jueves, 28 de abril de 2011

ANDRÉS ALDAO - Un Rusito en Buenos Aires* (I)



Cuando se es joven se vive creyendo

que uno es lo más importante
en la Tierra; cuando nos
desengañamos de eso a base de golpes,
estamos preparados para vivir el resto de la vida."


El maestro Piccardo y esas composiciones que debíamos escribir en clase me arruinaron la vida. ¡Maldito petiso, quién le pidió esos Mb felicitados! A mí, un vago crónico, un soñador que veía a la escuela como una muralla china, como una ciénaga profunda y fullera... (memorias de Un Rusito en Buenos Aires)



Mis viejos no me revisaban los cuadernos; eran inmigrantes llegados de Rusia. Mi viejo, escapado del campo de prisioneros en Polonia, llegó a la Argentina en 1923 con pasaporte falso. Y mi vieja, con mi hermana en su panza, llegó el mismo año. Leían en castellano pero no para vigilar mis cuadernos. La verduga era mi hermana la Pelirroja:
—¿Vos escribiste estas composiciones? —dijo incrédula-.No lo puedo creer.. ¡No y no!
—Pero si están hechas en clase, pedazo de infame buchona y pelirroja.

Cuando terminé sexto grado mi viejo ya había decidido que mi futuro estaba en la industria; nada de violinista, médico, contador público, bailarín de tango o abogado. Influido por un tío mecánico me dijo: ¡A estudiar a la escuela industrial! Fijense mi drama: Un tipo que tenía un mundo propio, íntimo, un feroz introvertido, un fantasioso novelero con monólogos mudos y que, en el silencio de las mañanas, mientras los viejos laburaban, tenía su radio propia en la que era locutor, comentarista político o transmitía partidos de fútbol imitando los alaridos de gol del Lalo Pelliciari... Todo para mí en mí, confinado y silencioso en el planeta de mi imaginación. Y a mi viejo, entonces, no se le ocurrió mejor idea que mandarme a estudiar a la escuela industrial Nº 2, la EINO de Juan José Biedma 67: álgebra, trigonometría, física, geología, materias exactas, prácticas... a mí... A mí, que trepaba sobre sueños y fantasías.

Fui a hacer, pues, el examen de ingreso. Y para mi enorme desilusión, aprobé. Fue la peor noticia que pude concederme. Mis viejos contentos, orgullosos, y yo con la sensación de un broche de ropa apretándome el intestino grueso... Evocando mis composiciones... el lirismo romanticón que desplegaba en mis escritos de sexto grado. En realidad, Piccardo me “descubrió” (como “descubrieron” a Omar Sívori o a Cantinflas...) y me abrió los ojos, me tiró una cuerda de seda. Sentía las letras en el paladar, en el cuore, era el primer mojón del sendero de la pubertad, el signo interior. Sí. Lo sentía aun en el paladar. Aunque comencé a consumar la ambigua profecía del maestro 54 años más tarde...

Cuando fui a la primera clase en el industrial y observé las jetas de los tipos que iban a ser mis condiscípulos, comprendí que me había metido en una tela de araña sin araña, trama ininteligible y apretada, y el rusito que cuenta sus cuitas estaba amarrado a una decepción casi patética.
Mientras tanto, iba estirándome como un alambre de cobre doblado, patas delgadas y brazos extendidos, el lope largo con jopo y la cara de un púber fascinado por todas las extrañas sensaciones de la edad. Y el acné desalmado. Tenía que hacer algo. Y rápido.

Ya en la escuela encontré la solución y la salida: estar en la clase, decir presente y enseguida darle planeo a mi cabeza. Escuchaba la aridez del profe de matemáticas y física, la lección de historia en la que un alumno recitaba como papagallo el capítulo de Grecia y Esparta o el Nilo y la Mesopotamia mientras yo disfrutaba con una novelita de Sexton Blake y su ayudante Tinker. No me fue nada mal. Hasta que de sopetón me llamaban al frente.


El tiempo seguía su curso. Dos veces por semana teníamos taller y una de educación física. Nunca había visto a un condenado caminar hacia el cadalso como este quía, excepto en una película de Boris Karloff.
Así transitaba los días. Y por las noches soñaba con los libros que escribiría, con la fama y la notoriedad de mi nombre...¿o usaría un rimbombante seudónimo? Crecía mi soledad, el martirio de la escuela y mis sueños adolescentes que no cesaban. La realidad era gris-negra, pesada y aún decepcionante.

Fue en la mitad del año 1943. El 4 de junio el ejército terminó con el gobierno del conservador catamarqueño Ramón S. Castillo. La era del fraude, la década infame y el contubernio, ¿tendrían su fin? ¿Y qué ocurriría después? Estaba al día con las novedades de la guerra en Europa y con los vaivenes del golpe militar. Todos los días leía El Mundo que costaba cinco guitas después de las once de la mañana.
La 2º Guerra mundial estaba en su apogeo. Había nacido y me criaron en un hogar en que nada de lo que ocurría en el mundo le era ajeno. La guerra civil española, el estallido de la 2º guerra en Europa, la persecución de los judíos y todas las minorías no arias. Y allí yo, empapándome de táctica y estrategia, los vaivenes del conflicto, la batalla de Stalingrado que terminó con la derrota germana el 31 de enero de 1943.

La guerra no podía pasar desapercibida, igual que durante la guerra civil en España. Nadie podía encogerse de hombros. Los millares de españoles radicados en el país estaban a favor de los leales o los falangistas... Y todos los inmigrantes de la Europa oriental tenían parientes en Polonia, los países del Báltico, la URSS. Mis viejos y los paisanos vivían en la incertidumbre, sus padres o hermanos estaban en las garras de los alemanes y llegaron las primeras noticias sobre el exterminio, los campos de concentración y los crematorios. Sólo en Villa Ballester reinaba el regocijo de los teutones, claro...
Toda esta realidad  influyó en mi espíritu. Entretanto, la EINO y los estudios pasaron a segundo plano. Aprender materias era algo sin vida mientras fuera de la escuela el mundo se desangraba y llegué a la conclusión de que debía hacer algo... Mientras la heroicidad me convocaba, en la escuela había grupos políticos que se movían y actuaban en consonancia. Yo ya había entrado en la vorágine
* * * * *
Un día que regresaba de la escuela, en Nazca y Jonte bajó del tranvía 84 una piba con delantal. Morocha, bien formada y cara de ángel. No la  conocía. La seguí con la vista, luego fui detrás de la piba como un perro perdido; ella tomó por Jonte hacia Cuenca, hacia la cancha de All Boys... Nunca la había visto. mas me produjo un terremoto visual, latidos magnánimos y asombro.
La imagen de Ana María, la morocha que bajaba todos los días en Nazca y Jonte, estaba al margen de la guerra, de Stalingrado,  de los conflictos del mundo. Y de la EINO y los estudios. Y al impulso de la edad, la candidez del amor adolescente resaltaba y se imponía, me llevaba en brazos a imaginar fantasías exaltadas y amorosas.
Un mediodía, cuando bajó del tranvía, me puse a su lado y le pregunté a qué escuela iba: al Normal Nº 4 en Rivadavia y Acoyte,  me dijo. Me emocioné como un paparulo. Tengo una chica conocida allí, a lo mejor la conocés, le susurré con voz de Oscar Casco. Y me animé:
—Mi nombre es Adrián, pero me llaman el Rusito, ¿y vos?
—Ana María Kahan, pero no me dicen la rusita —sonreí como un tarado.
Pensé que estaba soñando... Con la vergüenza que cargaba encima, creo que las mejillas se pintarrajearon de un rosado subido. Los ojos de Ana María eran grandes y negros. La acompañé hasta Lavallol y Jonte: vivo en la otra cuadra  pasando Arregui. Chau, gracias por acompañarme pero que mi mamá no nos vea; sabés como son las viejas, me dijo con una sonrisa que me mató...
La vi alejarse. El corazón brincaba como una calesita sin freno y pensé que iba a salírseme del pecho. La euforia que sentía era por mi coraje, por caminar a su lado, porque me dio su nombre, por hacer pinta y exhibirme en las calles del barrio con una piba. Luego, en un acto de arrojo, saqué un particulares livianos  y lo prendí. Soy un hombre, pensé feliz y... espantado por caminar con el faso entre los dedos...
Cuando entré a mi casa tenía ganas de tirarme sobre el catre y divagar, pero estaba desarmado. Tiré la cartera del colegio con rencor, sin abrirla... Así quedó hasta el día siguiente, hermética e invisible al lado de los libros y carpetas.

Mi viejo estaba laburando en el tallercito de arriba, la vieja lavaba los platos, mi hermana la pelirroja ayudaba al viejo —a la tarde estudiaba inglés y dactilografía en la Academia Pitman.
Me pasé el día en la terracita: una tarde de sol a pesar de ser junio. Había tenido muchas novedades juntas. Miraba el cielo celeste, límpido, con algunas nubes blancas vagabundeando sin rumbo. Era feliz, me sentía enamorado. ¡Y la EINO a la mierda!

Esa noche no podía conciliar el sueño. Fantaseaba escenas de amor, le hablaba a Ana María moviendo los labios, cerraba los ojos, besaba mi mano como si fuese la de ella; finalmente caí en un sopor y me dormí. A la mañana no me desperté para preparar el mate y tomarlo con el viejo.
¡Hey, tenés que ir al colegio, qué te  pasa! La voz de mi padre sonó como un petardo y me levanté. Supuse que iba a ser un día distinto, que había empezado una nueva vida. Y no estaba muy equivocado... Empero, la rutina gris me convocaba. No había hecho los trabajos para la clase de Biología,  y ese día iba a tener prueba de física. 
Evoqué con cariño las ratas en la primaria y decidí rememorarlas...y practicarlas. Con la cartera a cuestas fui a pasear por el parque Rivadavia solo, feliz y libre, como un gorrión que comienza un vuelo y desconoce el puerto de destino. No tenía idea de que esta metáfora sería mi camino en en la  vida

* Este texto (y los que vengan...) serán memoria, evocación, historia, algo de biografía personal y ficciones que tienen raíces en una realidad que fue. O no. Y serán publicados de acuerdo al orden desordenado de mis recuerdos.

Andrés Aldao
 

 




8 comentarios:

  1. Texto claro transparente con ritmo e historia que se relee de un tirón. Con datos crónicos de la época y donde se deja entrever la gran diferencia de la emigración europea y el abismo que crea la América.
    Pero también el despertar de la adolescencia en el camino de ser hombre.
    Pienso que la entrega de nuevos capítulos del Rusito nos deleitaran como este primero.

    ResponderEliminar
  2. Un orden de recuerdos que no olvidan ese lenguaje poético, porteño como el obelisco, desordenado como Buenos Aires y a las órdenes de lo imaginario en un batido de historia.
    ¡Un placer leerte, como siempre!!!

    ResponderEliminar
  3. El rusito está tan vivo que me imaginé que lo encontraba a la vuelta de la esquina... Y es que también hoy hay "rusitos" en cada ciudad y en cada país de este planeta loco. Espero conocer pronto las andanzas de Adrián.

    ResponderEliminar
  4. por un error no se si humano o cibernético no apareció mi nombre en el primer comentario.
    Celmiro Koryto

    ResponderEliminar
  5. Estimado Andrés, mi experiencia me dice que somos más importantes de lo que nos creemos.
    Mi bienvenida al "rusito" de Buenos Aires.Será un placer leer sus historias.
    Gracias
    Ofelia

    ResponderEliminar
  6. Ay como me con-mueve el rusito! Toca fibras de mi propia identidad. Mi padre leyó algo escrito por mi cuando tenía 11 años y dijo ! Esto es plagio! Se ve que me dolió porque aun lo recuerdo ,pero tambien por suerte soy transgresora y no le dí bola ...hasta que vinieron los milicos y allí si, las alas se quemaron ...luego volvieron a salir , medias mustias ...pero , en fin.
    Sigamos haciendonos ratas en la vida Rusito, la vida es una sola...eso dicen.
    amelia

    ResponderEliminar
  7. Apuesto con ganas a las ratas del "Rusito" Adrían, a su derrotero por la vida y a las mutaciones que impliquen, a demás y un poco antes transitó por mis mismos lugares, vamos Rusito que te acompaño, Carlos Arturo Trinelli

    ResponderEliminar
  8. Andrés, qué privilegio leer estas evocaciones llevadas con algo de ficción porque hay algo lejano que me llega en recuerdos, balances de vida... Te mando un largo abrazo
    Betty Badaui

    ResponderEliminar