domingo, 27 de mayo de 2012

Ernesto A. Bavio


ERNESTO A. BAVIO


Noche de brujas
( Halloween )

No se podía decir - no podía yo, al menos - que nos uniera un vínculo  sectario. En tal sentido, el grupo de este sábado - Día de Todos los Santos allá, Noche de Brujas acá - era de lo más heterogéneo; diversos ideales confluían sin rivalidad en aras de un antojo común: compartir un momento de distensión homenajeando una fecha que en nuestro Sur no era gozosa. El mexicano le ríe a la muerte, agasaja los sepulcros quizá porque sabe quiénes los habitan; nosotros la lloramos, le elevamos monumentos, tal vez como reaseguro. Ni bueno, ni malo; ni culto, ni salvaje. Así somos y así son.
Tratando de interpretar esta creciente identidad, hoy festejaríamos.

          Llegaron en desorden, tumultuosos, atropellados, alrededor de las nueve de la noche aunque la cita era para las diez; allá hubieran arribado a las once como muy temprano. Tal su costumbre, el carbón tardó bastante en encender. Alberto repartía vino tinto desde una ridícula garrafa, un Pedro Domec que en el paisito serviría de ungüento para el dolor de uñas y comenzó la sempiterna discusión con Bombilla, mi marido ilegal:
          - No seas contrera, Flaco, por una vez haceme caso; poné un papel de aluminio encima de la carne y vas a ver cuánto más rápido se cocina, recordá que estamos a...
          - ... dos mil metros sobre el nivel del mar. Sí, Alberto, pero ocurre que soy entrerriano; por si no alcanza: hijo de vascos y si todo ello fuera insuficiente: no me gusta el asado hervido. Vos dedicate a lo tuyo y dejá la parrilla a los que saben.
          Ese día los dos estábamos de buen humor; pocas horas antes habíamos regresado de una excursión turística cargados de espurias pero lindísimas antigüedades y nos sentíamos con fuerzas para sostener una alegría. Gilberto - nuestro mexicano - se empeñaba, guitarra de por medio, en maltratar una zamba salteña.
          - Che, mexica - lo patoteó Bombilla - ¿por qué no te dedicás a lo tuyo si lo hacés tan bien? Cantanos un corridito contra los franchutes, la Marcha de Nepomuceno o alguna de ésas sobre La Llorona que haría juego con la festividad; porque ¿la verdad, la verdad? ... vos interpretás la zamba igualito a como yo hago un son veracruzano: como el culo, hermano, como el culo.
          - "El alma sola de Pajarito, puchia que frío hará " - continuó un entonado Gilberto, ignorando la chanza.
          El asado comenzaba a largar un aroma que al mezclarse con el canto, el alcohol y la avidez por juntarnos, aliviaba los ánimos (¿las ánimas? - pensé que pensaba Bombilla ).
          - No quiere hacerme caso - rezongaba Alberto -; ¡pinche cabrón!: así, vamos a terminar comiendo a las tres de la mañana – dijo, en tanto Perla, su mujer, lo acariciaba mimosa.
          - ¿Y quién te corre, Betito? - argumentaba Bombilla sin dar su brazo a torcer -, cenamos a las tres, armamos un truco hasta la cinco o seis de la madrugada y a la hora del mate: ¡yerba no hay! ¿ O ya perdiste el gustito de hacer el amor al amanecer ?.
          Mientras Abraham intentaba combinar - seguramente sin éxito-  el bochornoso chile molido con la noble y europea pimienta blanca dentro de una fuente para ensaladas, Bombilla - entre bromas y carcajadas - cuidaba que los chorizos no se quemaran. Parecía no tomar en cuenta otra cosa que no fuese su tarea de cocinero aunque yo, que aprendí a conocerlo un poco y sólo un poco, sabía que estaba controlando sus impulsos, pendiente de la mínima señal - cual fiera dispuesta al salto - para abrir la agresión contra este inaudito país, descabellado y violento. Perla charlaba ahora con un desconocido invitado suyo; la meticulosa pulcritud del recién llegado contrariaba ese ambiente informal de jeans y zapatillas.
          - Bombi - se apresuró a decir, al adivinar el gesto inquisidor del parrillero de turno -: te presento a Manuel; acaba de llegar en el vuelo del miércoles... Manuel: él es Bombilla, guitarrero y cantor; en ocasiones se le da también por escribir. Ergo: anda sin trabajo, sabrás que el arte no da de vivir.
          - Mucho gusto, amigo - decía Manuel, ceremonioso -; si en algo puedo serle útil, soy Gerente de la Renault en Buenos Aires.
          " Justo para una Noche de Brujas " - pensé que pensaba Bombilla.
          - Te agradezco, Manuel - respondió él, distante -; mejor lo dejamos para más luego; la chusma anda hambrienta y estos choricitos están a punto... Eh, señores: ¡a comer que se acaba el mundo!
          - Flaquito... no es a comer ... - Carmencita procuraba demostrar cuán mundana podía ser una antropóloga.
          - Claro que no, mi amor - le respondía Bombilla -, pero con tu pareja y mi mujercita cerca ... Otro día te lo digo bien y a vos solita ¿sí?
          Yo debía estar de muy buen (¿ánima ? - pensé que pensaba Bombilla) porque el coqueteo sensual de mi marido ilegítimo no me inmutó. Me perturbaba el tal Manuel: ¿qué tenía que hacer entre nosotros esa figura incómoda precisamente hoy, cuando lo único deseable era desembozar la euforia, reír, reírnos, duendes espejados sin sosiego ?

II
Así, en medio de seducciones inofensivas y peleas de niños, hubiésemos podido continuar la fiesta ( el vino, aunque malo, era abundante; el asado prometía ) si a Sebastián no se le hubiese ocurrido desenvainar la esperada, implacable, ominosa pregunta:
          - Che, Manuel ¿cómo está Buenos Aires?
          El silencio que respaldó a esta inquisitoria debió escucharse en el camposanto. Unánimes, las cabezas giraron hacia el invitado quien, cuidadoso, dejaba de lado los cubiertos, se limpiaba los labios con una servilleta de papel y nos observaba uno a uno, como dudando.
          Una respuesta acorde a nuestro afán hubiese podido ser:
          "- Y... ¿qué decirte? Igual que siempre ¿a qué tocar el tema? "
          O bien, con su mejor tono fascistoide:
          "- En realidad, el país comienza a respirar un clima de orden; le hacía falta una mano dura".
          En vez de ello, Manuel - apenas había charlado dos palabras con nadie - pareció quitarse un gran peso del alma y contó ... lo que no debiera haber contado.
          - Mirá - empezó ¿y para qué empezó? - ¿cómo te llamás?... mirá Sebastián: te habrás percatado (le hablaba a Sebi y nos abarcaba a todos) que no pertenezco a ninguno de los grupos de inmigrantes llegados a este país tras El Gran Exodo; vine a visitar a una hija, residente aquí desde hace diez años y por más que ustedes sacarán sus conclusiones - allá con ellas -, me considero un apolítico. Como dicen los mexicanos: me vale madres la política.
          ¿Adónde quiere llegar este idiota? ¿Por qué Gilberto no lo calla con una canción? ¿Y por qué no lo hago yo? - pensé que pensaba Bombilla.
          - Hum, hum - le escuché decir, en cambio - ¿un ejecutivo sin ideología?...
          - ¡Pará la mano, Bombi! - la orden de Carmen resonó inapelable -, Manuel quiere contarnos algo ¿por qué no lo escuchamos?
Noche de Brujas... Halloween... Fastidiosos espíritus divertidos, utopía infantil con influencia gringa; Día de Todos los Santos, espectros ecuménicos y autoritarios, ilusionismo puro.
          - No, Carmencita, está bien; no tengo intención de regodearme con discusiones retóricas, privilegio que no concierne a un... ¿ejecutivo, Bombilla?. Quiero contarles una anécdota, un cuento de aquelarres si lo prefieren. ¿Alguien duda de que allá existan? Un cuento en el cual los protagonistas no tienen, ni tendrán, nombre o apellidos; un cuento de auténticos fantasmas. Ustedes podrán creerlo o no, podrán negarlo o no, pero lo que sigue fue presenciado con estos ojos. Nadie me lo chimentó.
          Mi mano persiguió la de Bombilla, no para calmarla sino para acompañarla; ese dolor merecía respeto.
          - Una noche - proseguía Manuel -, antes de disponer este viaje, salimos con unos compañeros de trabajo en un barquito propiedad de la Empresa. La intención era similar a ésta de ustedes: un subterfugio para distraernos un rato pescando algún dudoso bagre al que, con seguridad, devolveríamos al río. Partimos del atracadero de San Fernando a eso de las ocho de la noche con puntualidad inglesa; remontamos el Luján, luego el Sarmiento, dejamos atrás el Río Capitán y sus moteles; anclamos en medio del Paraná de las Palmas. El afluente estaba tranquilo, sin marejada.
          El pobre tipo exultaba verborragia desconociendo la geografía de Bombilla quien, nacido y criado entre la leche marrón de alguna barranca mesopotámica, recorrería su memoria con desazón y añoranza.
          - ¡Debieran haber visto aquello! A todos los presentes nos embargaba una emoción sacramental: el cielo carbón, rancio, melancólico, se ufanaba de estrellas saltarinas. Allí, el drama de ambiciones enfrentadas era una burla, una necedad. La paz de aquel sitio no estaba intimidada sino por el abucheo del viento, el grito de algún tero o la pertinaz caricia del agua contra el barco. Las riberas delimitaban algún universo del cual sólo veíamos lejanos destellos; no éramos ni ignorantes, ni rebeldes, solamente ingenuábamos una chiquillada, una transgresión a la barbarie. Allí, entre la nada, presumíamos de veraces: el hombre con el hombre, uno más uno, uno con uno.
          Manuel se tomó un respiro. Sin razón alguna levanté la vista y no: todo lo que orbitaba seguía siendo. Todo... menos la Cruz del Sur.
          - Un par de horas después - prosiguió -, estos intrépidos pescadores nos disponíamos a cenar cuando oímos el sonido de un helicóptero; la luz del reflector giraba sobre el velero encandilándolo, alejándose brutalmente. En un principio no le dimos importancia; los componentes de esa salida no teníamos motivos para temer, nos protegía una Empresa transnacional y la documentación - tanto personal como del barquito - estaba en regla. No obstante, a la cuarta vez que nos sobrevoló optamos por apagar las luces y esperar en absoluto sigilo; todos sentimos en el estómago ese sabor agridulce que produce el miedo. Parecía que en efecto se alejaría pero a los pocos minutos retornó, también él a plena oscuridad; volaba muy bajo y escuchamos lo que debió ser un forcejeo. Una voz juvenil aulló un insulto. Segundos después un cuerpo cayó al río. El golpe en el agua... Otro grito y otro cuerpo... el golpe en el agua. Y así otro y otro y...
          Se aferró la cabeza con ambas manos, casi en son de súplica. Ninguno de nosotros osaba interrumpirlo en tanto sus hombros se convulsionaban como si fueran sacudidos por una ( ¿bruja ? - pensé que pensaba yo).
          - ... no sé cuántos - insistió -; no los conté, tal era mi espanto; fueron varios, muchos, demasiados.
          En un intento por contener el gimoteo, su rostro había sufrido una transmutación: tensos como alambre, los músculos de la cara la deformaban hasta hacerla comparable a una de esas calabazas que adornaban las ventanas de las casas vecinas.
          - Lo que siguió entre mis compañeros y yo no viene a cuento; sin embargo, no he tenido con quién hablar de esto y necesitaba confesarlo ante gente de confianza. Ojalá comprendan por qué en un destierro que no me pertenece, muchachos, y en esta Noche de Brujas.
Cuando Manuel terminó su relato sentí la presión de la mano de Bombilla sobre la mía, casi lastimándola; le busqué los ojos y éstos habían trocado del azul al gris, como sucede cuando está triste de bronca o impotencia. Los integrantes del grupo de esa noche ya éramos otros, mucho más solos que al comienzo.
          La fiesta terminó allí mismo. Ninguno se atrevió - acaso nadie lo pensó -, pero hubiera sido todo un detalle que cualquiera de los presentes hubiese chillado:
¡¡¡ Halloween !!!

2 comentarios:

  1. Historias de exiliados, historias del horror vivido o visto desde la esquina...Historias que tal vez ya se han convertido en fábula, pero que continúan siendo verdaderas. Ernesto, dónde estarán los que no volvieron?

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  2. Noche de brujas...queda chico el nombre para contestar tu pregunta Nurit.
    Realidad que sigue ardiendo , como una vieja cicatriz.
    amelia

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