jueves, 8 de septiembre de 2011

ESTER MANN




 Amar a un perro

¿Qué había en esa cabeza color café con leche? Miro la foto y se me estruja el corazón pensando en cuantas veces, cuando aún podías caminar dije: no, hoy no te saco, andá al jardín, estoy muy cansada. Los remordimientos no son menores porque vos pertenecieras a la raza canina. El amor no es racista. Me duelen tanto las injusticias que cometí con vos como me dolieron las que pude haber perpetrado con mi mamá. (Después que ella murió -mi vieja-, me atormenté pensando en las veces que me pesaba ir a verla o traerla a mi casa. Y lo hacía, si, pero con cara de víctima).
Y ahora pienso en lo poco que me hubiese costado sacudir el cansancio o la pereza, haberle puesto a Nona la correa, haberme subido al auto y viajado a buscar a mi madre.... Tan poco hace falta para que una persona sonría o un perro mueva la cola.

Si alguien lee estas líneas, tal vez se escandalice. ¡Pero qué tipa tan loca, compara a su madre con su perra!!! No, no las comparo a ellas, comparo el amor y la forma de expresarlo.
Siempre me acuerdo de esas preguntas idiotas: ¿a quién querés más? ¿A tu mamá o a tu papá? No se puede medir, ¿acaso yo quería más a mi perra que a mi mamá? No sé, estoy dispuesta a hacer cosas por cualquiera de las personas que amo, hijos, nietos, marido… Y hasta hace poco tambien eran madre y perro…


Tengo muchos recuerdos de Nona y cuando los traigo al pensamiento cotidiano, surgen mezclados con los de otros perros que tuve: Javer, Floyd.
Javer era muy compañero, le gustaba acompañar a los vecinos hasta el colectivo, por la mañana lo sacábamos a la calle –sin correa, eran otros tiempos- y él iba y volvía de la parada de los buses. A veces decidía acompañar a nuestro hijo a la escuela y en cualquier descuido se metía en el aula. Era muy terco.
Cuando decidía volver a casa esperaba a que algún vecino lo hiciera entrar al ascensor pues vivíamos en un sexto piso y Javer no subía por las escaleras, parece que era una cuestión de principios, y si no lo hacían bajar en nuestro piso, viajaba ida y vuelta hasta que alguno le abría en el sexto. Su independencia fue lo que en definitiva le costó la vida, pues la municipalidad puso veneno para eliminar perros vagabundos y Javer comió de la carne envenenada.
¡Floyd!... Floyd fue mi preferido. En la época en que vivíamos en un barrio de etiopes puedo decir que Floyd le quitó el miedo a los perros a toda una generación. Cuando se acostumbraron a verlo corrían a acariciarlo y abrazarlo y él los soportaba con una especie de soberbia perruna que le era característica.
Este Floyd era muy ladino, disfrutaba acechando en el balcón a la gente que pasaba y, como no lo veían pues era muy negro, esperaba a que estuvieran justo debajo y ahí les largaba el ladrido. Poca era la gente que no se apartaba de un salto pensando que el perro podía alcanzarlos.
Solía desaparecer a veces y siempre lo encontrábamos en el patio o el frente de alguna casa habitada por una perrita que buscaba compañero. Siempre sucio, sin comer ni beber, lastimado a veces, pero firme, tenaz en su espera.

Una noche no volvió. Era el comienzo de la primavera, mi compañero había viajado a Buenos Aires, nuestros hijos ya no vivían en casa,. Tampoco vino al día siguiente. Lo busqué por el barrio y sus alrededores sin encontrarlo. La segunda noche, antes de dormir, recé, le recé a Floyd, le hablé a la distancia, le pedí que vuelva a casa, que lo necesitaba, lo llamé en alta voz: Floyd, Floyd, volvé!!
Al día siguiente a media mañana Floyd rascó la puerta del departamento. Estaba muy sucio, su olor era insoportable. Mi hijo Silvio, que había venido de improviso, me ayudó a bañarlo.
Floyd no quiso comer. Se acostó en su colchón y después de unas horas estaba muerto. Silvio lo enterró en un baldío al lado de nuestro edificio.
Yo, con todo mi racionalismo, creo fervientemente que Floyd respondió a mi llamado y aceptó venir a morir en su casa.

Podría escribir hojas y más hojas sobre los perros que tuve, pero estoy segura que todo aquel que tuvo un animal doméstico conoce todo eso. Concluiré aquí mi relato. De todos modos sólo quería decir lo que ya se dijo miles de veces a lo largo de la historia: amar es la razón, el objetivo, la finalidad, el sentido de nuestra existencia en este planeta.

Ester Mann - Agosto 2011

11 comentarios:

  1. Enternecedor relato hacia las mascotas que forman parte de nuestra vida. Tienes razón, Ester, el amor es el amor, no hay clasificación.

    Una de las pocas cosas que le debo a mi edad, es experimentar el amor a mi gato, ( todos dicen que tiene alma de perro ). Me acompaña, le hablo, no me discute, me entiende y le he escrito un cuento.
    Gracias, Ester por tu sensibilidad.
    Cariños.
    MARITA RAGOZZA

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  2. Ester, como todo lo que escribís, este relato da placer, ternura, complicidad. Complicidad en las culpas, las resoluciones y en el sentido del amar. Quien ama no hace sufrir, ya decía así mi pequeña hija en su cuadernito de notas a los siete años. Y es una verdad verdadera. Es imposible pasar por la vida sin amar.
    Gracias por este relato que parece simple¿? y tiene un sinfín de implicancias. Un abrazo.
    Sonia, desde mi Buenos Aires querida

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  3. Tierno relato, Nurit. ¿Culpas? Pero si hasta el amor tiene momentos donde necesita descansar de su accionar diario: menudo trabajo el del amor. Abrazo.ElsaJaná.

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  4. Nurit, un relato aparentemente simple pero con planteos profundamente filósóficos.
    Es verdad el amor no es racista , pero gracias a la culpa que trajo la colonización es imposible zafar de ella.
    Un abrazo .
    amelia

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  5. Me enterneció tu relato. Sé que lo sentiste y lo estás sintiendo mucho. Me metí en tu piel y la capacidad de amar es esa, esa misma que vos describís. Yo también quiero mucho a mis dos perritas y no me cuesta imaginar como sufriría si les ocurre algo que las haga sufrir o si me dejan. Muchas gracias.
    Cristina

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  6. Ester no tiene sangre inglesa, de esa que sólo sabe demostrar afecto a los perros y los caballos.
    Pero a las personas no se las contenta con sacarlas de paseo con correa u ofrecerles un hueso para morder.
    Y las madres que parten generan culpas, culpas de hijos...
    Pero las madres saben (sabemos) que estamos para dar, no para recibir. Que la sola existencia del hijo es un regalo de todos los días. Y que siempre estuvieron (estamos) preparadas para que vuelen y sean (tal vez lo que quisieron (quisimos) y nunca fuimos.
    Todas las Madres sabemos cuán difícil es dejar de ser hijos y los hijos conocemos qué poco fácil es aprender a ser madres de nuestros padres.
    Pero ellos están: Presentes en cada gen que nos atraviesa.
    ¡Abrazos compartidos! Mi madre partió en abril, cuando por aquí comienzan a ponerse amarillas las hojas de las acacias... Y me culpo de no haber sabido prolongar la primavera.

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  7. Ester:
    Seguro que el amor es el quid de la vida pero los sentimientos son también la espada de Damócles que nos acecha...
    La parte psico/relación/convivencia/ es el tema que abordaste y me parece que lo has conseguido con creces al compartir esas mismas dudas y errores que todos cometemos sin querer, pero que dejamos allí marcadas en nuestro camino.
    Simple el diálogo interno fluye y se caracteriza en los pequeños grandes dolores a los que nos expone la vida.
    Un placer leerte.
    Celmiro

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  8. Nurit, tu relato es en extremo conmovedor y nos alcanza en un todo (lo escribo en plural por los comentarios que me preceden)amor, culpa y sensibilidad compartida, un abrazo, Carlos Arturo Trinelli
    ah, una intimidad, uno de mis perros me acompaña hasta en el baño

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  9. Lo visceral del relato elude cualquier otro análisis. Por suerte nos rige la imperfección que alimenta esa dicotomía interior. Y esas pequeñas pesadas culpas simplemente ratifican que el amor prevalece a nuestra falibilidad.
    Un abrazo,
    Ernesto.

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  10. Ester, gracias por la ternura del relato y por tratar el tema del amor verdadero, el que abarca todos los niveles. Es dfícil solucionar todo pero el amor que reciben de uno es importante.
    Un abrazo fuerte.
    Betty Badaui

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  11. Claro que Floyd "escuchó tu reclamo" y quiso morir junto a ti. Ellos, los animales, nos intuyen antes que nosotros nos acerquemos o nos demos cuenta siquiera.
    Me encantó el relato y tu sensibilidad. Existen con mente cuerpo y compañía a nuestro lado, incondicionalmente.
    Graciela Urcullu

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