lunes, 11 de julio de 2011

Lydia Davis (una maldita)

Lydia Davis (una maldita) - Prólogo por Adriana Valdés

Lydia Davis le da una vuelta insólita al término “kafkiano”.  Lo inquietante y lo ajeno, en sus breves textos,  están donde más duele:  en las relaciones básicas, íntimas, con la madre, con el hijo, con el marido.  Como Kafka, logra transformar la cuestión íntima (y su conjunto de leyes ausentes, tácitas o locas) en un asunto político de los más turbios.  Horror y humor se dan a la vez; ninguno cede el paso definitivamente al otro. 
Lydia Davis, una maldita, escribe textos  cuidadosos,  de un minimalismo casi manierista. Algunos podrían ser poemas en prosa; otros narraciones atípicas, siempre de lo cercano, hasta de lo doméstico.  Allí, su lenguaje va generando la aparición  gradual y aterradora de cuanto lo excede: la naturaleza corporal, lo diabólico, la culpa, el vacío, la pulsión de muerte. Ante la desdicha implícita en la ciega transmisión de la vida, su escritura hace el gesto de organizarla,  esa desdicha, de manera a la vez demente y cautelosa.

Lydia Davis es autora de una novela y de siete libros de cuentos.  El último fue finalista del National Book Award de los Estados Unidos en 2007. Ha traducido al inglés a Maurice Blanchot, Michel Leiris y Marcel Proust, entre otros autores. Estuvo casada con el escritor Paul Auster, con quien tiene un hijo. Los textos traducidos provienen del libro The Collected Stories of Lydia Davis, publicado por Farrar, Strauss & Giroux en Nueva York, el año 2009. Quizás por qué cicatriz de la traductora, son en su mayoría variaciones sobre el tema de la madre. 

DESDE ABAJO, COMO VECINA
Si yo no fuera yo, y, como vecina, me oyera desde abajo, hablando con él, me diría qué contenta estoy de no ser ella, de no sonar como suena ella, ni tener la voz que tiene, ni expresar esa opinión.  Pero no puedo oírme desde abajo, como vecina, no puedo oír cómo no debo sonar, no puedo alegrarme de no ser ella, como haría si la oyera.  Entonces, como sí soy ella, no me pesa estar aquí arriba, donde no puedo escucharla como si fuera una vecina, donde no puedo decirme, como tendría que hacerlo desde abajo, qué contenta estoy de no ser ella.
LAS BISABUELAS
En la reunión familiar, pusieron a las bisabuelas al solcito.  Pero a causa de un problema con los niños mientras el cuñado caía en inconsciencia etílica, se olvidaron de ellas por largo rato.  Cuando abrimos la puerta vidriada, atravesamos los gomeros, y nos acercamos a las viejas que estaban al sol, era demasiado tarde:  sus manos rugosas se habían confundido con los mangos de los bastones, los labios se habían juntado en una sola membrana, los ojos se habían endurecido e, inmóviles, se dirigían al bosque de castaños donde entraban y salían los niños.  Sólo la vieja Agnes tenía algo de vida, pudimos oír el aliento entrarle en la boca, y ver el corazón pulsando bajo su traje de seda, pero al acercarnos se estremeció y luego quedó inmóvil.
EL PASEO
Una explosión de ira cerca del camino, negarse a hablar en el sendero, silencio en los pinares, silencio al atravesar el puente del viejo ferrocarril, un intento de ser amable en el agua, negarse a terminar la discusión sobre las piedras, un grito de ira en la escarpada ribera de tierra, llanto entre los arbustos.
LA MADRE
La niña escribió un cuento.  “Hubiera sido mejor una novela”, dijo su madre.  La niña construyó una casa de muñecas.  “Hubiera sido mejor una de verdad”, dijo su madre.  La niña hizo una almohadilla para su padre.  “Hubiera sido más práctica una colcha”, dijo su madre.  La niña hizo un pequeño hoyo en el jardín.  “Mejor uno más grande”, dijo su madre.  La niña hizo un hoyo grande y se durmió en él.  “Mejor dormirte para siempre”, dijo su madre.
MADRES
Todo el mundo tiene una madre en alguna parte.  Una madre esté cenando con nosotros.  Es una mujer pequeña, con anteojos tan gruesos que parecen negros cuando da vuelta la cabeza.  Luego llama por teléfono la madre de la dueña de casa, durante la comida.  La dueña de casa se ausenta de la mesa más tiempo del previsible.  La madre puede estar en Nueva York.  En la conversación se menciona la madre de un invitado; está en Oregon, un estado del que pocos sabemos algo, aunque ha sucedido que alguien tenga parientes allá.  Más tarde, en el auto, se hace referencia a un coreógrafo.  Se quedará en la ciudad esa noche,  de hecho porque va en camino a ver a su madre, en otro estado también.
Las madres, cuando son invitadas a comer, comen bien, como los niños, pero parecen ausentes.  Suele suceder que no se enteren de lo que hacemos o decimos.  Suele suceder, también, que participen en la conversación sólo cuando se trata de nuestra juventud; o que sean conciliadoras cuando no viene al caso; o que sonrían, y se las malentienda.  Y sin embargo siempre se las ve, siempre se habla con ellas, aunque sólo sea para las fiestas.  Han sufrido por nosotros, y muchas veces sin que nos hayamos percatado.
VIAJAR CON MI MADRE
1
El bus decía “Buffalo” en el frente, después de todo, no “Cleveland”.  La mochila era del Sierra Club, no de la Audubon Society.
Habían dicho que el bus con “Cleveland” en el frente era el correcto, aunque yo no iba a Cleveland.
2
La mochila que yo llevaba era muy resistente.  Incluso más de lo necesario.
Ensayé muchas respuestas a su posible pregunta sobre lo que llevaba en la mochila.  Diría “arena para plantas de interior”, o “es para un cojín de aromaterapia”.  También habría podido decir la verdad.  Pero esta vez no registraron el equipaje.
3
En mi maleta con ruedas tenía la vasija de metal, bien envuelta en ropa.  Ahora esa era su casa, o su cama.
No quise ponerla a ella en mi maleta con ruedas.  Pensé que si la llevaba a la espalda por lo menos estaría cerca de mi cabeza.
4
Esperamos el bus.  Me comí una manzana tan vieja que casi estaba asada, como la de un kuchen.
No sé si ella escuchó o se molestó por el anuncio grabado.  Lo pasaban por micrófono cada pocos minutos.  La falta de gramática le habría molestado.  ” Razones de seguridad…”
5
Dejar la ciudad se sentía como algo tan definitivo que por un momento pensé que mi dinero no serviría en el lugar de destino.
Antes  ella no podía salir de su casa.  Ahora se está trasladando.
6
Hace tanto tiempo que no viajábamos juntas.
Hay tantos lugares donde podríamos ir.
.
CABEZA, CORAZÓN
El corazón llora.
La cabeza trata de ayudar al corazón.
La cabeza le dice al corazón, una vez más, cómo es la cosa:
Perderás a los que amas.  Todos se irán.  Pero hasta la tierra se irá, algún día.
El corazón entonces se siente mejor.
Pero las palabras de la cabeza no permanecen mucho  en los oídos del corazón.
El corazón tiene tan poca experiencia en esto.
Los quiero de vuelta, dice el corazón.
La cabeza es todo lo que tiene el corazón.
Ayuda, cabeza.  Ayuda al corazón.

6 comentarios:

  1. No me pareció tan maldita, sí irónica pero llena de ternura, así es la magia de la literatura abarca de distintas maneras. Carlos Arturo Trinelli

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  2. Mordazmente realista, textos para leer varias veces

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  3. Me encantó, como dice Arturo no es tan maldita, pero claro, hay una cuota interesante de ironía. No la conocía y eso está bueno.

    Lily Chavez

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  4. Hay una incierta comunion entre la madre y ser madre y cierta anomalía en la persepción de la vida intima pero nos lleva de su pluma pendients de cualquier coma y nos deja despatarrados en el punto final.
    Un estilo exacto , pulcro y estético donde no sobra una palabra aunque a veces diría falta.
    Pero esa escasez es la que nos muestra su valor como cuentista.

    Interesante autora.
    Celmiro Koryto

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  5. La autora plantea al desnudo,una problemática usual entre las relaciones triágulares y especialmwente entre la relación -madre -hija.
    Me parece muy aguda y me enternece.
    amelia

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  6. El terreno literario de la autora son las relaciones humanas, las primarias, y en algunas en una brevedad genial, muerden, pero hay que saber encontrarles el lado tierno.
    Original y de un gran talento para perfilar a los protagonistas.
    Felicitaciones a la Revista por esta publicación.
    MARITA RAGOZZA

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