miércoles, 26 de mayo de 2010

EL SONIDO DE LOS SENTIDOS

 Alejandro Castellani

BUSCANDO UNA SALIDA

La voz en el teléfono te dice "ya no está",
llamas a otro lado y no puedes ir...
Tú tienes frío en la calle, tú no aguantas más...
En el medio de la ciudad!
(En el medio de la ciudad - Andrés Calamaro)


Ninguno de los dos nos levantamos a atender el teléfono. No fue vagancia. Ni un mal presentimiento. Es que desde hace varios años ya nadie que esté de guardia en Secretaría Científica quiere atender el teléfono a las dos de la mañana. La campanilla dispara los sentidos. Suena y se huele sangre. Sentís comezón, no ves lo que ves y el ambiente sabe a muerte. Tan ajena como cercana. Hay quienes dicen que por el tipo de tarea que realizamos aquí debemos sufrir síndrome de bornout, será por eso que más de un muchacho anda dando patadas por los rincones.

Y ahí siguió el teléfono, rompiendo el silencio de la madrugada. Luis me miró desde su tablero con la cara iluminada por la lámpara incandescente sin dejar de dibujar su plano. Yo estaba en uno de los escritorios completando el informe de un trabajo que me había tocado realizar durante la tarde. Como intuí sus intenciones de no levantarse, estiré el cuerpo y atendí:
- Planos –dije.
Desde el otro lado del tubo, me empezaron a informar el nuevo trabajo al que debíamos asistir con urgencia. Nuestro tarea es simplemente la de relevar indicios en el lugar donde ha acontecido un hecho que se presume delito. En particular, nuestra oficina realiza a modo de informe un plano del lugar estableciendo dimensiones y distancias de manera que el magistrado que luego intervenga en la investigación penal pueda reconstruir la escena. A medida que mi jefe avanzaba en la explicación de lo sucedido, yo ya estaba dentro de la vivienda que me describía. La escena era la de un padre que había matado a sus cuatro hijos a puñaladas y a balazos. Del olor no dijo una palabra, pero no hacía falta, lo tenía incrustado en la nariz desde hacía tiempo. Durante el relato me detenía en la puerta de cada ambiente de la casa y tomaba valor para ingresar y ver a los niños apenas vestidos con ropa de cama empapados en su propia sangre. Era imposible andar en puntas de pie como en trabajos anteriores, el suelo estaba totalmente teñido de rojo. Solo, deambulaba por entre las habitaciones mientras mi jefe me seguía narrando por teléfono otros detalles que a esta altura ya sonaban ínfimos. Me descubrí dentro de la oficina cuando me preguntó:
-¿Quién va, vos o Mastronardi?
-Mastronardi. –Y colgué el tubo.
-Yo, qué. –dijo desde su tablero Luis.
-Hay un homicidio de la puta madre –dije-, haceme la gamba de ir vos, hoy ya laburé en el suicidio de una pendeja de catorce años, creo que a éste ya no me lo voy a bancar.
-No te hagas drama Gringuito –dijo Luis-, salgo yo, vos andá preparando el matecito para la vuelta -comenzó a armar su bolso con los elementos de dibujo y herramientas de medición-. Te mando un mensaje por el celular cuando estemos terminando.
-Es que seguro se van a demorar. Un hijo de puta reventó a los hijos mientras…

-No problem Gringuito -me interrumpió-. Usted se me queda aquí que Luis Mastronardi sale a combatir el delito y vuelve.
- Van con equipo de peritos completo: –pude agregarle- Médico, Químico, Balístico, Fotógrafo, Huellero y …
- ¡Chuy!, -volvió a interrumpirme- ¿qué te pasa? Estás medio alteradito.
- Dejá de hablar en diminutivo boludo: “Gringuito”, “Matecito”, “Alteradito”.
- Bueno, dale contame antes de que me vaya, dale. –Dijo Luis y se sentó sobre mi escritorio jugando con un portaminas entre las manos.
- Nada, es que no me puedo sacar de la cabeza cuando el padre de la nena me abrazó en medio del living de la casa y se largó a llorar.
- ¿Te abrazó? –y casi riéndose volvió a preguntar- ¿Y vos, qué hiciste?
- Me senté con él en el sillón y lloramos los dos. La pendeja estaba ahí, casi a nuestros pies con la cabeza hecha mierda. Había restos de sesos por las paredes, qué se yo. Cuando nos vieron, el fotógrafo y el médico se fueron al carajo. Me dejaron solo.
- Qué cagada, eso te mata. Pero bueno, mañana antes de irte se lo contás al psicólogo y listo. –dijo en medio de una mueca mientras se levantaba para irse.
- ¿Qué psicólogo?
- ¡El de nuestra bendita institución!, ¿cuál va a ser?, el profesional encargado de darnos contención y elementos para salir adelante en estos casos.
- ¡Andá a cagar! –le dije después de pegarle un puñetazo en la espalda- Dale, andá que te deben estar puteando en el auto de tanto esperar.
A las seis de la mañana mi informe estuvo listo. Lo dejé en el casillero del que mi jefe lo tomará para visarlo y darle salida a la Fiscalía. Di media vuelta y fui a poner la pava a calentar, Mastronardi estaría por volver de un momento a otro. Limpié una de las mesas y en cuanto empecé a llenar el mate con yerba, Luis entró a la oficina. No me hizo falta preguntarle nada. Era un zombi desgajándose en cada elemento que iba dejando sobre su tablero. Cuando levantó la mirada y se encontró con la mía, hizo el primer intento por contar.
- No quiero saber nada. –Lo corté en seco y le ofrecí un mate.
- No sabés…
- Me imagino. Tomate esto calentito, dale.
-No te podés imaginar. –Me dijo y se sentó en la banqueta mirando por la ventana pero aun metido en aquella casa de la que venía.
-En serio, perdoname pero no quiero que me cuentes, dejate de joder. –le dije al tiempo que me levanté y caminé hacia el baño, sin ganas, escapando a sus palabras.
-El silencio. Me pegó mal el silencio que había. –Empezó a contar sin esperar a que yo volviera a la oficina-. Y el frío. Eso si que no te lo imaginás. Frío y silencio. Nunca trabajamos así, todos callados, sin decir una palabra. A José, el camillero, le temblaba el cuerpo entero cuando levantaba a los chiquitos para llevarlos a la morguera (1). Y el doctor Torres se echó un pato. Vomitó, en serio. Yo no medí un carajo, no hice una raya. Caminé como un boludo por toda la casa y no me salió una puta raya con este lápiz de mierda. –Dijo y lo tiró contra la mesa.
Salí del baño, le recibí el mate que no había ni probado y le puse una mano en el hombro:
-Tranquilo, Luisito. –Dije, pero no pude continuar.
El teléfono empezó a llamar otra vez.


Tomado del Boletín BASTA YA! (abril, 2010)
Primer premio en el concurso “Sin presiones” historias del mundo laboral organizado por el Instituto de Salud Laboral y Medio Ambiente, Cispren y CTA. 2010.


No hay comentarios:

Publicar un comentario