sábado, 6 de marzo de 2010

CARLOS ARTURO TRINELLI - UN DIA DE ENERO


       

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Para darle la bienvenida a Arturo, (Trinelli para los iniciados) a su regreso de la licencia patagónica, publicamos un relato ya editado en Artesanías. Lo he elegido de entre sus escritos por una sóla razón: lo considero una ficción realista, hechos dolorosos que ocurren en la vida cotidiana y atraviesan los padres de todos los continentes, razas y religiones: los hijos se van del hogar… A.A.                                       

 UN DIA DE ENERO

-Te apuraste un poco- grita la mujer con voz chillona  parada bajo el techo de la galería en un rectángulo ganado por el sol.
      El hombre responde:- Antes o después qué más da.
      El cordero mira con el secreto de la muerte en sus ojos sin brillo. Las moscas comienzan a posarse en la sangre coagulada que tiñe el filo del cuchillo.
      La mujer lo observa a contraluz con una mano como visera. El hombre, el cordero y el cuchillo están inmóviles como si la muerte los hubiera alcanzado a los tres. El sol está todavía oblicuo pero ya hace calor y el verde de las plantas brilla estático.
      Los pájaros se persiguen con vuelos irregulares y penetran en la espesura de los árboles. En la medida que el sol se incorpore la actividad cesará hasta el atardecer.
      Ahora el hombre mira hacia las barrancas. Limpia el cuchillo en el pasto, se incorpora y arrastra el cuerpo hasta la sombra de los paraísos. Trabaja un instante agachado y cuelga el cuerpo de una rama.
-¿Qué vas a hacer?-grita, pregunta la mujer.
      Él no contesta y le da la espalda. La mujer adivina en los movimientos el trabajo del hombre.
-¡Soltá el perro!-ordena entre las sombras.
      La mujer da la vuelta a la casa, un perro llega por delante de ella, el animal olisquea el aire y enseguida corre hacia donde está su patrón. El hombre arroja algo hacia delante y allí va el perro. La mujer desaparece dentro de la casa y regresa con la pava y el mate. Se sienta en un banco al amparo de la sombra de la galería. El aire está quieto y translúcido. Desde esta posición ve al hombre terminar la faena. Al fondo, después de las barrancas, el río color caramelo y más allá el horizonte, una línea marrón enclavada contra un azul intenso que avanza difuminado por el resplandor del sol que inunda el día de enero con un calor del que se halla a salvo bajo la galería.
      El hombre se acerca con el cordero en brazos.
-Tomá, ponelo adentro y tapalo con un trapo. Dicho esto  camina hasta la bomba de agua.
Da varias bombeadas, se refriega las manos, se echa agua en la cara. Entre cada intervalo del chorro se aferra al brazo de la bomba y le da un nuevo impulso. Por último, se moja la cabeza. Cuelga el cuero del cordero del alambre que separa el lote del vecino. Vuelve con la mujer:- Dame un mate ¿vendrá?
      Ella se encoge de hombros, él agrega:- Si no, comemos cordero toda la semana.
-Eso es lo de menos.

      El silencio se hace espeso como el día que sienten resumir en las axilas, los brazos, la cara.
-Deben de hacer treinta y cinco por lo menos.
-Para mí que no se arriesga a venir, es mucho viaje.
-Los chicos, ese es el problema, sí por él fuera, ya estaría aquí.
-No, los chicos los manejas, el problema es ella,-remata la mujer enfrentada con la nuera, -es muy finucha.
      Los dos se quedan callados. El sonido ronco del mate indica cuando debe ser llenado de nuevo. El hombre piensa cómo se quiebra la rutina con los dos niños que juegan y ríen cada día más traviesos. El hijo que cuenta cosas de la ciudad tan cercana y tan lejana. La nuera que se esfuerza para que el tiempo, detenido en ese rincón, avance y aproxime la hora de irse. Pero a él no le importa y espanta ese pensamiento como hace ahora con una mosca molesta. El quiere escuchar al hijo, jugar con los nietos, consentirlos a escondidas de la madre y gozar con la alegría que dejarán como una estela hasta la próxima visita.
       La mujer piensa cómo separará la mejor porción de cordero para el hijo y como se esmerará para hacerlo sentir el rey sin importarle el desdén de su nuera; a la que va engañar con las golosinas que tiene escondidas para los niños y con los billetes nuevos de cinco pesos que les dará sin que ella se dé cuenta.
      El mate va y viene y en ese pendular pareciera transmitir, con la bombilla como antena de un extraño adminículo, similares pensamientos. La semana será un constante recordar lo que hicieron y dijeron los chicos y de tanto hacerlo las anécdotas se estirarán hasta el hartazgo en el intento por hallarle una nueva arista. Pero ya no vienen, mejor comer.
      .
     
      Se separan, él prende el fuego. Ella hace la ensalada y prepara la picada. El irá y vendrá de la cocina a la parrilla con los comentarios de la marcha del asado. Ella irá a mirar y extasiados verán crepitar la carne resumida por las brasas y rodeada de un coro de chorizos.
-Los hice igual ¿vos no te comes uno?
-Sabes que me hacen mal.
      El se encoge de hombros y agrega en voz baja- siempre decís lo mismo,- al tiempo que acomoda unas brasas.
-Ponete el gorro,-ordena ella,-el sol está muy fuerte.

      Cuando retira la primera porción y la lleva a la cocina regresa a refrescarse en la bomba antes de sentarse a comer. Todavía saldrá una vez más a retirar todo de la parrilla y a darle los restos al perro.
      Ella lava los platos y él come una mandarina recortado en la ventana de la cocina. Escucha el motor de una lancha que solo intuye por la espuma del agua.
-Me voy a recostar- dice la mujer.
-Ahora voy- responde él.
      En el calor de la siesta el recuerdo le gana al sueño forzado. El verano se le pega en los pliegues de la sábana con la transpiración del torso desnudo. Mira a la mujer que duerme a su lado o simula hacerlo de costado. El abismo de los senos contenidos por el corpiño transpirado están atrapados entre la cama y un brazo. Las arrugas del cuello se desprenden surcadas de sudor hasta el tajo que le separa las tetas. Siente esa mezcla de deseo e impotencia que le arrebata las sienes y le produce la incomodidad del insomnio que se interpone tenaz con el sueño. Insomnio ventilado por el aire tibio del ventilador que gira y vuelve a acariciarlo en la penumbra de la habitación .
      El recuerdo, tan personal e intransferible como la propia muerte, está allí, en una heladería, otra tarde de enero distante, donde son jóvenes entre un grupo de jóvenes. Sólo los jóvenes andan en  grupo en las tardes sofocantes de enero. Bicicletas que circulan hacia el río a buscar el alivio de una sombra bajo los sauces, un chapuzón en el agua cobriza perlada de reflejos, que como estrellas del día, los rayos del sol depositan vacilantes en la superficie. Ella tiene puesto un vestido salpicado de flores, él mira el talle perfecto y los ojos se encuentran y se ven en la cresta de un helado que se derrite de prisa.
      .
      Se despierta, la mujer ahora le da la espalda. Se sienta, busca los pantalones cortos, se los pone y se para, el fresco de las baldosas en las plantas de los pies desnudos le transmite alivio. Con  sigilo abandona la habitación sin que ella se despierte.
En la cocina descorre la cortina de la ventana y comprueba que el sol  giró y que todo está en su sitio, el jardín, las hortensias, la ligustrina, los árboles, la barranca y el río con su horizonte atravesado de azul, todo en su sitio pero de un color más intenso y el silencio, el silencio incoloro y constante.
      Llena la pava con agua, abre la garrafa y enciende la hornalla. Coloca la yerba en el mate hasta la distancia que considera óptima para que sea un mate largo como le gusta a ella. Sacude el mate con una mano cuya palma tapa el agujero y la retira marcada con un redondel de polvo verde. Toma la pava y desprende con cuidado un chorro de agua dentro del mate que infla un poco la yerba. Enseguida la coloca de nuevo sobre la hornalla y espera, vuelve a echar agua, ahora más caliente, hasta un poco antes del engarce y entierra la bombilla, sorbe el líquido apenas caliente hasta llenarse la boca de un amargor estimulante. Se acerca a la pileta y escupe el líquido verde. Abre la canilla y deja correr un poco de agua. Se sirve, ahora sí, lo que considera el primer mate. La yerba sube espumosa hasta el límite del borde formando un círculo perfecto de esmeralda y diamantes.
      Escucha el agua de la ducha y sabe que ella está levantada. Aparece con el pelo mojado y un batón limpio al que el cuerpo le transmitió la humedad del baño mal secado. Salen a la galería. El nota que ella no tiene corpiño. Ella capta la mirada y el rubor del crepúsculo le gana el semblante.
-¿No ponés la radio?-pregunta ella.
-No hay fútbol en enero ¿cuántas veces te tengo qué decir lo mismo?
      El murmullo de los grillos llena el silencio de incomprensibles rumores. Los mosquitos resisten el humo del espiral y uno que otro se atreve a zumbar cerca de los oídos. La noche inexorable comienza a envolverlos y el horizonte avanza ahora hasta la barranca.
-Andá a saber qué le pasó,-dice él.
-Ella no habrá querido venir- dice ella con énfasis de indiferencia.
      El hombre dice:-Vamos para adentro, mañana será otro día.
      Entran, él prende la luz de la galería que de a poco se puebla de bichitos. Alguna luciérnaga, como un fantasma, parpadea a lo lejos, el horizonte se funde en la oscuridad, los colores se toman un descanso.  ♦


                         




4 comentarios:

  1. si, recuerdo el impacto que me produjo su lectura, pero no sabía que la realidad supera todo escrito. Excelentísimo texto. susana zazzetti.

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  2. Es excelente este texto,excelente dos veces . Abrazo. Mercedes

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  3. Carlos, esa estampa familiar, los detales diarios que pueblan las vidas, el ir y venir de la memoria y la espinitas que siempre tenemos que separar me aproximaron tiernos recuerdos; ésto lo consigue un buen narrador como vos y lo disfruta quien lo lee.
    Va mi abrazo
    Betty

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  4. No te conocía. Me encantó tu estilo que cuenta una historia simple pero que abre mil interrogantes acerca de estos complejos vínculos entre padres, hijos y nietos. Y esa necesidad, tan humana, de poner la culpa afuera (en este caso en la nuera).
    Un abrazo.
    Edgardo

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