jueves, 21 de febrero de 2013

Gerardo Pennini



Cosa De Hombres

Desiderio y Leocadia levantaron la casa con sus propias manos en un terreno que les regaló el padre de ella. Gracias a eso pudieron ahorrar para los materiales y todos los días francos y feriados trabajaban hombro a hombro, hasta terminar una habitación, la cocina grande como se estilaba, el alero infaltable y reservado al fondo, con pozo ciego. Los compañeros de Desiderio colaboraron para hacer la perforación e instalar la bomba.
La pareja tuvo un solo hijo, un varón que se fue a probar suerte a la capital tan pronto pudo.
Al quedar solos, se les allegó Bartolo, un mozo que les había ayudado durante la construcción de la casa y luego se convirtió en el chico de los mandados. Bartolo era un poco faltito, criado por su abuela, y por eso Leocadia le tenía un cariño muy especial. Aunque no hiciera falta, la señora le encargaba algunas tareas que el muchacho se cobraba comiendo a su mesa aquellos guisos memorables.
-Prefiero comprarle un caballo de carrera – decía bromeando Desiderio.
Así fue creciendo Bartolo más a lo ancho que a lo alto. Cualquier gringo de boina le sacaba una cabeza, pero era macizo como la caja fuerte de la estación. Las manos eran cortas y cuadradas, como una pala de fierro, pero la cara seguía siendo de niño. Al morir su abuela, Desiderio le ofreció hacerle una piecita en el fondo, y aunque no reemplazó al hijo que los visitaba de tarde en tarde, se convirtió en un integrante más de la familia.
Para todos los trabajos pesados estaba Bartolo, y Desiderio tenía grandes rabietas para convencerlo que debía cobrar bien por ellos. Se iba haciendo fama de forzudo, y contaban que por una apuesta entre Alvarez y Stroderer, aflojó una tuerca con los dedos.
Fue un domingo de aburridos, después de cruzar las apuestas se lo propusieron a ver qué decía. Bartolo se rió un poco, se alzó de hombros y aceptó.
Cuentan que trajeron la chata del corralón de Stroderer. El mozo encerró una tuerca de la rueda delantera entre el índice y el mayor de la mano izquierda, afirmó el puño como una morsa, y cuando se estaba poniendo colorado tirando a violeta, la tuerca pegó un chirrido y giró unos centímetros. Entre gritos, aplausos y mucho escándalo alzaron a Bartolo y lo convidaron con unas naranjadas en lo de Simón. El gringo que ganó la apuesta le regaló un sombrero y una camisa.
De repente alguien se dio cuenta de un detalle y le preguntó
- ¿Sos zurdo Bartolo?
El muchacho alzó las dos manos, miró unos instantes y contestó
- No, claro que no.
- Entonces ¿Por qué usaste la zurda para aflojar la tuerca?
Cara de sorpresa de Bartolo
- Y…para no lastimarme la derecha, la uso para trabajar.
En el pueblo no había grandes problemas. Todos se conocían, todos iban envejeciendo juntos, sus hijos crecían juntos o se iban, como el hijo de Leocadia.
Algún fin de semana de fútbol o en carnavales, los muchachos alborotaban un poco, había sangre caliente y se repartían unas trompadas, pero un par de milicos se bastaban para poner las cosas en orden, y los más viejos respetaban y eran respetados.
Pero nada dura para siempre.
Un peón de la estancia “La Pichana”, un tal Flores, venía haciéndose fama de guapo y fanfarrón. Era inofensivo, pero le gustaba hacer alharaca, bromas pesadas y atropellar a otros de su edad más apocados.
Llegaba al pueblo bien montado, con apero chapeado y un facón de chafalonía relumbrando en el tirador.
Bartolo era uno de los blancos de las malas jugadas de ese tal Flores. Una noche, con copas de más, se pasó de la raya. En la vereda del boliche encontró a Bartolo, que como de costumbre miraba con curiosidad cómo jugaban a la taba o al sapo, y le pegó el grito:
- Che, opa, andá a cuidarme el tordillo. No te muevas de allí hasta que yo vaya.
Dicho esto y enterarse Desiderio fue la misma cosa. El hombre se llegó hasta el palenque donde estaba el caballo y allí lo vio a Bartolo, sentado con mala cara pero obediente.
- Venga m`hijo, vamos pa las casas – le dijo - Leocadia ya preparó la comida.
Y diciendo esto desató el tordillo y lo espantó hasta la plaza, cosa que lo vieran todos.
Lo que mas enfureció a Flores fue que medio pueblo se le riera en la cara, y que nadie le ayudara a agarrar al caballo. Como a la noche recién pudo volver montado al pueblo, y pasó derecho hasta la casa de Desiderio.
Cuando el viejo salió, sin mediar palabras, el tal Flores sacó el cuchillo y lo hizo brillar a centímetros de la cara de Desiderio. Dicen que sólo se escuchó un mujido como de toro, Bartolo saltó de la sombra y Flores salió dando vueltas hasta caer desarticulado sobre la tierra de la calle.
Cuando se levantó, rojo de furia, Flores se asomó sobre el alambre y gritó:
- ¡Cuidate opa de mierda! ¡Ya te voy a agarrar!
Pero tuvo mala suerte, justo justo lo escucharon los dos milicos. Lo hicieron subir al caballo, lo acompañaron hasta “La Pichana” y no se lo volvió a ver por el pueblo.




4 comentarios:

  1. me gusta mucho tu narrativa, muy entretenida, quiero leer mas. un abrazo

    ResponderEliminar
  2. Muy bueno el relato y hasta tiene suspenso, aunque tal vez no fue la intención del autor. No hay como los finales buenos, en donde se castiga al "malo" y gana el "bueno. Para disfrutar.

    ResponderEliminar
  3. Una de las virtudes de Pennini es la capacidad del dia´logo yla descripción física de la acción: la mente del lector va graficando el relato y le pone los personajes. Excelente, Pennini.
    andrés

    ResponderEliminar
  4. Un relato ameno y costumbrista con personajes queribles que al borde del drama saben reponerse y hasta usar el humor, disfruté su lectura, Carlos Arturo Trinelli

    ResponderEliminar