miércoles, 27 de junio de 2012

ElsaJaná




colores al agua…

 El agua no nos iba a disolver. Lo sabíamos. Pero… las acuarelas se desteñían hasta confundirse con el color en que se tocaban. Al agregarles agua, se diluían en fibrosas humedades de tonos impensados que tardaban en secar. Fas-cin-antes… (así solíamos jugar silabeando para descomponer palabras con otros tonos y meternos de lleno en los laberintos de la pronunciación: ese lugar de reencuentro con nuestros propios recovecos). Pablito se inclinaba por los pinceles y nunca salía de ellos. A mí, me excitaba embadurnarme las yemas de los dedos con tonalidades en colores de agua que se iban aclarando más y más, igual que mis interiores. Solía quedarme tieso mirando, sólo cuando se formaba el tono gris sucio del río, y rodaba el sudor por la espalda húmeda sin colores y el aire empezaba a ralear… Siempre inevitable, con la impulsiva necesidad imperiosa de dibujar a pincel una flor flotando en fibras muy mojadas, que me secaban de algunos trozos de memoria pendiente cada vez más descoloridos sin perder intensidad…
A veces, los recuerdos son así. Matices confusos. Frágiles hilachas de tiempos idos pero aún aquí, que se diluyen y se mezclan… Vocablos de color armándose en hilos al agua. Memorias que dejan de ser originales de tan colectivas pero no por eso menos propias. Encrucijadas de recuerdos mezclados con silencios de voz y de vos…y de tantos mí, como puñados de dolor flotantes que el agua no va a diluir ni se va a tragar nunca jamásssss… Luego, respiraba cortito y rápido secando mis propias humedades hasta recuperar el aliento e intentar otro color. Y sobre papel áspero, descargaba puñetazos de memoria en huellas digitales que se hundían y me hundía, encimándose confundidas entre sí… Vidas… Volviendo y volviendo a colorearse al paso de agua sobre las porosidades de la hoja en blanco. Huellas al rescate en colores, creando por sí mismas formas que esta vez sí me iban a hablar…
Pablito no. Era muy prolijo. Nunca se ensuciaba hasta el día en que nos ensuciamos juntos. Usaba pinceles de diferentes tamaños para lograr los grosores deseados. Poseía rasgos de precisión. A mí los sitios precisos se me aguaban como las acuarelas, y los bordes quedaban deformes expandiéndose unos dentro de los otros hasta prolongarse en cada vez más tenues sostenes de color atrapándome hasta el éxtasis. Nunca tuve contornos porque la vida me descontorneó de entrada. Las sensaciones emocionadas, me exploraban sentires y recuerdos arraigados que se deslucen ahora sobre el papel sin oponer resistencias. Pablito cuidaba los límites y medía las luces. Y las sombras…

Siempre le tuve miedo al agua. Se tragaba mis barquitos de papel por las alcantarillas los días de lluvia. También a la natación. Hasta hubo una vez en la que casi me ahogo en la pileta del club. Pablito se largaba sin ningún miramiento desde el trampolín en lo hondo. Y después –porque siempre había un después-, sacaba la cabeza del agua sacudiéndola y aspirando profundo y cortito. Me buscaba con la mirada burlona por mi respetuoso miedo al agua. Tenía esa insidiosa y molesta costumbre insistente de sumergirse en lo hondo. Yo movía las patitas de rana pero… no me soltaba de las escalinatas de hierro por si acaso. Terror a encontrarme falto de aire en las profundidades imposibilitado de hacer pie para emerger, sacudir la cabeza y aspirar una y otra vez, igual que Pablito.
Pero un día, estaba Alicia, mirando. Y por no tildarme de mariquita, temblando me solté de la escalerilla. Abrí los ojos con muchas cabezas en derredor observando -y sólo observando-. Y cuando me trasladaban en la camilla a la ambulancia, la voz de Pablo se diluía entre los píos de las aves y el rumor humano con un “te salvaste de pelito, menos mal que estaba ahí…”, y entonces tropecé con los ojos de Alicia antes de cerrar la vergüenza en los míos…
¿Si uno no hacía pie, se podría flotar sin que el agua te tragara hasta desaparecer por el desagüe de la pileta cuando la vaciaran para limpiarla? ¿Y si no se pudiera flotar, a dónde iría a parar…? Fantasías adueñándose de mí, capaces de imaginarme y superando los límites normal-es de mis miedos. La obsesión lindaba conmigo y aún no dejo de temerle. Tampoco a las burlas de Pablo que me siguen haciendo pensar en la fuerza de succión de los desagües. Esos que me devoraron tantos barquitos, riéndose burlones con su gran boca de traga-mierda repleta de sonidos huecos a agua cayéndose… Ya de más grandes, los miedos a las burlas e incitaciones de Pablito pasaron a ser las de los cual-qui-eras que expusieran a flote las evidencias de mis laberintos internos.
Perdí el temor a los desagües por la fuerza ante el grito de Pablo, vení, corre, entrá ya! Al final, terminaron en refugio de nuestros propios escapes… y después de todo, no eran tan peligrosos ni a las entradas ni a las salidas, donde los conductos se ensanchaban y la mierda no olía tan mal. Nunca los había usado de niño. Entonces, sólo los contemplaba sol-o, respetuosamente asustado. Pero Pablo tenía poder sobre mí, igual que los colores al agua, igual que las fantasías adueñándose de la imaginación… Y en definitiva, lo que acababa de ocurrir en su casa aquel día imborrable, lo justificó todo hasta la mierda. Bajábamos por la escalerilla oculta bajo el ligustro, volviendo del techo al balcón para regresar a la cama sin que nadie se diera cuenta de que habíamos escapado a observar la constelación de Orión… Se me cuelan flashes que ni fantaseados podrían ser más atroces… Por una claraboya pudimos ver aquello que detuvo nuestro desliz bajando del techo para siempre. Y no era fantasía. Lo estábamos viendo mientras aprendíamos cómo es que el alma se desgarre. Instantánea precisa de memoria que nos llevó a perder el interés por las constelaciones. Punto. Sí. Hay que ponerle un punto al dolor. Marcar el límite, pero puntuarle algunos suspensivos para que los retazos de memoria no se diluyan del todo. También hay que darle lugar a las almas que intentan liberar sus memorias al agua del color gris asuciado.
Por lo demás, los colores también viven tiempos que asepian a puro desgaste. A ellos también se le suman años que restan cada diez más. Y retornan, como elixires de jugosas peras de invierno que ya no se degustarán. Y de pronto reaparecen. Ya no imaginarios pero sí difusos. Contornos extraños de memorias que diluyen recuerdos para crear tonalidades nuevas que aún desconozco, pero que están. Aquí, allí, a donde quiera que vaya la memoria por sus recovecos en parches. Tangibles y reales como los afectos que voy a recuperar pero distintos, y algunos, que tal vez ya no, mientras miro hacia el río, río ensuciado de vidas truncas sin ganas casi de reír…

Relojes de arena se dan vuelta por sí mismos cada diez años hasta nunca jamás… Cada quien arrojará sus propios matices hasta que un cero más nos acerque al centenario. Un centenario hacia el que también vamos en lo personal sin esfuerzos y sin fuerzas ni propias ni ajenas. Inevitable y casi siempre inalcanzable, gracias a la vida que pone ese merecido punto a las decenas o en medio de ellas. Nos vamos aproximando al Instante de dejar de pintar. Y habrá un después. Siempre habrá un después de. Y en ese teimpo, alguien deberá tomar una pincelada de los colores al agua y liberarlos del río ensuciado… Quienquiera que seas en ese después, gracias. Las pinceladas permitirán rescatar las fibras de memoria liberándolas de su prisión de nada más que agua sin límites, tragándose voraces frágiles barquitos con mensajes secretos cayendo por las alcantarillas.



4 comentarios:

  1. Hay un predominio del expresionismo, con el cual la autora busca esencia y existencia a través del arte de pintar, la propia visión del color, la presencia del agua, mostrando su propia mirada.
    El estilo es suave y tembloroso con un lenguaje muy cercano a lo poético, con algunos huecos que el lector debe rellenar.
    Gracias, Elsa, por tu forma de comunicar y narrar.
    Felicitaciones y saludos.
    MARITA RAGOZZA

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  2. Narrado sin aliento y con el agua como eje, como purificación de los miedos, agua que tiñe y destiñe con la esperanza latente del después como un enigma que atravieza todo el relato. Carlos Arturo Trinelli

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  3. Me gusta esa gran metáfora del agua que fluye, de los contornos que se borran , de las acuarelas que vamos pintando pero que el resultado final es lo que el agua quiere que sea: los colores cambian.Y sin contornos se mezclan huellas-marcas, blancos de silencio, trazos cortados en algún punto de misterio. Extasiada frente al agua, persiste el temor a la alcantarilla y reflexiones. Muy bueno
    Cristina Pailos

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  4. Elsa querida , me encantó : como el agua tiene el color que adopta el que la lee, textura, movimiento , sabor, olor , no vale lo de "inodora, incolora insípida" Felicitaciones.
    AMELIA

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