día de escritores
La idea se la dio mi gran amigo Aldo Novelli, que ahora escribe sus poemas desde el loquero. Le dijo “Che, por qué no le hacés una entrevista al Viejo por el día del escritor”. Y el Perro Atienza salió por la calle del agujero en la media, hasta que se lo encontró en la esquina de Oliverio. En ese momento el Viejo estaba charlando con el mismísimo fantasma de Leopoldo Lugones, que explicaba lo que le costó lograr que su hijo se suicidara. Tanto se le aparecía en el espejo, en el fondo de la pileta, en la puerta del ropero, que el otro al fin aflojó. Cuando Leopoldo terminó el relato se fue en una pitada de la pipa. Entonces el perro creyó que podía comenzar con las preguntas sobre la vida de un escritor. Dado el caso, era el único día en que algunos medios le dedicaban espacio al tema y había que aprovecharlo.
Cuando se sentaron en el banco de mármol el Viejo empezó a recordar sin nostalgia, escépticamente, los detalles del asesinato de Carlos Lencinas allá en Mendoza, en el balcón del Club de Armas; dijo y señaló el moderno edificio de un banco.
Para entrar en materia el periodista le preguntó sobre los escritores conocidos y no tan conocidos, contertulios de muchas noches de bohemia.
El Viejo se quedó cavilando un rato y luego recitó: “Bohemia, antiguo reino del imperio austro húngaro, población de origen eslavo católico, tuvieron un rey famoso por su romanticismo…pero no me acuerdo…” el Perro ya estaba un poco desesperado, el Viejo desvariaba, contaba historias raras. ¿Y la literatura? Se preguntó el periodista.
Sin hacerle caso el otro personaje se puso a conversar sobre los viajes en tranvía. Contaba que iba a la escuela entre traqueteos y chirridos leyendo poemas, que cuando llegaba a Santa Fe y Pueyrredón se encontraba en el café con los compañeros y discutían de política, hablaban de nacionalismos y de izquierdas, brotaba el nombre del Che en las mesitas al aire libre mientras veían pasar algunas mañanas muy temprano a Manucho Mujica Láinez. Manucho, decía el Viejo, se sentaba solo y leía “Quién Mató a Rosendo” de un escritor nuevo, de Río Negro en la Patagonia. El Perro se imaginaba la escena, pero pensaba cómo trasmitir en su nota lo que era un tranvía de la época, hoy con celulares y todo eso.
El Viejo seguía perdiéndose en recuerdos de la librería Cronopios, en la calle Espejo, a pocas cuadras de donde había vivido Cortázar y donde a veces se encontraban Fati, Quino, Eduardo Tejón… ¡Pero esos son dibujantes! Lo interrumpió el Perro mientras el Viejo seguía impávido…Mercedes Fernández, el Pupa Levy, Ricardo Casnati, Bustelo, Crimi.
El periodista quería llegar a la pregunta del millón, quería la polémica del interior con la Capital fagocitante, algo de rabia literaria, pero el entrevistado ya desvariaba y mezclaba Antonio Esteban Agüero de San Luis con Haroldo Conti universal, a Paco Urondo volviendo de París y muriendo también en Mendoza.
Qué lindo es ser por veces
un corazón que canta
Palomas me persiguen
me siguen las muchachas
les digo lo que ellas sienten
les canto lo que ellas callan
Qué lindo es ser por veces
un corazón que canta
Al fin el periodista pisó terreno conocido y festejó: ¡Ese es un poema de Agüero!
De repente se hizo silencio y el Perro pensó que todo había terminado.
No alcanzó a preguntarse si había valido la pena cuando el Viejo casi gritó “Ferdydurke”. ¿Qué? preguntó el Perro. Hombre, aclaró el Viejo, así se llamaba el perro. Casi derrotado el periodista se animó a preguntar ¿qué perro? “El de Gombrowicz, el polaco que vivió en Santiago del Estero” dijo el personaje mirándolo como si Atienza fuese tonto. Y renglón seguido le contó cómo Gombrowicz, gran amigo de Homero Manzi allá en Añatuya, aprendió a bailar la zamba y la chacarera en casa de los Hermanos Ábalos y cómo puso de moda estas danzas en Venecia. Todo narrado con gran lujo de detalles.
El Perro Atienza no grabó nada de esto, no encontraba la punta de la literatura. Se quedó solo cuando el Viejo le dijo repentinamente “Ahora me voy, tengo una partida de ajedrez pendiente con Soderer”. Tomó del brazo la estatua de Alejandra Pizarnik, le convidó una menta inglesa y se fueron caminando por la calle del gato que pesca. ■
Muy excelente narrativa, Gerardo con un humor casi invisible y un sarcasmo "al pasar"... Me entretuvo y me atrapó. Un abrazo, apreciado amigo.
ResponderEliminarAndrés
Un juego literario que nos lleva en puntas de pie por el relato, imagino a Witoldo llamando a su perro, muy bueno, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarUn texto imperdible que mezcla muchos estilos pero me hace recordar un Cortazar de buen humor con si mismo como si se hubiese escapado por el agujero de su propia media .
ResponderEliminarNi hablar del pase de literatura desde el 40 al sesenta y todo con textos casi poéticos con justa ironía.
Celmiro Koryto