ROBERTO ARLT
Aguafuertes Porteñas
El crimen en el barrio
No me refiero al barrio céntrico, sino al barrio de la orilla; Mataderos, cercanías del arroyo Maldonado, sur de Floresta, radio de Cuenca, Villa Luro, Villa Crespo, etc., etc. Esos barrios, de casas amontonadas, de salas divididas en dos partes, donde en una trabaja el sastre y en la otra se apeñusca la familia, son mis tierras de predilección. Allí se desenvuelve la vida dramática, la existencia sórdida que, cuando yo tenía doce años, aprendí a admirar en las novelas de Carolina Invernizio, y ahora en las de Pío Baroja. Con la diferencia, claro está, que ahora todos esos barrios me son familiares. Los he recorrido en tantos sentidos y tantas veces, que puedo especificar cuál es la característica de una carnicería que está a dos cuadras antes de llegar a la plaza de Vélez Sársfield, por Avellaneda.
Allí la gente vive pobremente. Con presupuestos que sufren un espantoso desequilibrio cuando faltan diez pesos del mensual. Una casa es morada de varias familias; la enemiga común, la dedicada al espionaje, la buscadora de perlas del caserón, es la encargada, y la gente vive odiándose por pequeños chismes que van y vienen, atisbando la vida del vecino, mordiéndose las uñas en un fermentar de odio que a veces estalla en el crimen sensacional.
Entonces, todo el aburrimiento que se alberga en esas almas sin distracciones, estalla como una bomba fulgurante. Parece mentira, pero yo he oído, al entrar a la casa donde un hombre había liquidado a su mujer y dos hijos, estas palabras de varias mujeres:
El crimen debió ocurrir el sábado pasado.
Esto es formidable. Durante cinco días la gente de esa calle había estado aguardando el acontecimiento, olfateándolo en conversaciones cuchicheadas; esas conversaciones que al llegar interrumpen los maridos, pues prevén una pejiguera de órdago si se le consiente a su mujer que ande echando leña al fuego.
/Placer de los pobres
Cuando una mujer inicia el relato del chisme, el marido, lo primero que exclama es:
¡Cállate la boca; déjate de macanear!
La mujer calla, pero entonces, el hombre que está aburrido de ocho horas de fábrica, que no tiene ganas de ir hasta el almacén de la esquina, dice:
¿Así que hay un lío?…
No ha terminado de pronunciar estas palabras cuando el vecino de la otra pieza se acerca y comenta:
¡Pero quién diría, amigo! ¿Se da cuenta? La del sastre habla con el carpintero de la esquina. En cuanto el gringo lo sepa, la mata.
Es fija, la mata.
Y todos, de pronto, se quedan estáticos, meditando, saboreando el contenido de la palabra matar, gozándolo profundamente, imaginándose la tragedia y estremeciéndose de un placer que no quieren confesar.
Esa noche el sastre recibe el anónimo.
/Después del crimen
Después del crimen todos respiran aliviados. ¡Por fin se han confirmado las presunciones! Y la gente, que ha vaticinado el suceso, exclama, gloriosamente, tomando por testigos a los que les escucharan:
¿No le había dicho yo? ¿No le había dicho? ¿Ha visto cómo no me equivoqué?
La satisfacción de no haberse equivocado es tan intensa, que si aquí hubiera una cinta de
Y como el crimen ocurre, fatalmente, en las horas de la noche, o al amanecer, poco después que el hecho se produjo, el barrio aparece revuelto como un avispero, o un hormiguero después de una inundación.
/El plato
En cada puerta hay media docena de mujeres. Las vecinas, que, por dimes y diretes, no se saludaban, en esta oportunidad hacen las paces. Las que han hecho las paces se tratan con exquisita cordialidad. Se dicen:
¡Pero quién lo iba a decir, señora! ¿Eh?
¿Ha visto, señora? ¡Una mujer que parecía de su casa…!
A mi no me parecía trigo muy limpio. ¡Qué quiere que le diga, señora! Yo le había visto unos saludos demasiado amables con el esposo de la partera…¡En fin..! Que descanse en paz, la pobrecita…
El chafe, que está en la puerta de la casa del drama, no deja pasar sino a los inquilinos. Periodistas van y vienen; los fotógrafos le dicen cuchufletas a las mocitas que, frente a la casa, se cruzan de brazos, menean la cabeza y, cuando se ríen demasiado fuerte, reprimen la carcajada subsiguiente, porque la difunta está estirada allí adentro esperando al juez.
/Satisfacción
Ese día todo el mundo almuerza satisfecho, con apetito. Cierto es que la sopa está quemada y que la tortilla se pasó, y que las papas del puchero están crudonas; pero nadie repara en el pan habiendo tortas de acontecimiento. La gente no sabe por qué, pero almuerza, satisfecha, con una cosquilla de alegría hormigueando en el alma; y el almacenero que, por razones de caja, no ha podido dejar el mostrador, estira el pescuezo fuera de la trastienda, o mientras despacha medio kilo de azúcar, sin olvidarse de robar cien gramos, pregunta:
¿Así que le dio veintisiete puñaladas…?
Justitas.
¿Cómo ocurren las cosas, doña! ¿Eh?
Y, así es la vida.
Pero todos están, en el fondo, satisfechos de que así sea la vida; esa vida que, para ellos, sólo es llevadera por los crímenes que la enrojecen.
Esta Aguafuerte porteña fue publicada en el diario El Mundo del 25 de enero de 1929. (Aldao no había nacido...)
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