CARLOS ARTURO TRINELLI - El Engaño
pintura de Frida Kahlo
César Linetri superaba los 40 años todos ellos vividos con su madre, doña Ester, en un departamento de dos ambientes.
La mujer nunca se lo impuso, él se dejo estar allí sin devoción alguna, sólo por comodidad.
El padre había desaparecido cuando César era un niño. Primero había muerto, luego, resucitado con otra familia. La vergüenza de doña Ester se había impuesto entre los dos estados.
César trabajaba de pintor, oficio estacional manejado sin ansiedad. Los huecos entre trabajos los suplía con la jubilación de la madre.
Unos años de novio hicieron peligrar su soltería, pero su inconstancia y desidia lograron que la novia lo engañara y se casara con otro. El otro era un primo de ella y eso mortificó a César por dos motivos, el parentesco y conocer al hombre. Nunca más tuvo novia.
Una vez por semana contrataba una prostituta en un cabaret del barrio, siempre la misma. Si la mujer no podía, pautaba para otro día y regresaba a su casa.
César intentó enviciarse: fumó, pero no lo logró, bebió y tampoco. Comenzó a jugar y la sensación de angustia, soledad, depresión, desaparecían en el tiempo que le duraba eldinero. No le interesaba ganar. Toda la ambición consistía en estar allí, encandilado por las luces de las máquinas, encantado por los sonidos y los símbolos.
Cuando cerraba los ojos para dormirse toda ésa parafernalia encantadora se le aparecía con vida en el cerebro. Al despertar poseía ya la convicción de saber en dónde había fallado, en qué se había equivocado y se proponía un cambio en la manera de encarar a tal o cuál máquina. Como si el azar dependiera de la razón.
Así como dicen que el que se pierde es el que halla nuevas sendas, en el caso de César los nuevos caminos lo introducirían en un laberinto. Cada vez que intuyera una salida terminaría aún más perdido.
Todo se precipitó el día en que cobró la jubilación de doña Ester y antes de regresar a la casa decidió pasar por el casino a intentar poner en práctica alguna de las martingalas soñadas.
Jugó y se defendió unas horas hasta que perdió todo. Dio unas vueltas por ese mundo fantasmagórico de luces y músicas alienantes y concluyó que todo era cuestión de insistir.
Fue a ver a su amante rentada. El bar estaba cerrado. Golpeó y esperó, sabía que las mujeres dormían en la trastienda.
-Ah, sos vos ¿qué carajo querés? Preguntó impaciente el hombre que de noche atendía la barra.
Le explicó que necesitaba hablar con Julia por algo urgente. El hombre lo hizo pasar.
Julia apareció demacrada como un vampiro. Él le explicó su desesperación por haber perdido el dinero de la jubilación de su madre y la certeza de saber que si insistía, si perseveraba con disciplina lo recuperaría. Las palabras volaron como piedras arrojadas al aire.
-No puedo ayudarte, yo no manejo plata y vos no necesitas consejos, esperame un minuto.
El hombre que lo atendió lo miraba con los brazos en jarra. César bajó la mirada y recorrió el piso de baldosas en un gesto atávico de sumisión.
Julia regresó con un papel:-Tomá, le dijo,-andá a ver a este tipo, es todo lo que puedo hacer por vos.
En la calle encontró de nuevo a la depresión, esa prima lejana de la muerte ¿Qué sería la muerte de César Linetri? Lo sabría tan solo él cuando muriera, cuando ya ni tan siquiera uncuando tuviera dimensión, entonces lo sabría cuando ya no hubiera un entonces, así deambulaba César en la calígine de sus cavilaciones.
Una historia común es menos que una historia simple .
Mi nombre es Romualdo Alarcón, todos me conocen como Aldo. Vine a vivir al barrio hace casi cuarenta años. Un loteo económico de tierras bajas le permitió a mi suegro comprar el terreno. El difunto se jactaba de haber elevado la cota con varios camiones de tierra lo que le había permitido edificar más alto que los vecinos y evitar las inundaciones provocadas por las lluvias. De todas maneras, cuando llovía era difícil llegar a la ruta. Había que caminar con botas y los zapatos en la mano para ponérselos en el asfalto y así hasta que la tierra se secara. Los zapatos había que cuidarlos, todas las épocas fueron duras.
Conocí a mi mujer en un baile del social de Ranelagh. Yo estaba cumpliendo con el servicio militar y en un franco fuimos allí a bailar con un compañero de milicia. Mercedes olía a jazmines y cuando sonreía me iluminaba el corazón. Esa noche soñé con su mirada ambarina que me había hipnotizado.
Tiempo después comencé a apagar el brillo de esos ojos con besos y caricias que hacían anhelar más besos y más caricias. Durante un año ayudé a mi futuro suegro a construir la piecita del fondo a la que después agregamos un baño y una cocina.
La vida con su contumaz constancia avanzó, nacieron los hijos, murieron mis suegros, se llenó el barrio con casas bajas, entubaron el arroyo, pavimentaron las calles, llegó el gas natural y está por llegar el agua corriente.
Mercedes siempre apreció mi manera de encarar los problemas o mi forma de reaccionar ante las circunstancias, no siempre favorables, en la vida de los trabajadores. Yo nunca me ufané y le respondía que era solo cosa del sentido común. Supuesto atributo que me permitió atravesar los años difíciles, la persecución a los obreros en tiempos de la dictadura y los despidos de la democracia.
Mi hijo estudió y formó una familia. Mi hija también pero no estudió, no pudo, un embarazo adolescente la empujó al cuartito del fondo con su compañero, ahora marido. Pero para nuestros dos hijos la vida fue un poco más sencilla. A mi nuera los padres le regalaron un departamento en Capital y a mi hija le cedimos la construcción del fondo.
Mercedes se apresuró en abandonarnos. Murió un año después que yo me jubilara, me quedé literalmente solo, me mudé al fondo y le dejé la casa principal a mi hija. Durante el día cuido de mi nieto para que ella pueda trabajar. Lo llevo y lo busco del colegio, le doy el almuerzo, lo ayudo con los deberes. Cuando los padres regresan tomamos unos mates juntos y luego me voy para el fondo, enciendo la televisión, veo las noticias o algún partido de fútbol y me voy a dormir pero sigo solo. No es la soledad un tema de compañía ni un tema que implique aburrimiento. La soledad es no poder contar los miedos, las dudas, las convicciones más íntimas. La soledad es una especie de exilio y todo comienza a parecerte distante.
Fue entonces que conocí a César Linetri. Un muchacho contratado por mi hijo para pintarle el departamento.
Mi tarea consistía en ir todos los días para esperarlo y controlar que la tarea se efectuara. Yo hacía la comida, preparaba el mate y de a poco nos fuimos haciendo amigos. Era un buen hombre, solitario como yo pero enviciado por el juego. De a poco me fui enterando de su drama.
-Mire amigo ¿cómo dijo que se llama?
-César.
-César, yo le voy a ser sincero, no puedo prestarle dinero y ¿sabe por qué? Porque no lo conozco y no tiene usted ninguna garantía.
Sintió César el peso de un agobio que le oprimía el pecho y le latía en las sienes. Fijó la mirada por detrás del obeso prestamista que lo ninguneaba con oficio y vio una lámina engrasada por el tiempo con una imagen de Jesús que le tendía un corazón púrpura rotulado con una inscripción en latín que no alcanzaba a descifrar.
-Sin embargo, existen las excepciones y más para un recomendado de Julia ¿cuánto necesita? Preguntó el prestamista con los ojos achicados como en un intento de mirar en su alma. Dubitativo César dijo la cifra.
El usurero se recostó en el sillón y lo observó como se hace con un insecto a punto de aplastar.
-Yo le voy a dar el dinero, usted me va a firmar un documento, Julia lo va a endosar y el alcahuete de ella le va a romper a usted las piernas si no paga, bah, con suerte le romperá las piernas ¿lo quiere igual?
Asintió con un gesto como un niño maltratado en la dirección de la escuela.
El hombre abrió un cajón del escritorio y tomó un talonario de documentos, con su mano regordeta, en donde la lapicera parecía un escarbadientes, rellenó la fórmula por una cifra leonina y se lo extendió para la firma.
-Leálo bien antes de firmar, dijo de manera admonitoria.
César firmó y cuando volvió a mirar al gordo éste ya tenía el dinero en la mano como si siempre hubiera estado allí.
-Cuéntelo, ordenó distante.
Lo hizo, después lo guardó en un bolsillo y el gordo le extendió la mano y auguró que se verían el mes próximo.
En la calle volvió a ser él y la vida que lo rodeaba con sus infinitas bifurcaciones y dos señales, una, devolver el dinero a su madre y la otra, intentar acrecentarlo en una sesión de ruleta y fue ésta una señal luminosa.
. Yo estudié en una escuela salesiana y siempre me quedaron las enseñanzas del padre Marcelino. Don Bosco había pregonado que para Dios todos éramos niños y él agregaba que a los niños nos estaban permitidos pequeños pecados.
Cuando no tengas nada inventa ceremonias e infúndeles vida, fue otra de las enseñanzas del padre Marcelino
Entonces ideé un plan e instruí a César como llevarlo adelante con el convencimiento de que de la virtud no salen artistas y que es de las desgracias y de la destrucción de las vidas de donde salen las mejores historias.
El día del vencimiento de la deuda contraída por César le di el dinero y lo acompañé a pagar. El prestamista calvo y rechoncho nos atendió en su oficina. César me presentó.
-Romualdo, dije.
El gordo movió su cabeza de huevo y lo interpreté como un saludo.
César le dio el dinero. El prestamista lo contó y después dijo:-Faltan los punitorios y agregó con cinismo:-¿Se los cobro a Julia?
-¿Cuánto es? Tercié yo.
Me dijo la cifra. Busqué en un bolsillo y le di el dinero.
-No tengo cambio, dijo el hombre.
-No importa.
Buscó en un cajón y le dio a César el documento. Entonces César le explicó el motivo de mi presencia. Yo necesitaba un préstamo, por una semana, para terminar un negocio.
-¿Tiene alguna garantía?
En compañía podemos ser valientes, respondí:-Acá estoy con mi amigo.
El gordo meneó la cabeza:-No hago préstamos tan cortos.
-Es que en una semana lo resuelvo.
Puso sus palmas detrás de la nuca y se echó hacia atrás en el sillón al tiempo que me escrutaba con sus ojos glaucos. Era un actor que conocía bien el libreto.
-Si está dispuesto a pagar los intereses de un mes y César lo acompaña en la firma...
Nos miramos César y yo como esperando que muriera el eco de lo dicho por el hombre.
-Está bien, dijo César.
El hombre buscó en un cajón y sacó un talonario de documentos, rellenó uno con mis datos y la cifra y nos lo pasó para que firmáramos. Después me dio el dinero.
Cuando nos paramos para irnos dijo:-Si se atrasa, le corresponden los punitorios. Asentí y agregó:-La verdad es que no los entiendo.
-Si una persona hace solo lo que entiende nunca avanzaría un paso, sentencié con indiferencia.
Por primera vez César poseía el entusiasmo de ser partícipe de los hechos y comprendió que allí radicaba la construcción de la vida.
Ése día, con el dinero extra que Romualdo le había dado, saldó la deuda con su madre y con un préstamo que la anciana le diera, por la noche, fue a visitar a Julia.
La mujer lo notó contento y él le explicó, de manera enigmática, que acababa de comprender que el futuro dependía del grado de exactitud con el que se pueden prever las alternativas cifradas del presente y que, quizá, en el corto plazo, estaría en condiciones de ofrecerle a ella también algo nuevo.
Julia, acostumbrada como estaba a escuchar disparates, no le dio importancia e hicieron el amor.
Transcurrieron luego unos días en que nada pasó hasta que Romualdo se puso en contacto con él para asegurarle que todo se desarrollaba según lo planeado.
El gordo se mostró sorprendido cuando dos días antes del vencimiento me apersoné a cancelar el documento. Como buen usurero argumentó a modo de disculpa:-Mire señor que no puedo descontarle ni un punto de interés, yo también debo rendir cuentas y a los de arriba no les interesa si usted pagó antes.
Era un farsante, arriba de él solo estaba el techo de la oficina. Oficina impregnada de olor a encierro y transpiración de los que, como yo, se situaban al otro lado del escritorio.
-Comprendo, dije condescendiente, es tan impuntual llegar tarde como hacerlo antes.
-Para nosotros no, los que llegan tarde pagan la demora.
Cuando saqué los dólares para pagar volvió a actuar pero noté en el brillo de su mirada que el verde de los billetes lo fascinaban.
-¡Qué lástima que no cambió a pesos! Yo no puedo tomarlos a precio comprador.
-¿Por?
-Porque no soy una casa de cambio
-¿A cuánto me los toma?
-Mire, haga una cosa, vuelva al vencimiento pero con pesos.
Los dólares vacilaron en mi mano y el gordo agregó:-No es tanto cinco centavos por dólar en la cifra final.
El truco consistía en hacerme hacer la cuenta de lo que gastaría en volver y el tiempo en cambiarlos.
-Tres centavos y se los dejo.
-¡Qué buen negociador! Me cae usted simpático, démelos que los reviso.
Antes de irme deslicé:-Si llegara a necesitar un nuevo préstamo corto ¿deberé volver con César?
Pasó su palma por la calva engrasada y respondió:-Sí, si fuera necesario, sigamos así
Me fui contento, el plan había avanzado otro casillero. Cada paso que daba era como desdoblarme, como si no fuera yo sino un gemelo, un doble en una doble vida que me ayudaba a derrotar a la amargura.
Dejamos pasar más de una semana y regresamos con César a solicitar un nuevo préstamo. El que, otra vez con dólares, devolví antes del vencimiento. Cuando repetí la operación por tercera vez, la curiosidad del gordo venció a su discreción.
-¿A qué se dedica Romualdo?
Lo miré con malicia y respondí:-A los negocios.
-Qué buenos han de ser que le permiten pagar intereses tan altos en el corto plazo.
-Y sí, son buenos, difíciles pero buenos.
-Lo fácil lo hacen los boludos todos los días me decía un tío que en paz descanse.
Entonces mostré un naipe:-Lástima que no dispongo de capital sino...
-Quizá eso podría solucionarse si me cuenta un poco de qué se trata.
Le expliqué el negocio con el esmero en intentar que lo imposible pareciera cierto.
Un cartel peruano de segundo orden blanqueaba dinero del narcotráfico al menudeo. Uno llevaba pesos, se efectuaba la conversión a dólares y salía de allí con un cuarenta por ciento más en la misma moneda. Ése era el motivo de no importarme perder el diez por ciento en intereses. El no disponer de un capital, por ahora, implicaba que debiera visitarlo con frecuencia.
-Hagamos una compra más importante, sugirió el gordo con la codicia en la voz y la pérdida de la apostura.
-Bueno, mucho no se puede comprar de una vez.
-¿Cuánto?
-El máximo son cien mil dólares.
El hombre tomó una calculadora y con su dedo índice aplastó los botones que chillaron con un sonido agudo, pasó la mano sobre su calva y dijo:-Con 287mil pesos compramos 100 mil dólares, no está mal.
Lo miré sin responder.
-Le doy a usted el diez por ciento de la utilidad.
-Un momento, el negocio es mío, a medias o nada.
-Quince por ciento, última oferta.
-Pero solo yo trato con la gente.
Se quedó pensativo y argumentó con lógica:-Yo le doy el dinero y me quedo aquí esperándolo toda la vida a que regrese ¡por favor!
-No, usted tenga el dinero, vamos juntos, yo entro solo, me espera y después repartimos.
-¿Cómo lo espero? Yo entro también.
-Usted entra y yo pierdo el contacto por hacer un único negocio, no, dejémoslo así, es poco serio.
Me incorporé para irme.
-Está bien, está bien, repitió sumiso,-lo dicho, es usted un muy buen negociador, haga los arreglos.
El último acto estaba en marcha.
Que un buen plan fuera sencillo y con objetivos modestos no implicaba no ser meticuloso con los detalles le había inculcado Romualdo y César se aplicaba como un orfebre en cumplir las instrucciones.
Aceptó el trabajo en el barrio de casas iguales en Barracas construidas por los ingleses para los empleados del ferrocarril. Con los años, los propietarios vallaron el parque que circunda a las casas y dejaron una entrada principal por la calle Alvarado y una secundaria solo para propietarios por la calle California. Era éste el escenario ideal para el plan.
No pudo César convencer a Julia para que se fuera con él a un sitio impreciso como el futuro que no alcanzaba a articular. La mujer al oirlo echó la cabeza para atrás para soltar una risa que necesitaba más espacio y entonces supo o comprendió que era incapaz de transmitir esperanza a quien no sentía temor de no ser amado. Abandonó a Julia sin remordimientos con la convicción de que putas hay en todos lados.
Con su madre le fue bien. La anciana aceptó las condiciones para ayudarlo sin hacer preguntas y sin abdicar de la devoción que le profesaba. Como siempre, César se conformó pero con la diferencia que ahora intuía que algo nuevo le podía ocurrir.
Llegamos con el gordo en el auto a las puertas del complejo de casas bajas. En la vereda un viejo paraíso alzaba sus ramas secas a la luz de la luna como las manos de un muerto que emerge de la tierra.
El gordo bajó conmigo del auto, abrió el baúl y tomó un bolso con el dinero. Me acompañó hasta la puerta para ver cual botón del portero eléctrico pulsaba.
-Sí, dijo una voz metálica.
-Romualdo para cien, respondí
La reja chilló y la empujé, el gordo me dio el bolso y dijo:-Lo espero en el auto.
Caminé por un sendero hasta la casa, golpeé, César me abrió, un rectángulo impreciso de luz me iluminó y entré, abrimos el bolso, allí estaba el dinero manso como la dicha dormida, nos abrazamos. Salimos por una ventana lateral y nos deslizamos por las sombras hasta la salida.
No era demasiado dinero como para escaparse muy lejos. Yo sigo en la casa del fondo total el gordo nunca supo donde vivo. César se mudó con doña Ester a vivir en una ciudad del interior sin casino.
Vivo contento, sin sobresaltos económicos y con la satisfacción de haber seguido las enseñanzas del padre Marcelino quien clamaba porque seamos discretos, que nos mimetizáramos con el mundo pareciendo los más normales y que así seríamos los guardianes de la mística y la moral tradicional y fue exacto lo que hice. ■
Me encantó Arturo, especialmente la premeditación de la puntualidad del texto. Muy bueno!!!. Abrazo.
ResponderEliminarMaría
Con el nivel de narración acostumbrado. Muy bien imbricadas las personalidades opuestas de los personajes centrales. El final,una crítica como al pasar al statu quo moral. Muy bueno.
ResponderEliminarErnesto.
me encantó el entretejido de situaciones, el perfil psicológico de los personajes. un abrazo.susana zazzetti.
ResponderEliminarEntremedio de una narrativa que se hace muy interesante, están las características humanas de cada personaje como también ciertas frases sentenciosas que uno asiente cuando las va leyendo.
ResponderEliminarExcelente, Carlos.
MARITA RAGOZZA
En este largometraje del texto, el lector va apreciando la historia momento a momento. Los personajes van mostrando sus diferencias definidas y las intenciones ocultas conducen a un final ¿moralizante? Muy bueno, Trinelli. ElsaJaná.
ResponderEliminarUna prosa trabajada, un estilo definido, personajes dibujados con fruición de orfebre, cada uno cosiendo su propia idiosincracia, y la historia la da cabida a todos. Guardianes de la moral y buenas costumbres gracias a los consejos de un "padre". Andrés
ResponderEliminarImpecable, como siempre .
ResponderEliminarUd ya nos tiene costumbrados, pero el placer se renueva en cada lectura.
Un abrazo. amelia