miércoles, 4 de junio de 2014

Cristina Pailos


EL GOTICO PORTEÑO


Aquel jueves fui al Banco y deposité dinero por caja. Iba a viajar en dos días y no me entusiasmaba dejar en mi casa dinero en efectivo ni llevarlo puesto. Pero no calculé bien y ahora me quedaba demasiado poco dinero en efectivo. Me detuve en el cajero automático antes de salir y saqué  lo que me pareció suficiente. De pronto advertí que me faltaba la tarjeta. La mañana venía mal.
           Cuando una tarjeta queda enganchada, la máquina la retiene pero esta vez no hubo caso, la tarjeta no apareció. En el Banco se preocuparon. Bloquearon mi cuenta porque podía haberla sustraído el cliente que me seguía en la fila. Ese día ya no se podía hacer más nada por una cuestión de horario. De no tener que viajar, no hubiera sido problema porque en diez días tendría otra tarjeta, pero les expliqué que todo tendría que estar arreglado el día siguiente .
          Me redactaron una nota para el Tesorero o el Gerente de cualquier sucursal en Buenos Aires del mismo Banco y ahora todo dependía de la actitud de dichos funcionarios. Viajé el sábado temprano y pasé un fin de semana con gran incertidumbre. El lunes en la mañana todo se resolvió en quince minutos en una sucursal del barrio de Congreso.
          Era la primera vez que me hospedaba en ese hotel. Lo elegí por Internet porque a una cuadra de Corrientes y Callao  tenía cerca todos los lugares que me interesaban para esos pocos días: los teatros, centros culturales, librerías, casas de música y El Gato Negro, mi lugar preferido para encontrarme con viejos amigos. Llamé a todos y en pocas horas estaba feliz tomando café con semillas de cardamomo que perfuman la boca y una atmósfera aromatizada con especias del mundo.
          No me imaginaba que pronto comenzaría la peripecia y que no me reiría más, o por lo menos por un largo tiempo de los supersticiosos, cabalísticos , creyentes en el mal de ojo, o en el ensañamiento del Maligno. Ellos hubieran advertido que el incidente de la tarjeta en el Banco ya era una señal que yo no estaba capacitada para percibir.
          No pude ver ninguna de las obras de teatro que había seleccionado : o las entradas estaban agotadas o las compañías no trabajaban en los días de mi estadía. Abundaban los espectáculos de stand-up y la publicidad de los mismos cubrían ambas paredes a la entrada del Paseo de la Plaza. Más de lo mismo. Cuando hay tanta repetición , la creatividad no existe. No dudo de que alguno podrá ser bueno, pero por lo general se trata de alguien que se sube al escenario como quien sube una foto en facebook y repite las mismas idioteces que nos tienen acostumbrados los animadores de la Televisión. El tema es exhibirse. Es una producción barata: no hay escenografía, chicos que están estudiando o son simples “facilistas”, ni idea de arte. En la calle había  muchos chicos y chicas que repartían publicidad para tales espectáculos. Una de esas jóvenes, rubiecita con cara de ingenua o de ignorante (a veces resulta difícil captar la diferencia), no sé por qué me confundió con turista extranjera y me dijo: -: kam and jav de gud están ap. Me quedé mirándola un instante, callada y con pena , entonces ella , en su desenvoltura de aspirante a actriz, creyó comprenderme: La obra es en español, también, no sé si entiende. Hablamos español también. Largué la carcajada y la contagié. Las dos nos pusimos a reír a carcajadas  y agregué: En ningún momento pensé que hablarías otro idioma además del porteño.
-Yo sabía que ésto me podía llegar a pasar- le comentó al muchachito que cumplía la misma  función que ella a sólo unos pocos pasos. En un rato dejarían la publicidad y actuarían en el estan ap.
          La Feria del Libro no me atrajo mucho. Hace años que me viene defraudando, salvo alguna charla o actividad importante. Esta vez, le dediqué más tiempo  a las provincias argentinas. Leí tantos retazos de historia que no conozco, escuché poesía tan buena como desconocida  y me detuve un buen rato frente a un maestro santiagueño que enseñaba al público el acompañamiento del bombo para chacarera: pa-pá y ma-má, pa-pá y ma-má y su didáctica tan clara y tierna tuvo una respuesta inmediata : cuando los dejé ya tocaban muy bien niños, jóvenes y ancianos. . El público no era mucho pero de sus rasgos y del recogimiento afloraba una identidad de siglos. ¡Que flojo es nuestro federalismo! Es demasiado lo que desconocemos.
          Tenía el antojo de escuchar a Coetzee pero una amiga me desanimó: esta Feria sigue mal organizada como siempre, te vas a tragar una cola kilométrica , te hacés bolsa la columna y después sale en la Revista Ñ o en algún artículo de Silvina Friera en Página Doce. Mejor , lo escuchamos mañana en la librería Eterna Cadencia. Me pareció raro que todo el público que arrastra  semejante personaje pudiera entrar en ese bolichito, pero no dije nada. Efectivamente, era para invitados especiales. No pudimos entrar. Conclusión: no lo escuché ni en la Feria ni en este boliche de  cultos snobs , fashion, o como más me gusta llamarlos: los tilingos de siempre, amantes de puertas angostas . Ese día terminé furiosa.
          El MALBA era una visita que no podía  fallar. Allí se presentaría el libro Dora Maar , prisionera de la mirada , una fotógrafa argentina que fue amante de Picaso y terminó loca. La autora es mi amiga Alicia Dujovne Ortiz.  Ella vive en Francia y esta biografía salió en francés hace mucho pero ésta sería su primera edición en castellano. .Además, sabía que la investigación que realizó Alicia sobre varios personajes de esa vanguardia tan talentosa como trastornada le llevó bastante tiempo, lecturas y viajes para localizar documentos o personas. Eduardo Cosarinsky y Alicia dialogaron sobre la obra y fue una presentación muy buena. Tengo la impresión de que el público quedó atrapado para leerlo.  Fui al lobby a comprar el libro para que Alicia me lo firmara.  Reultó caro , como todo lo que se  compra en el Malba y una mujer bastante mayor y muy elegante me pidió que se lo prestara para ver las fotos. “El libro no tiene fotos” le dije.” La única foto es la de la tapa y es la misma que fue fondo de escenario durante la presentación”. Los gestos de la mujer se volvieron agresivos y tironeaba el libro para su lado y yo con fuerza lo retenía y tironeaba también para el mío. En un momento, azorada, miré a mi amiga Juanita y le dije: “Esta vieja me lo quiere robar”. “Sí” dijo mi amiga “voy a llamar a la guardia o a la policía”.  Ahí aflojó.
Nos quedamos un momento pensativas o reiterando alguno de nuestros comentarios sobre la decadencia y salimos. Ya estaba oscuro y la silueta de la mujer alejándose de prisa  se perdió entre las ramas desnudas y troncos retorcidos de las arboledas otoñales veladas por la niebla. Esa noche cené con  amigos en un lugar muy lindo y vimos una exposición fotográfica .La charla fue animada con muchos chismes que no se pueden comunicar por mail. El día siguiente lo dediqué a hacer compras, caminar por rincones de Buenos Aires donde se amontonan muchos de mis recuerdos. De regreso, me acordé de la tradicional Pizzería La Americana, a una cuadra del Congreso.
 Iba por Callao en esa dirección y al pasar por uno de los contenedores de basura,  altos y de color verde oscuro, vi que a su alrededor estaban sentados en el suelo, o contra la persiana de un negocio cerrado, unos cuantos jóvenes de la calle de aspecto poco amigable o al menos, nada expresivos. Justo al pasar frente al contenedor, sale de atrás del mismo, un hombre joven con un ojo y parte de la cara tapada por un parche negro, además de un tajo que abarcaba la mitad de la otra mejilla. Me impresioné. No sé, pero reculé asustada. Él se cruzó frente a mí y se sentó con los otros contra la persiana del  negocio cerrado. Desde allí , en voz bien alta y feísima expresión de odio me señaló: -“Usted me ofendió. Si, me ofendió. Me discriminó. Vaya tranquila que hoy no tengo ganas ni de robarle ni matarla pero cuídese . ¿Me oye? Cuídese”
          Entré en la pizzería reprimiendo todo el miedo que llevaba para no parecer una fugitiva perseguida por la policía o por chorros rivales y que algún comensal se le ocurriera lincharme. Me senté en una mesa del fondo desde la cual podía ver la puerta y toda la vidriera. Las empanadas estaba ricas  pero en ningún momento dejé de pensar: ¿Y ahora como salgo? Al fin me largué por Rodriguez Peña. No volví por Callao.
          No dejé de  dar una vuelta por lo que fue mi barrio durante casi cuarenta años: la zona del Hospital Alemán. Siempre que voy por allí siento que todavía el lugar me pertenece y me dan ganas de quedarme aunque fuera en la cucha de un perro, pero esta vez, fue un poco distinto. Algunos negocios de antes se mantienen : Quebec, la panadería y confitería frente al Hospital y más adelante, Karen , donde de vez en cuando iba a comprar la Sachentorte, la famosa torta austríaca. También se mantienen por la Avendia Salta Fe algunos rasgos característicos : El Ateneo, la Farola, Babieca y la funeraria Lazaro Costa. Las casas de moda están invadidas por chatarra repetida para chicas plásticas que  no entiendo. Visité al portero de mi ex edificio y me pareció que ese sí  debe tener algún pacto con el Maligno porque lo encontré más joven que antes. Me dieron ganas de pedirle  el dato, porque yo quería también hacer algún pacto con ese personaje que tanto me estaba cargoseando.
           Al mediodía almorzé con un amigo en Babieca de Santa Fe y Riobamba y por no meterme en el hotel, fui a tomar un café en un Bonafide , a unos pasos del Palacio del Congreso. De pronto apareció entre las mesas , uno de los negros africanos, creo que la mayoría son de Senegal, y que venden chucherías .Ofrecía carteras y cinturones. Se acercó a mi mesa y le dije: -no gracias; fue a la mesa de al lado y el hombre que estaba allí dijo lo mismo- no gracias-  Empezó a gritarnos –puteadas o maldiciones en su idioma-  con un odio y agresividad en la mirada que me volví a asustar de tal forma que dije en voz alta la estupidez más increíble - pero éste también, ¿que tienen conmigo, que les pasa en esta ciudad que todos me insultan? Me quiero ir- Entre tanto, había llegado el mozo y comentó que por lo general, esos muchachos senegaleses son buenísimos, no roban, no matan, no quieren tener problemas con nadie pero éste es una maldición, vive echándolo pero vuelve. Le dijeron que es muy malo y además está loco. Por supuesto que el mozo se dirigía más al señor de la mesa de al lado que a mí, porque después de haber oído mis palabras, habrá pensado : el africano no está bien de la cabeza pero ésta no parece estar mucho mejor. Decidí regresar por Callao pero por supuesto sin cruzar la calle porque no me olvidaba del tuerto con parche y cara cortada que andaba por la otra cuadra pero por la vereda de enfrente. Seguí tranquila: con un ojo solo, con tanto tráfico y gente caminando , más alcohol y quizás paco, no me iba a ver. Hice media cuadra cuando veo que junto a un contenedor se asomaba el parche negro, -por suerte estaba ocupado con algo , mirando el suelo-pasé rápido, me metí entre un grupo de mujeres que iban en patota y me apuré : él también había cambiado de vereda.
 Por momentos me parecía increíble . Este viaje parecía un disparate de ficción. 
El último día fue húmedo y con una amiga decidimos ir a ver Betibú en un cine de Palermo. A la salida llovía bastante. Tomé un micro que me dejó en Uruguay y Corrientes. Cuando llegamos a la parada, y yo ya estaba bajando los escaloncitos, no podía acceder a la vereda. Había mucha gente alterada que pedía ayuda: policía, bomberos, SAME porque allí se había tirado una mujer desde el cuarto piso de un edificio y estaba tirada en la vereda. “Pensé : basta , Maligno , hijo de puta, ahora me tirás cadáveres en la cabeza” pero  por suerte, no lo dije en voz alta. Sólo pregunté : ¿y donde está la señora?
Allí, dijo uno señalando a la izquierda, y enfilé para la derecha sin mirar. Doblé en la esquina de Corrientes  y al llegar a la entrada del Patio de la Plaza había otra muchedumbre mirando para arriba y varios camiones policiales. Entre la multitud estaba la rubiecita con la publicidad del stand up, me reconoció, nos dimos un beso, me presentó a su amigo: “Esta es la señora de la cual te hablé” Nadie sabía decir que pasaba ni por qué miraban para arriba. Miré a uno de los camiones policiales y observé que decía Tanatorio y le dije a la rubiecita: “Si dice Tanatorio es porque debe de haber algún cadáver y la rubiecita empieza a gritar: “Chicos, chicos, dice la señora, mi amiga, que hay un cadáver”. Me fui, porque lo único que me faltaba era que me llevaran a la comisaría a declarar.  
          No podía ser. ¿No sería que el Maligno fabricó esta historia y en realidad el viaje nunca existió? Y de pronto me acordé: Cuanta razón tenía Carson McCullers al presentar lo aberrante y lo ridículo como sublime imagen de la decadencia. Se produjo la epifanía. En la habitación del hotel descubrí que con ayuda o no del Maligno este viaje era original y único como nunca hubiera imaginado. No hay Agencias de turismo que vendan el paquete  Buenos Aires gótica. Había que disfrutar lo siniestro. . “La Balada del Café Tristre” y tantas imágenes del gótico sureño estadounidense me aparecían ahora desteñidas y distantes Se me ocurrió seguir metida en esa decadencia hasta el fondo, hasta el momento de partir.  Era mi mini vacación gótica. Empecé a reírme ante una originalidad no buscada.
          A  partir de la una de la mañana, quizás, y especialmente entre las dos y las cuatro, llegan a  la  Avenida Callao, y supongo que también a otras calles, los personajes de la noche . Apagué todas las luces de la habitación y me quedé en la ventana. Me convertí al voyerismo más fanático. Los cartoneros apuraban su trabajo para irse pronto. No soportaban  la cercanía de los habitantes del averno  que el Maligno arrojaba en la zona  todas las noches. Un camión los esperaba y allí arrojaban sus cajas, cartones y residuos clasificados. Mientras tanto veía parejitas que mientras se abrazaban tranquilos , otros, tres o cuatro jóvenes detrás de ellos, apuraban el paso: volaba la cartera,  plata suelta , los celulares. La parejita quedaba gritando y ellos ya habían desaparecido.
           Cerca había un boliche, así que ya fin de semana, se veía bajar de taxis chicas casi desnudas y cargadas con  bebidas alcohólicas. Una pareja hacía el amor, parados en la esquina. Tenían como público un grupo de muchachos tirados en la vereda fumando y tomando mientras los contemplaban. El muchacho, protagonista de la escena de amor, miraba por el hombro de la pobre ninfa, para  ver si su público estaba satisfecho con el espectáculo.

          Siempre me subyugó el gótico sureño en la literatura de los Estados Unidos pero ahora descubro que todas las decadencias  tienen su gótico. Horizontes velados por niebla muy densa, soledades profundas e incertidumbres conforman un cementerio de  ridículos o trágicos hartos de vivir en un lugar y  desconocen la salida.
                                     Cristina Pailos
                                  

4 comentarios:

  1. Si hacemos de cuenta que no hay sesgos de prejuicios en toda esa farándula que describe, el relato es precioso. Solo que no estamos en N. Orleans, je je, ¡parabienes que no estamos en EEUU !!! Gracias, Cristina por esta mirada de una esquina que cruzo casi a diario, de día. No quiero encontrar enconados tuertos que deseen degollarme ni señoras que desde un 4to piso desafíen a Newton.

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  2. Hace casi 40 años que no vivo en una ciudad digna de tal nombre. Poblaciones de 20 o 30 mil habitantes que se llaman a si mismas ciudad no vienen al caso. Se, por los diarios, por las películas, que una verdadera ciudad acoge en su seno a cualquiera que desee vivir allí. Este jocoso, irónico y a veces peligroso relato de Cristina hace honor a la "Reina del Plata" que no quiso ni pudo quedarse detrás de Mexico o Nueva York...Valor, Cristina!!!

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  3. Este relato me recordó las peripecias de mi vida en la "¨única, atroz e irrepetible´ Reina del Plata..." de la que falto añares.. Buenos Aires es una "metròpolis"; una ciudad cosmopolita y multicutural donde el extranjero disfruta a pleno y el porteño se solaza con el folclore de la ciudad . Andrés

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  4. El Maligno y sus designios en la gran metrópoli reflejados con humor e ironía por la autora gran observadora de lo cotidiano para deleite de los lectores, Carlos Arturo Trinelli

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