martes, 15 de noviembre de 2011

ESTER MANN



OTRA MUDANZA


Miró a su alrededor buscando el cartón de los utensilios de cocina. Como siempre, los peones habían dejado las cajas en cualquier lado y no en el cuarto que correspondía.
La encontró en el dormitorio principal y la arrastró. Antes de empezar a poner las cosas en su lugar debía tomar un café. Era la ceremonia de estreno: lo hizo en cada una de las decenas de mudanzas que había protagonizado. No cuando era chica, por supuesto. Pero su madre siempre se preparaba un mate antes de comenzar la fajina. Lo copió de ella, seguro. La bebida había cambiado, pero las mudanzas continuaban.
Estas reflexiones no eran nuevas, también se repetían puntualmente mientras se hacía el café inaugural en cada departamento.
Cuando era chica se angustiaba al empezar a captar los signos del próximo cambio. De inmediato el inventario mental de las pérdidas se desplegaba y las incógnitas se amontonaban: ¿sería un barrio cercano? ¿esperaría mamá a que terminaran las clases? ¿podría seguir con las clases de esgrima?
El tiempo le enseñó a dejar de lado las preguntas; las respuestas siempre resultaban negativas: nunca pudo retomar cursos dejados por la mitad, ni participar en las fiestas de fin de curso, ni conservar las amistades del barrio anterior.
Nunca –y éste era un pensamiento ridículo, infantil- pudo ser la nena que miraba, con ojos asombrados, cómo los peones descargaban el camión de la nueva familia llegada al barrio. Siempre era la que se metía rápido dentro del departamento para evitar las miradas de curiosidad, para no ver cómo ojos extraños pretendían hurgar en sus ropas y juguetes, para no escuchar los comentarios de la barrita, desconocida aún, que no quitaban los ojos de los trastos.
-¿Por qué perpetuaba la obsesión de su madre?- se preguntó por enésima vez. Siempre había un motivo: los vecinos demasiado alborotadores, la humedad, la parada del colectivo muy alejada, la falta de un buen supermercado, los etcéteras eran infinitos, pero no parecían molestar a la otra gente que vivía en tal o cual barrio.
Ahora, cuando podía vivir como quisiera, retornaba a la conducta insólita y tan criticada de su madre. Buscando, como ella, algo mejor que nunca encontraría.
En fín, ese era su pasado... Y de haber humedad en los placares o goteras en el comedor, sería también su futuro. ■

5 comentarios:

  1. Ah las famosas matrices de aprendizaje que vamos acuñando , muchas veces sin desearlo, a lo largo de la vida.
    Tus relatos Nurit , tienen la frescura de lo simple y la complejidad de la vida.
    Un abrazo.
    amelia

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  2. El relato emparenta los tiempos de la protagonista sin fisuras en la conducta, el eterno disconformismo, el eterno volver a comenzar que lleva la vida siempre a un paso delante como nefasto compromiso con la nada, saludos, Carlos Arturo Trinelli

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  3. Creo que las mudanzas suelen escindir la vida y separarnos de la cotidianidad.La actitud de la hija que repite lo de la madre es un acto propio de quien ha cambiado de casa muchas veces, y es común empezar a tener objetos, recuerdos, tristezas en cajas de cartón.
    Me sensibilicé mucho con este relato, tan breve y tan profundo psicológicamnete.
    MARITA RAGOZZA

    Felicitaciones. Ester, y cariños.

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  4. En la simpleza de los trazos que Ester nos entrega se esconden todas las cosas ocultas que se piensan y las conductas abstractas que como sombras se diluyen ante los cambios ocasionales de la vida.
    Pero a su vez esas mini/ situaciones encierran un tesoro por desenterrar.
    Celmiro Koryto

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  5. Ester siente con igual intensidad las pérdidas verdaderas y las pérdidas , no menos verdaderas, pero que provienen de su creación. La pérdida de su perro hace poco tiempo fue muy fuerte pero este relato también me conmovió
    Cristina

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