miércoles, 4 de junio de 2014

Paula Andrea Sela




Solo aquí no pasó nada (fragmento de la novela del mismo nombre)

Tenía siete años cuando liberaron a su padre. La madre viajó con ella a esperarlo, tenía que aterrizar a la tarde y como vivían tan lejos del aeropuerto salieron por la mañana.
Su madre temía que el  viejo Subaru del kibutz les causara problemas, pero viajaron rápido y llegaron dos horas antes. Pasearon un poco entre los negocios. Los puestos de comida y bebidas le despertaron el apetito pero su mamá no aceptó comprar nada, dijo que ahí todo es muy caro y que no quiere malgastar plata porque sí, que si tiene hambre hay sandwiches que trajeron de casa, pero ella no quería los sandwiches de la casa, porque sabía que eran de margarina con aceitunas y ya había comido uno por el camino y no albergaban la promesa de lo que vendían en el kiosko.

Al final la madre accedió, estaba tan nerviosa y distraída que simplemente se rindió, pero solo aceptó comprar un bocadillo y en el momento de acercarse al mostrador se acordaron que era Pesaj*, pero ella temìa que si se arrepentía no le comprara nada ý compraron un pancito de harina de pan ázimo con atún que era repugnante. Pidió un helado, pero la madré se enojó y le dijo que la deje de fastidiar. Pasearon otro poco y cuando se cansaron se sentaron  en las sillas de plástico. Ella observó a la gente que pasaba –los que viajaban, que caminaban con valijas y parecían alegres y emocionados, los que recién habían llegado, que encontraban a familiares o amigos que los esperaban, sosteniendo  ramos de flores o globos y regalos y conversando agitados, todos a la vez. Ella no pertenecía a ninguno de esos grupos- Por supuesto que ellas no viajarían a ningún lado, pero tampoco se identificaba con el otro grupo, porque esas eran personas que volvían de un paseo. No había allí ninguna nena que no habia visto a su padre durante tres años y que no supiese siquiera si lo iba a reconocer, porque en la única foto que tenía, él estaba un poco borroso, con bigote y anteojos y unas sonrisa chiquita, como si se contuviera para no reírse.

Las otras fotos quedaron en Argentina, junto con muchas otras cosas, en el departamento que sus padres debieron abandonar de repente cuando vino la policía. Algunas cosas las recuerda en forma difusa, muy borrosas, como el filo de un recuerdo: El gusto de los caramelos que cambiaban de color o el vestido azul con botones dorados que llevaba puesto en la única foto que tenían, la misma en que estaba su padre y cuando la vió se le despertó ese recuerdo dormido.
De vez en cuando miraba a su mamá para preguntarle algo que le llamaba la atención, pero ella estaba tan tensa, fumaba un cigarrillo tras otro y miraba una y otra vez la enorme pizarra que anunciaba los aterrizajes, por eso Daniela callaba y se guardaba las preguntas, fuera de una vez que preguntó –"¿mamá, qué mirás?" Y la madre le explicó que allí decía cuando aterrizaría el avión del padre, y ella preguntó, "¿Cuándo?" Y la madre dijo –"A las cinco y media"´y ella preguntó –"¿Cuándo serán las cinco y media?"
Y entonces la madre dijo –"Basta Daniela, basta de preguntas."

Se quedó sentada en silencio y no habló más, y en cierto momento la madre dijo de repente –"el avión aterrizó",  por un instante pareció muy contenta, y fueron a pararse al lado de una gran ventana de vidrio a través de la cual se podían ver más y más personas que llegaban y se encontraban con sus familiares, pero a él no lo vio, y ya le parecía que nunca llegaría, que se ahora descubriría lo que sospechaba  desde que tenía memoria –que no tiene ningún papá, de verdad que no tiene, como le dijeron una vez Nadav y Ofrí en la escuela, vos lo decís por decir, pero tu papá no está en Argentina, vos no tenés ningún papá.
Y de pronto su mamá le agarró la mano con demasiada fuerza y le dijo – "Ahí está, vení";y ella fue detrás  y supo que debería estar emocionada pero no sintió nada, estaba cansada y solo quería llegar al auto para acurrucarse en el asiento trasero y dormir todo el camino. Entonces lo vio.

Un hombre alto y flaco, con barba y bigote, no como en la foto que tenía solo bigote. La barba la asustó mucho, parecía uno de los ladrones del libro Alí babá que tenían en el jardín de infantes, y justo en la cabeza no tenía mucho pelo y era gris, como el de un viejo.

Él abrazó a la madre y ella vio que los hombros le temblaban. "Qué, ¿está llorando?" pensó, y eso también la atemorizó, y en aquel momento, ese hombre que de hecho ella no conocía, la miró y le dijo "Graciela, Gracielita", y abrió los brazos, ella no quería ir pero sabía que era su deber y él la abrazó, tenía un olor raro, no el de Argentina, como su abuela y Dorita, la amiga de mamá, un olor distinto que la puso triste. Todo era triste ese día. Después fueron a tomar café en el bar antes del largo viaje a casa, y por un momento se alegró porque le compraron coca-cola, pero la alegría se evaporó bien pronto, tomó un poco y nada más, de repente no era tan rica,  los miró mientras hablaban y casi se durmió con la cabeza sobre la mesa.

"Hay que volver, la nena está cansada", dijo él en castellano y un segundo antes de dormirse pensó "no sabe hebreo", y se preguntó cómo podría hablar con él, hace tiempo que no habla en castellano,  todavía alcanzó a sentir unos fuertes brazos que la levantaron, era muy agradable, y después se despertó en el sofá de la pieza de mamá en el kibutz y se fue para el dormitorio de mamá a dormir con ella pero su papá, ese hombre con el extraño olor y el pelo gris, la llevó de vuelta al salón y la dejó ahí. Y todo lo que lloró no le sirvió de nada.

* fiesta en la que no se comen productos con levadura

Paula Andrea Sela (traducción de Ester Mann)

4 comentarios:

  1. El recuerdo es la tinta que escribe el instante, y la historia real se plasma con un lenguaje ameno y casi coloquial que con buena traducción adquiere una velocidad segura y estable.
    Un logro compartido por madre e hija a las que dedico mi felicitación.

    Celmiro Koryto

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  2. La narración atrapa y el punto de vista narrativo logra darle ternura al drama de fondo, ojalá sigan las entregas, Carlos Arturo Trinelli

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  3. Me sumo a Celmiro ''el recuerdo es la tinta que escribe el instante'' esa tan bella y poética frase para atesorar con palabras estos breves párrafos, que hacen imaginar el desarrollo de una novela atractiva. Lenguaje simple y bello, me encantó el detalle de llevar los sandwiches, ( lo hacía mi madre cuando éramos niñas mis hermanas y yo). Felicitaciones a Paula y como Arturo Trinelli espero sigan las entregas. gracias. marta comelli

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  4. Tan niña, tan real, tan no cuento, ella hace de él la necesidad de el no olvido de un pasado imposible de no reactualizar. Hermoso y tierno en ese apegamiento a su mamá en instantes nuevos y reveladores. Un abrazo, Paula. Sonia Figueras

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