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domingo, 10 de octubre de 2010

Ana Amorós
 

El escritor




Recapitulando mi vida, desde antes de llegar a pasar la altura de la mesa del comedor, me recuerdo con algún libro.. Mas adelante llegué a soñar con escribir algunos ¡qué ilusa! Pero bueno, esa es, mi realidad, me guste o no.
Hoy, el hecho mismo de hacerlo me inhibe y atemoriza, por lo tanto no creo llegar a lograr alcanzar mi utópico sueño.
Mi padre solía estimular mi fantasía o mi ego, no se, resaltando cualidades que según él, existían. Claro está que yo nunca le creí del todo, dada la afectividad existente entre ambos y que le impedirían ser totalmente objetivo, lo transformaban en un mal en un mal crítico para con mis "obras".
Si, el asunto este, en vez de levantar mi auto estima, me la tiraba por el suelo.
Solamente aveces, cuando llegaban a mis manos algunas obras mediocres, se me prendía nuevamente la lamparita, releía algo escrito por mí y me atrevía a soñar.
Pero caramba! ¿Cómo hago yo, para editar un libro? ¿De dónde saco el dinero? Y si lo logro ¿alguien comprará algún libro mío? ¿Qué dirán los auténticos escritores, los ya consagrados? ¿Y los críticos?
Mejor ni pensarlo, pero todas esas preguntas bailotean en mi mente a ritmo de rock desenfrenado.
La verdad, es que no me entiendo por momentos y hoy es uno de esos días nublados.
La música de mi cabeza, es cada vez más alta, me aturde, mejor la apago.
Me voy a la biblioteca, elijo un buen libro, preparo un buen mate y me voy al sobre. ...

sábado, 2 de octubre de 2010

Medardo Fraile





Escritor español, Medardo Fraile es conocido por sus relatos y cuentos cortos, siendo considerado uno de los grandes autores españoles del siglo XX, miembro de la generación del medio siglo. Además de su producción de relatos, con numerosas antologías publicadas, Fraile también ha trabajado en novela y ensayo, así como en literatura infantil. Fraile ha ganado premios como el Sésamo, el de la Hucha de oro o el Estafeta literaria. Establecido en Escocia desde los años 60, Fraile ha ejercido la cátedra de castellano en laUniversidad de StrahlclydeDe entre su obra habría que destacar la antología Escritura y verdad, Autobiografía -su única novela-, así como sus memorias El cuento de siempre acabar



Tenía un libro.
Se lo había dado el padre Bonifacio hacía más de tres años.
El libro pesaba y era gordo.
En la numeración de las hojas, el número último era el 1108. Ahora se le habían aflojado las pastas y algunas hojas estaban dobladas y tenían tiesuras y manchones de Coca-Cola y mocos.
Cuando iba a ver a la señora tuerta, lo llevaba consigo.
-Mira qué aplicado es este Rafi. Mira cómo lee.
Y él sonreía con su cara matalona y pícara de niño de la calle.

Lo iba leyendo por segunda vez, poco a poco, desde hacía dos años. A veces, le buscaba un escondrijo en un solar o unas obras y, al cabo de varios días, volvía a buscarlo.
Le hablaba algunas veces.
-A ver si te acabas, Gordo. Un día me harto de ti y ya no vengo a buscarte.
Lo acabó por segunda vez en un coche abollado de un garaje desierto. Sentía frío.

Apretó los ojos y, cuando los abrió, le dijo al libro.
-Gordo, ¿qué vamos a hacer ahora? ¿Empezamos de nuevo?
Miró a la tapia grasienta de enfrente, se abrazó al libro con fuerza y comenzó a llorar. 

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sábado, 28 de agosto de 2010

FRANZ KAFKA - El Paseo Repentino

 

Cuando por la noche uno parece haberse decidido terminantemente a quedarse en casa; se ha puesto una bata; después de la cena se ha sentado a la mesa iluminada, dispuesto a hacer aquel trabajo o a jugar aquel juego luego de terminado el cual habitualmente uno se va a dormir; cuando afuera el tiempo es tan malo que lo más natural es quedarse en casa; cuando uno ya ha pasado tan largo rato sentado tranquilo a la mesa que irse provocaría el asombro de todos; cuando ya la escalera está oscura y la puerta de calle trancada; y cuando entonces uno, a pesar de todo esto, presa de una repentina desazón, se cambia la bata; aparece en seguida vestido de calle; explica que tiene que salir, y además lo hace después de despedirse rápidamente; cuando uno cree haber dado a entender mayor o menor disgusto de acuerdo con la celeridad con que ha cerrado la casa dando un portazo; cuando en la calle uno se reencuentra, dueño de miembros que responden con una especial movilidad a esta libertad ya inesperada que uno les ha conseguido; cuando mediante esta sola decisión uno siente concentrada en sí toda la capacidad determinativa; cuando uno, otorgando al hecho una mayor importancia que la habitual, se da cuenta de que tiene más fuerza para provocar y soportar el más rápido cambio que necesidad de hacerlo, y cuando uno va así corriendo por las largas calles, entonces uno, por esa noche, se ha separado completamente de su familia, que se va escurriendo hacia la insustancialidad, mientras uno, completamente denso, negro de tan preciso, golpeándose los muslos por detrás, se yergue en su verdadera estatura.
Todo esto se intensifica aún más si a estas altas horas de la noche uno se dirige a casa de un amigo para saber cómo le va.

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