viernes, 21 de diciembre de 2012

Carlos Arturo Trinelli




                                        Viaje de ida
                                                     
1

     El comedor del hotel se hallaba colmado de pasajeros. El espacio parecía dilatarse para dar cabida a los sonidos, palabras, carcajadas, conversaciones inconexas con gritos como único modo de oírse. El ir y venir de los mozos con platos llenos que reemplazaban a los vacíos aportaban el ruido de las lozas que se entrechocaban. La batalla del comer me abrumaba hasta la insignificancia. Había aceptado hacer el viaje para no despreciar el regalo de mis hijos. Te vas a divertir. Tenés pensión completa. Te va a hacer bien salir un poco. Vas a conocer gente. Frases de circunstancia, nada nuevo que no fuera sentirme más solo que en mi casa, habían transcurrido tres días y no me había integrado con nadie de mi contingente. En realidad lo prefería así y quizá los demás lo intuían.
     Estaba sentado solo a una mesa para dos en un rincón del salón. Un hombre de mi edad se acercó y pidió permiso para sentarse en la silla vacía con la excusa que no quedaba un sitio libre.
     Nada en él me llamó la atención porque no se la presté, solo dije o señalé el lugar vacío, detalle que no recuerdo. Recién sentado frente a mí observé que el hombre miraba con un solo ojo, el otro, virado al celeste, permanecía fijo y desenfocado como una bolita en reposo.
     El mozo nos trajo la entrada, unas fetas de matambre. El tuerto me preguntó:-¿compartimos una botella de vino?
     Como respuesta encogí mis hombros y él volvió a preguntar:-¿Tinto o blanco?
-Tinto.
     El mozo nos trajo la botella, la destapó y sin cumplir con el rito de la cata, la dejó sobre la mesa. El hombre tomó la iniciativa de llenar los vasos.
-Armando Olbaid, dijo.
-Carlos, respondí omitiendo el apellido y pensé lo lejos que estaba el postre y que seguro debería trabar alguna conversación vana sobre temas vanos. De dónde es usted. A qué se dedica. Le gusta el mar. Y yo obligado a devolver las preguntas por puro formalismo.
     Cuando llegó el plato principal, milanesa con papas fritas, el tuerto exclamó:-¡Cuánto hacía que no veía una milanesa!
-¿Estuvo usted lejos de la verdad mucho tiempo?
-¿Cuál verdad? Preguntó sorprendido.
-La verdad de la milanesa.
     El tuerto se rió con su ojo hábil y una papa atrapada por la mitad por poco consigue liberarse. Entonces llegaron las frases hechas tan temidas las que, resueltas con otras frases hechas, hacen creer a la gente que se está forjando una amistad, yo siempre pensé que no son otra cosa que el sostén del gregarismo atávico.
     La ansiedad de los comensales disminuía, algunos se retiraban y ahora los sonidos estaban compuestos de susurros que zumbaban como un moscardón gigante. Rechacé el postre, mi compañero pidió un flan con dulce de leche y crema y en tono confidencial dijo:-Lo hubiera pedido lo mismo, está incluido en el menú y yo me lo hubiera comido.
-No me di cuenta, me excusé.
-Tal vez mañana se lo recuerde.
     Tuerto, manguero y confianzudo, qué le hacía suponer a él que yo volvería a estar sentado a la misma mesa. Cuánta razón la de aquel que sostenía que había que desconfiar de los señalados por Dios.
     Me serví más vino. Él dijo:-Si quiere después podemos pedir algún coñacito.
-Disculpe Armando pero no bebo entre bebidas.
     Quedó un instante pensativo como si analizara la frase pero no dijo nada. Terminó el postre, se limpió la boca, dejó la servilleta sobre la mesa y me encaró:-A usted le llamará la atención como disfruto de la comida.
     Nada más lejos de mi ánimo que evaluar los gustos gastronómicos del hombre, sí reconozco que en algún momento pensé que era un tuerto glotón pero jamás se lo diría.
-Sucede que en cuarenta años estas comidas desaparecen.
     Esta conclusión sí me dio risa y no me esforcé en disimularla.
-¿De qué se ríe?
-En cuarenta años los que no estaremos más seremos nosotros.
-Quizá no esté usted, dijo y me enfocó con el ojo muerto, enseguida agregó,-perdón, no quise ser grosero, le  voy a explicar.
     Permanecí callado. El miró hacia ambos lados y después dijo:-Ve a esa familia que está a su izquierda en la mesa redonda.
     Miré con disimulo y asentí.
-La chica de rojo en un par de años será mi esposa.
     A veces me sorprendo al pensar que mi falta de autoestima me expone a situaciones de las que me resulta difícil salir. También, a veces, la edad lo avala a uno para rebelarse, en consecuencia, aseguré convencido:-Armando, es suficiente para mí…y comencé a incorporarme.
-¿Por hoy? Preguntó con sorna.
-Por hoy, por mañana y por los días que nos crucemos.
-Siéntese por favor Carlos Illenirt.
     El que supiese mi apellido desarmó mi convencimiento pero permanecí de pie. Fue él quien se incorporó y condescendiente dijo:-Vayamos al bar, yo lo invito o prefiere que le diga su dirección, el nombre de su esposa muerta o el número de documento y si quiere puedo agregar el nombre de sus tres hijos y sus cuatro nietos.
-¡Está bien, basta! Exclamé firme pero con miedo.
     Me tomó de un brazo y nos fuimos del comedor.
                                                                 2

-¿Cómo sabe tanto de mi? Pregunté acodado en la barra del bar con un vaso de whisky apoyado sobre una servilleta con el logo del hotel.
-Solo los hombres de espíritu merecen un demonio, respondió él sin mirarme y agregó,-está de más que le pida que me crea, tiene usted a su disposición pruebas de mi poder, entonces, por favor solo escuche con atención.
     Lo que siguió fue un monólogo como si el tuerto Armando le hablara a un auditorio perdido en el fondo del espejo del bar. Cada tanto y sin dejar de hablar, con una seña ordenaba el relleno de los vasos.
-Me voy a casar enamorado con la chica de rojo. Estar enamorado abarca la idea de la singularidad. Estela, que así se llama, fue una mujer de risa fácil, predispuesta  al amor físico hasta el agotamiento con un manejo de la sensualidad en el que siempre me hizo creer que cedía a mi capacidad de conquista. Piense usted que eso diferencia a las mujeres, seguro me comprende porque le ha sucedido igual con la difunta Carmen. Claro, luego está la vida. La vida que gira a nuestro alrededor y de la que no conseguimos aislarnos.
Mi suegro va a cometer una estafa y huir, como buen hombre falto de originalidad, con la secretaria veinte años menor. Dejará en la calle a mi suegra y a la hermana, dos Parcas que comenzarán, sentadas en mi living, a tejer los hilos de nuestras vidas.
Ninguna de las tres mujeres trabajará y mi sueldo de empleado no dará abasto. Ante la falta de intimidad postergaremos el tener un hijo hasta alcanzar un tiempo en que ya será imposible. Yo demoraré mis regresos frente a un mostrador como este y regresaré borracho, pero peor, angustiado por no poder conservar ese estado, esa coraza que aporta el saberse enamorado. Todo esto pasará y yo sabré ver en el fondo de los vasos que seré incapaz de torcer el destino y cada día estaré más solo y sin interés por el amor, el trabajo, la ilusión, la vida.
     Hizo una pausa y giró para mirarme yo lo atisbaba en el espejo. Se refregó el ojo sano con la palma de la mano y continuó:-La historia sigue así, el cantinero un día se animó y me dijo que alguien que bebía como yo, aislado y en silencio era alguien predispuesto a hacer una macana, matar o matarse y me ofreció una solución sin que yo se la pida y lo más curioso, sin que le contara qué me afligía. Él lo sabía, era un legionario.
     A esta altura del relato la bebida, el temor, el agobio eran sustantivos que atenazaban mi voluntad, mi impulso de arrojar el vaso contra el espejo y quebrar la imagen del tuerto que me hablaba con su cara de sapo.
-Las legiones infernales son 6.666, cada legión está compuesta por 6.666 demonios por lo que, entre diablos y diablesas, trabajan 44.435.556 demonios. El demonio del bar me habló sin mover los labios, un truco que utilizan para demostrar quiénes son, me propuso viajar al pasado si deseaba cambiar el destino. Él sugirió que, afincado en el pasado, asesinara a Estela si deseaba una vida distinta y con los ojos rojos y un aliento sulfuroso que descomponía materializó un papel para que firmara. Allí decía que yo a cambio me comprometía a estar dispuesto a cumplir con algún mandado que me fuera ordenado. Firmé. No a la manera tradicional, el demonio tomó mi mano y con una de sus uñas cortó la yema de mi dedo índice y estampé mi huella digital con sangre.
Cuando llegué aquí, a este tiempo, pensé que recuperaría mi apariencia de la época pero no, quedé así tal cual usted me ve, con esta fisonomía de viejo será difícil acercarme a Estela o a su familia, el demonio me tendió una trampa. De todas maneras esto no interesa tanto, lo que interesa es que volví a enamorarme de Estela y el amor es una valla insalvable para la maldad. En consecuencia me hallo varado en este tiempo por no haber cumplido el pacto. Ahora solo deseo regresar para reconquistar a mi esposa y disfrutarla, pedir que me perdone por los años perdidos. Pero ellos no me dejan, salvo que permute mi pacto por el de otros diez individuos y en eso estoy, trabajo día y noche en el proyecto y sin embargo solo he conseguido uno y confío en usted para obtener el segundo.
¿Qué desea decirle a la difunta que no haya podido? ¿Qué desea remediar? ¿Cuál de sus culpas quiere expiar? ¿Qué dolor quisiera obviarle? Cualquier intención será posible con solo firmar.
     El hombre del bar se acercó a nosotros y dijo con los ojos rojos y sin mover los labios:-Acá está su pasaje de ida y vuelta, y extendió un papel luminoso.
     Adelanté mi mano derecha, el hombre aferró mi muñeca y en un instante percibió el error al apretar mi reloj de pulsera y fue ese el instante que usé para aplicarle un cruzado de izquierda, mi mano hábil.
     El ruido de los cristales rotos congregó a unos pocos pasajeros y autoridades del hotel. El hombre del bar adujo que yo estaba borracho y él no había querido servirme más. El tuerto había desaparecido. Dos hombres de seguridad me ayudaron a llegar a mi habitación.
                                                             3
 
     Desperté con la garganta seca y un dolor en la nuca. Armé mi equipaje y bajé a la recepción. Cancelé mi estadía, nadie dijo nada, me asomé al bar, estaba en orden y vacío. Abordé un taxi con destino a la terminal de micros.
     En el viaje de regreso escuché la voz de Carmen: lo que quise escuchar me lo has dicho. Nada debes remediar. No tengas culpas, fuiste un dios para mí pero no eres Dios.
     Entonces sonreí entre sueños.
     Desperté en mitad de la noche, afuera la vida era como una película velada, a mi lado una anciana viajaba despierta, la miré y  clavó uno de sus ojos en mí antes de decir:-Qué suerte tiene usted Carlos que puede dormir. 

6 comentarios:

  1. Que suerte tiene Ud Carlos Arturo Trinelli de poder plasmar con tanta maestría sus letras !!
    Un abrazo !!

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  2. Don Trinelli, es la una de la mañana, acabo de leer su cuento y ahora se que no podré dormir por lo menos hasta las cuatro. De todos modos gracias por su exelente literatura...
    Roberto

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  3. Cada vez escribis mejor tehue del sur. Abrazo

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  4. Siempre el "negro" metiendo la pezuña!!! Espero que tu espíritu lo haga rebotar siempre!!

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  5. Entre galimatías de diablo, la pluma maestra y la letra bien expuesta.
    Abrazo
    Celmiro

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  6. Soñar con el Diablo, que es uno, pero toma diferentes formas , es una manera de convocarlo.¡Ojo! Otra vez, tu pluma logra un cuento con ingredientes exactamente ensamblados que no me permitieron levantar la vista para cebarme otro mate.
    Felicitaciones, CArlos, y saludos.
    MARITA RAGOZZA

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