martes, 3 de enero de 2012

Carlos Arturo Trinelli


                      


                                                                       VELATORIOS

-Permiso, dijo en voz baja y entró en la capilla ardiente. Laura, mi hermana, se iba a incorporar y ella la detuvo, le habló al oído y le dio un beso. Una sonrisa de compromiso sesgó la cara de Laura. Luego, se acercó a mi, me llamó por mi nombre, buscó enfrentar sus ojos con los míos y agregó:-Te acompaño el sentimiento.
      Aturdido por el momento, no dije nada. Se acercó al féretro y permaneció un largo rato inmóvil, como extasiada.
      Rodeado por un grupo que pugnaba por expresarme sus pésames, la vi como se iba. Esperé que se diera vuelta para que ésos ojos produjeran la sensación balsámica que percibí al enfrentarlos, pero se fue.

-¿Quién era esa chica que estuvo un ratito en el velatorio?
-¿Cuál? Repreguntó mi hermana.
      Miré a mi cuñado que comía distraído y con fastidio agregué algunas precisiones.
-Es la nieta de doña Elvira.
-Doña Elvira, doña Elvira, repetí en voz alta para intentar recordar.
-La familia de Longchamps ¿te acordás?
      Entonces me acordé y dije:-Pero a la nieta yo no la conocí.
      Con paciencia, Laura me explicó que habíamos dejado de frecuentarnos cuando la nena, Raquelita, era pequeña y que había venido en representación de doña Elvira que ya no se movilizaba y que Eduardo, el padre, estaba enfermo y... Y me fui de la conversación para navegar en el mar esmeralda que eran los ojos de Raquel.
      Era necesario contar esto como introducción a lo que sucedió tiempo después. También para hacer notar que, desde el comienzo, me sentí atraído por Raquel..
      Las obligaciones volvieron a encaramarse en mi vida y aquella presencia mágica se diluía poco a poco y hubiera desaparecido si no se hubiera interpuesto el azar.
      Era sábado, las hojas de los árboles mudaban de tono y algunas planeaban en el aire acompasadas por la brisa del otoño. Yo me preparaba para visitar a Laura, cuando sonó el teléfono. Era ella para suspender el almuerzo, había fallecido doña Elvira.
-Espérenme que voy con ustedes.
     
      Cuando dimos con el domicilio debimos pasar de largo porque en ambas aceras no se podía estacionar, lo hicimos más adelante y caminamos hasta la casa. Entonces, recordé las calles de veredas anchas, casas iguales y árboles frondosos por donde caminábamos de la mano de nuestros padres las cuadras que separaban la casa de doña Elvira de la avenida.                        La puerta estaba abierta, algunas personas en la vereda se agrupaban en comentarios. Entramos y el característico olor de las flores denunciaba el evento.
      Raquel no esperó que la halláramos y salió a nuestro encuentro. Los ojos contrastaban perfectos entre la palidez de la piel y el vestido negro.
      Me hallé de pie ante el cadáver de doña Elvira.. Recordé unos partidos de naipes a la escoba y como reía cuando ganaba el siete de velo o las setenta.                                                                                           Pero yo había venido fuera de todo compromiso, solo para volver a ver aquellos ojos. Para ser honesto, debo aclarar que me interesaba el conjunto. Toda ella era hermosa, pero los ojos, levemente rasgados, animaban su figura. E insisto, así como para algunas mujeres, el rasgo distintivo es la voz, o la risa, o los gestos, o la boca, , o las manos, o la nariz, o el busto, o el trasero, o las piernas, para aquella eran los ojos.
      Aquí estaba otra vez, ahora para contarnos que, Eduardo, su padre e hijo de la difunta, estaba internado y grave, motivo por el que había omitido informarle del deceso..
      Raquel manejaba todo con impecable frialdad. Así nos parece a veces, la eficiencia.
      Laura y mi cuñado hablaban con otra pareja en un ángulo del comedor y Raquel comenzó a darme detalles, lo trabajoso que había sido amontonar los muebles en otra habitación para dejar espacio para el ataúd, que hubiera podido organizar el velatorio en la cocheria pero que le parecía muy frío. Yo  la escuchaba y comenzaba a descomponerme el olor rancio de las flores. Ella me hacía notar las coronas de éste o aquél y hasta me habló de la orquídea que se iría con la abuela en el cajón. Sobre el catafalco abundó en detalles teóricos de las bondades de las distintas maderas para tierra, nicho o bóveda.

       Descartó y censuró el uso de los hornos crematorios que impedían el placer de llevar una flor a una tumba. Justificó su preferencia de que los muertos deben ir a la tierra y me recitó un adagio vulgar. Sin embargo, los ojos eran mágicos y yo, la deseaba aún en ése ámbito. No podía parecer desubicado y me resigné a escuchar sin poder intentar abordarla.
      Una pareja de ancianos nos interrumpió para despedirse. Noté que Raquel recibía condolencias como si fueran felicitaciones. Los ojos refulgían de verde y se estiraban como si rieran independientes de la boca.
      Le anuncié que nosotros también debíamos retirarnos y entonces, con el gesto seguro de fijar sus ojos en los míos, me pidió el número de teléfono. Debo haberme turbado porque ella agregó:-Por las dudas ¿sabés? Tuvimos una charla ¡tan linda!, dijo esto último con sus manos en las mías.

      En el viaje de regreso, Laura llenaba de detalles a mi cuñado que asentía con la cabeza o con un leve sí azetado. Yo  miraba por la ventanilla el anochecer desparejo y pensaba en Raquel. En una Raquel muda, vestida de negro y con los ojos mágicos cargados de ternura verde. Después en mis brazos, con los ojos apagados y los labios atorados en un beso.
-¿Qué hablaste con Raquel? Inquirió mi hermana.
-Banalidades ¿qué más?
-Eso te pregunto.
-No sé, en realidad solo habló ella ¿qué chica distinta, no?
-Desde chica siempre fue rara, replicó Laura.
-¿En qué sentido?
-¡Qué sé yo! Rara.
      Comprendí que para mi hermana, raro y distinto eran sinónimos.
      Me dejaron en casa. Mi hermana estaba contenta de haber cumplido y yo pensé en la paciencia del marido.
      A solas en mi departamento, me entregué a la evocación de Raquel. No me hallaba enamorado, no como se entiende o se acepta ¿Cómo podía estarlo de alguien a quién solo había visto en velatorios? Inútil resultaba razonar lo que me pasaba. Supe al dormirme que el inexorable porvenir iría diluyendo ésta sensación.
      No estaba equivocado, de nuevo me sumergí en mis rutinas y solo al cerrar los ojos para dormir, se presentaban nítidos los de ella.
      Una noche soñé con ella. La besaba en la boca, una y otra vez y en cada pausa hallaba el verde firme de su mirada. Yo me enardecía y ella impedía que la desnudara. Yo insistía con torpeza y ella resbalaba entre mis brazos y de pronto, con voz cavernosa decía te vas a arrepentir y dejaba caer el vestido a sus pies. Me desperté con fastidio por no poder retener el sueño.
      Habían transcurrido más de dos semanas cuando una noche me llamó por teléfono.
      Su voz sonaba calma cuando me anunció la muerte del padre. Otra vez el velatorio era en Longchamps en la casa de doña Elvira.
-Vení lo más pronto que puedas, imploró u ordenó. No pude discernir pero aseguré que salía para allá. Dudé en avisarle a Laura y decidí hacerlo al otro día.
      Cuando llegué, la noche había perlado de rocío los pocos autos estacionados. Las luces de mercurio teñían de un tono amarillento el centro de la calle y en la casa se imponía la oscuridad apenas recortada por una luz en el porche. El remise que me había traído se fue y me encontré parado ante la puerta sin saber si pulsar el timbre, golpear o entrar. Me pareció oir mi nombre y asentí con voz grave. Un perro ladraba cerca y no aprecié cuando se abrió la puerta. Ahora la luz se repartía entre los dos y quedó atrás cuando entré y ella cerró. El silencio se refugiaba en la oscuridad y me dejé conducir de la mano. De a poco, comencé a percibir los objetos de un tenue color acerado. Nos detuvimos en el quicio de una puerta. Ella deslizó una mano al interior y encendió la luz.
-Aquí está papito, dijo y vi al muerto en el ataúd antes que a ella vestida igual que la última vez. Nos acercamos y me tomó del brazo. El muerto asomaba la cabeza y parecía una flor marchita. Al pie del cajón me soltó y se acercó al cuerpo, puso una mano sobre las del cadáver y noté el contraste entre la vida y la muerte. Dijo algo que no entendí y que me pareció una frase en latín. Luego, se volvió hacia mí y abandonamos la habitación. Dejó la luz prendida y no le hizo falta guiarme. Nos sentamos a una mesa fuera del haz de luz. Yo lo hice de espaldas al muerto y ella se ubicó de costado.
-Entre nosotros no hay nada que hablar, me dijo y no supe bien a que se refería.
      Se incorporó y me besó en la boca con mordiscos que me produjeron dolor. Apartó la mesa y se sentó sobre mí. Intenté quitarle el vestido y me lo impidió con un gruñido. Recordé el sueño y no insistí. Hicimos el amor con un testigo caprichoso. Me dejé llevar por aquella furia encarnada en Raquel. Cuando la espiaba, iluminada por el reflejo de luz a mi espalda, los ojos verdes estaban fijos en la sala del muerto, parecían decir muchas cosas pero ninguna referida al momento.
      Cuando terminamos, quise retenerla en un abrazo pero se apartó como si nada hubiera sucedido y comenzó a hablar, en el tono calmo que le conocía, sobre el entierro de doña Elvira y sobre el que se avecinaba. Me recitó una rima de Bécquer sobre lo solos que se quedan los muertos. Traté en vano de mudar de tema, ella me ignoraba como si estuviera sola o mejor, como si hablara para los muertos.
      Hizo una pausa para preparar café. La casa estaba fría. En la penumbra en que me hallaba tuve aquella sensación de que alguien se aproximaba desde atrás. Me di vuelta y nada, el cajón se hallaba firme con su mascarón de proa.
      Bebimos el café y entonces sugirió sin diplomacia:-Sería interesante que te fueras ahora.
      Supe vano cualquier intento en contrario y pregunté si podía llamar a un remise. Antes de que lo hiciera recibí una explicación.
-Quiero estar un rato sola con papá y después dormir unas horas para recibir a la gente.
-¿Querés que regrese en la noche?
-No, ya cumpliste, fuiste muy atento.
      No sabía si decir gracias y no dije nada. Llamó por teléfono y me dijo que había una demora de unos minutos.
      Nos paramos juntos con la puerta por delante, me puse la campera y ella me tomó del brazo.
-¿Cuándo nos vemos? Me animé a preguntar.
-No sé, respondió distante.
      En el silencio inmediato pensé que no había saludado al muerto, dudé y ella agregó:-No creo que lo hagamos en mucho tiempo, tu hermana es joven y parece sana, yo ya no tengo familia.
      Sonó la bocina del auto en la calle y ella entreabrió la puerta. Quise besarla y me detuvo con la mirada verde y firme. Salí por el hueco justo de la puerta y bajo la luz amarilla del porche escuché como se cerraba.
      Caminé hacia el auto en marcha y noté que el alumbrado se tornaba ambiguo con las luces del alba. Hacía frío.
      El chofer habló un poco y abandonó el intento. Yo observaba como las calles cobraban vida y tuve la idea, absurda, de que la muerte estaba viva. 
     
     
                                                 

9 comentarios:

  1. Amiguito , en NARRATIVA sigues siendo EL MEJOR.
    Yo

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  2. Impecable relato.
    Celmiro Koryto

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  3. Muy bueno chepa, me encantó. Narrador de diez
    Abrazo

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  4. Que mente Trinelli, que narrador que sos , como vas llevando e interesando al lector es increíble, tu imaginación es descollante. Bravo amigo, un abrazo inmenso y feliz, feliz 2012

    Lily Chavez

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  5. Por supuesto que muy bien escrito, pero lo que más me asombró es el tema...Los personajes muy logrados: el tipo que acepta lo que viene, extrañado pero sin preguntas y la mujer que maneja los deseos y las fantasías sin dudas ni vacilaciones...Bravo!!

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  6. Muy bueno Trinelli .
    Aunque en la clásica tríada Trinellezca le faltó un guiski .

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  7. Ayer publiqué un "sesudo" comentario sobre tu cuento... Seré más circunspecto y te diré, apreciado amigo, que estos velatorios me impresionaron como el romance de Raquel/La Muerte con el personaje principal, atraídos los dos (ella y él) en torno de velorios, sombras, flores y silencios, lágrimas y sollozos destemplados. El relato de por sí es excelente, como nos tiene acostumbrado Trinelli. Abrazos,
    Andrés

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    1. Seductor romance con la muerte, ambiente astuto donde nos recreamos y nos obliga a aceptar lo inaceptable. Algunos sabemos algo de eso, lo brillante es escribirlo así.

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  8. Una ecuación existencial que como defensa la separamos y que el autor la ha unido: vida-muerte. Dicen algunos de mis amigos que yo en otras vidas he sido vampira, por mi afición a lo gótico y a lo siniestro. Por lo tanto, disfruté del cuento narrado con ese clima especial que debe tener todo relato lúgubre.
    Felicitaciones, Carlos.
    MARITA RAGOZZA

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