FERRO EN LA CAMPAÑA DE 1981 |
Un Rusito En Buenos Aires (IV)
Tirado sobre el catre escuchaba un quinteto de Brahams (descubrí la música de catafalco a los 13) mientras contemplaba el techo y de improviso pensé:
Claro, o no tan claro: la pubertad aparece y no te das cuenta, es como el inicio de la gripe. Paulatina, sosegada. Te deslumbra, te asfixia, sos otro, cambia tu cuerpo, se te aflauta la voz por un tiempo. Sos un sedicioso y un renuente, tus padres se convierten en enemigos, en los culpables de todos tus problemas. Vas creciendo, te desconocés, te hacés amigo íntimo del espejo. Comprendés que no solo el físico se transforma y se altera...
Todos los hechos y sucesos que ocurren a tu alrededor son objeto de tu examen y censura. Las críticas te irritaban y avergonzaban, desbordaban tu paciencia y un rubor cretino te empapaba las mejillas. La edad de la bronca y la protesta, todos los valores consagrados tratando de imponerse: los padres, el estado, la policía, los profesores y toda la mentalidad de la represión, los viejos valores de disciplina paternal eran intocables. Mis viejos y los mayores no me comprenden, son ciegos y sordos... era la bandera púber del reproche.
Cada hecho que venía a mi encuentro me ponía a prueba. Y al borde de cumplir mis 14 años (en noviembre de ese año) entendí, por fin, que la niñez era una calina densa, alegre y traumática a la vez, que se esparcía y se esfumaba en mi interior, y que el púber que había empezado a ser adquiría contornos y rasgos (aún imprecisos) pero en mutación constante. Por fuera; y también por dentro.
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El 19 de julio de 1943 murió el padre de mis amigos de Arengreen. Fue mi primer contacto con la muerte, la noción de muerte, en su significado absoluto y total, y pensé que ella era un interlocutor inevitable, el que tenía la última palabra en nuestro camino por el mundo que conocemos. Luego, cuando morían conocidos de mis viejos (que también yo conocía) iba con ellos a los entierros y la sensación de finitud me angustiaba. Con frecuencia solía imaginar la muerte de mis viejos y me entristecía. E incluso la mía: fantaseaba la ceremonia fúnebre, oía caer las paladas de tierra sobre el féretro y a veces no podía evitar las lágrimas. Y sin embargo, cuando el viejo murió en 1963 no pude derramar ni una sola lágrima (hasta una década más tarde, en que me derrumbé y la sensibilidad, contenida y gélida, se licuó como nieve luego de una borrasca....)
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En realidad lo que ocurrió fue que toda la experiencia acumulada, la lectura de los diarios, la indagación y las preguntas que no obtuvieron respuesta en la niñez surgieron como una imperiosa necesidad, con el ímpetu y la curiosidad que marcarían al resto de mi vida. Mi viejo invertía su vitalidad en darnos de comer, vivienda, vestimenta y el estudio. Por las noches él no estaba en condiciones para orientarme y apurar mi experiencia con la suya.
Vivíamos en Buenos Aires y él era un gringo. Hoy no me caben dudas que mi viejo hubiese querido guiarme, darme consejos, explicarme el sentido de mis nebulosas... E incluso lo intentó, pero él era un gringo, un inmigrante más en la urbe húmeda, atroz e irrepetible. No tengo derecho a juzgarlo: hizo lo que pudo y su conducta social fue ejemplo para la mía. La odisea de los hijos, entreverados con el tango, el fútbol, el café, los amores adolescentes de barrio, lecturas de libros e historietas eran las pasiones primeras y obvias en esos años (los 40 y los 50), aunque a los padres les resultaban contrarias a sus valores.
Con el tiempo se dio la paradoja de que era yo quien debía ponerlo al tanto de los procesos políticos y sociales que se daban en su nuevo país, ocuparme de solucionarle las contrariedades de la vida, su salud, la subsistencia.
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Un lunes borrascoso , al regresar de la escuela, la Pelirroja me entregó una carta a mi nombre. Lo había olvidado: era el folleto de Tensión Dinámica, un librito explicativo, fotos y ejercicios, con la propuesta de que por sólo $25 podría recibir a vuelta de correo el libro completo de Charles Atlas...
Leí el texto, y como no tenía la suma exigida me conformé con los ejercicios del folleto. Y comencé a practicar. En la terracita de casa, caminando por la calle, en el aula, sentado en el inodoro aprovechando la doble tensión (dos pájaros de un tiro...).
A los tres meses había echado algo de pecho y músculos; comencé a caminar contoneándome como un compadrito de cartón. Alarde y pinta, quimeras de un adolescente que soñaba con ser como Alfredo Prada o José María Gatica, quienes protagonizaron seis peleas inolvidables en los años de oro del boxeo y el Luna Park. En realidad mi ídolo era Kid Cachetada, un intocable...
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Un domingo a la mañana, un día primaveral de Buenos Aires, me sentí lúcido y sutil, con dotes de polemista nada sutil. Fue luego de una disputa con uno de los alumnos de la EINO : en una rueda de compañeros de la clase y hablando de creencias religiosas intervine y dije que yo no tenía ninguna. Pero si vos sos ruso, me dijo un tonto. Dí cuenta del estúpido: le expliqué la razón de mi descreimiento (había leído El origen de las especies de Charles Darwin y me despaché a gusto). Algunos me miraban como a un bicho canasto o una langosta, otros con cara rara... Yo me sentía un titán.
El primer año de la escuela se iba terminando. Me llevaba dos materias a marzo, dibujo a pulso y dibujo lineal, varias materias por debajo del promedio siete, la compulsión por la política y el descubrimiento del paradero de Ana María: se habían mudado a la Agronomía. Volví a verla después de varios años, más gordita y paseando con un bebé; sonrojada, me besó e intuí un leve desencanto, una especie de desengaño... ¿Estás bien? le dije. No me contestó y vi que se puso medio seria. Charlamos unos minutos más y me despedí. Quedó en la memoria y nunca volví a verla.
Olga, la flaca del departamento de al lado del nuestro y estudiante de una escuela de monjas, era la figura enigmática que ocupó mis sentimientos... Por supuesto que los viejos me vieron conversando con ella. Era toda una historia la de esa familia. La madres era judía y el padre un tipo extraño. Había un hijo cuyas actividades eran recibir una avalancha de cartas. Luego desapareció... Un día la curiosidad pudo más que la ética y abrí una carta con vapor: el tipo éstaba en Devoto y le explicaba a Olga que “...la mala vida te lleva a perder el rumbo. Estoy arrepentido de lo que hice pero tengo condena y no sé cuando podré pedir la condicional”. Cerré la carta y la devolví al buzón. Mi relación con Olga voy a contarla en otra oportunidad:
Terminé el año estudiantil y me dediqué a vivir la política. Me fui del grupo de los maquis, embolados pendejos influidos por los partidos políticos que eran partidarios de los aliados de occidente. Tenía mis serias dudas y a mí solo me importaba el triunfo de la Rusia Soviética. Como a mis viejos.
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El 2 de diciembre de 1943 el Departamento de Trabajo, lastre maldito de la década infame se convirtió en Secretaría de Trabajo... Y no tuve que leer las medidas obreristas del responsable de la Secretaría , un tal Coronel Perón. Mi viejo era obrero, la nuestra era una familia obrera donde todos se ocupaban de aportar para el pan de cada día y los beneficios que se otorgaron a los trabajadores se notaban en la casa y en nuestro nivel de vida.
Mi viejo, que había sido sindicalista en la FOV (Federación Obrera del Vestido) adherida al partido Comunista, fue convocado por José Alonso (asesinado por la élite voluntarista de fines del sesenta) para que se incorporase al Sindicato de la Industria del Vestido de la Capital Federal (SOIVA), y el viejo, en una decisión que al principio no absorbí, se unió al nuevo sindicato y abandonó la sede vacía y agrisada del edificio de la FOV de la calle Sarmiento al 1600, al que sólo concurrían los activistas del partido... Después del 17 de Octubre la FOV desapareció como otros sindicatos: de la carne, la construcción, el metalúrgico, los madereros... Los nuevos sindicatos lograron la adhesión masiva de los obreros que llegaban a Buenos Aires, y la de obreros combativos de extracción comunista, socialista y anarquista.
Era un adolescente y tuve la ocasión, única e histórica, de vivir los años más importantes y notables de la Argentina : de la factoría agropecuaria al país industrializado dueño de su propio destino. Un sueño quebrado doce años más tarde (16 de septiembre de 1955...).
A mí no me la contaron, la viví en plenitud. Aunque estábamos a fines de 1943, despelotado, asombrado día a día y descubriendo las maravillas que me brindaba la vida a pesar de las odiosas frustraciones en la escuela, en la vida cotidiana y los precios que tendría que pagar por la inexperiencia y candidez.
Me dispuse a gozar de las vacaciones, pero debía trabajar con el viejo y aprender las pautas del oficio de maestro sastre. Era un mecánico de la costura y el viejo me decía: hay que coser con alma o vas a ser un chambón. La lectura regaba mi vida: trabajo, libros, caminatas y pibas, aunque todavía soñaba e indagaba el porvenir. ¡Cuántas aventuras jalonarían mi futuro...■
Que maravilla Rusito , compartir ,parte de tu historia , que es parte de la historia de nuestro pais. Siempre me produce mucha ternura y deseos de darte un abrazo fuerte.
ResponderEliminaramelia
Rusito, pibe hermoso que ya nunca serás... gracias. Gracias por tu talento, por tu cobijo de Artesanías que nos permite un lugarcito, por tus relatos siempre tan reales, tan vivos y tan porteños de Caballito en tranvía, ja!
ResponderEliminarTe quiero mucho, maestro. Sos muy connovedor en tus relatos de vida. Me voy a rastrear el I, II y III que me los perdí por abandonada. ElsaJaná.
Ah! Con tanto chamuyo, me olvide de decirte que eso de "el compadrito de cartón" me pareció de un alarde muy frágil, Aldaín. Sos tan especialmente impecable para decir las cosas. Abrazo. ElsaJaná.
ResponderEliminarAplauso!! Emociona que mucho de lo leído no sea ficcional, que sea parte de quien escribe, una parte muy importante del que escribe.
ResponderEliminarLily Chavez
Seguimos embarcados en esta historia de vida nostálgica pero sin golpes bajos, narrada con talento y la distancia necesaria, jalonada con la historia del país que nos abarca a todos ¡adelante Rusito que el futuro es nuestro por prepotencia de trabajo! un abrazo, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarLa historia que cualquier puber argentino hubiese querido contar. Porque todos los que vivieron esos años sufrieron el mismo calco padres más padres menos , perdón, religión más religión menos... política ,estudio,el rusito hace roncha y capítulo a capítulo se afianza en la ruta y acelera.
ResponderEliminarA ganar distancia entonces...
CElmiro Koryto
"(hasta una década más tarde, en que me derrumbé y la sensibilidad, contenida y gélida, se licuó como nieve luego de una borrasca....)"
ResponderEliminarEl "rusito" de Buenos Aires navega en la memoria y fondea profundo en momentos cruciales. Los duelos postergados. Con destreza,en tres líneas el autor nos relata un tema trascendental de nuestra existencia.
Gracias Andrés,
Ofelia
Gran carga de sentimientos con un lenguaje natural y en el marco de sucesos íntimos y sociales.
ResponderEliminarLas imágenes visuales son las que más abundan, lo cual nos llevan a un estilo cinematográfico. No parecen ser sólo recuerdos, sino toda una recreación y reconstrucción de anécdotas, rostros, voces, sucesos. . .
Andrés, te cambio la frase:
" Hay que escribir con el alma ( como vos )o vas a ser un chambón."
Felicitaciones amigo.
MARITA RAGOZZA
ParecEuna pelicula de toda l historia delpis.MUY BUENO...
ResponderEliminarSALUDOS
EDUARDO ALBERTO PLANAS
Parece una película de toda la historia de nuestro país. Muy bueno...Saludos
ResponderEliminarEDUARDO ALBERTO PLANAS