MARTA JULIA RAVIZZI
Así son las cosas, ¿para qué negarlo?
El verde es igual a un campo de golf, donde los palos y las pelotas tienen forma rectangular y vistosos colores. Imagino que el caddie va marcando los hoyos que me faltan, los tiros que necesito para recuperar pasos perdidos.
Siempre tuve mala suerte, desde chico. En la escuela perdía o me robaban las figuritas y ni siquiera podía contarlo en casa, de seguro aquello era motivo de una paliza, por tonto, me decía mi viejo. Con las bolitas pasaba lo mismo, aunque a veces (raramente) ganaba unas cuantas, cosa de seguir jugando.
El trece es mi número favorito y lo coroné, pleno, semipleno, calle, negro, impares, columna, segunda docena, cosa de recuperarme para volver al otro día. Todo por el trece, mi número, mi estigma.
Cuándo el crupier dijo no va más, mi chance estaba echada. Me dí vuelta para no ver, pero era imposible, mis ojos espiaban por la espalda, se estiraban como si fueran de goma, y seguían la bolilla que rebotaba contra las paredes de ese mar de ilusione fatuas, donde muchos nos sumergimos una y otra vez, hasta que se acomodó en el único número verde. Al grito de cero, el rastrillo arrebató las fichas, llevándolas, indolente, hacia la otra esquina, la opuesta a mí, siempre yo del otro lado de la vida.
Algo dentro de mí, gritaba que tanta desgracia junta no podía durar, esta locura que me desbordaba me iba a dar otra chance.
Cambió el tirador, empezaba una nueva ronda. Supe que era una señal y la acaté. Para eso había venido, para eso estaba en éste campo de batalla con la consigna de ganar o morir.
Todavía me quedaban unas cuantas fichas, podía seguir jugando un rato más. Diez y siete y veintidós, desgracia y locura, constates en mis días. No podía fallar esta vez, ahora debía darse una buena. Casi sin respirar esperé. No sé si recé o supliqué. Sé que me encomendé a nadie, porque solo creo en Dios cuando juego y por inercia. La vida es otra cosa, y ese Dios que todos buscan anda medio distraído, no presta atención a lo que pasa por aquí abajo, vaya uno a saber.
¡Negro el 22! Algunas fichas se fueron, pero muchas otras llegaron a mis manos y a mis bolsillos. Era mi noche se suerte me dije, no puedo aflojar justo ahora, mientras sigua tirando el mismo tipo. Miré mi vaso de wisky vacío, pedí otro, era el quinto de la noche. Buena idea, cinco y catorce pensé sonriendo. Cualquier evocación era buena para que mis fichas rojas y amarillas salieran de los bolsillos, rodaran sobre el paño, por ese césped sintético numerado, como estrellas huidizas o fuegos de artificio. Por si acaso, también coloqué algo en las calles, primera docena, segunda columna, pares y rojo. No se bien por qué al cinco, si ni siquiera, a esa altura, estaba seguro de que hubiera sido el quinto vaso, pero ya estaba y ni loco levantaría una ficha jugada.
Otra vez las empujaban hacia mí, como volviendo a casa, hacia esta esquina, canturreando hacia mis bolsillos. ¡Rojo, el catorce! Era el mío. Tantas noches en este infierno al que juraba no volver. Hay algo mucho más profundo de lo que imaginamos, porque uno retorna una y otra vez, como si fuera a una mujer, a la primera novia, uno se intoxica con el canto de las sirenas, que siempre nos mienten para que nos quedemos, para tenernos cerca.
Otra bola, el uno, el agua, veintiuno, la mujer. Y hacia ellos fueron muchas de las que hacía un momento habían ingresado a mis bolsillos. Esta noche debían trabajar. Otra vez el ritual, otra vez la espera, otra vez la incertidumbre.
En esos pocos minutos el corazón se agita como caballos en largo galope, la sangre late en las sienes, el sudor moja las manos. Todo el cuerpo está tenso como suspendido del aire, respirar es un suplicio.
Otra vez conmigo, rojo el veintiuno, segunda docena, tercera columna, nones y rojo. Otra vez el susurro de las fichas que me entregaba el crupier.
Cinco manos seguidas, demasiado para una noche, así fueron apareciendo en esa gigantesca batea negra, el quince, el treinta y tres, el siete, el doce…
Me sentía transportado, nada sería imposible para mí aquella noche. Bajo los efectos del alcohol, el humo y la avaricia, seguí.
Así como llegaron, una a una me fueron abandonado. No me daba cuenta, la embriaguez del triunfo todavía me duraba. Ese triunfo que jamás había sido fiel en mi vida. Flotaba en un reino donde era Amo y Señor, nada se me negaba, esa tierra era mía, todos estaban para cumplir mis mandatos. Ganar, siempre ganar, por mis días pasados, por mis angustias, por mis fracasos. Allí, en mi reino, donde yo era la ley, donde nada se oponía a mi necesidad. Para cuando pude volver de ese viaje imaginario de un país donde yo calzaba la corona, solo quedaban en mis arcas cinco o seis fichas que siguieron igual destino.
Salí con el desconcierto en la boca, y un sabor ácido y amargo en los ojos. Crucé la avenida, casi sin mirar, sin ver los coches y colectivos que se empeñaban en no darme paso. En las cercanías estaba la solución. Entré en un sucucho de mala muerte, como todos, pero el único abierto a esa hora. Era el último local de la oscura galería.
Extendí el valioso reloj pulsera d que perteneció a mi viejo, autentico. Como un buitre que espera por la carroña, el viejo lo miró. Lo revisó y me ofreció solo doscientos mugrientos pesos. Le grite, recuerdo que le grité, discutimos, se defendió y trató de echarme. Al alcance de cualquiera estaba el facón con empuñadura de hueso, con incrustaciones de plata. ¿Cuánto le habría dado éste carroñero al necesitado? ¿Cómo a mi¡ claro, seguramente. Cuando cayó al piso, abrí la caja y me alcé con el dinero que el viejo había recaudado en esas horas. La rapiña que había conseguido de otros pobres diablos como yo. Dos mil pesos, lo suficiente para apostar al diez y ocho, la sangre.
Ya ve, éste es mi testimonio, todo lo que dicen es cierto, como también es cierto que el diez y ocho no salió.
Una vez más, perdí las figuritas.
Un retrato descarnado de un jugador compulsivo dosificado en una prosa sin estridencias que lleva al lector por la esperanza y la decepción.C.Arturo Trinelli
ResponderEliminarMarta, siempre sus cuentos llevan el sello del enigma y el suspenso: me sumo a las palabras de C. Arturo Trinelli, que de narrativa "entiende"...
ResponderEliminarAndrés
Marta, tu cuento me recordó el tango "Antiguo reloj de cobre" y aunque el tango no menciona un jugador dice: "y en el banco del prestamista
ResponderEliminarhe llegado a formar fila esperando que en la lista
me llamaran a cobrar." Muy buena la forma en que llevás al lector desde un juego hasta una obsesión. Ester Mann
Marta querida, sabés lo que pienso de tus trabajos. No es fácil ser buena en dos géneros como la narrativa y la poesía. Sin embargo siempre tu obra lograda, precisa, con un sello que la distingue. Un abrazo.
ResponderEliminarLily Chavez
muy buen relato, me impactó el final sugerido con delicadeza. un placer su lectura. susana zazzetti.
ResponderEliminarA los amigos a Artesanias Litararias, solamente decirles GRACIAS!
ResponderEliminarVuestros comentarios me obligan a seguir en esta hemosa tarea de buscar palabras y poder decirlas, tratando cada día de mejorarlas.
Un abrazo.
Marta Julia Ravizzi
Marta, Amiga: una tremenda realidad para muchos. Hasta los afectos pierden valor, a la hora de la decisión lúdica. Te abraza,
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