ROBERTO PANIAGUA . Pulsiones
Al salir del edificio, me sorprende una intensa lluvia barriendo las calles. El agua tapa los cordones y bolsas negras de residuos, navegan apresuradas camino al desaguadero. Los pocos vehículos que pasan, van por el medio de la calzada y algunos transeúntes, para cruzar, se quitan los zapatos y comienzan a buscar un camino ciego.
Subo el cuello de mi abrigo y abro el paraguas para cubrirme del viento y no mojarme la cara. Decido caminar hasta el subte.
Me cobijo bajo los carteles y luego tomo un atajo. Atravieso una galería con locales cerrados, donde un hombre, secador en mano, va arrastrando el líquido más allá de la vereda.
Al llegar a la estación me tomo del pasamano y bajo cuidadoso, siguiendo el cause, que se ha convertido en río.
En el tren, junto a otras personas, trato de recomponer mis ropas mojadas. Una pareja de jóvenes comienzan a estrujar sus prendas, formando una mancha en el piso.
La chica se quita la chaqueta y luego se aprieta el pelo. De la blusa blanca y empapada, se marcan dos hermosos pechos con sus pezones rosados. Quedo asombrado, atrapado por la imagen del deseo. Noto que los jóvenes se miraran con picardía.
El vaivén de los vagones acercan los cuerpos calientes y húmedos. Puedo percibir en el ambiente, un cierto aroma salvaje, animal; con hombres y mujeres mezclando, por un instante, tiempos y olores.
Observo las cabezas del pasaje. Algunas gachas, otras indiferentes que miran el techo. Noto que nadie lee el diario. Parece que hoy, las noticias se ahogaron antes del reparto.
El subte corre veloz, tragado por un canal oscuro y sinuoso. En las siguientes dos estaciones, la entrada de pasajeros achica el espació. Advierto, muy cerca, los cuerpos de la pareja. Ella exhala un aroma a piel fresca, él, en cambio, despide un perfume espeso, para nada desagradable, por el contrario, produce un atrayente cosquilleo en mis fosas nasales. Macho y hembra, pienso. Me descubro excitado por ambos cuerpos. Las nalgas de ella golpean sobre mi muslo tenso. No puedo evitar percibir la carne joven. Se habrán amado toda la noche, creo. Cierro los ojos y la intuyo con las piernas abiertas, envolviendo el cuerpo del hombre. Imagino los brazos fibrosos, apretando la delicada cintura. Veo los movimientos acompasados, rítmicos; para luego hacerse fuertes, bruscos y apasionados.
Una violenta frenada nos lleva hacía adelante. En el movimiento, casi llego a tocar el cuello de ella. Estiro la mano para tomarme de un asiento y me incorporo confuso, he perdido el paraguas. Las luces del vagón guiñan un par de veces y luego se apagan. Surgen murmullos nerviosos. Alguien se queja de un golpe. Siento a la gente, en la oscuridad, agolparse en las puertas. Se han prendido pequeñas lámparas de emergencia. Busco los ojos de la pareja y los encuentro, están muy juntos, casi ajenos al lugar. Transcurridos unos minutos, observo por la ventanilla, que de varias bocas de tormenta, el agua va inundando el túnel. Se tapan las vías y chispazos de cables, alargan las sombras de la bóveda que nos rodea.
Lentamente intento acercarme a los jóvenes y cuando casi los estoy tocando observo que ellos se clavan la vista y luego se abrazan. Un hombre se ha procurado un martillo y golpea una de las ventanillas, que se parte en un ruido seco. El agua comienza a entrar irrefrenable. Algunos intentan alejarse, mientras el líquido nos va llegando a la cintura. La gente emite alaridos, hay quienes se tiran de los pelos. Se ven caras desencajadas, con ojos y bocas estiradas. Empujones sin sentido que nos llevan y nos traen. Una mujer alza su cartera como defendiendo su vida. La inundación ya nos va cubriendo el pecho.
Comienzo a flotar y muevo los brazos. Una pierna de la chica se apoya en mi cadera. Siento un muslo suave y no puedo evitar extender mis dedos para tocarla; percibo una tela elástica y suave. Trato de asirla y gozarla. Los jóvenes se miran y nada los perturba, no desvían los ojos el uno del otro.
Ahora, debajo del agua, casi no veo. Me aflojo y mis piernas se elevan. Acerco la boca a la muchacha. Mientras me atraganto, mis labios recorren ese cuerpo, que tiembla. Entonces, también abrazo al muchacho y lo aprieto contra mi pecho, dando cabida, a una lucha sagrada de Eros y Tánatos.
Mis pulmones se llenan de agua, mi cuerpo se excita y en una gran burbuja, siento, que todo estalla.
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La creatividad puesta al servicio de un muy buen cuento. Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarMe gustó querido Roberto, sabés que aprecio mucho tu narrativa. Un beso.
ResponderEliminarLily Chavez