jueves, 26 de julio de 2012

Juan Gelman


Poesía reunida


13/07/12 LIBROS
Juan Gelman reunido

Puestas en la balanza del tiempo, las más de mil cuatrocientas páginas de laPoesía reunida del célebre poeta argentino arrojan un diagnóstico reservado sobre sus potencialidades como legado literario. / 

Por Alejandro Rubio.
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Leyendo los dos volúmenes que compilan una obra iniciada en 1956, vienen a la memoria dos frases pronunciadas por poetas que nada tienen que ver con Juan Gelman: los hermanos Lamborghini. “El enemigo es González Tuñón”, dijo Osvaldo; y “para ser poeta no hace falta ser boludo” (Leónidas dixit). Pero habría que refrenar las ganas de decir que el tuñonismo y el boludismo arruinaron la posibilidad de que una experiencia vital única en un poeta argentino cuajara en una obra a su altura. Habría que seguir, más bien, la línea histórica de una estructura de sentimiento que rigió la poesía de Gelman y de muchos de sus coetáneos: el optimismo histórico, sus modos, sus manías y su público. Se impone también una periodización marcada por la historia política del país: primero, desde Violín y otras cuestiones (56) hasta Hechos y relaciones (80), la etapa sesentista; luego, el período de crisis, que incluye Si dulcemente (80), Citas y comentarios (82)Interrupciones I y II (88), Carta a mi madre (89) y Salarios del impío (93), período que sienta el prestigio vigente de Gelman; por último, la clausura del ciclo del optimismo histórico, que abarca desde Incompletamente (97) hasta El emperrado corazón amora(10).
Raúl González Tuñón escribió el prólogo al primer libro de Gelman. Allí, el vanguardista de los años 20, el orador encendido de la república española, el comunista archivado por el partido, señala que Gelman, a diferencia de los jóvenes “viejos” –los que se guían por las formas, tanto literarias como sociales–, es un joven “joven”: apasionado, fraterno, chapucero y atolondrado (estas características juveniles no importarían si Gelman no las reivindicara en su vejez). El joven Gelman confía en el futuro, confía en que los ripios y las perogrulladas de los poemas presentes se borrarán en favor de la buena intención en un futuro revolucionario. Persiste en esta fe a lo largo de varios libros, alargando sus poemas, sus versos y sus palabras. Ni la mujer que se parecía a la palabra nunca, ni los obligatorios himnos al Che, ni los trabajadores infantiles: nada le es perdonado al lector actual. A juzgar por su éxito inmediato, muchos lectores de poesía estuvieron de acuerdo con él. Por lo que sabemos, se trató de una época de cándida seriedad, de fogosa ligereza, al menos en los juicios estéticos. Nada perdura, después de tantos años, de tanta buena voluntad; ha quedado solamente una pila de poemas innecesarios.

Si hay un movimiento formal en la obra de Gelman, es el que va de los versos enfáticamente coloquiales y las metáforas e imágenes a lo Tuñón, a la reproducción de una matriz simbólica tomada del Siglo de Oro español.

Pero sucede el golpe del 76, Gelman se exilia, su hijo es secuestrado y asesinado, su nieta se pierde con la identidad cambiada: nunca un corazón tan confiado en el futuro sufrió un revés más grande. Nuestro poeta es una persona honesta que no quiere negar la realidad; se impone revisar los presupuestos (reminiscencias tangueras, coloquialismo, ternurismo, pauperismo evangélico, consignismo político, transparencia comunicativa) de una poesía que, de no ser cambiada, mal podría representar el sentimiento de su generación, la que se acunó con las canciones del optimismo histórico que tan malherido parece bajo los mandobles militares. Ahora es Julio Cortázar, el francoargentino surrealista-existencialista-castrista, en el prólogo a Si dulcemente, el que señala que la oscuridad del nuevo Gelman no debe ser adjudicada, contra lo que se pensaba en los sesenta, a la parálisis política, sino a una nueva situación que requiere nuevos medios de expresión. Gelman no abandona del todo sus viejos vicios (sus insoportables diminutivos, sus pésimos neologismos, su fantaseo bobo) ni se redime de su innata minusvalía (su sordera al significante), pero, otra vez, es representativo. Ha triunfado, y con un sobretono recalcitrante: el poema final del libro, titulado “Esperan”, con su ritornello: “vamos a empezar la lucha otra vez”. Se inicia un periodo que muchos críticos bautizarían “de frenética búsqueda formal”: desde la apropiación de poemas hebreos y árabes de la Edad Media hasta la escritura en sefardí, pasando por el intertexto con la poesía mística española, Gelman multiplica su paleta. Esta época de su obra es la que fascinó a lectores de poesía tan exigentes como Fogwill y Nicolás Rosa; aunque lo cierto es que aquí la búsqueda formal parece más bien parasitismo y no hay un solo hallazgo verbal en tanto texto.
Es que si hay un movimiento formal en la obra de Gelman, es el que va de los versos enfáticamente coloquiales y las metáforas e imágenes a lo Tuñón, presentes en los primeros libros, mezcla de cotidianeidad y exotismo, a la reproducción de una matriz simbólica tomada del Siglo de Oro español. Así, “olvido”, “memoria”, “luz”, “sombra”, “piedra”, “agua”, se harán representantes de polos emocionales opuestos en la tensión del poema. Este método, como el anterior, llama la atención por su doble huida de las cuestiones atingentes al realismo y a la vanguardia (la real, no la que alucinaron los ultraístas porteños) y de los problemas complementarios de la comunicación y el ciframiento. Ni lo uno ni lo otro, parece decir Gelman, ni realismo ni vanguardia, pero sí algo de los dos: si el lector se siente herido por la materialidad crasa de la palabra “cuchara”, tendrá la revancha de que poco después la palabra “eternidad” campee por sus fueros, y esto sin que en buena lógica poética haya ninguna conexión entre ellas, solo una yuxtaposición exterior que las pone juntas pero las mantiene aisladas.

Casi totalmente despojado de su resistente voluntarismo, apenas algo cursi a veces, en sus recientes libros va puliendo un yo lírico que se define por la vejez, la memoria, la elegía circunspecta, la reflexión sobre el propio hacer y el amor otoñal.

Con Gelman radicado en México y recibiendo un premio internacional tras otro, la última etapa de su obra, la menos ambiciosa, es sin duda la mejor. Casi totalmente despojado de su resistente voluntarismo, apenas algo cursi a veces, en sus recientes libros va puliendo un yo lírico que se define por la vejez, la memoria, la elegía circunspecta, la reflexión sobre el propio hacer y el amor otoñal. Desgraciadamente, ciertos tonos de viejo vinagre en sus comentarios sobre el presente poético e histórico arruinan lo que podría ser un registro homogéneo, gris y opaco a la manera de Horacio Armani, justamente lo contrario de brillante, pero no por eso menos digerible.
Impresiona, de todos modos, lo distante que está, técnicamente, la poesía de Gelman de la que se ha desarrollado a la sombra, precisamente, de sus enemigos virtuales, los Lamborghini. Se presentan todas las diferencias: temperamentales, generacionales y estéticas. Si la obra del primero va a germinar en continuadores de valía, habrá que esperar que la poesía argentina actual, a su vez, cumpla su ciclo y sea leída como fechada en una circunstancia caduca. 
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Juan Gelman
Poesía reunida I y II
Seix Barral. 660 y 720 páginas

3 comentarios:

  1. Interesante texto para aprender a leer a Gelman, C.A.T.

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  2. No soy crítico de poesía, no tengo pedigrí para comentar poemas, no me gusta ser un "iconoclasta" a la violeta, pero las volteretas de Gelman puedo juzgarlas como neófito en poesía pero implacable con la conducta de un hombre que tuvo cambios y jamás los justificó con claridad autocrítica. Perdió a un hijo y a su nuera, un precio terrible para un padre. Pero Gelman, además de un excelente poeta y periodista, es un ser humano, un humano con su grandeza y sus errores. Como todos nosotros...
    andrés

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  3. Su dignidad humana en situaciones terribles e injustas, es indiscutible.
    Amo la buena poesía , y no coincido con el autor de este artículo. Sus neologismos y fantasías no son vicios sino el talento literario de transformar el lenguaje, de inaugurar un nuevo modo de poetizar.
    Su paleta poética redescubre lo eterno y nuevo a la vez, habla de su indocilidad a la palabra convencional, hacia una búsqueda de sentido que arroja luz sobre un mundo caótico y opaco.
    " La palabra no tiene hospitales /que le curen el mundo . . .
    " En cada rostro/ hay un piano perdido. . JUAN GELMAN de su libro" El emperrado corazón amora"

    MARITA RAGOZZA

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