En la más absoluta soledad me recuesto.
Prostituida virgen de los desamparos.
Pido tu clemencia de páramo, madre.
Yo, la no deseada. La que interrumpe la noche con su grito.
Yo, la rapaz. La procáz La vomitada por los dioses.
Yo, salmuera, concentración de escarias.
Estoy aquí en el Sur de tu sur.
Escondida bajo tu propia mesa.
Como un perro. Un pez. Una cucaracha.
Estoy muerta, lo sabes y lo niegas.
Tírame un hueso y moveré la cola.
Tengo hambre de arenas movedizas.
De pan, de cebolla, de cristales.
Me aprieta, hasta morir me aprieta el hambre.
Hambre de barriletes y corcheas.
No entiendo, madre, no entiendo.
Hambre de preguntas, tengo.
Y el mar me llama y el oasis.
Tristeza soy y mandrágora y telaraña.
Arrúllame madre así, así.
En la más absoluta soledad me recuesto… entre tus brazos.
Quiero morir entre tus brazos, madre. Así, entre tus brazos.
Amelia Arellano
Querida poeta: aunque no tan seguido como quisiera, me hago el tiempo de venir a leerte y deleitarme con tu palabra. Un placer, mujer! Abrazos.
ResponderEliminarUn hambre con sabor amargo de tristeza y el equilibrio de cada palabra al borde de la cornisa, como siempre, excelente, saludos, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarDetrás de la tristeza y el hambre de preguntas siempre hay un sol que brilla...
ResponderEliminarBuen trabajo.
Cuánto, Amelia poeta, cuánto en estos versos. Leerlos es un gusto con sabor amargo y placentero. Gracias. Un abrazo.
ResponderEliminarSonia Figueras
¡Que espíritu desamparado se esconde en estos versos! Saludos. Marcos Kesselman
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