viernes, 20 de enero de 2012

silvia urtubey


                                                                       

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Encerrarla en su cajita

Pensó que llamar al gasista para que revisara  y retocara la instalación antes de la mudanza era una buena idea.
Por fin, Don Pablo Medina, el carpintero, había conseguido una novia; una mujer cuyo rostro nos fue negado definitivamente.
Quizás el gasista, un hombre instruido y de rápidos reflejos, tendría el privilegio de ver con sus propios ojos a la enigmática anciana.
-No sé si voy a poder avanzar en esto hoy, Don Pablo. Si quiere que le deje la cocina económica instalada va a tener que agregar un tramo de caño por acá y una "T" para la unión- El viejo pícaro lo interrumpió con un chiste vulgar a propósito de "la unión". No podía dejar de relacionar todo lo que cualquiera dijera, con su soñado acto sexual y además hacerlo público para beneficio de su propio estímulo.
El bueno de Esteban le siguió la corriente.
-Sí, sí, Don Pablo, "la unión"- mientras acompañaba sus palabras con un gesto rioplatense de complicidad masculina que consiste en agarrarse con una mano la entrepierna y al mismo tiempo, mover ligeramente la pelvis hacia adelante y hacia atrás dos o tres veces.
Don Medina había difundido su calentura durante todo el verano con orgullo como cada despojo de su soledad; una especie de patético Rey Momo que paseaba jueves tras jueves su chifladura por los puestos del Mercado Municipal.
Por momentos era un caballero y en ocasiones se refería a las mujeres como si el Concilio de Trento jamás hubiera existido: seres sin alma. Sorprendió a todos el anuncio y sobre todo la urgencia de su casamiento.  Aunque muchas veces las cosas se relatan con tal síntesis que es imposible dimensionar el tiempo real. Como cuando millones de años de esfuerzo biológico y evolución,  se narran en un tris pasando de la posición erguida de la humanidad, al pulgar oponible y el uso de herramientas, para llegar al lenguaje en un abrir y cerrar de ojos.
 -Me caso el sábado- dijo don Pablo Medina, frotando nerviosamente una cajita diminuta de madera como a una tosca Lámpara de Aladino. 
Llegó el sábado esperado con la promesa de una excusa social para un brindis. Quizás algunos vinos, hacerse amigos del hogar a leña, o entre todos madurar el perfil acariciado de un nuevo y delirante proyecto vecinal, como siempre. Arrojar un poco de arroz y verlo caer, perdiendo por un instante la noción del ridículo; pero sobre todo verle la cara a la novia. Después de todo, que la había conocido en un centro de jubilados era un rumor y nuestro informante, el gasista, apenas si habia alcanzado a ver en su fugaz visita de trabajo unos colchones maltrechos enrollados, un termo junto a la almohada que tenía una de sus mitades apoyada sobre la mesa, mientras la otra mitad flotaba en el aire con equilibrio y simetría maravillosos; una lámpara de fabricación casera construida con un botellón verde de cuello fino, tres o cuatro cobijas de estampado escocés todavía humeantes por el polvo de un viaje arrancado al fletero de favor, y algunas cajitas de madera de variados tamaños que parecían obsesionar a don Pablo. Una tras otra las lustraba, se iluminaba su mirada frente a esas pobres lámparas maravillosas: la más pequeña del tamaño de un dedal, la más grande casi un ataúd.
Esteban enseguida sintió piedad por aquella mujer. Tampoco la conocía, pero sin duda se aproximó bastante a Ella, al sentir el contraste de su presencia denunciada a gritos por su ausencia.
Sin embargo, sobre la hora, alguien sentenció:
 - Don Medina no se casa.
Tras el lapidario anuncio un genuino silencio llenó el vacío gigante que entre todos cuidábamos como a un cachorro de bestia fuera de su hábitat, entró Esteban y palabras más, palabras menos, dijo que Don Pablo está destrozado, que parece que la novia está mal, que habían tomado mate hasta las dos de la mañana y que ella se acostó un poco descompuesta. Que amaneció con dificultades para respirar y medio cuerpo paralizado -Don Pablo había llamado a eso semiplegia, sin saber que condensaba algunos conceptos con genialidad-. Que se la llevaron al pueblo en ambulancia y que le practicaron una traqueotomía de urgencia.
Hubo comentarios y suposiciones acerca de un accidente cerebrovascular, terapia intensiva, pronóstico reservado, pero todos conjeturamos que Don Medina habría querido saciar su deseo estrechando por demás a la mujer sin alma, y que la habría tal vez matado en el abrazo.
El flete de la mudanza volvió esa misma tarde a la casa de Don Pablo en busca de los pocos cacharros de la novia. El casamiento estaba oficialmente suspendido por razones de salud, y Don Pablo se acercó a la fiesta sin fiesta para sentir al menos unas palmadas en el hombro. 
-Don Medina, quédese con nosotros a tomar unos mates. De paso se distrae un poco- le dijo Esteban a toda velocidad.
Don Pablo se puso de pie. Sus ojos eran entonces transparentes y tuvo un temblor general en el cuerpo, parecido al que se produce en los lactantes cuando se los deja un instante desnudos. Me conmovió la simpleza con que su mirada nos suplicaba, como quien  confiesa un crimen que cometerá esa misma tarde, pero sacudí la cabeza negando mi intuición y sintiéndome exageradamente involucrado con el viejo que -a decir verdad- me repugnaba ostensiblemente.
Todo fue tan deprisa que ni extremas unciones hubo. Pocos fueron al velatorio. El rostro de la difunta estaba literalmente destrozado. Un insecto diminuto caminó por su mano en el momento preciso en que el empleado de la funeraria, con señales de estar dramáticamente acostumbrado a tratar con cadáveres, le acomodaba la cabellera -sólo por costumbre- un instante antes de encerrarla en su cajita.  ■

6 comentarios:

  1. Me gustó. Me gustan las truculencias de los pueblos con misterios infernales
    Cristina

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  2. Las andanzas de Medina se alertan al principio del relato y si bien la autora nos lleva engañados en la historia, algo podemos intuir entre fantástico y terrorífico rematado con maestría en pocas líneas, muy bueno, Carlos Arturo Trinelli

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  3. No hay que confiar demasiado en aquellos creyentes tan cerrados del Concilio de Trento. Truculencia y suspenso al mejor estilo.Me encantó.
    MARITA RAGOZZA

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  4. Los cuentos de Silvia son casi todos trágicos y un poco delirantes: genio y figura, incluso sus poemas son del estilo.

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  5. Hola... buscaba una intervención mía en un foro por razones de trabajo... una de las palabras clave (mejor dicho dos) que escribí fue mi nombre y apellido... me encontré con esta página... me reencontré coeste viejo cuento que escribí... me provocó alegría... pero... una sola cosita... yo no soy la de la foto... Un emorme abrazo para Andrés......

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  6. Silvia, esteparia y genial. Siempre te admiro querida amiga.

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