ANDRÉS ALDAO
Andrés Aldao (Buenos Aires, 1929), hombre dedicado a la lucha política desde su temprana adolescencia hasta la mitad de los años 70, en que la prisión, el exilio y la lucha por la subsistencia en un país totalmente extraño lo “jubilaron” de esa actividad, descubrió que su pluma, siempre dedicada a la política y a la ideología, era útil, también, para la creación literaria. Los temas de los cuentos son diversos, pero todos dan fe de su percepción social, de la ternura de su mirada, del cariño con que ve a su ciudad, a sus gentes, a sus calles; ciudad y gente irrecuperables, perdidas en el abismo del pasado. Sólo nuestra memoria las puede rescatar del olvido para compartirlas con las nuevas generaciones que, tal vez, ¡quién sabe! las percibirán lejanas en el tiempo pero próximas a su corazón. A la luz de los acontecimientos mundiales, me permito afirmar que su pluma (o su computadora, si se prefiere) es hoy más eficiente dedicada a conservar y recrear las experiencias vividas y a compartir con los lectores su fructífera imaginación.
Ester Susana Durman, del prólogo a Cuentos desde Lejos, diciembre de 1998
Ester Susana Durman, del prólogo a Cuentos desde Lejos, diciembre de 1998
NADA + NADA = CERO
A Susana:
en clave jeroglífica,
porque le apasiona
en clave jeroglífica,
porque le apasiona
La vió irse y no la llamó. Como si no le importara. Tampoco se encogió de hombros. Haciéndose el hombre duro. ¿O tal vez era un tipo duro? Aunque perdió el empleo.
Caminaba con la vista fija. ¿En qué? Pero por favor; en nada. Por que él era una nada, un don nada. Una amalgama de ceros, a la izquierda o a la derecha. Porque daba lo mismo. Si respiraba, nadie lo sabía. Pasaba desapercibido. Como un agujero en el forro de la chaqueta. ¿Quién lo nota?
La vio irse y no la llamó. Como si no le importara.
Decía que estaba amargado. Otras veces, que tenía depresión. El mundo le pasaba al lado y él seguía rumiando no se sabe bien qué. Y era humano, no bovino.
El traje le quedaba un poco grande. No: él le quedaba chico al traje. La vio irse y no la llamó. Como si no le importara.
Caminaba con pasitos de nada; de poca cosa. Sin ruido. Sin golpear con los tacos. Cero y nada. Daba lástima. No, no daba. Un tipo rumiando. Como una vaca aburrida y estúpida. Como un cero. Pasando desapercibido. Como cuando respiraba.
Pidió un vaso de moscato. Para hacer creer que era un hombre duro. Pero era un cero. O acaso un doble cero. Un don nada vulgar. Injerto de vacío y vaca rumiando. Aunque perdió el empleo. La vio irse y no la llamó. Como si no le importara.
Nadie le prestaba atención. Obvio. Una nada; una nada envuelta en ceros; a la izquierda o a la derecha. O mejor, sí, mucho mejor: una nada empaquetada en doble ceros finitos, casi invisibles.
Tenía la desfachatez de proclamar a los cuatro vientos que la angustia lo consumía. Él, que era una ilusión, un espejismo, un don nada, un delirio imaginado. Que vivía amargado. Fue para no creer. Él, que la vio irse y no la llamó. Como si no le importara.
Los ceros, se sumen o se resten, siguen siendo ceros. O doble ceros. Caminaba ausente. La vista en nada. Hizo bien. La gente lo eludía. O no lo veía. Si se daban cuenta, no lo demostraban. Nada. Fue la confirmación de que nada y cero eran lo mismo. Equivalentes y semejantes. La vio irse y no la llamó. Como si no le importara.
Suspiró. Y lágrimas, cuya indiferencia se percibían sin esfuerzo, le humedecían la cara ausente de un hombre nada. Nada de nada. Ingeniero programador. ¡¡Nada! ¡¡Cero! Se lo dijeron en la cara. La vio irse y no la llamó. Como si no le importara.
Y aunque él era una nada, ella fue detrás. A ella sí le importaba. Aunque era nada, cero, como vaca rumiando. Para ella él fue todo. Aunque perdió el empleo. Aunque la vio irse y no la llamó. Como si no le importara.
Caminaba con la vista fija. ¿En qué? Pero por favor; en nada. Por que él era una nada, un don nada. Una amalgama de ceros, a la izquierda o a la derecha. Porque daba lo mismo. Si respiraba, nadie lo sabía. Pasaba desapercibido. Como un agujero en el forro de la chaqueta. ¿Quién lo nota?
La vio irse y no la llamó. Como si no le importara.
Decía que estaba amargado. Otras veces, que tenía depresión. El mundo le pasaba al lado y él seguía rumiando no se sabe bien qué. Y era humano, no bovino.
El traje le quedaba un poco grande. No: él le quedaba chico al traje. La vio irse y no la llamó. Como si no le importara.
Caminaba con pasitos de nada; de poca cosa. Sin ruido. Sin golpear con los tacos. Cero y nada. Daba lástima. No, no daba. Un tipo rumiando. Como una vaca aburrida y estúpida. Como un cero. Pasando desapercibido. Como cuando respiraba.
Pidió un vaso de moscato. Para hacer creer que era un hombre duro. Pero era un cero. O acaso un doble cero. Un don nada vulgar. Injerto de vacío y vaca rumiando. Aunque perdió el empleo. La vio irse y no la llamó. Como si no le importara.
Nadie le prestaba atención. Obvio. Una nada; una nada envuelta en ceros; a la izquierda o a la derecha. O mejor, sí, mucho mejor: una nada empaquetada en doble ceros finitos, casi invisibles.
Tenía la desfachatez de proclamar a los cuatro vientos que la angustia lo consumía. Él, que era una ilusión, un espejismo, un don nada, un delirio imaginado. Que vivía amargado. Fue para no creer. Él, que la vio irse y no la llamó. Como si no le importara.
Los ceros, se sumen o se resten, siguen siendo ceros. O doble ceros. Caminaba ausente. La vista en nada. Hizo bien. La gente lo eludía. O no lo veía. Si se daban cuenta, no lo demostraban. Nada. Fue la confirmación de que nada y cero eran lo mismo. Equivalentes y semejantes. La vio irse y no la llamó. Como si no le importara.
Suspiró. Y lágrimas, cuya indiferencia se percibían sin esfuerzo, le humedecían la cara ausente de un hombre nada. Nada de nada. Ingeniero programador. ¡¡Nada! ¡¡Cero! Se lo dijeron en la cara. La vio irse y no la llamó. Como si no le importara.
Y aunque él era una nada, ella fue detrás. A ella sí le importaba. Aunque era nada, cero, como vaca rumiando. Para ella él fue todo. Aunque perdió el empleo. Aunque la vio irse y no la llamó. Como si no le importara.
Barreras bajas. La vio irse y no la llamó. Como si no le importara. Cruzó. Fue como una fusión. Entre las dos barreras. También después siguió siendo un cero, una nada.
Cero y nada. Un cero y una nada muertos ■
de “Calles Empolvadas de Recuerdos”
Cero y nada. Un cero y una nada muertos ■
de “Calles Empolvadas de Recuerdos”
Feicitaciones Aldao!.Me encanta el prólogo Ester
ResponderEliminarEs muy bueno, abrazo.
María
Existen dones Nada, o Dones Nadie además de su ficción. Y algunos con mucha actividad. Pero como personas, cero.
ResponderEliminarMe gustó su ficción, que no se aleja demasiado de la realidad. Gracias Andrés .
Graciela Urcullu
Excelente crítica para algunos que de nada, cero, a la izquierda , se consideran dueños del universo. Muy buen relato donde el hombre hace un duro examen de sí mismo. Igual, Andrés, vos ¿ un duro? gracias por tanta ternura. Felicitaciones a Ester, me encantó su introducción. susana zazzetti.
ResponderEliminarGaona, este texto y "La huida" siempre me parecieron especiales. Pero lo de duro no concuerda con la foto, donde seguro te pusiste ese gacho para hacer reír a tus nietas y nietos.
ResponderEliminarUn abrazo,
Sañoram.
Andrés, siempre es bueno releerte, el relato tiene cadencia y avanza dejando la impronta de descripciones y juegos de palabras con tu manejo que ya es un estilo.
ResponderEliminarEl proemio es otra excelente descripción.
Sobre la foto me guardo el comentario jaja, un abrazo, Carlos Arturo Trinelli
Andres que buena introduccion..se nota su sensiblidad..da gusto leer cada dìa su revista y el relato interesante.
ResponderEliminarSaludos
romi
La bueno del cero es que acompañado por otro número se podría convertir en algo grande, siempre y cuando el otro no fuera el número cero. Lo mismo pasa con las personas. Hasta podría convertirse en el inicio de algo, porque todo parte de cero. Ahora, un cero fusionado entre las barreras, puede ser una nada trunca. Pero un humano atrapado allí, hasta podría ser la lamentable muerte de alguien que podría haber sido tanto si alguien más que cero se hubiera parado delante de el.
ResponderEliminarAprovechando el comentario: Muy linda y simpática la foto! Abrazo. ElsaJaná.