miércoles, 27 de junio de 2012

Arturo Trinelli


                                                                                                                              

                                                   
                                                                           de mujeres  (III)

     El valle viraba al gris bajo un cielo acorralado por las nubes. La llovizna persistía despareja llevada por el viento cuando me fui de El Bolsón rumbo a Bariloche.
     A mitad de camino y luego de superar el caserío de General Villegas, a medida que trepaba la cuesta del Cañadón de la Mosca las nubes bajas envolvieron al auto y apenas intuía la ruta.. En plena subida la dirección tiró hacia la derecha y me di cuenta que había pinchado una cubierta. Entré despacio en la banquina de grava; por el desnivel formado, entre la pared montañosa y la banquina, corría el agua apurada por la pendiente. Miré hacia arriba la montaña sembrada de cascajos sueltos y decidí apurar el reemplazo de la cubierta. Tenía las manos ateridas y la cabeza mojada. Los tornillos de la llanta estaban demasiado ajustados y debí pararme sobre la llave cruz para aflojarlos.
     Cuando intentaba colocar el auxilio un ruido me sobresaltó y enseguida vi a mi costado unos pies enormes que se detenían.
-No te asustes, dijo una voz femenina.
     Recién colocado el auxilio me incorporé y la vi dentro de un camperón que solo permitía entrever un rostro oval de ojos claros y algún mechón pelirrojo escapado de la capucha. Con un hablar modulado me contó que viajaba a dedo a Villa Mascardi y que el auto que la había alzado se había desviado en Villegas. Confieso que no pensé en lo ilógico que se suponía comenzar a caminar en pendiente y no esperar en el llano por otro auto que la aupara.
-Me llamo Dulcinea Ciprión y me dicen Dulce, se presentó y me miró fijo con sus ojos de un azul intenso en donde el izquierdo refulgía con tonos ambarinos.
     La invité a subir, en mi camino estaba pasar por Villa Mascardi.
     Cuando arrancamos echó hacia atrás la capucha y derramó sobre los hombros unos rulos rojos que parecieron incendiarle la campera. Era una bella mujer de unos 35 años. Yo todavía tenía la esperanza que los zapatos no fueran suyos y que debajo de la campera siguiera la magnificencia de lo que mostraba. Toda una definición si consideraba que la tal Dulcinea lo único que pretendía era llegar unos 80 kilómetros más adelante pero la fantasía es humana.
     La lluvia arreció y el encanto en la voz de Dulcinea parecía el de las sirenas que perdieron a los Argonautas. Otra definición ya que circulábamos bajo una cortina de agua.
     Contó una historia, al fin menos extraña que la mía, que cuando estaba aburrida salía a la ruta y hacía dedo, o para Bariloche, o para El Bolsón y así viajaba sin prisa y conocía gente. Hubo un silencio abisal y reflexionó con voz de mezzosoprano como en la ópera Carmen:-La Patagonia no es más esa tierra legendaria donde las estaciones de servicio aguardaban en vano entre el polvo que  un auto se detenga.
     De nuevo el silencio y en mi cabeza los acordes de la ópera taramtamtam y continuó:
-Los viejos olvidaron sus propósitos y los jóvenes ya no aprenden la sabiduría con la que marchaban a la tumba decodificando el lenguaje de las piedras y de los locos.
     Terminó la frase, concluyó la ópera y yo no supe que decir.
     Cuando a nuestra derecha apareció el lago Mascardi volvió a hablar:-Me bajo en la estación del Automóvil Club.
-Si queres te llevo a Bariloche.
-No, voy a casa pero si vos queres te invito a tomar algo.
     No respondí tironeado por la duda. Ella pareció leer mis pensamientos.
-Vivo sola.
     Como yo no me decidía agregó:-Tengo acendrados los principios patagónicos, hacer y devolver favores y ser hospitalario.
-¿Dónde vivís?
     Me indicó. Subimos un camino de tierra resbaloso por la lluvia el que después de unos cien metros y una curva pronunciada se angostó de tal manera que los ñires achaparrados tocaban el auto. Llegamos hasta una tranquera y todavía no se veía la casa. Se bajó, la abrió y esperó que pasara el auto, la cerró y volvió a subir. Trepamos un poco más y cuando el terreno se aplanó avisté la casa. Una cabaña con cimientos de piedra y troncos encastrados. Detuve el auto en la puerta y descendimos. La lluvia había amainado y el cielo comenzaba a escampar festoneado con dibujos que formaban las nubes.
     Después de superar dos puertas entramos en un ambiente austero y Dulcinea trabajó para encender los leños del hogar. Yo me senté a un costado de una biblioteca y comencé a recorrer los lomos de los libros, Bradbury, Asimov,  Scott Card, Adámov, Gromov, Wells y libros sobre Egipto, aztecas, mayas, Incas y una biografía de Tupac Amaru. Desde la cocina me llegaban los ruidos y el olor de los preparativos del convite.
     Regresó con una bandeja en donde además de los pocillos con café traía unos platos con delicadezas.
     Comencé a contarle el argumento de la novela que pensaba escribir y que transcurría en la Patagonia. Como todo mal escritor me resultó más sencillo narrarla oralmente que transformarla en escritura pero hablar era mejor que manejar el silencio que ella imprimía de a ratos. Conseguí que se riera con la trama y me enseñara unos dientes pequeños, separados y blancos, raros como su ojo bicolor y sus pies enormes.
-¿Te gusta la ciencia ficción? Pregunté y señalé los libros
-Me divierte la fantasía humana como decís vos.
     En realidad no recordaba haberlo dicho pero allí estaban sus ojos extraños fijos en mí y volví a preguntar:-¿Estudias civilizaciones antiguas?
-Me sorprende el desarrollo de la mente en el fondo de los tiempos, hoy es más sencillo, hay más estímulos.
     El fuego comenzó a entibiar y me invitó a quitarme la campera. Ella hizo lo propio y siempre con el detalle incómodo de los pies que desentonaban aprecié un cuerpo de mujer rotundo con pechos hemisféricos que resaltaban bajo unos hombros erguidos. Cuando pasó por delante de mí para colgar las camperas de un perchero no pude evitar mirarle el culo turgente que surgía luego de que la espalda recta formara una concavidad en la cintura.
     De regreso del perchero me preguntó:-¿Cómo te llamas?
-Enrique.
-¿Más café?
-No gracias, ya me voy quiero llegar con tiempo para buscar alojamiento.
-Podes dormir aquí, dijo, me pareció, con sugestiva picardía.
-No de veras me voy.
     Me paré y nos enfrentamos. Se acercó hasta rozarme con sus pechos. Las manos de ella treparon por mi espalda al tiempo que entornaba los ojos y la besé. Fue un beso de una humedad tibia, con una ternura que inmovilizó mis párpados en la posición de cerrado. Entonces siguió otro apasionado y ella retorció en mi boca una lengua ágil que enlazaba a la mía y la apretaba con vigor. Luego comprobé que era una lengua bífida, otra rareza que se sumaba al ojo bicolor, los dientes de nena y los pies grandes pero no sería la última sorpresa. Cuando se quitó la ropa en la habitación y el pelo rojo contrastó sobre la desnudez observé que los pezones eran de un amarillo intenso. Los pies al fin no eran tan grandes como anchos y con una membrana marrón que le separaba los dedos. Simulé no darme cuenta y ser daltónico ante el festival de colores.
     Penetrarla fue acceder a otra dimensión y me pareció levitar. Todo duró como el sexo practicado por gorriones, una epifanía de placer que, a pesar de repetirla, no logré que se extendiera. Después nos quedamos abrazados. No me atreví a preguntar por las diferencias.
Antes de dormirnos Dulcinea Ciprión dijo:-Hoy es día de ovulación en Júpiter.■

7 comentarios:

  1. Trinelli nos presentó muchas mujeres extrañas de irrepetibles extrañezas y nos convence de que la realidad , de golpe, se vuelve onírica, o que quizás la realidad no tenga ninguna sorpresa y nosotros la volvemos fantástica.Creo que Trinelli en sus cuentos hace aparecer la quimera, en el asado al fondo de la casa,en la habitación de una pensión o de un hotel alojamiento, en el mate, el perro, el bar, el barrio y su fantasía estalla en los encuentros femeninos...y hay para coleccionar.
    Disfruto mucho sus cuentos
    Cristina Pailos

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  2. Si, estoy de auerdo con Cristina. La realidad que algunos cuentos de Arturo nos relata, es escurridiza, puede revelarnos de pronto anomalías que no percibimos como tales. De tan extraña que es esa realidad, la aceptamos y tratamos de disfrutarla al máximo. Muy buena filosofía, Arturo!

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  3. Las mujeres de los cuentos de Trinelli se las traen!!!! Hoy nos ha presentado a una mujer misteriosa donde lo esotérico se une un poquito con el humor, especialmente porque no tenía pies grandes, sino distintos.
    Es un regocijo leerte, Carlos.
    Saludos.
    MARITA RAGOZZA

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  4. Me encanta cmo se sostiene el suspenso y..., el final orgiástico.
    Gracias.
    Graciela Ur.

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  5. Hoy pude leer este relato de ARTURO: SIEMPRE CON PARADOJAS, CON SENSUALIDAD Y ENIGMAS, CON PENETRACIÓN, DESFILE DE SORPRESAS DOSIFICADAS Y NADA DE LUGARES COMUNES. EL HOMBRE ES EL ESTILO O EL ESTILO ES EL HOMBRE?
    andrés

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  6. Muy buen relato . Me pregunto donde estará el caballero de la triste figura ¿ Acaso detrás de un árbol? Averigüe si su verdadero nombre no es Lorenza . Quizás ella también tenga pezones amarillos y sea capaz de hacerlo levitar.
    Un abrazo TRI
    amelia

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  7. Algunos comentarios me han simplificado la tarea, lo que dice Cristina Pailos que es tal cual lo pienso y lo que dice Andrés, porqué no hay dudas que Arturo tiene un es estilo, lo más difícil de conseguir. Me encanta leerte y como siempre te imagino escribiendo, rodeado de tus perros, un copa de buen vino acompañando las palabras y la imaginación ahí, codéandose contigo.

    Lily Chavez

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