viernes, 20 de enero de 2012

VIROLITA - EL BIFE - ANDRÉS ALDAO

EL BIFE DE VIROLITA Y BARBANEGRA


Supongo que es algo que le ocurre a la gente. Hay caras y gestos de personas que conocimos en alguna etapa de nuestra vida cuya imagen perdura. Como un barbijo que se eterniza, anónimo e inolvidable,  en algún recodo de nuestro cuerpo.
A Néstor Linares, Virolita, lo conocí en cuarto grado en la escuela de Canalejas. Tenía una jeta muy única; pibe esmirriado, cabello largo y lacio peinado hacia atrás, algo cargado de espaldas y siempre caminaba como huyendo de algo. Tal vez de su sombra o de las burlas de los mal entrañas del barrio. Lo recuerdo con el guardapolvo sin tablas, la cara alauchada de nariz exigua, casi inexistente, y los lentes desatinados, regordetes; como dos faros de camión Ford en un autito de juguete.
A decir verdad, ignoro por qué se me ocurrió que los lentes de Virolita eran una menoscabo a la razón humana o el más feroz e injusto escarmiento que había visto en mi vida. Tal vez porque sus ojos, escudados detrás de esos lentes de vidrio gordinflón, parecían dos bolitas de las de cinco guitas la docena. Generalmente taciturno, hubiese pasado desapercibido a no ser por esos desdichados lentes que le dieron el mote: Virolita. Infamante, grotesco. Un apodo que lo  humillaba. O una tara que lo distanciaba del género humano
A veces lo veía pasar por las calles de Caballito, algo encorvado y comprimido como una ventosa a las paredes, un libro de rezos ajado y viscoso debajo de la axila y las manos metidas en los bolsillos de un pantalón huérfano y algo deshilachado. Siempre cargando esos tremendos lentes que ocultaban su doblete: miope y bizco.

Andaba como una laucha perseguida por algún gato implacable y fascineroso. Y no sé por qué rara asociación consideraba a Néstor Linares una especie de Charles Lauhgton flacucho y desgarbado personificando a un Quasimodo corto de vista, cuyo teatro de operaciones era la iglesia de Nuestra Señora de los Buenos Aires en Gaona y Espinosa, en lugar de la catedral de Notre Dame; y las callecitas de Caballito, adoquinadas aun, y no las de París. Más tétrico que el original, fantaseaba, aunque merecedor de clemencia. Es que aún no sabía. No sabía...
Pasaron muchos años y Virolita, igual que todo el resto de la pibada, quedó clavado en mi memoria como un retrato desenfocado que dormía deshauciado en un paquete de antiguas fotos.

Una tarde cualquiera, tres décadas después, caminaba por Corrientes hacia El Foro cuando de la boca de la estación Uruguay del subte B me lleva por delante un tipo fruncido, de vista remangada y unos lentes descomunales. Me pide disculpas y yo lo contemplo: Este tipo, pensé, parece Polifemo me cache en dié… Y me resulta conocido.
Je je, se trataba de Virolita, por supuesto: cuarto grado tarde, año 1940, maestro Repetto, escuela de Canalejas, Caballito.
¡Virolita! – pego el grito con certeza inequívoca.
–¿Quién es usted? –me pregunta con voz de salame y ojitos de perdiz.
Le digo. Nos damos la mano. El mismo Néstor Linares de aquellos días. La misma cara alauchada, un traje gris de gabardina y los temibles anteojos en cuyos fondos se avizoran dos líneas paralelas y entre ellas dos ínasibles círculos parecidos al ojo humano.
–Vamos a tomar un café, Virola, invito yo le digo luego de recordarle mi nombre.
–No me llamés así –me dice en un susurro–. Queda feo, Ruso.
–Tenés razón, Néstor. Ya no estamos en la escuela.
Le cuento de mi vida. Y de pronto le pregunto, sin darle respiro:
–¿Y vos a qué te dedicás?
Me mira un rato. Se sonríe dejando ver algunos dientes escarpados.
–¿Sos de confianza, Ruso?
–¿Que te pasa Viro… Néstor? Te dije que ando en política. La yuta y yo no hacemos buenas migas. Soy zurdo, te lo expliqué: me comí algunos garrones duros... Ahora contame en qué andás vos.
–Ando en el bife, Ruso.
.–Ah, sos carnicero. Entonces andás pelechado. Pero no tenés pinta de carniza.
–No, no soy carniza, soy chorro, viejo, me dedico al choreo.
–No me jodas. ¿Con esta pinta de santurrón y esos lentes de chicato? No me cargués, no te veo con bufoso atracando gente que sale de los bancos. No me hagás reír; y me reí a carcajadas en pleno Corrientes y Uruguay.
Las frases le salían a borbotones. Una historia increíble mezcla de surrealismo, lógica y estoicismo de hormiga laboriosa. Compulsión y técnica. Pensaba en el comisario Cipriano Lombilla, en Meneses o en Villar (torturadores de la federal) y no podía imaginar al laucha Virola librar con vida de una apretada en Moreno 1550 o en Robos y Hurtos de la bonaerense.
      Fracasé en todo –me cuenta–. Abandoné en quinto, fui a laburar en un almacén, A los quince fui a aprender radio y televisión pero tenía que estudiar mucha matemática, fórmulas. La vista no me daba para esas soldaduras tan prolijas, ¡armé cada quilombo confundiendo los cablecitos! Si habré achicharrado válvulas de radio, condensadores... Un desastre, Ruso. Tampoco hice la colimba: en cuanto me vieron me bocharon. Ni la revisación médica quisieron hacerme. ¡Comprate un bastón blanco y andá a laburar de ciego, pibe! me aconsejaron.
Me quedé mirándolo. Pedí otra vuelta de café y un par de ginebritas. En esos años conocí a Barbanegra –continuó–, un colo de primera, corazón de oro y jeta de póker. Un día me dijo: ¿Querés laburar conmigo, Chicato? Pienso que tenés condiciones para ser mi ayudante. Trabajás en serio, tenés mucho bocho, paciencia, dedos finuchos, sabés pasar desapercibido aunque la vista es lo único que te jode. Pero todo el resto te sobra. Hace tiempo que te vengo junando, Chicato.  Me da bronca tener este noble oficio artesanal sin poder pasárselo a alguien que valga la pena. Te doy la oportunidad, ¿querés o no, che?
Sabía que Barbanegra andaba en negocios raros, tenía billetes de los grandes. Así fue como entré en el negocio de los bifes.

Tenía un par de horas libres y le propuse ir a comer a Pipo. Mientras manducábamos los fideos tuco–pesto del lugar y bajábamos los vasos borravino de la casa, Virolita me contaba los secretos del bife, que en realidad era sólo uno de los pasos de toda una operación sofisticada. Un increíble capítulo de Las Mil y Una Noches Rioplatenses.

El teatro de operaciones de la dupla Barbanegra–Virolita era la zona.sur.  Operaban dos veces por mes y el trabajo de preparación les llevaba quince días. Una vez que elegían el chalé o la mansión, comenzaban la tarea de fichar las costumbres de los moradores, verificaban si salían los viernes o sábados, cuántas horas estaban fuera de la casa, la actividad de los vecinos, el movimiento en horas nocturnas...
–Si nos gusta la casa, durante el primer fin de semana probamos la cerradura con las llaves maestras y las ganzúas. Durante la segunda semana seguimos vigilando el movimiento del vecindario, vemos si pasa la yuta muy seguido. A Barbanegra le gusta tener todo seguro. Una sola vez cayó en cana y zafó pronto. Pagó rescate a los de Wilde y libró –sonrió con una mueca de laucha inofensiva.
–Bueno, contáme qué pasa la noche del fato –le dije medio impaciente.
–Y, mirá, la noche que decidimos chorear rompo el farol de la calle, como la llave ya la tenemos pronta entramos y empezamos a apilar las cosas. Nosotros buscamos alhajas y guita en billetes, si hay dólares, mejor, adornos de valor que no hagan mucho bulto, los cuadros los cortamos del marco. Así podemos rajar con toda facilidad y rápido.
–Pero vos me hablaste del bife.  ¿De qué se trata, viejo?
–Sí, tenés razón. Resulta que en casi todas estas casas tienen perros, perros jodidos, policía, lobo, ovejero alemán*. Preparamos un bife de nalga, lo mechamos con ajo, perejil y un par de tabletas de valium. Primero de todo le tiramos el bife al perro. A la media hora apoliyan como bebés y nosotros trabajamos tranquilos y seguros. A veces roncan y me ponen nervioso, pero a Barbanegra ni mu...

–¿Nunca caíste en cana, Néstor? –le pregunto.
–Tuve mucha suerte. Solo una vez me demoraron pero con esta trucha me largaron. Y no me puedo quejar: hice guita, compré un derpa por Constitución, estoy casado –mi mujer es chicata y bizca como yo, no tenemos hijos. No queremos traer desgraciados al mundo, chicos que tengan problemas de la vista, chicatos ¿sabés?
Todo esto me lo explica con seriedad. Y en una fugaz reflexión pienso: Virola, si te hubiesen conocido Chandler, Hamett o Buñuel. Lo miro y me cago de risa. Es para no creer.
Nos despedimos. Virolita me dio su teléfono y quedamos en vernos en otra oportunidad. No hubo...

Estuve encanutado un año y en el 75 para librar tuve que exiliarme. Cuando volví de visita a la Argentina, en el 85, encontré en casa de un viejo amigo algunos papeles que le había dado para guardar. En uno de ellos había anotado un teléfono: Virolita, 391–6263.
Me acordé de Néstor y los bifes, e hice algo inusitado: marqué. Me atendió una voz de mujer; yo pregunté por Néstor Linares:
–¿Quién es usted?
–Soy un viejo amigo de Néstor –le dije–, desde la época de la primaria. Estuve fuera del país muchos años y quería reencontrarme con antiguos compañeros. Por eso llamo, señora. –Se hizo un silencio pegajoso.
–Néstor está en el negocio. Trabaja muchas horas. –dijo por fin.
–¿Y de qué trabaja, señora? –pregunté medio embrollado.
–Tiene una carnicería en Lomas de Zamora. Desde hace años, señor.
–No me diga. ¿Y desde cuándo tiene la carnicería?
–Se la dejó el tío cuando murió. Y, mire, la trabaja desde el 65 –me explicó.

Soy un cándido idiota. O quizás más idiota que cándido. De todos modos, no me satisfizo el pretexto que elucubré: que se trataba de un fabulador acomplejado por el problema de la vista, que necesitaba autocompensarse urdiendo una vida aventurera, pletórica de emociones peligrosas. Resentido y exasperado –supuse–, Virola habrá pensado que lo arrojaron al arrabal miserable en el que vegetan los discapacitados, los tullidos, los fracasados, la resaca humana. Me sentí un gil perfecto. Decidí borrarlo de la memoria. Para siempre.
Algunos recuerdos son como paredes que no se repintan ni restauran. Comienzan por agrietarse, luego se descascaran y finalmente uno pasa de largo ante ellas, distraído, ausente. El asunto Virolita quedó archivado en la caja fuerte de la indiferencia. Avergonzado por haberle tomado en serio a veces lo evocaba en cuentos que se inventan para los nietos. O boludeces narradas para levantar el ánimo en reuniones de amigos que naufragan por aburridas,.
***
En 1994 estuve de visita en Buenos Aires. Una vez más la consabida masoqueada por la urbe revolviendo pretéritas nostalgias que uno arrastra igual que antiguas penas. O sobrelleva como una maldita hernia inguinal. Abominable e hiperinflada.
Me acuerdo que esa mañana me senté en el bar de La Rioja e Independencia con el Clarín abierto. Fue entonces que leí:

La Delegación Lomas de Zamora de la Policía Bonaerense detuvo a una banda de ladrones que operaba en la zona desvalijando viviendas de los barrios residenciales. La banda era dirigida por un veterano delincuente con abultados antecedentes de robo a la propiedad, Néstor Linares (a La Cieguita, o Bella Vista), argentino de 64 años, casado, propietario de una antigua carnicería de Lomas de Zamora .

¿Soy o no soy idiota? Sin comentarios...

6 comentarios:

  1. Andrés querido, me encantan esos personajes tuyos que me dejan pensando si son personajes o la realidad colándose por el texto.
    Saboreé la descripción de Virolita, lo veía durante la lectura; y el final, bueno... yo también soy una idiota, me dejé sorprender, ya le había "fabricado" otro.
    Un abrazo enorme y muy buen 2012.
    Betty Badaui

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  2. Los cuentos de Aldao se disfrutan al margen de las sorpresas de la trama o de la trama en sí, las descripciones de los personajes, los escenarios, el lenguaje, el ingenio forman parte del placer de su lectura. Impecable, un abrazo, Carlos Arturo Trinelli

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  3. Los relatos de Andrés contienen personajes que se auto interpretan y por la magia del argumento nos resultan reales.
    Pero lo que más nos sorprende es haber leído este texto en el pasado y sin embargo ´hoy tiene un presente diferente mucho más rico y elaborado y la historia un valor literario respaldado por el buen lenguaje dichachero e ingenioso del autor.

    CElmiro Koryto

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  4. Creo que estos personajes tan "manijeros" de la viveza , todos tan parecidos entre sí y tan diferentes nos hacen sentir idiotas a todos. Muy bueno. Gracias
    Cristina

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  5. El cuento en la descripción del personaje en la primera parte es todo maestría y chispa.
    También me deleité con las circunstancias , los diálogos y el lenguaje tan aporteñado. Al mismo tiempo me produjo un poco de compasión aquellos que deben inventar sus aburridas vidas, o los que toman como revancha y la aplican a la viveza.
    No importa, el cuento transmite humor y un final libre.
    Felicitaciones, Andrés, y cariños.

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  6. "Aves del cielo " es mi seudónimo en Google. Soy Marita Ragozza.

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