lunes, 3 de mayo de 2010

PABLO URBANYI

Land of the free
Crisis de identidad
       
El otro día me llamó por teléfono un profesor amigo de la universidad. Me quería encontrar urgente. Amigo es un decir, yo, un comodín, una oreja, un paño para sus lágrimas, sólo era llamado por él cuando había tenido algún problema. Pero como uno tiene su corazoncito, el placer dulcemente sádico de gozar del mal ajeno y sentirse bien por no tenerlos, sin preguntarle cuál era el problema porque ya lo sabía, con el impulso de la repetición y la rutina, fui.
        Nos encontramos en una taberna frente a sendas jarras de cerveza. Después de brindar, a la pregunta que le hice, "¿Qué pasó esta vez?", con algunas variantes, escuché lo que ya había escuchado muchas veces. El relato de "una discusión feroz, más feroz que nunca" con su mujer por culpa de las "compras" (ella desenvainaba las tarjetas de crédito con mayo habilidad y rapidez que D’Artagnan su espada). Le pregunté si esta vez, por su ferocidad, la pelea no coincidiría con la famosa crisis de la pareja cada siete años, aniversario establecido por los estudios de los expertos y por los manuales de "hágalo usted mismo", para una vida armónica y feliz.
        No, nada que ver. "Mirá, te cuento", y contó. Su mujer acaba de comprar el último modelo de un pelapapas automático y una olla especial para hacer, simultáneamente, una docena de huevos poché.Pelapapas ya tenían cinco y nunca las usaban porque su mujer compraba las papas congeladas y ya peladas. En cuanto a la olla, la había comprado por él, porque por un ataque al corazón estaba a régimen riguroso y tenía que evitar los aceites y las grasas. Un detalle; su mujer se había olvidado que también tenía prohibido los huevos por el colesterol.
        En otras palabras, con los gastos de las tarjetas, le estaba hipotecando el futuro. La pelea continuó enriquecida con recuerdos de los bellos tiempos; los años de noviazgo y casamiento, "si me hubiera casado con Pepe", con reproches a su indiferencia, a recordar engaños no confirmados, a no considerarla como persona. Y, una vez más, la famosa e ineludible frase: "No soy más que un pedazo de carne para vos". Mi amigo siempre se olvidaba de la respuesta que yo le había sugerido "Y yo apenas un pedacito para vos".
        Mi amigo, de corto aliento, quizás por su corazón débil, abrumado, buscando la paz, la separación, pasar los últimos años en hogares diferentes y la eternidad en tumbas separadas, le preguntó suavemente a su mujer: "Decime, si tenés tantos problemas conmigo, si te considero "una cosa", "un pedazo de carne", y no tengo en cuenta tus necesidades, ¿me querés decir para qué seguís viviendo conmigo en vez de separarnos?".
        Si no como señal de imbecilidad, el silencio es una forma de sabiduría. Su mujer se quedó callada un largo rato. El esperaba la respuesta y la tuvo. También suavemente, con dulzura, ella se la dio con la sinceridad de su alma: "No lo sé exactamente, pero supongo que por confort".
        Mi amigo se mandó un trago largo de cerveza y luego, con energía, depositó la jarra sobre la mesa y me dijo:
–Por confort, ehh. Y ahora decime, viejo, ¿qué clase de máquina soy? ¿Qué y quién soy?.
        Para ponerme a la par, también me bajé una buena dosis de cerveza. Y también deposité con energía la jarra. Le respondí:
–Grave problema de identidad, muy común, típica de la época. Veamos, ¿un lavaplatos o un lavarropas?
–Ya tenemos.
–¿Una batidora, una tostadora, una plancha a vapor?
–También tenemos. Ah, y la tostadora nos da los buenos días y anuncia con voz alegre que las tostadas están listas.
        Suspiré. Iba a preguntarle que decía la tostadora durante el té de las cinco de la tarde. Cambié de idea.
–Bueno, ¿una máquina de banco que da dinero las veinticuatro horas?
–Está sin fondos.
–Además de un pedacito de carne, ¿un vibrador?
–Se descompone con frecuencia.
–Nadie es perfecto,–lo consolé,–¿por qué no vas al "service"?
–Ya fui a ver a un psicoanalista. Todo es culpa de mi papá y de mi mamá, que en paz descansen, y no tengo arreglo.
        Vaciamos las jarras.
–¿Qué querés que te diga? Ya casi no te queda razón para vivir. Pero no pierdas las esperanzas. Con una actitud positiva, vas a encontrar el sentido de tu existencia y desempeñarte como una máquina útil. Eso sí, nunca, pero nunca vas a tener la energía, el dinamismo de un lavaplatos o un lavarropas. Y menos el entusiasmo de un vibrador.
        Pedimos otras dos cervezas.

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