sábado, 8 de octubre de 2011

HÉCTOR TIZÓN



El último tren a Jujuy

En este país sólo un hombre que va para viejo puede recordar el tiempo aquel cuando pertenecíamos al Primer Mundo. En estas crueles provincias, según se sabe, hay atavismos rebeldes: la gente tarda un tiempo cultural considerable en olvidar el discurso de los políticos y de allí que los sociólogos y otros maestros tiendan a considerarnos como pertenecientes a franjas conservadoras o reacias al cambio. Cuando yo era niño, significaba una prenda de orgullo saber que esta nación era la primera, en Sudamérica, por la extensión de sus líneas ferroviarias.

Ahora estamos viendo pasar, en esta tarde y en la polvorosa aldea, quizá los penúltimos trenes antes de que desaparezcan como desaparecieron las recuas de asnos y de mulas cargadas con bienes y enseres para el trueque. O las tropas indigentes de las últimas guerras de la Independencia, tan demoradas en la memoria aquí como olvidadas en Buenos Aires, esa ciudad de tenderos señoritos, como decían los viejos.

En algunas de nuestras casas, decadentes, aún se guardan papeles, cartas, memorias descriptivas, pero sería imposible avivar en estos días aquella polémica absurda de tan muerta: cuando el general Mitre, valetudinario santón de la República, concurrió al Senado para definir con su voto el trazado del ferrocarril a Bolivia por Jujuy y no por Salta, por la Quebrada de Humahuaca y no por la del Toro. Aún ahora hay viejas familias distanciadas por esta polémica, vástagos de aquellos apasionados rencores que aún no se saludan.

Mi maestro en Yala repetía y nos hacía copiar: en 1870, 700 kilómetros; en 1892, 13.000 kilómetros; en 1916, 34.000 kilómetros; en 1946, más de 40.000 kilómetros. Estos datos fueron para nosotros, los niños de estas tierras, como las contundentes estadísticas de las guerras patrias, como las lápidas queridas de los cementerios, como los documentos resquebrajados de los cofres familiares. Los grandes presidentes -Sarmiento, Mitre, Avellaneda, Roca-, tenían conciencia de la integridad de la Nación y nos habían rescatado de un oscuro destino de frontera. Ellos sabían, y ya para siempre nosotros, que todo aislamiento implicaba un principio de segregación.

Entre esos principios transcurrió mi infancia, alimentada por lo grueso del discurso político de entonces, que proclamaba que la voluntad nacional de un país se mide por la eficacia de sus transportes y comunicaciones, por la voluntad integradora de todas las regiones que componen la Nación. Me eduqué en esa creencia que ahora escucho que no me sirve para nada.

Ahora, en estos días, desde mi casa no muy lejana de las vías ferroviarias hace un siglo trazadas y trajinadas, rumbo a Bolivia, escucho un tren que pasa y pienso que será uno de los últimos. La posmodernidad ha llegado también a estas tierras.

Atravieso el flaco bosque de eucaliptos que separa el confín de mi casa y los predios ferroviarios y en el borde me quedo, junto al gaucho Demetrio Hernández, recientemente fallecido y cuya inverosímil historia podría contar en otro capítulo.

Es el atardecer, casi noche, y el tren arrastra una decena de vagones semiiluminados, lleno de indígenas trashumantes rumbo a la frontera. Yo no digo nada. El gaucho Hernández dice, sólo por decir: "Se para para nada, ya ni siquiera toma agua, como antes". Yo digo entonces, sólo para que no dure el silencio: "Dicen que ya no pasará". El me mira. "Por el progreso del Primer Mundo", digo. Y él dice: "He oído hablar de eso". "¿El progreso significa la muerte, don Hernández?", pregunto yo. Y él, cuando el último tren arranca, dice: "No. No significa nada".


de Tierras de frontera, Alfaguara, 2000


5 comentarios:

  1. Héctor Tizón siempre me emociona , esta vez no ha sido la excepción . Gracias por traerlo.
    amelia

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  2. Con sobriedad, bien lejos de cualquier pintoresquismo, Tizón es el paisaje, la voz del norte. Gracias
    Cristina

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  3. Tizón escribe desde una realidad provinciana, la cual , a todos los que vivimos en el interior argentino, nos sentimos identificados.
    Pero es literatura que trasciende y desenmascara las contradicciones sociales.
    Un lujo leerlo en Artesanías.
    MARITA RAGOZZA

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  4. Le alcanzó con unos pocos párrafos para trazar un cuadro de situación con una mirada inteligente de la realidad, C.A.T.

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  5. Toda demora en el tiempo trae una historia añeja que escueta habla de de ubicación y el significado rico de su nada. Como si el tiempo no le quitara nada de su valor.

    Celmiro Koryto

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