domingo, 7 de agosto de 2011

SOBRE EL CUENTO


 SOBRE EL CUENTO


El cuento tiene futuro. De alguna forma, la velocidad de los tiempos hacen del relato y el cuento dos géneros literarios a perdurar. Requieren de precisión, dominio literario y exigen para su escritura captar la atención del lector, introducirlo en un ambiente y en una situación con rapidez, sin demasiadas explicaciones. La democratización de la novela la está haciendo rígida, anquilosada, antigua y sin peso real. Sigue siendo el género rey, el más vendido, el que más se consume, pero el tipo de novelas en auge nos remiten a tiempos lejanos, algo similar a lo que le sucede en el cine. Continúa habiendo excelentes novelas, de eso no cabe la menor duda, pero digamos que la influencia de éstas se ha visto ensordecida por la importancia de obras sin ningún valor literario que parecen inundar el mercado. Desconozco si es culpa de los lectores o de los editores. El problemas de la novela (distinto al de la poesía y el cuento, que son artes de la intimidad) es que requiere de muchos lectores para que sea efectiva. Incluso tengo la amarga sensación de que esta tendencia continuará, de que la Historia de la Literatura es posible que deje de existir tal y como la concebimos ahora, y resurgirá en el futuro ante un posible cambio de orden. Tampoco creo en las recetas que apuntó Vicente Verdú en su artículo sobre el devenir de la novela: me parecen miopes, desacertadas, una boutade.
Cortázar decía que el cuento breve moderno se caracterizaba por la economía de medios; las narraciones arquetípicas de los últimos cien años han nacido de una despiadada eliminación de todos los elementos privativos de la nouvelle y de la novela, los exordios, circunloquios, desarrollos y demás recursos narrativos. Aseguraba que no había diferencia genética entre este tipo de cuentos y la poesía como la entendíamos a partir de Baudelaire. Sin duda, el padre del cuento moderno es Anton Chejov. Su influencia literaria marcó no sólo el desarrollo del género -lo separó de esa idea errónea de literatura infantil o menor-, sino que estableció lugares narrativos distintos e hizo que la trama de los mismos no fuera lo importante, centrándose en el repentino extrañamiento humano, en ese transcurrir hacia otros lugares de conciencia a los que llegaban sus protagonistas de modo azaroso. La elegancia de los relatos chejovianos es indudable. La mayor parte de la gran literatura norteamericana del siglo XX -probablemente los mejores cuentistas junto a los suramericanos- bien nutrida por un numeroso grupo de autores que cultivaron este género, le deben muchísimo al maestro ruso. Cultivó el teatro con talento, amó a numerosas mujeres y de alguna forma aspiró al silencio. En sus cuentos se percibe esa distancia hacia el mundo, algo que en ocasiones fue tomado como desprecio o desatención, siendo simplemente hartazgo, mera inteligencia, o resultado de su temprana enfermedad. Sus relatos arrancan del azar, de un gesto o un suceso mínimo que conforma la trama a través de sutiles variaciones. De alguna manera anticipó la forma de pensar del hombre contemporáneo, ese aleteo sin heroísmo que tiñe nuestra vida, que la hace insulsa a menudo, aburrida, llena de intervalos emocionales que son los que determinan nuestra biografía y no la acción que nos ofrece como elemento central la cultura predominante. Cortázar, que leyó extraordinariamente los cuentos de Chejov, sin escoger en el fondo sus formas en su propia literatura, dijo: Hay hombres que en algún momento cesan de ser ellos y su circunstancia, hay una hora en la que se ahnela ser uno mismo y lo inesperado. De eso hablan los relatos de Chejov. El conflicto había dejado de ser acción para convertirse en sensación, una sensación capaz de hacer mirar a los personajes su entorno de otra forma, de impulsar los gestos más exagerados o los silencios mas insignificantes.
La aportación literaria de Chejov fue muy honda. Introdujo un tiempo diferente en la manera de narrar -algo similar a lo que hizo Proust o Thomas Mann en el genero novelístico-, aunque sus relatos parecen teñidos de clasicismo. La arquitectura de sus narraciones se componía de elementos en apariencia prescindibles o poco reseñables, pero de alguna manera, el ambiente que generaban eran la base de su desarrollo. Sus cuentos son tan humorísticos como tristes; los personajes oscilan entre el patetismo, la indiferencia y el anhelo de ser. Parecen aburridos, imperfectos, sumidos en estados melancólicos y depresivos, otras decididos, aun cuando se vislumbra el error en ello, ridículamente instalados en una seguridad que nos provoca jocosidad; Chejov nos permite observarlos de lejos, reconocernos en cada uno de ellos, con esa distancia suya que no es indiferencia, sino más bien curiosidad (Chejov quizá fuera la reencarnación de un gato). Los héroes de Chejov suelen mostrarnos una resignación anodina que casa muy bien con nuestra época. Tanto lo aparentemente bueno que hacen como lo malo, responde a imperceptibles transformaciones del ánimo, que les empujan a inmiscuirse discretos en el mundo que los rodea. Es curioso que un autor tan despojado de los elementos de la literatura psicológica, ahondara de tal forma en los procesos emocionales con acierto. Podía haber sido irónico, o incluso cínico, pero en sus textos los protagonistas se entreven desde una lejanía amorosa, comprensiva, supongo que esto tenía que ver con su propio carácter. Aún así, en ocasiones, el Chejov autor se entrometía en los problemas de su tiempo. Él no era un político o un revolucionario, simplemente fraguaba los elementos característicos del cuento moderno: era un escritor enorme.

BREVE HISTORIA DEL CUENTO MODERNO.
Hasta Chejov, el cuento se centraba en la anécdota, su tiempo literario alcanzaba para tener un principio y una conclusión en el espacio de sus páginas, a menudo con una enseñanza subjetiva, con un afán moralizador y una trama que certificaba la espina dorsal de la pieza. No voy a entrar en el sentido de los cuentos infantiles, porque su importancia y su dificultad exigiría un número imposible de páginas para este blog.
Chejov tuvo dos precedentes ilustres, dos cuentistas extraordinarios a los que leyó con devoción, precursores de su inmensa aportación al género; Ivan Turgeniev y Guy De Maupassant (éste fue casi contemporáneo). Ambos son distintos, y oscilan, muy por encima de sus coetáneos, entre la vieja tradición cuentista y el cuento moderno. Los relatos de Turgeniev son de una belleza inquietante, comenzó a primar el ambiente por encima de los hechos (algo que Chejov llevó a su máxima expresión). Maupassant, ídolo decadente, famoso en su época, cuya muerte trágica lo inmortalizó aún más después, hizo de la anécdota misteriosa -o curiosa- su centro (no en vano muchos escritores de literatura de terror posteriores lo utilizaron como referencia, y es sin duda unos de los maestros del género).
Por utilidad, podemos considerar el cuento moderno divido en dos tradiciones rivales a partir de esos dos autores, la chejoviana y la kafkiana. Ambos determinan hasta nuestros días la mayor parte de las expresiones brillantes del cuento. Chejov iniciaba sus relatos de repente, sin más preámbulo que la descripción del espacio o las circunstancia de sus personajes, terminaba elípticamente, sin importarle en el fondo la existencia de un final, sino dejando que el tiempo continuara su proceso, desinteresado en rellenar los huecos que el lector pretendía alcanzar a cerrar a lo largo de la lectura. No era ni un moralista ni alguien dispuesto a dar lecciones. Sus asuntos eran sin duda corrientes, casi insulsos, su materia prima era la realidad. Kafka, sin embargo, barruntaba la fantasmagoría como elemento principal (quizá le impresionó más Maupassant que Turgeniev), lo extraordinario como punto de partida, aun cuando lo aproximara después a lo real con su talento, algo muy borgiano (Borges osciló en algún momento de su literatura entre los dos genios, aunque la crítica sitúe sus obras maestras en el entorno de Kafka). Para Chejov la realidad no poseía nada extraordinario a no ser la intensa evolución de lo imperceptible que se daba en su seno, la sutileza del cambio emocional y sus tremendos efectos en la mirada y la vida de los personajes. Para Kafka lo fantástico poblaba el mundo, y era a través de ese afán como se acercaba a la realidad. Cada cual que elija a su gusto, tal y como hicieron los excelentes cuentistas que les sucedieron. Ninguno de los dos se preocupó en exceso por contar una historia con principio y final, de perfilar en sus obras una intención ejemplificadora e ilustrativa, de ahí que sus estilos, incluso en sus herederos naturales, no sean fácil de diferenciar. Ambos compartían gusto por lo inacabado, lo transitorio, la continuo hasta el infinito; no les interesaba lo más mínimo la causa-efecto, la linealidad quebrada por la conclusión, el peso enorme del suceso. Según palabras de Harold Bloom, los dos escritores -y de esa manera definieron el cuento moderno-, afirmaron lo tácito del relato; la obligación del lector de entrar en actividad y discernir explicaciones que el escritor evitaba. Exigían que el lector escuchase con el oído interior. Eran elípticos en materia moral tanto como en la continuidad de la acción o en los detalles del pasado de sus personajes.
Los años posteriores nos han traído excelentes cuentistas que aprendieron y practicaron las enseñanzas de Chejov y Kafka. Entre los chejovianos, se encuentran la mayor parte de los grandes cuentistas norteamericanos: Hemingway, Cheever, McCullers, Capote, Flannery O´Connor, Alice Munroe, Katherine Anne Porter, Richard Ford, James Salter, William Faulkner, Salinger, Raymond Carver, Harold Brodkey, también europeos como Cesare Pavese, Kjell Askildsen, Ignacio Aldecoa, James Joyce, Thomas Mann, Isaac Bashevis Singer, o japoneses, como Yanusari Kawabata. En la tradición kafkiana el número de ilustres maestros también es elevado; Jorge Luis Borges, Boy Casares, Julio Cortázar, Juan Carlos Onetti, Augusto Monterroso, Italo Calvino, Milan Kundera, Tommaso Landolfi, Dino Buzzati, Boris Vian, Patricia Highsmith, Vladimir Nabokov, Clarice Lispector, Juan Rulfo, Eduardo Galeano, Kenzaburo Oé, Julián Rios, Haruki Murakami o Enrique Vila-Matas.

7 comentarios:

  1. Excelentes los comentarios y la orientación literaria. Gracias.
    G.U.

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  2. Este tipo de documentación resulta altamente atractiva y ejemplarizante y orientadora como bien expresa el comentario anterior. Los conservo como material de estudio a los que vuelvo de tanto en tanto. Por ello muchas gracias por la publicación. mi afecto. marta comelli.

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  3. Excelente reflexión literaria, partiendo de Chejov, maestro del cuento, el gran Chejov que escribió en el auge de la Novela. Su arte hoy es reconocido y valorado.
    La historia del cuento moderno ,a pesar de ser historia donde se observa alguna tendencia del que lo escribió, y siendo tan ceñida y tan peligrosa de olvidos, logra nombrar las figuras señeras que siguieron el camino de Chejov y Kafka.
    Muy interesante.
    MARITA RAGOZZA

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  4. Comparto la opinión de la señora Marita, además, digo, la novela por su formato se ve obligada a un desarrollo en donde los caminos se entrecruzan y el autor se siente atraído en recorrerlos con la narración, el cuento es directo "como una flecha dirigida al centro del blanco". Carlos Arturo Trinelli

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  5. Muy interesante la nota donde dos escuelas por así decirlo se fusionaron en cuento para el goce de la lectura. Aunque tal vez Kafka y sus seguidores fueron y son mis preferidos.

    Celmiro

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  6. Pienso que es imposible, excepto en una nota de ilustración o en un ensayo, encasillar los estilos del cuento. Es cierto que cada escritor recibe la influencia de colegas que han recreado la creación. Un escritor genuino recibe influencias "tácitas" pero en última instancia es el propio creador de sus historias y construye un estilo absolutamente individual. El escritor es un ser solitario que comparte su cuento con la soledad, con su experiencia de vida y lo desea compartir con los otros... el lector.

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  7. Gracias Aldao, conservaré el texto como material de reflexión.
    Ofelia

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