sábado, 8 de octubre de 2011

CARLOS ARTURO TRINELLI


TRINELLI  CON ENANO PROPIO

                                     

De Martingalas Y Enanos

     Hiere la hoja en blanco. Hiere en el resplandor que emana la luz incandescente de la lámpara y más hiere por no saber como o por dónde comenzar esta historia. Una historia que es una así sean varias las que confluyen. Mi esposa duerme ajena a lo que sucederá como todo ser entregado al sueño. En la casa de al lado los murmullos del resplandor llegan nítidos a mis oídos. Los enanos son nuevos en el barrio y distintos a todos los enanos conocidos, no tienen cabezas grandes, brazos cortos y piernas combadas solo son enanos. Enanos sin hijos ni mascotas. Los ruidos nocturnos que producen hicieron que descubriera su origen. Es esta una parte de la historia. Veamos la otra.
     Conocí al señor Marcos Brown en una mesa de póker en la casa del rengo Julián Pérez. La discapacidad de Pérez, según él, era producto de una huída, salto al vacío y quebradura mal curada, en épocas de la dictadura, pero otra versión aseguraba que la huída fue con un tiro en la pierna en ocasión de un robo a un camión de caudales. Versión ésta por la que me inclino.
     Pérez vive de la timba clandestina, nada nuevo, tampoco original, presta la casa que funciona como garito. Uno se anota y cuando hay cupo es llamado para una sesión. Se juega a la manera tradicional, un monto mínimo, cuatro jugadores, una luz o apertura, un máximo de apuesta, un tiempo de juego y tres últimas manos con cartas descubiertas y apuestas libres. Pérez cobra un diezmo más el consumo de bebidas.
     Cuando juego al póker no bebo, tampoco fumo. Me concentro en el juego y en los rivales, intento no dar ventajas en lo gestual.
     La observación de los gestos en este juego son factores que pueden definir una mano. Saber semblantear a los rivales es tan importante como la impostura. Un mentón que se estira demuestra la segura ambición de una apuesta. Un trago del vaso de bebida puede significar una alegría pasajera. Una pitada profunda denota inseguridad si el cigarro o cigarrillo es luego apoyado en el cenicero, en cambio, si queda en la mano quizá tenga buen juego. Detalles no determinantes, sí orientativos. Lo apasionante del juego es el desarrollo de la intuición, atributo humano no del todo valorado. Por supuesto juega el azar y como dice el tango, contra la suerte nadie la talla, pero se trata de disminuir el riesgo.
     Marcos Brown era un hombre mayor, digo era porque murió pero antes nos hicimos amigos. Él tampoco bebía ni fumaba en el juego. La partida en que nos conocimos quedamos solos para las últimas tres manos, las sin límites de apuesta y con el doble de luz. En la primera mano pasó e intuí que lo había hecho a propósito para mostrarse cansado, conservador. En la segunda pidió una carta, yo dos y me quedé con una pierna a la espera. Él pretendió que supusiera que buscaba el full o la remota posibilidad de una escalera. Aposté fuerte, él volvió a pasar.
     En la tercera mano pidió dos cartas, fueron dos reyes. Yo pedí tres, dos jotas y un as, apostamos, emparejamos.
-¿Puede cubrir mi total? Preguntó de manera caballeresca
-Sí, respondí a pesar que mis fichas no alcanzaban.
     Las siluetas de los otros jugadores y del rengo Pérez asomaron de entre las sombras.
     Completó un full de reyes y dieses. Yo un póker de jotas. Hubo aplausos. Pedí un whisky  y encendí un cigarrillo, Marcos Brown como en un espejo, hizo lo mismo.

     Los enanos, varón y mujer, no me llamaron la atención por su tamaño sino porque salían poco, no trabajaban y no hacían mandados.
-Que silenciosos son los enanos, había dicho un día mi esposa.
-Es que hablan bajito, dije yo para atenuar la curiosidad que nos despertaban.
     Un día estaba en la terraza y el enano me vio desde su patio, nos saludamos y me preguntó:-¿lloverá hoy?
-Supongo que deberá nublarse primero, respondí con un uso pragmático del lenguaje.
-Sí, claro, dijo él y siguió en lo suyo. Lo suyo era, según espié, lustrar las baldosas y entonces la pregunta no me pareció extraña.
     Lo extraño comenzó una noche. Un ruido, como si zumbara un enjambre de abejas, nos impedía conciliar el sueño. El enjambre remataba el zumbar como carbones a punto de encender con pequeñas detonaciones parecidas a chasquidos producidos con la lengua. A hurtadillas subí a la terraza y aprecié el resplandor que iluminaba el patio de los enanos entonces deduje que el hombre debía estar usando una soldadora eléctrica.

     Con Marcos Brown, como dije, nos hicimos amigos. Decidimos no competir entre nosotros y él dejo de asistir a lo del rengo Pérez. Para ese entonces mi situación marital no atravesaba su mejor momento. Anita nunca había aceptado del todo mi decisión de vivir del juego y cuando digo del todo me refiero al todo de las pérdidas ya que nadie puede ganar siempre. Las ganancias en cambio eran festejadas, práctica como toda hembra en edad de reproducir Ana se proyectaba al futuro, incierto como todos los futuros, en tanto yo vivía el día a día, para incierto existía mi trabajo.
     Mi fama trascendió el garito de Pérez y un día de la semana era desafiado en un mano a mano por otros jugadores. Jugadores que en su mayoría eran conocidos por Marcos Brown quien me asesoraba en la previa y además apostaba por mí. Hasta que llegó el gran desafío, el de enfrentar al uruguayo Roca Duffy un viejo como Brown retirado con todo el respeto y honores de un jugador imbatible.
     Las condiciones fueron singulares, un pozo único al que ganara más partidas de diez sin inhibir las apuestas por mano. El ganador definía la voluntad de una revancha por el doble del pozo a realizarse en el Uruguay.
     Brown desaconsejó aceptar el desafío. Pérez se ofreció a facilitar el dinero necesario a condición de un porcentaje si ganaba o a devolver el doble si perdía. En el tiempo que medió para la organización fue que Brown sufrió un accidente cerebro vascular.

-Creo que debes hablar con nuestros vecinos, sugirió Ana antes de partir a su trabajo con el malhumor de haber dormido mal.
     No recuerdo qué contesté pero al mediodía tomé valor y encaré al enano que trabajaba con denuedo en su jardín. Cosa que quizá, por un cierto atavismo, le salía bien.
-Alfredo, así se llamaba y me lo había hecho saber el día de las presentaciones estirando una manita blanda,-discúlpeme, mire los ruidos de la soldadora eléctrica nos turban el sueño, digo yo ¿sería factible soldar de día?
     Apoyó un rastrillo de juguete sobre un macetero y se acercó a la reja.
-Yo no hago soldaduras, dijo con su voz de tiple
-Bueno, lo que sea que haga le pido si puede ser de día.
     Entonces salió la enana, una criatura bella en su formato y con tetas de juguete.
-De día no se puede, al menos en este hemisferio, aportó a la conversación y me di cuenta que además de enanos estaban locos.
     El sol hizo una pausa detrás de una nube. Alfredo tomó el rastrillo y la mujer entró en la casa. La conversación había concluido y me conformé con dormir la siesta.

     En el hospital un Marcos Brown desmejorado y con la voz en extremo arrastrada hizo que buscara entre sus pertenencias una carpeta y un libro, La Ruleta por Julien Fëhr. Entendí que hacía años estudiaba la manera de ganar a la ruleta y entendí también que era esa su herencia. Brown falleció al día siguiente una semana antes de mi enfrentamiento con el Roca Duffy.
     Los datos de Julien Fëhr eran escasos, profesor de matemáticas del Instituto de Ginebra, en su currículo figuraba haber ayudado a una tal Jenny Miller a hacer saltar la banca en el casino de Montecarlo. Vaguedades, fantasías propias de la mente de un gran jugador como había sido Marcos Brown. (En este punto sé que a los lectores les hubieran interesado pormenores de mi corta relación con Brown pero el relato adolece de estas honduras en función del vértigo con que acontece el desarrollo del mismo).
     Guardé el libro y las notas en un cajón. La tristeza por la muerte de Brown me impedía tomar en serio aquello. Tampoco mi ánimo era el mejor para afrontar el desafío del Roca Duffy.
     La noche del encuentro, al público estable se sumó el séquito del uruguayo. Brown me había aconsejado jugar despacio, simular desidia, según él, Duffy, como todo viejo habría potenciado sus debilidades y asentado las virtudes por lo que, se atrevió a pronosticar, el hombre estaría ansioso por ganar e irascible si el rival, yo, me detenía por demás en orejeos a los naipes o dudas en el momento de apostar.
     Los datos de Brown incluían la compulsión por el cigarrillo que sufría Duffy y que a mayor ansiedad, más fumaría hasta el punto de quizá encender un cigarrillo sin haber concluido el anterior, dato insoslayable a la hora de las apuestas.
     En la práctica todo se dio al revés. Duffy no fumó antes, durante, ni después. Su trato en todo momento fue cordial como el de un abuelo con el nieto. Ganó siete de las diez partidas y perdió tres en las que, teniendo yo buenos juegos, no apostó, con la frustración que significó no poder mostrar los naipes.
     Lo aplaudieron y vitorearon, él extendió la mano hacia mí y dijo:-Pensaré en la revancha, claro que no tendrá usted obligación de aceptarla. Dicho esto recibió las felicitaciones del público, bebió un whisky de un sorbo, cobró y se fue rodeado por los suyos.
     Pérez no tardó en recordar la deuda y me citó para hablar de ella al día siguiente.
     No asistí con el pretexto de una supuesta enfermedad y para aventar dudas, lo invité a que me visitara. Pérez recomendó que me cuidara y que esperaría mi mejora para hablar del tema.
     Sitiado en mí casa, endeudado, con mi esposa más combativa que nunca, recordé los papeles de Brown. Me adentré en la magia de las martingalas que el difunto había diseñado con la esperanza de dar un batacazo.
Concepto básico: todos los números tienen igual probabilidad de aparecer, al principio en forma dispar, al cabo de doce horas tienden a equipararse.
-Otra vez con eso, interrumpió Ana,-tu amigote te podría haber recomendado un trabajo.
     Para Ana mis amigos eran amigotes y en su razonamiento simple todo se solucionaba con un trabajo.
Se llaman Nidos o Módulos a los números que tienden a aparecer juntos o con una distancia de dos ó tres números de por medio.
-No me vas a contestar, insistió.
-Por favor Anita, déjame estudiar esto que puede resultar en nuestro beneficio ¿no querés que trabaje? Bueno, es lo que hago.
     Se fue sin despedirse y al golpear la puerta al salir dejó la indignación vibrando en el ruido.
Cuando hablo de un sector me refiero a los números vecinos en la rueda no en el paño, por ejemplo: 5-24-16-33-1-20-14-31-9.
     Sonó el timbre, me asomé y no vi a nadie pero Alfredo me vio a mí y me llamó por mi nombre que en boca del enano sonó como un recuerdo de la infancia. De una de sus manos pendía un banco con el que había accedido al timbre.
     Me invitó a almorzar, dudé en aceptar y él dijo:-Cloti, va a hacer unos tallarines con estofado de pollo y…se calló de golpe como inseguro del menú y agregó como para sí,-así se dice.
     Escuché mi pregunta:-¿Quieren qué lleve el postre?
-De ninguna manera, habrá frutillas con crema.
-Entonces llevo el vino.
     Quedamos en eso y regresé a los estudios de Brown.
En setentinueve bolas, 4 ceros, 36 rojos, 39 negros. 38 pares, 37 nones, ilegibles mayores y menores. 25 primera docena, 22 segunda, 28 tercera. 22 primer columna, 26 segunda, 27 tercera.
     Dejé los papeles de lado, no podía centrar la atención en el Universo de números y conclusiones dispares que no arrimaban certeza alguna. Concluí en ofrecer mis servicios de jugador al rengo Pérez hasta cubrir la deuda. Sabía que si él aceptaba me aguardarían tiempos de esclavitud, mi matrimonio naufragaría para siempre y… ¡los enanos! Miré la hora y corrí a comprar una botella de vino y de pasada, un ramo de jazmines para la anfitriona.

     La casa estaba ambientada como para niños, niños pequeños. Clotilde, la enana, estaba radiante y puso los ojos en blanco al oler los jazmines. Nos sentamos. La silla hacia juego con la mesa y mis rodillas quedaron tan altas que sobrepasaban su plano con la consiguiente incomodidad. El enano se dio cuenta:-¿Estás cómodo?
     Qué iba a responder:-Sí.
     La enana, subida en una tarima, revolvía dentro de la olla con el tuco. Alfredo abrió el vino y sirvió tres vasos. Brindamos por la amistad y atacamos con el copetín dispuesto en distintos platitos. Luego Clotilde dijo:-Ana se fue enojada a trabajar.
     Él agregó:-A las mujeres les disgusta el azar y sin embargo, son impredecibles, concluyó con una risotada colmada de maníes triturados.
     Odié a mi esposa y su falta de discreción. Como si Alfredo hubiera intuido lo que pensaba volvió a decir:-Ella no nos dijo nada pero nosotros sabemos.
     No supe yo a qué se refería porque Clotilde ordenó retirar los platos con la picada y que Alfredo la ayudara a servir.
     Desde mi posición resultaba difícil comer arrimado a la mesa y hubiera preferido sentarme en el piso. Hablamos banalidades, al principio, el tiempo, los vecinos y de pronto Alfredo dijo:-Estás en problemas.
     Clotilde, sin pórtasenos, un detalle que me distraía, se atrevió:-Deberías cambiar de profesión.
-Sin embargo, siguió él,-estar con enanos trae suerte y podrías insistir.
     Yo me mantuve callado. Clotilde agregó:-Tenés un don, eres discreto, eso es lo que nos gusta de vos y enseguida dirigiéndose al marido,-mostrale la máquina de la presciencia.
     Alfredo me tomó de la mano y entramos en la habitación de al lado.
-Aquí está el resplandor nocturno, ésta es nuestra máquina de la presciencia y la comunicación.
     Lo que vi semejaba a un viejo equipo de radio aficionado. Volvimos a la cocina y entre los dos elaboraron un discurso sobre la igualdad del género humano basado en el poder del habla.
     Me atreví a dos objeciones que me parecieron ingeniosas, los mudos, los muertos. Ellos las subestimaron, los mudos eran la excepción necesaria que confirmaba la teoría y los muertos, por fuera de dicha teoría, proseguían con el habla en los sueños y a la espera de hablar sus historias en el día del Juicio Final, el día en que el último humano muriera.
-Ahora, andá a tu casa y prepárate para ser abducido esta noche en el conticinio.
     Me acompañaron hasta la puerta. Saludé a Alfredo. Clotilde estiró sus brazos, me agaché y rozó sus labios en los míos.
-Buen viaje, dijo luego.

     Dudo en dejar la hoja en blanco, la más creíble, la que nunca acaba, en la que todo cabe, lo cierto y lo falso, la afirmación o la negación. En blanco dirá algo inagotable, quizá creído aun después de mi en el tiempo inexorable, quién se atreverá a descubrir si lo escrito es verdadero o falso. En definitiva, a nadie le importará si ocurrió o no.
     Besé a Ana dormida y subí al silencio de la terraza. ■


8 comentarios:

  1. Arturo , creo que tu poder de recrear la realidad es inagotable. Para mi , una excelente narración.
    Saludos.
    amelia

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  2. Y también para mí. Coincido con Amelia así que le estoy contrabandeando la reflexión.
    Como siempre, muy buen cuento.
    Cristina

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  3. Una narración impecable que recrea los pequeños "vicios", las 'agachadas', las trampitas cretinas de los homos sapiens y la viveza de los cancheros. Y en medio de tanto 'trampismo' la enana y el enano que (me parece) que son reales y CAT los guarda no sólo en un lugar del corazón si no los esconde en la piecita de la herramientas en el jardín. Suerte en el póker.

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  4. Me divirtió, Arturo, y además tiene un suspenso que se resuelve en el final muy "posmo". No me fallaste con el protagonista que cumple con la triple regla de la salud: mujeres, vino y juego.Un verdadero relato "Arturiano"

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  5. Lo mágico está en lo que no se dice y ahí reside todo lo bueno de la historia, aunque la letra borda todas las sensaciones que CAT quiere que sintamos.
    Un excelente relato con las especias adecuadas.
    Un abrazo
    Celmiro

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  6. Muy diestro como siempre el autor, hoy nos ofrece dos historias en una sola, con pinceladas fantásticas o irreales dentro de un marco cotidiano.
    El final es metaficcional y misterioso.
    Excelente.
    Felicitaciones, Carlos.
    MARITA RAGOZZA

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  7. Eso Marita, estamos ante un actor de oficio, que hizo de la realidad, un pozo inagotable de historias y lo hacé tan bien el Arturito que es un gusto leerlo , sonreirse con esas ideas atribuibles a veces a sus personajes y que están latiendo en el autor todo el tiempo.
    Felicitaciones

    Lily Chavez

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  8. La destreza de tu pluma me enamora, Maestro. Te sigo siempre, con la consciencia de que estoy leyendo a uno de los grandes escritores contemporáneos. Eres una candela que alumbra los caminos de la literatura de habla hispana.
    Te abrazo con ternura de mano asiendo un ave.

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