miércoles, 16 de noviembre de 2011

Los cuentos de este mundo de Muñoz Molina


Los cuentos de Muñoz Molina 

El autor de 'Plenilunio' presenta su colección de relatos, un género que le hace sentirse "más tranquilo y desahogado"

ELSA FERNÁNDEZ-SANTOS  -  Madrid 
ELPAIS.com  -  Cultura - 28-10-2011
Nada del otro mundo (Seix Barral) reúne 14 cuentos de Antonio Muñoz Molina escritos entre 1988 y 2011. De ellos, uno (Apuntes para un informe sobre la Brigada de la Realidad) se publicó en EL PAÍS en 1999 y otro (El miedo de los niños), último del volumen, es un inédito. Un libro, en definitiva, con todos los cuentos del autor de El jinete polaco, quien esta mañana ha explicado su larga e intensa relación con un género que le hace sentirse "más tranquilo y desahogado".
"El cuento es una máquina que tú ves. Es como la maqueta de un edificio racionalista. Se ve todo el proceso de la construcción narrativa, pero de una manera sintética". Para Muñoz Molina, el cuento (tocado de más misterios y fantasías que la novela) se rige por el mismo pulso que la poesía y eso lo convierte en impredecible. "Siempre recuerdo el momento, o el proceso, en el que surgió cada uno de ellos, como el último, que llegó repentinamente, por equivocación, en una noche de insomnio. Yo había empezado a escribir otro pero se hacía cada vez más y más largo. Tuve que dejarlo. Hasta que una noche surgió El miedo de los niños, lleno de ciertas sensaciones de la infancia, de pequeños detalles". Una fuerza emocional que, según el escritor, empuja a los grandes relatos que él admira, como El nadador, de Cheever, o Un día perfecto para el pez plátano, de Salinger: "En los grandes cuentos parece que no pasa nada pero siempre pasa algo decisivo".
Sin embargo, para el escritor el cuento no pasa por su mejor momento, al menos en España. Algo que para él tiene relación directa con los periódicos, que han ido relegando el espacio del cuento al del "microcuento". "Los directivos de los periódicos españoles viven con la extraña convicción de que el mejor público posible son las personas a las que no les gusta leer, lo cual es casi como que los bodegueros enfocaran sus vinos a seducir a los abstemios", escribe en el epílogo de Nada del otro mundo, en el que reconoce que para ser un genio de lo breve hay que ser Monterroso.
El espacio del cuento
"El cuento", ha explicado esta mañana el autor de Plenilunio, "necesita un espacio que acaba siendo el del libro pero que no empieza en el libro. En un ecosistema literario saludable, las revistas y los periódicos eran ese lugar de nacimiento". En ese sentido, apunta hacia el clásico ejemplo para cualquier amante de la lectura: The New Yorker, la revista semanal que desde 1925 se mantiene fiel a si misma y a sus principios publicando un relato de ficción y en cuyas páginas han crecido algunos de los mejores escritores del siglo XX. "Pero tristemente los medios españoles no son hospitalarios con el cuento". Crítico con una información que mira con "abatimiento y desdén" la cultura ("y yo tengo mucho respeto por la inteligencia de los lectores"), añadió: "Hoy hay más literatura en un vagón de metro que en un suplemento cultural".
Siguiendo con sus relatos, el autor confesó que al reencontrarse con sus textos de hace 30 años ha vencido la tentación de corregirse. "¿Pero hasta qué punto puede corregirse el pasado. La energía hay que concentrarla en lo nuevo. Yo no volvería a escribir un cuento de entonces, entre otras cosas porque ya no soy el mismo. Pero he aprendido a convivir con esa mirada angustiada al escritor que fui".
Muñoz Molina explicó su gusto por lo fantástico en la distancia corta: "Ni como lector, ni como espectador, me interesa lo fantástico, desconecto; sin embargo me interesa mucho lo fantástico como atisbo o como golpe en el relato. En un contexto naturalista, me gusta introducir un quiebro de misterio". Desde el cuento, añadió, le resulta más cómodo acercarse al presente. "Siempre me apetece escribir más sobre mi época. Tengo sed de contemporaneidad".

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En los reinos del cuento: una cronología personal 


ANTONIO MUÑOZ MOLINA 
EL PAÍS  -  Cultura - 26-10-2011

1969, o por ahí: en el escaparate de una papelería de Úbeda me llamó la atención una portada y un título. Cuentos de terror, Edgar Allan Poe. La palabra terror y el nombre de Poe me sonaban de aquellas películas truculentas con Vincent Price. La portada, en la inolvidable colección Libro Amigo,de Bruguera, parecía más de película de miedo que de antología literaria (pero yo ignoraba lo que era una antología y hasta probablemente lo que era la literatura): la foto de una calavera encima de la cual ardía una vela. La cera derretida se extendía sobre el hueso pelado. Ahorré para comprar el libro y durante no sé cuánto tiempo fue mi única lectura. Leer por primera vez Los crímenes de la calle Morgue, El corazón delator, La barrica del amontillado o La caída de la casa Usher cuando todavía se tiene la imaginación modelada por los cuentos infantiles lo deja a uno tocado para siempre: el fulgor del misterio encerrado en unas pocas páginas; la zona de sombra que rodea a las palabras escritas y que ni siquiera al final es disipada por ellas.
- 1973. Un amigo de fuera que ha traído a nuestra ciudad interior la tentación y el sobresalto de una música pop que nosotros apenas habíamos escuchado hasta entonces -The Doors, Jimi Hendrix, The Animals- me da a leer una historia que no se parece a nada que yo haya leído hasta entonces, escrita por un autor del que no sé nada. La isla a mediodía, de Julio Cortázar. Sé que es otra forma de literatura, pero no acierto a saber por qué. Tiene misterio y casi no tiene argumento. Está escrita en un idioma que fluye como fluye la música en una buena canción. Termina y no termina. La sensación que deja pertenece a la poesía casi más que a la experiencia de lo narrativo.
- 1975. La fecha puede no ser exacta pero el lugar lo es. Granada, en los tiempos de la máxima infección ideológica, cuando la lectura en los ámbitos en los que me muevo está casi reducida a la prosa de los manuales marxistas y yo intento escribir teatro bajo el doble influjo obsesivo de Brecht y de Valle-Inclán, con resultados lamentables. No sé cómo cayó en mis manos por primera vez un libro de Borges, El Aleph, en aquella edición con la portada en negro de Alianza. Me caí del caballo tan deslumbrado como Saulo. El impacto de leer el principio de ese cuento que da título al libro todavía permanece. Lo puedo recordar de memoria: "La candente mañana de febrero que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó ni un instante ni al sentimentalismo ni al miedo...".
- 1975, 76. La orgía perpetua de los cuentos: Borges, una y otra vez, y después de Borges Bioy, con su aleación irónica de lo cotidiano y lo fantástico, con su insistencia en la artesanía del oficio; y a través de Borges y Bioy los cuentos sucesivamente memorables de la Antología de la literatura fantástica. El aprendizaje del cuento como una maqueta en la que son visibles todos los elementos, como una máquina analógica que funciona gracias a un meticuloso mecanismo: el punto de partida y el final; la voz narradora; el sigilo de ir preparando los pasos de una revelación; lo extraordinario o lo fantástico como una sugerencia o una posibilidad; la pureza constructiva de la narración policial.
- 1975, 76. Rulfo, de pronto. Aquella austeridad radical en la que no parecía que hubiera ningún artificio, aunque los había, pero muy sutiles, casi del todo invisibles. La verdad de la experiencia de la gente pobre sometida a la violencia, arrastrada por ella, despojada de todo, con la solemnidad impasible del que no tiene nada más que perder. La voz de Macario, acordándose de la leche en los pezones de su madrina; la del hombre que lleva a hombros a su hijo agonizante una noche de luna llena y le pregunta una y otra vez si no oye todavía ladrar los perros.
- 1976. Que no se me olvide Cortázar. Rayuela empezó a aburrirme hacia la mitad, pero vivía en los cuentos. En el escaparate de una librería de Granada los habían puesto junto a un volumen con los de Onetti, y durante meses los dos fueron inaccesibles. Con qué fuerza podía desearse un libro, con qué constancia, día tras día, pasando junto al escaparate, comprobando con algo de alivio y esperanza postergada que seguían allí. Casa tomada,Manuscrito encontrado en un bolsillo, Continuidad de los parques, Las babas del diablo. Lo dicho y lo no dicho. Y los cuentos brumosos de Onetti, contagiando por igual la melancolía, la desolación, la ternura, la exigencia del estilo, la escritura deslizándose como largo solo improvisado de Lester Young. La cara de la desgracia, Bienvenido, Bob...
- 1984, quizás 85. John Cheever, William Irish. Gracias a una recomendación muy atinada de alguien que sabía los descubrí a la vez. La rapidez ácida de Irish, sus tramas policiales tan nihilistas como si las hubiera imaginado Céline. La civilizada desesperación de John Cheever, su capacidad de éxtasis ante las bellezas de la vida y su fondo de negrura alcohólica. Una historia que se recuerda como larga y morosa y tiene solo unas pocas páginas: El nadador.
- 1989. Salinger, los Nueve cuentos. Me entusiasmaron entonces, volví a leerlos el año pasado y pensé que la primera vez no había entendido nada, no me había dado cuenta de lo buenos que son, hechos casi exclusivamente de misterio y silencio.
- 2001. Empecé a leer a Alice Munro porque me gustó el título de un libro de cuentos y también su foto en la solapa, esa mujer guapa, distinguida, de pelo blanco, de sonrisa irónica. Más todavía que Cheever, Munro puede comprimir novelas enteras y largos períodos de la vida en dos o tres páginas, en el espacio en blanco entre dos párrafos. No hay un escritor vivo ahora mismo que me guste tanto como ella. No hay cuento suyo que no me dé una envidia inmensa.

4 comentarios:

  1. Muñoz Molina nos pasea por sus descubrimientos y lecturas que para los que nos gusta leer produce inmediata identificación y la esperanza de que la ventura nunca concluye, Carlos Arturo Trinelli

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  2. Muy interesante será leer a Muñoz Molina en su último libro como cuentista, porque todo buen escritor puede afrontar cualquier género literario.
    En la cronología de sus lecturas de cuentos, comenzando con Poe y finalizando con Cheever coincido bastante, aunque obviamente es un resumen y está incompleta la lista.
    No recuerdo haber leído nada de Alice Munro.
    MARITA RAGOZZA

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  3. Si hay algo que me ha proporcionado un inmenso placer es haber descubierto, en lo que fue mi exilio y hoy es mi resignación, a dos gigantes prosistas españoles. Juan Marsé y Antonio Muñoz Molina. Este último, de quien publicamos aquí un comentario y más abajo un texto propio sobre su pasadizo por los cuentistas de su vida, he recobrado nombres y autores que leí y releí en este paso de mi vida por el extranjero forzoso. Artesanías lo recobra en casi todos los números.

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  4. Coincido bastante en el perfil que traza de los autores que nombra. Una manera singular de ponerle fecha a las distintas estaciones en su trayecto de lector, pero me gustó mucho también la introducción de Elsa Fernandez Santos. Gracias
    Cristina

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