viernes, 20 de enero de 2012

SOBRE Muñoz Molina: Nada del otro mundo


LIBROS NARRATIVA 

JORDI GRACIA 
Narrativa. Imagino a un buen puñado de lectores desorientados ante este nuevo título de Muñoz Molina. El joven autor que escribe casi todos los cuentos de Nada del otro mundo no ha escrito todavía casi ninguna de sus hermosas novelas breves (como Carlota Fainberg) ni ha regresado a su vida de uniforme militar en Ardor guerrero, ni ha ido adensando su articulismo de guiños morales explícitos, ni ha abordado con voluntad de novela total la catástrofe de la guerra en una novela muy larga, como La noche de los tiempos, ni tampoco ha explorado la intersección entre ensayo, confesión y relato (como hizo en Sefarad o en Ventanas de Manhattan) y ni siquiera es académico aún. Y lo que imagino es una reacción de sorpresa y gratitud, de asombro ante la solvencia de un narrador de aliento largo que aquí es siempre corto y tenso, a menudo fantástico, a ratos e incluso con frecuencia irónico y casi nada huraño o sombrío. Releer estos relatos reunidos por primera vez en 1993 (excepto dos que son posteriores, y uno de ellos inédito y conmovedor) ha sido refrescante e higiénico, como si uno estuviese recuperando en la lectura no al lector que fue hace veinte años sino al autor que el mismo Muñoz Molina iba haciéndose, cuando todavía las posibilidades y los caminos quedaban muy abiertos. Muñoz Molina juega aquí con una libertad de intención que no es ni frívola ni caprichosa pero muchas veces sobrelleva mejor, incluso alegremente, la responsabilidad de la escritura y la ficción. En su prólogo de 1993 advertía él mismo algo que se cumpliría en su obra y tiene que ver con la ligereza o la naturalidad con la que nacen los relatos frente a la rigidez severa de la novela. Y aunque otras obras suyas, como El jinete polaco o El viento de la luna, hayan recreado tan bien y tan meticulosamente el tiempo funerario de la posguerra, varios de estos relatos lo hacen con una gracia y una intensidad emocional que se antoja casi más eficaz y pura. E imagino, por fin, que para ese mismo lector desorientado, el primer relato extenso seguirá siendo una valiente y jugosa fábula sobre la fantasía de la literatura cuando vivir de la literatura era, en realidad, pura fantasía

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