Identidad
La muerte de su mejor amigo lo tomó totalmente desprevenido. Estaba sentado
en un café, mirando un cuadro en la pared. En el cuadro se veía una pareja de
contextura algo robusta. La mujer llevaba un vestido rojo y el hombre estaba de
traje y corbata. Ambos miraban hacia un rincón que quedaba fuera del cuadro.
Tal vez hacia una pareja asiática que estaba sentada inmediatamente a la
derecha de la obra.
Pietro, el hombre sentado en el café y cuyo mejor amigo acababa de morir
pero él aun no lo sabía, intentaba seguir la mirada de la pareja pintada para
ver si se dirigía hacia la pareja sentada. No estaba muy convencido a causa de
la perspectiva algo extraña de la pintura.
Entonces sonó su teléfono.
La noticia lo dejó pálido. Sin aire. Tanta fue su conmoción que sintió, por
primera vez en su vida, las ganas de fumar un cigarrillo. Pidió prestado uno a
la pareja asiática, bajo la mirada de la pareja pintada – o no (aun seguía sin
poder tomar una decisión al respecto) – y salió a la calle. Parado, cigarrillo
sin encender en la boca, observaba un punto perdido en dirección de la avenida.
Una niña que caminaba por la acera de enfrente con un globo azul en la mano
intentó seguir la mirada del hombre para comprender qué era aquello que le
llamaba tanto la atención, pero no lo supo a ciencia cierta. Esa mirada
extraña, tan cargada y al mismo tiempo vacía, quedaría grabada en la mente de
la pequeña y muchos años mas tarde influiría de manera inconsciente en la toma
de algunas decisiones importantes en su vida.
Regresó al café, pagó la cuenta y salió. Los días siguientes fueron una
secuencia de llamados telefónicos, visitas, abrazos, palabras que intentaron
consolar, lágrimas y un entierro bastante emotivo. Luego siguieron otros días
más tranquilos, que permitieron una toma de conciencia paulatina al final de la
cual comenzó a sentir ese cálido abrazo que otorga la aceptación.
La primer piedrita que vino a levantar olas en aquella laguna serena que
había vuelto a ser su vida cayó al cumplirse un mes de la muerte. Estaba
sentado en aquel mismo café, intentando terminar rápidamente un correo
electrónico redactado en su teléfono celular, para luego poder continuar con su
actividad favorita – aquella de desenmascarar la mirada misteriosa del cuadro
colgado en la pared. Firmó y presionó “enviar”. Entonces se sintió algo
molesto. Volvió a mirar el mail que acababa de mandar y se asustó al constatar
que en lugar de firmar Pietro Stronzinari lo hizo con el nombre de Ubaldo
Martino Perez. El nombre de su amigo fallecido.
Inmediatamente sintió la urgente necesidad de escribir otro correo
explicando el error y cuidándose, esta vez, de firmar correctamente. Pero en el
transcurso de los días que siguieron, estos errores fueron en aumento,
produciéndose no solamente al escrito, sino que también cuando hablaba con
alguien y debía presentarse, llegando al extremo de no responder a veces cuando
alguien pronunciaba su verdadero nombre.
Este problema le hacía más de una vez pasar malos momentos, sobre todo
aquella tarde en la que se presentó ante unos conocidos de la viuda de su
amigo, con quien estaba empezando a tener un romance. Ante la mirada incrédula
de la pareja amiga, la viuda estalló en un inconsolable llanto y se fue a su
dormitorio. Aquella vez logró excusarse, explicando que aquel deceso lo había
afectado enormemente. Pero cuando a la semana siguiente este pequeño error
volvió a repetirse, supo que el corto romance había llegado a su fin.
Esta separación fue seguida de un largo periodo durante el cual se sintió
muy perdido y confuso. Ya no estaba seguro de su verdadera identidad. Notaba
que había adoptado muchas de las costumbres de su difunto amigo e incluso
estaba mudando su ideología de centro-izquierda hacia una de centro-derecha, al
igual que Ubaldo. De más está decir que la gente que conocía a Ubaldo no quiso
tener ningún contacto con él. Lo tomaron como una falta de respeto e incluso
fue agredido físicamente por un primo lejano del finado. Los que lo conocían, o
mejor dicho los que conocieron a Pietro, tampoco quisieron seguir
relacionándose con él, ya que estaban seguros que había perdido la cabeza y que
sería prudente mantener cierta distancia.
Hubo un tercer grupo compuesto por personas que fue conociendo a medida que
iba tomando su nueva identidad y quienes no sospecharon en ningún momento que
de alguna manera estaban relacionándose con un muerto resucitado.
Con el tiempo olvidó por completo su identidad anterior y junto con ella,
aquel enigma irresuelto de las miradas misteriosas de la pintura del café.
--
Una constante en la prosa de Xafier, la identidad...quién es quién, disfrazado en el absurdo de la existencia.
ResponderEliminar