martes, 26 de junio de 2012

Medardo Fraile




Medardo Fraile (Madrid, 13 de marzo de 1925) es un escritor español a menudo adscrito a la llamada "generación del medio siglo" y uno de los principales exponentes del cuento español de la segunda mitad del siglo XX. Ha publicado también teatro, novela, ensayo y crítica literaria.

el álbum

Entraron aprisa en el café y se sentaron. La impaciencia les encendía los ojos al dejar el paquete sobre la mesa. Ella, apenas sentada, comenzó a abrirlo, mirando con amor, alternativamente, la cinta roja sobre el papel y el rostro de él con ligero orgullo protector y expectante.
–¿Qué van a tomar?
–Café con leche. ¿Y tú?
–Lo mismo.
En la mesa apareció con pastas de color azul marino, como el traje de los días señalados, el álbum de las chocolatinas. Era un gran día. Habían hablado de él como se habla de cuando llegará un niño. Aquel álbum representaba el tesón del novio en su niñez, que había reunido una estampita tras otra hasta cubrir todas las ventanillas sin paisaje de aquel libro difícil. Sus compañeros de colegio –él lo recordaba– habían dejado en el álbum huecos de desamor y desidia. Y el álbum, ahora flamante sobre la mesa, mostraba la solicitud en el tiempo de un hombre cuidadoso, fiel toda la vida a sus más inocentes alegrías, al objeto de su ilusión más nimia. Para la novia, aquel álbum azul implicaba tesón y constancia. Tenían sobre la mesa el café con leche del amor humilde, pero tenían también dentro del libro las maravillas
todas del Universo, y se pusieron a deshojarlas con lentitud amorosa, como si en ello les fuera su felicidad, el sí o el no.

–No: hoy «Las Mariposas», no –decía ella con tremendo gozo–. Hemos visto ya «Los Grandes Inventos».
Cada hoja les aproximaba, día tras día, un poco más. El día de «Las
Mariposas», ella balanceó sus pestañas en el aire hacia un hombre joven que estaba enfrente sentado, y él –el novio– tuvo celos. Pero ella ni había mirado siquiera a aquel hombre: quería simplemente mariposear con sus finas pestañas.
El día de «Las Aves Domésticas» proyectaron un canario naranja transparentándose en el hogar que tendrían, en la ventana con sol: «Mejor, blanco», insinuaba él. «No, tiene que ser naranja», decía resuelta ella, entornando los ojos como si le dañara el agridulce color del pájaro. Las «Aves Exóticas» pusieron sobre el pelo de ella, suave, un sombrerito atrevido de vistosas plumas en una tarde con risa en el mundo, y champaña y «confetti». En «Flores Para Regalo», él la obsequió con doce tulipanes para que no olvidara alguna cosa. Al llegar a «Animales Prehistóricos», tuvo ella miedo y se acercaron más. Él quiso continuar más días viendo «Los Animales Prehistóricos» pero ella se negó y entró en la hoja rutilante de «Las Piedras Preciosas».
Ante «Las Piedras Preciosas» él anduvo receloso por sentimiento atávico.
Veía en los ojos de ella cierta cortesana desfachatez, ciertas desmesuradas pretensiones, que le tuvieron en desazón toda la tarde y que interpuso entre ellos una pastosa frialdad anfibia. En «Las Algas» enredaron sus dedos, manos, brazos, miradas y palabras. Con «La Evolución del Automóvil» lo pasaron bien, dieron saltos y frenazos bamboleantes sobre sus sillas. Con «Las Fieras» se identificó ella de tal forma, que los ojos se le llenaron de instinto y él se encontró como un domador trágico que de un instante a otro podía perecer. Con «La Fauna del Mar» cruzaron una y otra vez por los ojos de él y de ella los peces cariñosos, perezosos, suaves, del amor, y estuvieron pasando toda la tarde mansa, humildemente. Al llegar a «Las Frutas», ella, con un rubor, posó su mano sobre las manzanas para que él no tuviera ningún pensamiento avanzado, para que no pensara como Adán.

Terminaron el álbum, y estaban tostados y palpitantes como después de
un largo viaje. Era como si volvieran con los mismos recuerdos de una luna
de miel respetuosa. Ella esperó todos los días –sobre todo el último– a que
él dijera: «El álbum, para ti, te lo regalo». Pero no lo hizo. Llenar aquel libro
de cromos había sido la gracia de su niñez, le había proporcionado entrada
de honor en todas las visitas. Y cogió su álbum y se lo guardó. Ella, de haberlo tenido, le hubiera devuelto su regalo en palabras llenas de entendimiento y colores, en experiencia del mundo, en primores de planta y honduras de
mar. Pero así las tardes fueron enfriándose, se aburrían y hacían tos de las
palabras rotas. Y un día ella –que se había enamorado de aquel álbum– le
dijo adiós a él. Y él tendrá que sacarlo de nuevo en su vida, cuando llegue la
hora, sin atreverse a regalarlo nunca. ■

2 comentarios:

  1. La magia de los objetos, fetiche que enamora en su inocencia y cuya propiedad no se negocia. Un ejemplo de como a partir de algo menor se puede escribir un magnífico relato, Carlos Arturo Trinelli

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  2. Qué hermoso cuento! No tengo palabras para analizarlo y expresar un sesudo comentario. Sólo puedo decir que me arrancó una sonrisa, que mi corazón palpitó con más fuerza junto con "las fieras" y se desanimó con "las piedras preciosas". Me encantó

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