domingo, 10 de junio de 2012

Arturo Trinelli



Fidel, Trinelli y más atrás Arafat
 vidas desconchadas

     La mujer de mi padre se suicidó en el baño. Fue ingeniosa, evitó el clásico corte de venas en la bañera. Se colgó de la cortina de la ducha la que, con un nudo corredizo, afirmó de unos barrotes cruzados bajo la claraboya. Según la policía, la occisa (me quedó esa palabra) se subió al borde de la bañera y con el palo de la cortina la pasó entre los barrotes, hizo el primer nudo, luego el segundo y saltó al vacio cóncavo de la bañadera. Allí la descubrí yo aquella tarde de verano como un monigote tieso y la clásica expresión de burla de los ahorcados. Creo que no grité, tomé el teléfono y llamé a mi padre, él hizo lo propio con la policía y en un rato la casa bullía de gente y los vecinos atisbaban desde afuera. Era una buena mujer y según mi padre nada hacía prever tamaña decisión. Hubo trámites que demoraron la cremación y por supuesto no hubo velorio, solo un sombrío hermano de la suicida, mi padre y yo fuimos al cementerio, después mi padre se encargó de retirar las cenizas que anduvieron un tiempo sin destino por la casa hasta que no sé que hizo con ellas. Yo tenía 21 años.
     Hoy todavía siento temor al abrir la puerta del baño y más si consumí ácido porque sé que va a estar allí y que me va a hablar con la lengua afuera y no le voy a entender nada y la meada se me va a escapar del inodoro en el apuro por irme pero esa adrenalina es parte del juego del LSD y me digo vamos a ver a la occisa y siento que ella lo revive como un acto de amor que quizá le faltó en la etapa en que era una viva.
     Mi hermano se mató con la moto cuando tenía 18 años, 4 más que yo, atropelló a un caballo suelto en la niebla de una autopista. Rodri era un buen chabón . El accidente puso en evidencia que era el preferido de mi madre. Sostengo esto porque después del accidente ella nos abandonó a los dos, a mi padre y a mí. El argumento fue que si mi padre no le hubiera salido de fiador Rodrigo no hubiera podido comprar la moto ¿y yo? Qué tenía que ver. Tal vez se fue de manera preventiva para protegerme del peligro de las motos si fue por ello, fracasó, desde ese momento no he dejado de andar en moto y hoy es mi medio de ganarme la vida, soy motoquero.
     Mi viejo cayó en una depresión o eso creí porque abandonó el trabajo y se dedicó unos meses a intentar enviciarse con la bebida y a llorar las ausencias sin percatarse de la presencia. “Juampi”, me decía,” por qué tuvo Rodrí que matarse”. “Qué sé yo, no me parece que lo haya hecho a propósito”. “Y tu madre, por qué nos abandonó”. “Qué sé yo, ella está viva.” Así transcurría nuestra vida y encima, el perro y yo nos cagábamos de hambre. Más yo que el perro al que por las noches soltaba para que pudiera husmear en las bolsas de basura y hallar algo apetitoso. La bebida no logró que mi padre se aficionara a ese vértigo y en unos meses volvió a trabajar en su profesión de ingeniero. Nuestra vida desflecada pareció empezar a ser normal. Una mujer venía de lunes a viernes a cocinar, lavar  y limpiar. Yo regresé al colegio. Así pasaron unos años hasta que llegó la suicida y se hizo cargo de la maestranza en un remedo de familia ideal pero mi hermano seguía muerto, mi madre ausente y el perro más gordo. De todas maneras para mí no fue del todo una mala época todavía no se me había opacado la inocencia y en la niebla narcótica de algún porro reía con mi hermano amoratado por los golpes (atropellar un caballo en el siglo XXI ¡a quién se le ocurre!).
     En esos tiempos fue que tuve una novia a la que no pude retener cosa lógica si se tiene en cuenta que en mi familia nadie retenía a nadie y alguno tampoco la vida.
     Se trató de una vecina, una mujer de mi edad de formas delicadas, carácter afable y una dulzura administrada en dosis de seducción pero como los astros tenía dos caras y yo conocí la oculta, la que lejos de decepcionarme terminó por afirmar mi dependencia.
En Inés convivían ángeles y demonios unos para ceremonias corrientes y los otros para ceremonias secretas (sexo, drogas y demasiado rock and roll). Juntos hicimos cosas demasiado malas para narrar y que harían de este relato una pura ficción inverosímil. Los padres de Inés no me querían. Una conducta sensata porque ellos solo conocían la cara expuesta de su hija y cualquier equívoco debía ser atribuible a su compañero quien portaba una historia difícil es decir, yo. La sobornaron con estudiar en Canadá, donde vivía la hermana mayor, entre la opción de seguir rockanrolleando con un futuro que se angostaba día a día y la esperanza de joder en otro idioma no lo dudó y un día se fue, todos contentos, menos yo pero no se lo dije.
     Poco menos de un año después que la mujer de mi padre se suicidara él también se fue pero al menos lo hizo con vida. Intentó convencerme para que me fuera con él. La empresa abrió una sucursal en Córdoba y tuvo la oportunidad de irse a vivir allí como principal responsable.
     A los 22 años me quedé solo con el perro en una casa habitada por dos buenos fantasmas y el recuerdo de unos vivos que con el tiempo se fueron convirtiendo en desconocidos o yo lo hice para ellos.
     Un día apareció mi madre que no era el recuerdo que yo tenía de mi madre y en consecuencia era solo una mujer que por supuesto igual reconocí cuando abrí la puerta.
     Entró decidida como recién llegada del mercado, se dirigió a la cocina y se sentó a la cabecera como hacía cuando estábamos todos y ella era madre. Estuvimos un rato en silencio, le serví un té en mi taza y yo abrí una lata de cerveza. De pronto se tapó la cara con las manos y la convulsión de un sollozo escapó entre sus dedos. Un ansia irrefrenable de abrazarla me tensó el cuerpo. Me quedé quieto, se recompuso para decir “está todo igual” al tiempo que observaba la decadencia, “los distintos somos nosotros” agregué distante. Llegaron las preguntas que respondí con fingida neutralidad. Siguieron las justificaciones que no cuestioné entretenido en recordar imágenes de situaciones en la mesa familiar. No quise que la ternura desplazara al desamparo y regresé al presente para enterarme dónde vivía y con quien, a qué se dedicaba y a guardar un papel con su dirección y teléfono. Después la acompañé hasta la puerta y cuando me besó reconocí su olor y a punto estuve de quebrarme y llamarla mamá.
     Listo, todo siguió adelante como siempre sucede.
     Cada tantos meses mi padre me visitaba, salíamos a comer, íbamos a la cancha, me compraba alguna ropa, la pasábamos bien pero se volvía a Córdoba. Dejaba una estela de planes que invariablemente no se cumplirían. Tampoco rehizo su vida en el sentido tradicional del término pero mantenía un buen porte y cultivaba una vida atlética por lo que supuse que seguiría siendo un hunter de damas a la deriva.
     Llegó el año en que se murió el perro, enfermo de vejez perruna una mañana no se levantó y entonces sucedió, lloré sin consuelo (nadie podía hacerlo), hasta grité y terminé a los hipos con el valeroso Viruta en brazos, (ese era su nombre completo pero lo llamaba Viru), lo enterré en el jardín, envuelto en su manta, la que usaba para dormir.
     Fue más que un perro, fue mi confidente y el único que siempre supo qué me sucedía. Con su sabiduría atávica aguardó por los buenos tiempos los que nunca nos llegaron del todo y sin embargo nunca me perdió la confianza. Fue mi amigo.
     Un fantasma más para la casa y un compañero de rutas alucinadas que en estas nuevas circunstancias de ausencias ha logrado superar el ladrido, ahora me habla y dice cosas graciosas o mejor dicho, dice cosas importantes de manera graciosa o solo son importantes y el cannabis las hace graciosas.
     Un día cualquiera, el bueno de mi padre se puso la gorra y me bardeó mal, “sos un fumón, un alcohólico, un drogón”. Todas verdades que negué con énfasis sin dejar de reconocer que a veces…”Tenes que ir a un psiquiatra”, aseguró desde una supuesta experiencia el muy caretón.
     Le hice caso. El tipo es un viejo engolado que se me hace el amigote y yo le digo lo que quiere escuchar. Me sugirió llevar un diario, como si fuera una minita, entre sesión y sesión donde anote lo que hago y mis sensaciones.
     Escribo al amparo de un sol displicente de otoño que dibuja, a través de la ventana, formas extrañas en la pared desconchada. Intento descifrarlas quizá haya allí un mensaje algo que no logro entrever y que al fin, no me importa. Tal vez el sol del verano lo haga explícito. Falta mucho, debo seguir adelante.
     Así comienza mi diario.

7 comentarios:

  1. El mundo íntimo y despiadado de un suave perdedor acorralado por desgracias personales que lo dejan huérfano de cariño, entorno afectivo (excepto el perro confidente y algunas evocaciones muertas). El estilo de Trinelli nos lleva a recrear un relato de reminiscencias.
    Andrés

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  2. Un nuevo estilo, éste, Arturo. Más intimista, más parco, más sobrio -en qué sentido, pensarás. Sin alardes dramáticos, pero compartiendo las amargas realidades de una vida.Me pareció muy bueno.

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  3. Coincido con Nurit, un relato que se sale de los cánones habituales de CAT , mas humano,mas acorde con los sentimiento y vivencias del hombre universal- Me gustó mucho, mucho.
    amelia

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  4. Cuando a uno le parece que alguien es un narrador con estilo y cuando lee sus cuentos sabe que le pertenece, lo huele , ese hombre debe darse por satisfecho. Sin embargo, lo dicen los demás comentarios, Arturo Trinelli va en busca de más y logra en este relato (leí algún otro también) donde busca incrustar lo humano y lo logra. Felicitaciones Arturito y mi cariño de siempre amigo.

    Lily Chavez

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  5. Hay una persistente sombra en la vida del protagonista que no se victimiza y sigue adelante. Hoy, al releerlo , me tomé el trabajo de anotar esas frases sabias que suele el autor mechar en sus escritos.
    Felicitaciones, Carlos , y saludos.
    MARITA RAGOZZA

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  6. Natural, fluido, sobrio, sin ningún golpe bajo, Trinelli se adentra en el personaje tan desconchado como la pared y como ya se anticipa en el título pero dispuesto a seguir adelante. Hay ternura y hay humor. No hay lástima. Me gustó mucho
    Cristina Pailos

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  7. Sentado como lector a tu escrito, escritor: te vi con el vaso entre sorbo y relleno, expectante. Los ojos fijos en tu exacto punto de la ternura, domando un pesonaje desconchado doliendote doliendo sus fantasmas y "sus"...Todos sus "sus" sin pausas ni golpes bajos. A puro amigazo que se abre. Quise reconocerte de otros lugares, pero no...este es uno nuevo. Tal vez más tuyo de adentro que de afuera, tal vez tan de afuera que no sale de adentro. Me conmoviste. Suele ser muy grato ser lector oreja de un personaje que tiene que contar sus ternuras. Abrazo. ElsaJaná.

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