IVAN WIELIKOSIELEK
Catástrofe ( un día en la vida de un escritor desocupado)
Me gusta quedarme acá, en la intimidad de este cuarto prestado escuchando la radio; y si hay partidos de fútbol mucho mejor. Siempre prefiero las emisoras "A eme" a Efe eme", los locutores sobrios a los extravagantes y los programas de tango a los de rock. Pero hoy estoy escuchando en una radio religiosa el epílogo de la catástrofe que pasó. Y es que acaba de caer un meteroro en la ciudad. Llovió media hora seguida con la densidad de un siglo y cayeron piedras inmensas. Piedras del tamaño de un huevo, según dicen. Ahora informan que tanto este barrio como el centro están completamente inundados, que se cayeron árboles en barrio Observatorio, que cortaron la luz en más de media ciudad, que el agua se llevó varios autos y que la corriente del río arrastró viviendas precarias en la orilla. Que el tornado está llegando a Salsipuedes y que quizás allí también haga desastres.
Mientras llovía yo estaba en el pasillo abierto del edificio viendo caer las piedras como bellotas entre los pinos, estremeciéndome ante el rebote de los huevos de hielo contra los techos; como si estuviese a punto de reventarse el zinc de estos precarios inmuebles.
Y más allá de la lluvia, sólo se escuchaban los gritos de la nena del "ocho" y un poco más alto y distanciados en el tiempo, los gritos de la madre que trataba de hacerla callar.
Pasó la tormenta y los truenos se callaron, los crujidos de las ramas se callaron, los ramalazos de la granizada contra las chapas se callaron también, pero la niña siguió llorando y la madre siguió gritando.
Yo seguí dando vueltas por el pasillo y luego me tumbé en la cama, es decir, en la cucheta de abajo en la que duermo como en la litera de un barco. Y así leí un rato mientras los techos escurrían los últimos hilitos de agua. Tenía las manos en jarra y a pesar de estar en un departamento prestado por un mes, di gracias al destino de encontrarme a salvo y bajo techo en semejante día.
Cuando la tormenta paró, salí afuera a dar un paseo.
Las calles eran correntadas de ríos y las hermosas mujeres del "barrio pujante" salían a sacar el agua con palos de goma. Esto me excitó muchísimo; muy en especial la imagen de una de ellas.
Era una mujer de unos treinta y tres años que usaba una solera azul hasta las rodillas y tenía blancas pantorrillas de mujer casada. A cada pasada del palo, su cuerpo suavemente enfundado en tela barata vibraba con la consistencia de un duro flan desmoldado en un molde de mujer.
Tras caminar descalzo y con los pantalones arremangados varias cuadras más, me volví otra vez a mi sucucho, zapatillas en mano, sintiéndome débil y maltrecho.
Cuando abrí la puerta de lata del departamento nueve, la mujer del "ocho" todavía le gritaba a la nena.
Y como la caminata además de la presión me había bajado hambre, me tomé la última taza de sopa con pan que me quedaba sabía Dios hasta cuándo.
Cuando ya había caído la tarde volví a salir al pasillo, y entoces vi por fin a la mujer del "ocho". Estaba acodada en la baranda de lata, fumando sin verme.
Tenía puesta una pollerita blanca de tela liviana que dejaba entrever sus jóvenes piernas morenas a la rojiza luz del ocaso. Yo hubiera querido trabar algún tipo de conversación con ella; aunque más no fuera saludarla, cambiar una palabra a raíz de la tormenta, demostrarle de algún modo mi presencia, mi deseo no resuelto durante semanas. Pero tras observarla un par de minutos y verla tranquila, casi en éxtasis post-pluvial luego de hacer dormir a su hijita, no dije nada. Me volví adentro, prendí la radio en "A eme", escuché sobre la catástrofe, leí un cuento de Gorki, dos capítulos de Bukowski, dos aguafuertes de Arlt y unos poemas sueltos de Mazzocchi y Martha Svorcan.
Después hice el sobre de una carta para un amigo y luego escribí estas líneas a modo de relato.
Ya no creo que haga nada más esta mañana.
de "Los ojos de Sharon Tate"
corresponsal Susana Zazzetti.
Muy bueno, no conozco bien la narrativa de Ivan y esta ha sido una excelente oportunidad que por cierto aprovecho. Me gustó muchísimo!!
ResponderEliminarLily Chavez
leí ese libro completo en dos tardes. Creo que sería necesario que circule por Villa María, por lo menos. Su gravitación es necesaria para despertar la fibra narrativa de esta ciudad que se anima y no. Gracias Zazzetti, gracias artesanos. Jorge Rossi
ResponderEliminarY es que un escritor desocupado hará cualquier cosa antes de encandilarse con la hoja en blanco, muy bueno, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarTremenda narrativa basada en la sencillez y la amenidad del texto. Voy a la caza de nuevos retazos para pasar la tarde.
ResponderEliminarCelmiro Koryto
Ameno, interesante, diciendo lo principal en las entrelíneas. ¿Qué más se puede pedir de un escritor? Hermoso relato. Ester Mann
ResponderEliminarIván es un "publicado" de Artesanías... Esta narrativa, que pertenece a un libro ("Los ojos de Sharon Tate", la muier de Román Polanski asesinada por uno de esos dementes que aparecen cíclicamente en el mundo de la coca y el engrudo), es un placer en forma de letras, palabras, frases y oraciones.
ResponderEliminarExcelente tres veces...
Digo: y a este solitario Robinson en la estepa israelí no podría llegarle un ejemplar, aunque más no fuere sin tapas, algo descangayado?
Sin sentirme un desvergonzado, abrazos de Andrés
Ivan escribe como respira, con la misma naturalidad, creando un clima único con su narrativa cruda, sincera, amena y velóz. Vertiginosamente pasea al lector por su interior, le muestra sus apetencias, sus pensamientos y lo que sus ojos ven más allá de toda mirada del mundo que lo circunda. Es él, en el centro de su sensibilidad descarnada, sin mínimo asomo de egocentrismo. Es él y sus circustancias y uno siente que son las de uno también.
ResponderEliminarEs un talentoso narrador y madura sus textos con una singular poética paralela que canta con voz de agua fresca sobre un terreno abrupto y realista hasta el paroxismo.
No tuve la suerte de leer "Los ojos de..." y espero tenerla pronto.
Susana Giraudo