domingo, 9 de mayo de 2010

PABLO URBANYI

Reflejo en X
Challenger
        
El día en que explotó el Chalenger me pasé cuatro horas frente a la televisión. Gracias al replay, he visto la explosión repetida innumerables veces. Me imaginaba cómo se achicharrarían los astronautas en el interior mientras la nave envuelta en llamas caía en el mar hasta que, soy humano, imagen y placer terminaron por gastarse y aburrirme.
        La pregunta ¿por qué? ¿por qué? ¿por qué?, como si la respuesta y la explicación fueran la solución de la tragedia o devolvieran a vida a los que volaban hacia el Paraíso verdadero. El grito de Nancy Reagan, "Mi Dios", todavía resuenan en mis oídos. A pesar de la tragedia, hubo algunas cosas positivas (no hay mal que por bien no venga), como por ejemplo el millón de dólares que alguien cobró por la muerte de la maestrita. Es para envidiarlo. Se la nombró pero me olvidé qué compañía lo pagaría. Mal negocio habrá sido para ésta.
        En el fondo, me gustaría ser tan sabio que no me importara el asunto. Logré olvidarme las cinco o seis horas que ese día pasé frente a la televisión y ya me olvidé de la opinión de los expertos y especialistas, los mensajes de condolencia que aseguraban que la muerte era el precio de las conquistas, triunfos y la inmortalidad, y de las entrevistas en vivo y en directo al público que democráticamente emitían sus opiniones, exhibían sus sentimientos, se quejaban por habérseles interrumpido su programa favorito de televisión y lloraban pensando tal vez en la muerte futura de sus perros.
        De algo no me puedo olvidar.
        De un niño al que, en la calle, (no me acuerdo qué juguete tenía en la mano, tal vez un astronauta articulable), le enchufaron el micrófono y le hicieron la pregunta estándar que se hace frente a los presidentes o la visita del Papa, fatal: ¿Qué siente?
        El niño abrió sus ojos (o me pareció) de sapo y miró asombrado y sorprendido como si despertara de un sueño. Su cara no expresaba viveza o inteligencia, lo cual no quiere decir que no pudiera triunfar en la vida como ingeniero o experto en computadoras o como experto de cualquier cosa. Tendría su oportunidad y si fracasaba, suya sería la culpa.
        El niño no respondió; miraba asombrado el micrófono. Se produjo, en vivo y en directo, un silencio, un vacío incómodos. Yo lo comprendí perfectamente pero esta no es más que mi opinión: el niño, más que de un sueño o una ensoñación, se había despertado del gran sueño americano y se encontró con la realidad. "Tocar las estrellas", "Conseguir lo que se quiera", "Triunfar", "Si lo quiero lo lograré", por el momento, nada más que por el momento, habían quedado lejos. Como niño, sus viajes serían interestelares y sus luchas con imperios intergalácticos y él era uno de los emperadores. El niño había perdido su corona y ante la pregunta, se habrá asombrado que el mundo fuera tan primitivo.
        El silencio del niño amenazaba con devorarse al mundo (un vacío imposible de llenar) y crear el pánico de los televidentes. Como siempre hay uno que vale más que el otro, o un número uno y uno último, el periodista, para salvar la situación, recurrió a la pregunta que todo norteamericano podría responder: "¿Cuál es tu astronauta favorito?"
        El niño respondió; nombró a un astronauta de una serie de televisión muy popular, un fantasma inmortal.
        Los expertos han hablado. Se encontró la respuesta a los por qué por qué. Se estudió la tragedia hasta en sus mínimos detalles, se han encontrado a los astronautas que no murieron achicharrados y nuevos astronautas continúan las conquistas.
        El grito de Nancy ya es histórico. Confieso que no lo escuché ni grabado. No sé si se grabó. De todas formas, para hacer historia más viva y directa, puede repetirlo.
        Ahora, los astronautas descansan en paz.

Nota: el hueso supuestamente humano con una media quemada encontrada en la playa, después de rigurosos análisis, se llegó a la conclusión que era de vaca.

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