lunes, 11 de julio de 2011

GERARDO PENINI


GULLIVER GONZÁLEZ

Había nacido parado Gulliver. Una manera de decir, porque nació como todo el mundo, pero en una familia bien. Es decir,  con misa los domingos en la iglesia de los irlandeses, escuela privada, club de polo y asaditos en el yacht club con carne de vaquillona del tío McAllister. De esa parte le venía el pelo rubio y los ojos celestes. Del abuelo piamontés la estatura y la corpulencia que lo hicieron forward en el equipo del SIC.
A los veinte, ya cursando ciencias económicas en la universidad (privada y bilingüe) se llamaba Gully y usaba remeras de la UCLA, de YMCA, de THE POLICE , y pertenecía a un centro de estudiantes nacionalista y antisemita. Ese año el tío  Franny (Pancho González para los amigos) le prestó un velero pengüin para la regata del Hombre Pájaro, en la isla de Pascua.
Nunca la terminó. La regata cayó en un tifón bravo que duró varios días. Gully tuvo la suerte de ser arrojado a una playa donde se refugió hasta la salida del primer solcito tibio y lagañoso. Se creía en una película justo a su medida. Arena blanca, palmeras ondulantes, lejanas montañas verdes. Gully esperaba que aparecieran los amigables nativos y las bellas nativas.
Como aparecer,  aparecieron. Y también amigables, o por lo menos, no agresivos ni violentos, ni estúpidos curiosos, ni admirados ignorantes. Ni nada. Lo ignoraron absolutamente.
Pequeños hombrecitos que le llegaban al pecho, oscuritos y transpirados, corrían por la playa para pescar, bañarse o juntar cosas útiles –conchas, ramitas, estrellas de mar, piedras brillantes- pero pasaban cerca de Gully casi sin mirarlo, apenas una ojeada de vez en cuando.
Las bellas mujeres, eso sí,  las había a montones. Jóvenes o no tan jóvenes, todas hermosas, de pieles satinadas, músculos firmes, caderas redondas y rítmicas. Llamativamente para Gully (lógicamente para cualquiera) eran todas casi muñequitas, más bajas que los hombres. En medio de esa gente nuestro héroe parecía  una gran vela de yeso. Blanco, desteñido, enjuagado y largo…interminable.
 El joven confiaba en su apostura, se sentía ganador entre tantos pequeñines negritos, seguramente mal alimentados. Se paseaba orondo por la costa del mar, exhibiendo sus músculos, agitando la sedosa cabellera rubia. Con tantos cuerpos femeninos bronceados, color de chocolate, reflejos de miel, olor a vainilla y canela… ¡Caramba! Pensó Gully, todas comparaciones comestibles. Y se dio cuenta que no era puro erotismo, que se le mezclaba con el hambre. Las personitas comían a cuatro manos. Pescado, pulpitos, ostras, huevos frescos, diferentes frutas y vegetales.
Gully sintió rugir el estómago. Corrió hacia un risco sobre el mar, flexionó graciosamente las piernas y dando un salto olímpico se zambulló en las aguas.
Al salir sintió que muchas miradas caían sobre él. Sintiéndose orgulloso soltó el puñado de ostras que sujetaba y con sentido humorístico se puso a danzar en torno al montículo que formaron a sus pies. Las miradas de decenas de pares de ojos negros resbalaron unos instantes sobre él y luego volvieron a encontrarse en diálogos secretos. Gully González se sentó en la arena y comió a las apuradas sus ostras, con tanta hambre que se tragó un par de perlas. Esto le dio una idea, dejando a un lado las que iba encontrando terminó de comer. Satisfecho y otra vez de buen humor, comenzó a mirar de reojo los cuerpos desnudos de las nativas, que ya se iban alejando hacia la sombra de los árboles. Se formaban parejas o pequeños grupos, abrazados, tomados de las manos o correteando. El joven los vio perderse en el fresco abrigo de las hojas y decidió seguirlos para ofrecerles las perlas en prenda de amistad. Y algo más.
Más bien algo más, porque sintió elevarse su miembro en una erección formidable. Las muchachas ya no le parecían muñequitas minúsculas y oscuras. Siempre se había sentido orgullosos de su potencial. Algunas compañeras de la universidad lo habían comentado entre cuchicheos y risitas agudas. Era considerado una especie de potro, y allá marchó, confiado en sus atributos.
Cuando Gully llegó a los matorrales, sobre la hierba, entre las flores desojadas, tras cortinados de lianas, muchos cuerpos elásticos bailaban una danza voluptuosa, vital y sonora. El cuerpo perfecto, blanco y fibroso quedó allí, en medio de aquella animal, placentera, suavemente violenta y perfumada escena como una tela de Gauguin sin inhibiciones, una tela estallada en movimiento.
Gully sintió el extravío, pataleó, arrojó las perlas como inocentes proyectiles de frustración. ¡Negros de mierda! gritó en inglés y francés…nada. Se fue con su erección a la zona más alejada, corriendo y gritando como un poseso.
Meses después, una lancha que seguía buscando náufragos de la regata lo encontró cubierto de pelos y ampollas. “Qué asoleadura el gringo” dijo el patrón de la lancha, un veterano pescador de Chiloé. 
Cuando la tía Ernestina le vio los pelos en las manos salió corriendo a buscar un sacerdote mientras gritaba:
- ¡My good, my good! ¡Dios te castigó m’hijito! ■

3 comentarios:

  1. El nombre lo marcó y estaba cantado que algo así tenía que pasarle es como un jugador de fútbol israelí que se llama Golaza. El tipo tenía que ser jugador de fútbol. Y hay muchos casos de tipos que se llaman Bonaza y son mas malos que la peste, pero es por espíritu de contradicción nomás...Ahora, eso de que se hizo peludo en lugares no convencionales, !!eso fue culpa de él!! No estaba previsto en absoluto!!!

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  2. Humor, velada ironía componen un atractivo relato, disfruté de su lectura, Carlos Arturo Trinelli

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  3. Hola Gerardo, soy Publio de Buenos Aisres, aunque no creo que haya otro. Quiero saber de vos, pasme algún teléfono que te llamo.
    Abrazos
    Publio

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