balbuceó. Le dije que no se hiciera problema, que a la tarde iba a recoger el manuscrito, que ya me iba a arreglar. En verdad: ¿qué apuro tenía?
Mi mente buscaba ideas para mis próximos pasos. ¿Ponerlo contra la pared al Dubar Alfie y advertirle al hijo de Samuel que preparase un toco para editar el libro del padre? Entendí que era absurdo. La historia volvía a complicarse. Y me angustié.
5. Mala pata. La fatalidad no siempre es maldita
Llueve, llueve en el suburbio
y aquí solo en esta pieza
se me sube a la cabeza
una extraña evocación
Cuando tallan los recuerdos
Enrique Cadícamo
Tuve la sensación de pérdida. Contemplé el cielo denso, las nubes oscuras y dramáticas. Garuaba; recordé las cosas que había perdido en mi vida. En el tiempo que se había ido. En las personas muertas, en mis padres y algunos amigos, gente que se eclipsó de mi existencia... De quienes tengo retratos imprecisos, apenas un boceto difuso. Pensaba en mi juventud, como un trofeo ganado en una remota competencia y que hoy yacía en un estante cubierto de ceniza.
Recorrí las paredes del cuarto y percibí la soledad, la absurda soledad en la que vivía... Por expresar lo que pienso y no saber callar, por no calibrar mis opiniones, por uso, o más bien abuso, de la franqueza sin cavilar sobre las secuelas. Recordé lo que alguien me había dicho en el pasado: Aspis, a vos te aman o te odian... ¡Linda frase para un epitafio!
Mientras el mate me reanimaba, puse en la casetera un CD. Génesis, con la voz de Phil Collins. Era el marco musical y despertaba mis nostalgias. Tomé el manuscrito y comencé a leerlo.
“...Vivía mi niñez preocupado, sabía que era un niño inmigrante, distinto, y quería sobreponerme, ser uno más, como los otros. De Ucrania, donde nací y me trajeron a este país cuando tenía cuatro años, recordaba muy poco. Mis padres no abandonaron sus costumbres y tradiciones, pero yo me relacioné con lo nuevo porque o seguía solo y marginado, o me integraba en el mundo que me rodeaba. Elegí ser uno más sin perder del todo las raíces...”.
Don Samuel había sido un agudo observador de la realidad. Seguí la lectura; anécdotas de su infancia y adolescencia. En la última página hallé pegadas algunas fotos difusas que mostraban a un joven vestido con la elegancia que siempre lo caracterizara. En el correr de las páginas encontré frases y razonamientos muy suyas, con ese estilo bonachón que no obstaba para hacerlo brincar, en segundos, del buen humor al enojo.
Me asombraba su cariño por la música popular y recordé, entonces, algo que se había extraviado de mi memoria: las veces que llegaba temprano a la oficina y lo oía canturrear desde la puerta la melodía Por la vuelta (maldita costumbre de Samuel: citarme a las siete de la mañana para poder “conversar a solas”).
* * *
Encargué al restorán chino una bandeja de cerdo agridulce con arroz. La trajo un chinito más flaco que un espagueti a la manteca. Prendí la radio y escuché las noticias. Crímenes, el micro “lord menor de Buenos Aires” persiguiendo a cartoneros, nombrando ministro de educación a cavernícolas, y la Carrió trabajando en un circo como la política más chanta. ¡embustera y delirante!
Terminé el almuerzo, junté todo la merdeca y la tiré en el contenedor. El vino me dio sueño y me recosté en el camastro mirando las volutas del cigarrillo que parecían rulos revoloteando en el aire. La llovizna paró y un sol canijo apareció entre las nubes. Salté del lecho como un trapecista, me vestí y me fui al barrio de Belgrano a rescatar la copia (era más nítida que la que tenía en mi poder). De Horacio y de Dabur me encargaría más tarde... Seguían en la ciudad y mis cuentas llegarían. O no.
6. Espejismos; sólo espejismos
si quiere ver la vida color de rosa
eche veinte centavos en la ranura.
Y no ponga los ojos en esa hermosa
que frunce de promesas la boca impura.
Raúl González Tuñón
Las tres de la tarde. No tenía ninguna gana de ir a Belgrano. Pero quería recuperar el manuscrito. De nuevo la plaza, el edificio en la calle Mendoza, el portero eléctrico. ¡Suba! Entré en silencio. La mujer estaba desgreñada, el olor a vino y pizza (restos sobre la mesa y la botella vacía) me dieron la impresión de una mísera realidad. La miré de costeleta.
—Qué pasó Silvana...
—El técnico me dijo que se quemó el disco duro y que no puede venir hasta el lunes. Eso es lo que pasa...
La miré como si fuera un dibujo de Doré. Hice un gesto insulso y le dije dado que me es urgente me lo llevo. La computadora estaba tapada con un mantel. Seguro que se arrepintió por el bajo precio y no se animó a pedir más. Me lo alcanzó tal cual se lo había dado. Agarré la bolsa de plástico y me fui sin darle mucha bola. Aunque de haber estado duchada y arreglada se hubiese merecido un hasta más ver dodecafónico.
Tomé el subte en Juramento. Resolví ir a ver a Bermúdez con la intención de solucionar lo del tipeo y sacarme el bolo de bronca de la garganta.
La ciudad parecía una olla a presión, acuosa y sin una miga de aire. La gente me parecía un batallón de trebejos dentro del vértigo humano . Nadie miraba nada, los ojos mostraban guiños subconcientes. Eran muñecos desplazándose como autómatas, algunos hablando solos, otros con sonrisas idiotas. Semejaban un gentío de juego electrónico columpiándose con cierta rigidez, y yo solitario en medio de la aglomeración...
Llegué al edificio de las oficinas, subí hasta el séptimo piso y entré a la antesala donde trabaja Toña. La saludé (pienso que con cara de culo) y pregunté por el editor.
—¡Aspis, qué cara de asesino tiene usted! ¿qué le pasa?
Le conté lo del manuscrito de su ex trompa, cómo era el cretino que me llamó a las cinco de la mañana, lo ocurrido con la Silvana.. . Espuma verde me saldría de la boca.
—Já, ¡seguro que fue Dubar el que le hizo la trampita! Sí, era amigo de don Samuel pero no crea que él inventó esas patrañas: el hijo de Samuel le habrá dado la idea. Aspis, no me tengo que meter, pero dígame... ¿Y ahora qué va a hacer?
—Se lo encajo a usted, Toña. ¿Me lo puede tipear? —dije con voz cariñosa.
—Usted me ofende, Aspis. Por usted voy al infierno o me tiro debajo de un colectivo.
—¡Toña, no hable así! Le estoy ofreciendo un trabajo por el que tiene que cobrar... Y déjese de suicidarse... Dígame, ¿está Bermúdez en la oficina?
—No se encuentra. Anda preocupado el trompa, hay poco trabajo, tiene cheques sin cobrar y yo todavía no recibí el sueldo... Dejemelo, Aspis. Yo se lo tipeo porque en estos días no hago un pito.
Le besé la mejilla y le reiteré el cuidado que había que poner. Los ojos de Toña bizqueaban con ternura. Salude a Bermúdez de mi parte pero no le diga nada de lo ocurrido. Me fui a tomar un café a Diagonal y Esmeralda.
Hora pico. Casi las seis de la tarde y el bar bastante concurrido. Se desocupó la mesa en la ventana que da sobre Diagonal. Me senté y mirando el entorno vi a una mujer sentada, ojos grandes y profundos, ráfaga del ayer, cabello largo, labios finos: tomaba una taza de café grande echando un vistazo. Ay, Aspis, la melancolía te estrola el presente. La sorprendí observándome. Me sobresalté. Sentí que un tenue fluido llegaba a mí. No imaginé que la mina ésta entraría en mi vida como descolgada de un balcón antiguo con rejas forjadas...
Pensaba, pensaba y estrujaba mi sesera. La mujer de ojos grandes y profundos se levantó y salió: la vi de cuerpo entero y comprendí que algo había ocurrido. Y que aún ocurrirían muchos algos más...
Con respecto a mi vida decidí hacer borrón y cuenta nueva. Simple, categórico, con final wagneriano . No voy a correr detrás de nadie ni voy a limosnear, le daré la razón a la realidad y actuaré en consecuencia. Reflexioné: las agencias no necesitan veteranos envejecidos incapaces de ejercer la profesión en la calle, investigando, moviéndose con rapidez, siempre asediados por exigencias que no pueden satisfacer. La calidad no juega, la experiencia es superflua: los jóvenes son módicos e inhibidos, tienen títulos universitarios y son ambiciosos: consideran a los escrúpulos como una alcantarilla demodée... Por allí no tengo resquicios. Es impenetrable, como competir con calzoncillos, medias o tazas de loza de China.
Entonces, ¿qué hacer? Tenía que acabar con la rutina y poner distancia con el pasado, pero, ¿cómo empezar?
Ante todo cambiar de aire, mudarme, encontrar una mujer que sea capaz de vivir una vida ajetreada, sin exigirme ella y sin exigirle yo. Y una vez terminada la historia del manuscrito de don Samuel, ponerlo en manos de Bermúdez y comenzar a vivir en la caverna de la realidad. Ale, mirá a tu alrededor y poné el ojo en la mira, fijate en el micro lord de ésta tu ciudad, de ésta tu gente y de ésos, los peludos de medio pelo...
A los pocos días pasé por la oficina de Bermúdez: Toña había terminado el tipeo, se lo entregué a Bermúdez y me despedí... Un adiós extraño, último, ¿definitivo...?
Me sentí bien. Tomé por Diagonal hacia el obelisco y fui al bar de Esmeralda y Diagonal. Pedí una vodka doble y me la mandé de un saque. Sin hielo, sin agua. En realidad iba en busca de la mujer enigma de la otra tarde. Sabía que era cuestión de ruleta, de querer imponer la voluntad, de un voluntarismo nihilista e irreal. Eran un millón de probabilidades contra una sola, escueta y quimérica.
Pero estaba, sí... Con los mismos ojos profundos. Con ese fulgor y esa presencia casi altiva. Como esas cosas que ocurren porque deben. Sin explicación, sin causa. Una profecía que subyace en el inconciente y emerge como prodigio. Allí estaba, aunque no sabía cómo infringir la distancia, como quebrar el frío. La tarde se borraba, el manuscrito era historia acabada y nuestras miradas cruzábanse y tocaban a rebato ■
Andrés Aldao, junio de 2010
Dejo en el 5 y regresaré mañana. Tengo facu. Hasta ahora muy bueno.
ResponderEliminarAndrea Casas
me encanta esta historia narrada con tantas precisiones. un placer leerla. releerla. susana zazzetti.
ResponderEliminarExtraordinario Andrés! Ale Aspis no pierda vigencia. Grande. Abrazo
ResponderEliminarEl nuevo A.A.continúa subiendo escalones y hasta diría que muy íntimo. El texto es más rápido que el anterior, con menos diálogos y con idas y retrocesos inteligentes.
ResponderEliminarTal vez se vuelve promiscua tanta descripción de amaneceres o clima que traba porque uno esta en la búsqueda de la acción que espera.
Pienso que este nuevo AA debe conformar otro nuevo libro. Es una lectura amena y precisa.
Todos los honores estan involucrados y pienso que tendrías que escribir...solamente.
Celmiro Koryto
Andrés, Elena me recomendó la revista y me prestó su novela. Acabo de terminarla y entré a la página. Estos episodios son nuevos, ¿piensa seguir la novela? Los capitulos abren interrogantes pero veo un estilo diferente. Hasta ahora me han cautivado. Alcira
ResponderEliminarQué sorpresa!! Aspis se monta otra vez a la calesita!!! Espero que nos cuentes qué pasó con la misteriosa mujer de ojos profundos...
ResponderEliminarBUENO, LUEGO DE COMPLETAR LA PROMETIDA LECTURA, SIMPLEMENTE REITERAR LA EXCELENTE NARRATIVA, ME CAUTIVARON Y ESPERO MÁS, SOBRE TODO SOBRE LA MISTERIOSA MUJER COMO DICE EL ANONIMO ANONIMO ANTERIOR, SE OLVIDO DEL NOMBRE. FELICITACIONES!!
ResponderEliminarEDGAR BUSTOS
Grande Maestro, quizas pese a a "que tallan los recuerdos" pudo hacer los deberes, diversos comentarios , diversas miradas, yo me quedaría con la propia, la esencial.
ResponderEliminarUn abrazo y éxitos.
Amelia
Andrés, la verdad que lo dije muchas cosas y esa será mi pensamiento siempre. Puedo separar, creo que así debe ser , a la persona de la obra para poder ser reflexivos e imparciales. Cuando logro que esa obra me retumbe adentro, y he recibido todos sus chispazos, entonces pienso en la persona. Y si ambas cosas me agradan, la palabra se engrandece. Eso me sucede. Y como siempre, tu narrativa me puede, tu lenguaje me pude. Tu obra, insertando ahora otros misterios...una mujer. Veremos que pasa....
ResponderEliminarLily Chavez
Muchas veces quise decir..y ese será mi pensamiento siempre.
ResponderEliminarLily
Volví a leer como lo había prometido y ahora quedé más integrada. Quiero una nueva entrega .Muy buenos estos relatos.
ResponderEliminarAndrea Casas
El regreso de Aspis a una ciudad distinta que el hace latir como a la de siempre, le deseo las mejores cosas en este retorno y que la dama misteriosa le de calce, un abrazo Carlos Arturo Trinelli
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