miércoles, 14 de noviembre de 2012

Por Clara Fernández Moreno


Aproximaciones a Juan Antonio Vasco

     
Esa doma de entre las olas y la arena diamantina de Chichiriviche, esas nubes olímpicas salpicando el mar de aguas calientes del trópico, ese sol quebrando el parabrisas de su Valiant celeste que un amigo le perdió, esas negras que caminaban por el borde de la selva, delgadas como las cuerdas de esparto, esos triunfales creadores de dólares y yates que compartían con él las montañas inseparables que signaban cada día de Caracas, esa publicidad que le roía los huesos y lo llevó a ser especialista en comunicaciones, esa hija de ojos celestes como sus antepasados españoles de los Cántabros, vasco-franceses y escoceses que poblaron el campo argentino haciendo los escoceses plum-pudding cada generación. Esa hija venezolana que viajó allá para nacerla, ese negro ciego que por las tardes esperaba su salida de la Cámara e Comercio para su comida de la noche, esa mujer que tiró el televisor por la ventana para que se comportase, para que dejara de regalar “many” a sus amigos poetas viajeros, ese antiguo pueblo de la provincia de Buenos Aires, Chascomús, donde se quedó solo cuando murió su padre, salió adelante tres hermanos. Ese acá y allá, en la laguna, en las calles de Chacao, Chacaito, Petare, Caracas Venezuela, donde bebían ron o whisky, según el dinero existente, con sus amigos de “El techo de la ballena” hasta que una noche Adriano González León tomó toda la botella de Campari, mientras Juan Antonio leía el poema “Chatarra” de Lawrence Ferlinghetti, y grabé sus ronquidos a las cinco de la mañana, en nuestro departamento que daba al campo de golf. Y a las seis el sol levantaba a muertos y vivos y Vasco se iba a trabajar. Igual que en la Argentina cuando esperaba el amanecer sentado en un banco de la plaza Lavalle, después de una noche con sus correligionarios surrealistas. Ese sol en la vereda de la casa donde los chicos y yo le dimos de probar mangos, con sólo llevar el brazo hasta las ramas, ese sol de hambre que vio por toda América, desde San Telmo natal hasta la aldehuela de Cariaco: hicieron al Vasco ejecutivo, agresivo, conquistador del oro, hirviente caldero. ¿Hicieron al Vasco poeta, conquistador de la vida, de Afrodita? Quizás si. Seguramente. O, y hablando más objetivamente, será que Vasco nació creador. Fue visto a los 16 años en busca de la perfección con sus sonetos a la rosa; a los 26 formando parte del movimiento surrealista argentino, junto a Pellegrini, Madariaga, Latorre, Llinás y otros creadores de la revista “A partir de cero”, que empezaba todo de nuevo; fue visto desde los 37 y durante trece años que vivió en Venezuela acompañando a “El Techo de la ballena”, tal vez el movimiento socio-político-artístico más importante de América Latina, y tal vez el más fugaz. Se lo ve hoy, cumpliendo sesenta años, inválido de hombros hacia abajo, recibiendo el sobre que le trae el reportaje de una página que le hace Juan Calzadilla en “El Nacional” de Caracas, ya no como surrealista sino como poeta en libertad signado por su patria americana.
      Y cada vez que uno entra a su cuarto hay que anotarle un verso, tres versos, quince versos, que pensó durante la noche o la obligada siesta. Entonces sus hijas o su mujer fijan en el papel esa poesía que proviene de su vida, cada vez más concentrada y que lo inunda hasta la médula.
Texto originalmente publicado
en la revista Barataria # 9/10/11
(año 5, Buenos Aires, diciembre de 2003)

DATOS BIOBIBLIOGRÁFICOS
      Juan Antonio Vasco nace en noviembre de 1924 en la ciudad de Buenos Aires, donde vive los años de la infancia. Tras la muerte de su padre, alrededor de 1936, Juan Antonio y sus hermanos van a vivir con familiares a la pequeña ciudad de Chascomús, mientras su madre trabaja por momentos en Buenos Aires para sostenerlos económicamente, y a su vez ellos también comienzan muy temprano la vida laboral.
      En su adolescencia escribe poesía ajustándose a las normas clásicas. En esa primera época de su creación literaria Vasco considera su maestro a Baldomero Fernández Moreno, por quien siente gran afecto y admiración, y quien por temporadas reside en Chascomús.
      Al terminar sus estudios secundarios se recibe de Maestro Rural y ejerce como tal durante un tiempo en la ciudad de Dolores, en 1941. Allí conoce a Mary Luz Luna, quien fuera luego la esposa de Carlos Latorre. Éste es probablemente el primer encuentro con el surrealismo, que se instalaría en su vida poética unos diez años después.
      Alrededor de 1944 vuelve a Buenos Aires, donde trabaja y estudia Humanidades. Entre 1943 y 1948 publica sus primeras colecciones de poemas, de estilo clásico: El Ojo de la Cerradura y Cuatro Poemas con Rosas.
      El mismo año de la muerte de Baldomero Fernández Moreno, 1950, Vasco incursiona en la escritura automática. En 1954 publica Cambio de Horario, que ya desde el título indica el cambio de orientación en su poesía. Para ese momento, Vasco estaba casado con su primera esposa y trabajaba en publicidad.
      Emigra a Venezuela en 1954, donde se desempeña como vendedor y publicista. Durante los años siguientes, dedica gran parte de su tiempo y energía a su trabajo, para afirmar su posición en el país. Sin embargo, no deja de escribir, e inclusive siendo recién llegado, publica en la sección literaria de “El Nacional” un artículo sobre Gérard de Nerval.
      En Venezuela, por la impronta de la geografía del lugar y sus habitantes, su estilo surrealista se aleja del francés para acercarse a su identidad americana.
      En 1958 conoce al grupo de la revista Sardio, y luego se une al movimiento surrealista venezolano, el “El techo de la ballena”.
      El libro Destino Común se publica en 1959, reuniendo poemas escritos desde 1955.
      Habiendo terminado su primer matrimonio, en 1964 Juan Antonio Vasco se reencuentra con Clara Fernández Moreno, hija de Baldomero, a quien conociera en su juventud. Se casan en Venezuela y al poco tiempo Vasco es trasladado por McCann Erickson, la empresa de publicidad donde ocupó cargos directivos, a Montevideo.
      Vasco comienza a escribir los poemas que se publicarían mucho después en 1982, en el libro Pasen a Ver. También continúa el trabajo de traducciones de poesía, iniciado en Venezuela.
      En 1966, la familia regresa a Caracas, donde nace su hija Clara en 1967.
      Al año siguiente, los cuatro vuelven definitivamente a Buenos Aires.
      A Vasco se le habían presentado los primeros síntomas de una enfermedad que pasado bastante tiempo se sabría que era esclerosis múltiple.
      A medida que la enfermedad avanzaba, nuestro poeta continuó incansablemente su trabajo, escribiendo cuentos, colaboraciones en revistas literarias, ensayos y traducciones, y todo tipo de actividad intelectual que le permitiera ganar su subsistencia y la de su familia. Es importante mencionar la intensa correspondencia que mantuvo con otros poetas y amigos hasta poco antes de morir, porque esas cartas dan cuenta también de su permanente estado creativo.
      Cuando ya no solamente no puede caminar sino tampoco mover los brazos ni las manos, dicta sus palabras a un grabador, mediante un palito que maneja con la boca para apretar las teclas o dar vuelta las páginas de los libros. Además de haber tenido siempre la ayuda de su familia en su labor, y la de algunas personas que oficiaron como secretarias.
      Al margen de los poemas de Pasen a Ver y las traducciones (de Cecco Angiolieri, Gottfried Benn, e. e. cummings), Vasco escribió un libro de cuentos para niños, Historias del Reino de Pí, publicado en 1976, y una serie de narraciones reunidas en El Monigote y Otros Relatos, 1981. También trabaja incesantemente en su largo poema “Parranda y Funeral”, con un estilo diferente al de los anteriores, donde pone énfasis en la denuncia social además de la creación artística, con incontables años de elaboración y correcciones. Es publicado póstumamente por algunas revistas y luego en el libroParranda y Funeral, en 1992, bajo el cuidado del poeta venezolano Juan Calzadilla, donde están incluidos sus aforismos y otros poemas inéditos hasta ese momento.
El último libro que se publica en vida, en 1984, es Conversación con la Esfinge, estudio sobre la poesía de Octavio Armand.
Apenas cumplidos los sesenta años, Juan Antonio Vasco muere en noviembre de 1984, habiéndose mantenido activo hasta muy pocos meses antes de su fallecimiento.

Libros publicados
•          Cambio de horario, Letra y Línea, Buenos Aires, 1954
•          Destino común, A Partir de Cero, Buenos Aires, 1959
•          Historias del reino de Pi, Librería Huemul, Buenos Aires, 1976
•          Con mucho gusto e. e. cummings (traducciones), Breves 16, Caracas, 1978
•          El monigote y otros relatos, Fundarte, Caracas, 1981
•          Conversación con la esfinge – una lectura de la obra de Octavio Armand, Editorial Fraterna, Buenos Aires, 1984
•          Pasen a ver, Universidad de Los Andes, Mérida, 1982
•          Introducción a “El Techo de la Ballena”, Ediciones de la Universidad de Carabobo, Venezuela, 1971
•          Déjame pasar, Ediciones Ultimo Reino, Buenos Aires, 1988
•          Parranda y funeral, Fondo Editorial Tropykos, Caracas, 1992
Datos biobibliográficos preparados por Carmen Vasco y Clara Vasco,
en base al ensayo de Ricardo Herrera,
prólogo del libro Déjame Pasar
Ediciones Ultimo Reino. Buenos Aires. 1988



POEMAS


CLARA ES UN ROBOT FRENÉTICO
Se disfraza de mujer con misteriosa habilidad pero es un robot de la peor especie.

Lo adviertes cuando se acomoda los rizos con tubos de cartón tripas de rollo de papel toilette.


Si se traba chirría y hasta que no le quitas de la máquina el cuerpo extraño no vuelve a sus modales de ameba servicial.


Se sabe que cultiva lábiles intenciones contra cualquier sistema y eso le proporciona su ternura de rosada mucosa que no permite escapatoria.


Si la amas chapúzala en la vida para verla alborotar peinarse y arrojarse como un calamar herido por sobre casi todo lo que existe
1964

ººººº

CHANSON
Para Lucienne

Ojalá te hubieras llamado Luciana como quien dice luciérnaga o luz de ciénaga

 
Ojalá te hubieras venido a América

 
Comeríamos una choucroute au champagne cada lustro

 
Y entre semana guiso y puchero

cartas de amigos y facturas de electricidad

 
pero no llegamos a nada mi amor

Tus poemas todavía me llenan de pesadumbre

tus sostenes con las cintas ajadas aparecen en mis maletas

 
Y no termina de salir el sol en Green Hill con aquel polizonte de la madrugada

 
Esto ocurrió hace mucho tiempo

antes de que enmudecieras mon petit singe

cuando yo te compraba naranjas en el Soho

curries en Hampstead

y alquilábamos dos sillas bajo los castaños por cuarenta francos

porque tú eras mi mujer


Risa en  tierra firme

Todo ese fuego negro te subió como pelo hasta la nuca
te levantabas a reír
con peinado de guerra te levantabas a reír
y aquellos largos dedos de curare atraparon los labios de tus dientes
bella como una estola hecha de pájaros
como la música del güiro
como el pantano de las nubes
bella con los ojos de sudor de petróleo y camisa de palma real
como una cicatriz
bella como la papa brotada
máscara de meseta sólo dejas pasar el alarido de la tierra

Me has mostrado tu múcura de donde salen las hormigas blancas
                     con tu vello y los hongos de tufo marino que atan a los
                     hombres en las islas

yo te miro con ojos de glaciar desde los mares que esconden su
                     ballena durante toda una generación
listo  para el fulgor de tus mejillas con un pequeño sacrificio de
                     arroz blanco
mientras asciende el sol barbado
sobre esta tierra donde el hombre sube y sube  para amarrar su
                     hambre lampiña como enseña de náufrago en las palmas  

No dejes de reír
dispárame tu risa con punta envenenada
tu risa de guarapo para el sediento del amor
minero ensombrecido por el cobre
tu risa de guajira resonando entre los muros encerrados de una
                    orgullosa capital
derrama sobre mí tu fogata de pelo
suelta tu risa de curiara
de pólvora y café
de pastizal
dientes de blanco armiño en la tapara de tu boca
tus dientes de culebra 
suelta esa máscara de hierbas
el faldellín de arena
suelta
vientre de avispas
tus jirones y el humo que ciñe tu garganta
ven desnuda
desde lo alto de la sierra se ve el mar.
                                                    (1963)

LA CABAÑA DE LA PLAYA

 Vuela el viento en el mar
arde como el pelo de mi amor cuando sonríe el mar
como el verdín de sus pestañas en el mar
el humo de sus manos en el mar

Y allí estaba mojada y pelinegra
con las piernas cruzadas
con los pechos chiquitos
y la risa en la cara
El mar entró por la puerta
yo salí por la ventana
me corrió por la arena
y me alcanzó en el agua
Un jirón de su piel daba la vuelta al mundo
el agua la desnudaba

Un cesto lleno de ropa negra
una copita
llena de ropa blanca

Cabeza blanca cabeza rota
vamos a cantar
Echó una bola de agua
y nada más

Yo que me tapo de arena
y ella que no me dejaba
ni a la sombra de la teja
ni bajo la palma
ni en el manglar
ni en el uvero de playa
ni para taparse el pecho con la mano
ni para mirarse los dientes en el agua
ni para sentarse en una silla
desnuda
ni para nada

A cara o cruz
la suerte estaba echada
salía la misma cabeza rota
blanca
vomitando la misma bola de agua

De puntillas
empezó a girar
las vendas se le soltaban
Detrás de la duna
la manta mojada
 Las palmeras huyen detrás de nosotros como los refugiados del frente de guerra vistos desde el tren de prisioneros
 Estaba amaneciendo en la cabaña
 Y vino el tractor vino el café de la madrugada vino el capitán del puerto vino el arpista con el arpa trajeron   pan pan-pan pan flauta pan de redondas nalgas partieron el cogollo de palma asaron el cangrejo tocaron el arpa se terminó el café se terminó el pan el mar se llevó la casa
[1963]

1 comentario:

  1. "...incontables años de elaboración y correcciones..." Destaco, Clara, estas palabras de tu semblanza y te saludo con el afecto de siempre.

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